Kaled abrió los ojos de golpe, se reincorporó y se limpió el sudor que le empapaba la cara para luego suspirar. Para cualquier otra persona, esa forma de despertar tal vez se podría deber al calor provocado por el verano, pero él sabía que se debía a que había tenido un muy mal sueño donde había un mundo de niebla y monstruos de formas indecibles.
¿O no había sido un sueño?
Kaled se apuró a tomar su teléfono, abrió la agenda y la recorrió hasta llegar a un nombre que le confirmaba que todo lo que había vivido el día anterior había ocurrido: Ricardo Santamaría.
Sin querer pensar en lo que todavía tenía que hacer con ese número, salió de la agenda y miró la hora, se sorprendió por ver que era casi medio día, por lo que pronto tendría que entregar la habitación.
De repente el aparato comenzó a vibrar y a sonar sobre sus manos, al tiempo que una fotografía y un nombre que pertenecían a su padre aparecieron en la pantalla. Pasó saliva, tomó aire y trató de sonar lo más normal posible una vez que oprimió el botón para contestar la llamada.
—¿Bueno? —preguntó Kaled.
—¡Chavalo! ¿Qué pasó? —respondió la voz de su padre desde el otro lado de la línea—. Me dejas abandonado y sin noticias.
Kaled rió un poco nervioso y contestó:
—Perdón, perdón. Es que pasaron muchas cosas, estaba cansado y en cuanto me tumbé en la cama me quedé dormido.
—¿Todo bien? —preguntó su papá con tono preocupado.
Kaled volvió a pasar saliva, juntó fuerzas y una vez más trató de sonar lo más normal posible.
—Sí, todo bien, sólo caminé mucho. Entre turistear y que me perdí buscando la casa donde iba a llegar, pues…
—Ah… —dijo su padre, convencido— Y bueno, ¿sí encontraste alojamiento?
—Sí, sí —se apuró a decir Kaled—. Te platico cuando llegue a casa.
—Hablando de eso —respondió su padre—, ¿cuándo te regresas?
Kaled apretó los dientes antes de continuar.
—Sobre eso… ¿te molesta si me quedo otro día? Quiero turistear un poco más antes de regresar, recuerda que sigo de vacaciones.
El padre de Kaled guardó silencio un par de segundos luego de la pregunta.
—¿Pero sí te alcanza el dinero para otro día? —preguntó sin más.
—¡Claro! —se apuró a responder Kaled—. Estuve ahorrando para este viaje, ¿no?
De nuevo un silencio prolongado hasta que su padre volvió a hablar.
—Bueno, está bien. Como dices, estás de vacaciones.
—Gracias —dijo Kaled—. Bueno, debo irme si quiero aprovechar el día. ¡Nos vemos luego papá!
—Sí, con cuidado.
Y ambos colgaron, tras lo cual Kaled borró su falsa sonrisa y se volvió a tumbar en la cama.
¿Por qué había dicho eso? ¿De verdad estaba considerando aceptar la propuesta de Ricardo?
Kaled se puso de pie. Con el calor que hacía en la habitación decidió que no sería el lugar óptimo para aclarar su mente, además de que tenía que renovar la habitación y buscar algo de comer por la hora que era, así que se vistió y salió de la habitación.
Tras renovar la habitación por otra noche, buscó un lugar cercano donde comer y mientras lo hacía, se distrajo de su situación con la tele, pero poco le duró el gusto pues al terminar su comida regresó al mundo real.
Salió a la avenida Constitución y bajo el sol de verano decidió que si debía pasar la tarde cavilando, lo haría en un lugar fresco, por lo que cruzó la avenida y se introdujo en la alameda central.
Caminó por las calles de la alameda, sintiéndose refrescado por la sombra de los árboles y buscó una banca que estuviera desocupada y lejos de todas las personas, encontrándola en uno de los caminos diagonales, por lo que se dejó caer en ella y se puso a contemplar las ramas de los árboles y las ardillas que se paseaban por las jardineras.
Ya ahí, fresco y arrullado por la música que salía de su Smartphone, Kaled torció la boca y se maldijo.
