Kaled miró con seriedad la pantalla de su laptop, se lamió los labios y tecleó una serie de palabras, se detuvo, releyó lo que había escrito y dijo:
—¡Ya! ¡Con eso queda terminada la exposición para el lunes!
—¡Al fin! —exclamó un chico bajito cerca de él con una laptop también en las piernas—. Pensé que tendríamos que trabajar el fin de semana.
—Por suerte tenemos a Kaled y con él esto salió rápido —elogió un chico alto moreno y de lentes.
En respuesta, Kaled se sonrojó pero aun así sonrió complacido.
—La verdad es que el crédito es de todos Luis —dijo Kaled tomando el rol de líder del equipo—. Bien hecho muchachos.
—¡Calmado jefe! —se burló una chica morena también de lentes.
Los chicos
Pecados, muchos de ellos reptando entre las copas de los árboles, sólo observando o atacándose entre ellos.—¡Abajo! —exclamó Diana mientras tiraba del brazo de Kaled para que este se agachara.Kaled obedeció, pero al bajar la mirada se sorprendió todavía más: por la reja junto a ellos podía ver todavía más pecados caminando en la calle y algunos más frente a él en el camino de piedra que llevaba a la iglesia, todos ellos ya fuera mirándose o atacándose para devorarse.Kaled había salido en varias cacerías con Diana, pero en todo ese tiempo no había visto tal cantidad de pecados juntos, todos de tan distintas formas, tamaños y colores que a Kaled se le hacía imposible describir a la gran mayoría de ellos.—Lindo, ¿no? —preguntó Diana en voz baja, sonriendo con burla a
Era una tarde silenciosa en casa de Ricardo. Kaled había llegado a la casa, con Diana todavía inconsciente en el asiento del copiloto y con ayuda de un tranquilo Ricardo la acomodaron en su cama.Kaled no le explicó a grandes rasgos qué había pasado, sólo que Diana engendró un pecado y aparecieron en medio de muchas personas en el templo. Esto fue lo que más conmocionó a Ricardo, quien salió de la habitación dejando a solas a Kaled con una comatosa Diana.Kaled miró a Diana sin saber cómo sentirse. Por un lado, se sentía como un fracaso por no haber cuidado a Diana como se supone que debería, por el otro, se sentía furioso por haberse topado antes con esa otra Diana y no haber podido ver que algo estaba mal y por último… se sentía frustrado porque ahora menos que nunca entendía qué diablos estaba pasando.—La bu
…despierten…Escuchó a la distancia, pero Kaled estaba tan a gusto que ignoró a la voz.Ya despierten…Repitió la voz, pero Kaled prefirió continuar dormido.Si no se levantan, ya no voy a hacer hot cakes.Amenazó la voz y entonces ahí sí Kaled abrió los ojos de golpe.Se encontró acostado en el suelo de una habitación con paredes pintadas de color marrón. Era muy pequeña, apenas teniendo una caja llena de juguetes de niñas y dos cómodas para ropa. Pese al tamaño, Kaled pudo ver a su lado una litera y en la cama de abajo, algo había pasado: una niña de unos diez años se había levantado de golpe casi arrojando las sábanas fuera de la cama y miraba con miedo hacia la puerta, tal vez por la
Todo comenzó a clarearse poco a poco hasta que volvió a ser el auto donde se había quedado, mostrando por su ventana calles que aunque bastante diferentes a como las recordaba, eran sin duda de Querétaro. A su lado Diana comenzaba a despertar, se talló el ojo y miró por la ventana, una sonrisa se dibujó en su rostro y se apuró a despertar a su hermana.—¡Nadia! —dijo sacudiéndole el hombro—. ¡Despierta! ¡Ya llegamos!Nadia comenzó a despertar mientras subían por una calle empedrada que se veía más o menos igual a como la encontraría Kaled en el futuro, hasta que se estacionaron frente a la casa de Ricardo, cuya única diferencia respecto al futuro era que estaba pintada de un feo color café.La familia descendió del auto y mientras bajaban sus cosas, Kaled se dio tiempo de ver otra diferencia respecto al
Mientras salían de Querétaro para ser rodeados por largos campos de hierba amarilla a ambos lados de la carretera, el único sonido que acompañaba a la familia fue el llanto callado de Astrid y luego de un rato, el insistente sonido de un teléfono sonando en el bolso de ella.—¡Ni se te ocurra contestarle! —gritó Jaime todavía furioso—. ¡Y ya párale a tus lloriqueos!—¿Cómo no quieres que esté así? —respondió Astrid conteniendo el llanto—. Te pasaste.—¡Ah! —exclamó ofendido Jaime—. ¿Y él no? Burlándose de mí en mi propia cara y enfrente de mi mujer.—Ya sabes cómo es —exclamó Astrid.—¡Ah! —volvió a exclamar ofendido Jaime—. ¿Entonces yo sí me tengo que aguantar sus payasadas?
Poco a poco Diana abrió los ojos y vio en donde estaba: en el asiento junto a la ventana de un viejo autobús, de esos que fueron muy populares a inicios de los noventas y que ni siquiera tenían por lo menos una televisión colgada del techo para hacer más llevadero el viaje, nada que ver con él lujoso autobús del que salieron de Querétaro la noche anterior.Diana se giró a su derecha y vio junto a ella a Kaled, quien dormía sin problemas en su asiento pese a los bruscos movimientos del autobús. La joven se recargó en su asiento y comenzó a recordar las situaciones que le habían llevado hasta ahí:Ya había pasado una semana desde que se habían encontrado con la supuesta Nadia, que Kaled le había ayudado a despertarse del sueño y que le había dicho que le diría todo lo que quería decirle, una vez que le ayudara con &ldqu
Diana no se animó a pedir más detalles acerca de las intenciones de Kaled y se limitó a asentir, esperando que todo se revelara en su preciso momento.Dejaron sus maletas en la antigua habitación de Kaled, luego este tomó unas llaves que estaban sobre un plato arriba del refrigerador y salieron de la casa cerrando con seguro la puerta tras de ellos. Bajaron de vuelta por aquellas húmedas escaleras hasta llegar al estacionamiento donde seguía aparcado el viejo Tsuru de color blanco, pero el taxi que había estado junto a él ya no estaba.—Papá se lo llevó —dijo Kaled sonriendo, adivinando los pensamientos de Diana.—Ah… —respondió Diana.Abordaron el viejo Tsuru y en él regresaron a la ciudad en silencio, con Kaled mirando con nostalgia las calles recordando los días que vivió ahí. Notando la sonrisa melancóli
La noche ya había llegado a Xomalitlán y en el viejo Tsuru, Diana y Kaled esperaban por algo que a la joven no le quedaba claro. No hablaban, pero el silencio era roto por la programación nocturna del radio sintonizado por Kaled.Dado que Diana no podía averiguar qué es lo que Kaled traía entre manos, la joven se dedicó a ver por la ventana, recordando lo que habían hecho luego de salir del cementerio. De ahí, habían ido a comer a un pequeño restaurante, luego fueron a ver una película y luego de eso… Kaled la llevó de paseo por la ciudad, a conocer el centro, las escuelas donde había ido, los negocios donde había trabajado y otros lugares que le parecieron de interés.En verdad no había nada digno de ver en Xomalitlán y Diana tenía que reconocer que Kaled se había esforzado por estirar las horas para que se les hiciera de n