¡¿Por qué le daba tantas vueltas al asunto?! Lo único que él deseaba era una vida normal de universitario, por lo que la elección era obvia: ignorar la petición de Ricardo, imaginar que lo de anoche nunca había pasado y continuar con su vida. ¿Pero podría hacer de cuenta que todo eso nunca había pasado? ¿Ricardo y Diana le dejarían vivir en paz sabiendo que sabía de ellos? Kaled no pensaba decir a alguien lo que había vivido, después de todo nadie le creería… ¿pero y si Diana o Ricardo consideraban que Kaled era peligroso para su existencia?
En ese momento a su cabeza llegó el recuerdo de cuando Diana engendró a esa cosa, como se veía tan indefensa, tan necesitada de ayuda aunque ella no quisiera aceptarlo.
¡No! Se dijo sacudiendo la cabeza. ¿Por qué tenía que sacrificarse él por ayudar a una completa desconocida? No era su problema, no tenía porqué ayudarla.
Y tras ese pensamiento Kaled sintió comezón en el pecho. Se llevó la mano para rascarse y tras hacerlo sintió, aunque levemente a través de su ropa, la cicatriz que le cruzaba el pecho y un recuerdo le golpeó la mente.
Yo… ¿yo le conocía?
No.
Entonces… ¿Por qué…? ¡¿Por qué lo hizo?!
Simplemente quiso hacerlo.
Tras ese recuerdo, Kaled torció la boca al tiempo que sentía que sus ojos se vidriaban. Se quitó los lentes para limpiarse los ojos y tras volvérselos a colocar, en su mirada se reflejó que ya había tomado una decisión.
***
Luego de cómo una hora de espera en la misma banca, Kaled sintió algo. Giró la cabeza a su izquierda y vio llegar a Ricardo y a Diana.
Ricardo y Kaled se saludaron con un “hola”, mientras que Diana guardó silencio y se limitó a recargarse en el respaldo de la banca con los brazos cruzados.
—Y bueno… —comenzó Ricardo— ¿Tomaste tu decisión?
Kaled suspiró, se levantó de la banca y dijo sin más:
—Voy a ayudarlos.
Ante esta respuesta, Diana se dignó a mirar a Kaled mientras que Ricardo sonrió y dijo:
—No es que me queje… ¿Pero puedo saber por qué decidiste aceptar?
Kaled se llevó la mano al pecho y respondió.
—Alguien una vez salvó mi vida. Yo no lo conocía de nada y él no me conocía de nada, pero aún así eligió salvarme. Supongo que… sería deshonrar su memoria si yo no ayudara a alguien que me necesita aunque no le conozca de nada, sin importar lo difícil que parezca.
Ricardo sonrió por la respuesta. Kaled vio en el rostro de ellos que no pensaban preguntar las circunstancias en las que su vida había peligrado y siendo franco, él lo prefería así.
—Pues siendo así, muchas gracias —dijo Ricardo sonriendo.
—Aunque… —se apuró a decir Kaled— creo que sólo podré ayudarles mientras estudie aquí, eso es seguro. No sé si después de la carrera me quede aquí o me vaya a otro lugar.
En respuesta, Ricardo rió y dijo:
—Son cinco años. Ya veremos qué pasa cuando llegue el momento.
Ahora que Kaled había sellado su destino, había muchas cosas que todavía quería saber sobre el mundo en el que estaba entrando, pero creyó que por ese día ya había tenido bastante, por lo que decidió que lo mejor sería regresar a su casa y así se lo hizo saber a Ricardo y a Diana.
***
Ricardo y Diana acompañaron a Kaled a recoger sus cosas al hotel (sin importarle perder el día que ya había pagado) y luego lo llevaron a la central de autobuses. En el camino Kaled llamó a su padre y le dijo que ya iba de regreso, inventando que había recordado que se vería con sus amigos al día siguiente y no quería quedarles mal.
Llegaron a la central donde Kaled compró el boleto al siguiente autobús que salía con destino a Guadalajara (escala obligada para llegar a Xomalitlán) y se fue a esperarlo a los andenes, el cual para su buena fortuna no tardó más de diez minutos en llegar.
—Que tengas un buen viaje —dijo Ricardo una vez que Kaled logró dejar su equipaje en el compartimento inferior del autobús y se acercó a la puerta para abordar.
—Gracias —dijo el joven algo indeciso, pero se animó a hablar—. No creo que pueda irme tranquilo, porque todavía tengo muchas preguntas que hacerles.
Ricardo rió y dijo:
—Mejor aterriza todas tus ideas y ya preguntas bien cuando regreses.
Kaled suspiró y dijo resignado:
—Sí.
Luego Kaled miró a Diana y dijo:
—Bueno, te veré luego.
Diana se limitó a verlo inexpresiva y a asentir.
Sin nada más que decir, Kaled subió al bus, tomó su lugar y tras unos minutos de espera el autobús al fin partió de la central.
Una vez que este desapareció de la vista, Ricardo y Diana se dieron media vuelta y comenzaron a irse de ahí. No hablaron hasta que salieron de la central y se detuvieron al lado de una de las entradas para que Ricardo fumara un cigarro.
—Todo un misterio ese Kaled —dijo Ricardo sonriendo mientras comenzaba a encender su cigarro—, aunque es una suerte que lo hayamos encontrado. Te hará las cosas más fáciles.
—Ni tanto —respondió Diana un poco ceñuda, con los brazos cruzados y recargada en el muro—. Como él dijo, sólo hasta que termine la universidad, luego quién sabe si querrá seguir con nosotros. Ahora tendré que redoblar esfuerzos para encontrar a ese maldito.
Ricardo le dio una bocanada a su cigarro y soltando el humo, dijo sonriendo:
—Ya nos preocuparemos de eso cuando llegue el momento, de mientras hay algo que quiero preguntarte.
—¿Qué cosa? —preguntó Diana.
Ricardo le dio una bocanada más a su cigarro y dijo:
—Desde aquel día no te has querido relacionar con ninguna otra persona, pero independientemente de que básicamente te obligué… me pareció que a Kaled lo aceptaste en nuestras vidas casi de inmediato. ¿Alguna razón?
Diana apretó sus puños sobre sus brazos y respondió:
—Te contestaré esa pregunta con otra: ¿Es la primera vez que vemos a Kaled?
La pregunta confundió un poco a Ricardo.
—Según yo sí, ¿por? ¿Tú lo conocías de antes?
Diana negó con la cabeza y dijo:
—Su cara no me suena… y estoy segura de que nunca escuché ese nombre antes, recordaría un nombre así de peculiar —Diana levantó la cabeza y llevándose las manos a la cintura, dijo—, pero desde que le vi siento en mi corazón… que no es la primera vez que él y yo nos encontramos.
Kaled abrió los ojos, los entornó para ver en dónde estaba y se vio en los asientos de un autobús.Se estiró para quitarse los últimos resquicios de sueño que le quedaban, luego recorrió la cortina para ver por la ventana y sólo vio un extenso campo de hierba amarilla pasar a gran velocidad frente a él.Suspiró y se volvió a acomodar en su asiento. El plazo ya se había cumplido: ahora mismo se encontraba de regreso a Querétaro para enfrentarse a su nueva vida, no sólo en lo académico, sino también dentro de ese extraño mundo de los devoradores de pecados.Cuando regresó a Xomalitlán, para su buena suerte su padre no notó que había llegado pensativo luego de su extraña aventura en Querétaro y sólo se limitó a preguntar cómo le había ido, a lo que Kaled sólo respon
—Estuvo buena la pizza, mejor que unas sopas instantáneas —bromeó Ricardo una vez que todas las rebanadas de pizza desaparecieron. Luego miró a Kaled y dijo—. Ahora que estamos más relajados, supongo que es hora de resolverte dudas sobre el mundo al que estás por entrar. Había pensado en darte toda una cátedra… pero creo que será un poco más fácil si te doy esto primero.Ricardo se puso de pie y fue hasta el trinchador, buscó algo en la parte de arriba de este y cuando lo encontró, lo jaló hacía él: un enorme libro de una gruesa pasta de piel negra y de hojas amarillentas.—Este es el diario de mi madre —explicó Ricardo mientras dejaba caer el libro en las manos de Kaled y este constataba que era tan pesado como parecía—, aunque creo que sería más propio decir que es un manual para los devoradore
Diana salió de la habitación y Kaled se apuró a seguirla.—¿En qué nos vamos a ir? —preguntó Kaled alcanzando a la muchacha. Esta le miró y en respuesta preguntó.—¿Tienes licencia de manejo?Kaled parpadeó un poco confundido y respondió:—Eh… sí.—Con eso tenemos.Y fue a la habitación de Ricardo abriendo la puerta de golpe sin ningún atisbo de vergüenza.—Nos llevamos el auto —dijo Diana más avisando que pidiendo permiso, mientras tomaba un manojo de llaves que se encontraba sobre la mesa de noche al lado de la cama.Ricardo, que se encontraba acostado en la cama mirando un partido de futbol en el televisor, sólo giró la cabeza para ver a su sobrina y sin darle mayor importancia a la intempestiva forma en la que Diana había entrado, dijo:&md
Kaled se encontraba sentado en la mesa de la casa de la familia Santamaría, con su cara apoyada sobre su puño.Hacía un rato que había regresado de la cacería de Diana. El muchacho había llevado a la inconsciente Diana de vuelta a casa y cuando llegó, tocó la puerta para que Ricardo saliera a ayudarle.Ante la insistencia de Kaled, el hombre salió de la casa y miró el auto. Vio a su sobrina inconsciente en el asiento del copiloto y sin ninguna expresión abrió la puerta del auto, cargó a la joven y mientras Kaled le explicaba de forma apresurada lo que había pasado, la llevó dentro de la casa, a su habitación. Kaled había estado desde ese momento sentado en la mesa de la sala, pensando sobre muchas cosas, hasta que vio a Ricardo salir de la habitación de la muchacha.—¿Cómo está? —se apresuró a pregu
Diana comenzó a despertarse por un aroma que comenzó a inundar su habitación, una mezcla de frijoles con huevo y tocino.El olor era demasiado llamativo como para ignorarlo, así que sintiendo rugir su estómago, salió de su habitación y se encontró con la gran sala comedor… pero no era para nada como la había encontrado Kaled cuando llegó por primera vez a la casa: ya no había bolsas de basura por las esquinas, los muebles estaban limpios y libres de la capa de polvo que los “adornaba”, el piso estaba lustroso y además, la casa tenía un aroma a pino que hacía que se sintiera bien estar ahí.La razón de esos cambios era gracias a Kaled, quien nada más al primer lunes de estar viviendo con ellos, se puso a hacer el aseo de la casa y lo había tomado como su responsabilidad.Ricardo había tratado de decirle que no era
Ya era el final del primer día del curso de inducción para los nuevos alumnos del Tec y por ende estos ya estaban regresando a sus casas ya fuera en los grupitos que habían formado ese día o en los que ya venían arrastrando de tiempo atrás.Sin embargo, no era lo mismo para Kaled, quien estaba en el estacionamiento dentro del auto de Ricardo, soportando el calor de estar en un auto que había estado toda la mañana bajo el sol. Estaba solo pues al terminar el curso, Diana le pidió que se adelantara al auto, pues había algo que necesitaba hacer sola. Kaled intentó preguntar qué se traía Diana entre manos, pero la cara de la devoradora le dejó en claro que no le iba a decir.En ese momento Kaled vio a lo lejos a dos personas acercarse. Una era Diana y la otra, para su desconcierto, era el profesor Maldonado. Los dos venían conversando y continuaron así hasta que
Pese a ser sábado, el despertador de Kaled sonó fuerte esa mañana. Estiró su mano hasta alcanzar su teléfono que estaba en la mesa de noche y lo apagó.Todavía tenía sueño, pero se obligó a salir de la cama, donde se estiró para eliminar los últimos resquicios de sueño en su cuerpo. Miró su cama y se le antojó volver a dormir, pero no podía: había mucho por hacer esa mañana.Los cursos de inducción ya habían terminado y las clases habían comenzado, pero ni siquiera por ser la primera semana para los de nuevo ingreso los profesores mostraron piedad, pues casi después de presentarse habían dejado una cantidad monstruosa de tareas, por lo que en las últimas semanas el horario de Kaled era ir a la escuela y después pasar la mayor parte de la tarde haciendo deberes. Y si a eso le sumaban que todav&iacu
Kaled miró con seriedad la pantalla de su laptop, se lamió los labios y tecleó una serie de palabras, se detuvo, releyó lo que había escrito y dijo:—¡Ya! ¡Con eso queda terminada la exposición para el lunes!—¡Al fin! —exclamó un chico bajito cerca de él con una laptop también en las piernas—. Pensé que tendríamos que trabajar el fin de semana.—Por suerte tenemos a Kaled y con él esto salió rápido —elogió un chico alto moreno y de lentes.En respuesta, Kaled se sonrojó pero aun así sonrió complacido.—La verdad es que el crédito es de todos Luis —dijo Kaled tomando el rol de líder del equipo—. Bien hecho muchachos.—¡Calmado jefe! —se burló una chica morena también de lentes.Los chicos