Mientras Kaled y la criatura intercambiaban miradas, tras ellos Diana miraba impotente la escena. Trataba de ponerse de pie para salvar a Kaled, pero sabía que luego de ese fenómeno quedaba indefensa por un par de minutos, por lo que sólo logró juntar suficientes fuerzas para gritar:
—¡Corre!
Y como si el grito de Diana fuera una señal, la criatura levantó su garra y la lanzó contra Kaled. En su estupor, Kaled sólo pudo hacer una cosa: cubrirse con sus brazos y cerrar los ojos esperando el fatal golpe… pero este nunca llegó.
Confundido, Kaled se animó a abrir los ojos y contempló, tan sorprendido como Diana, la escena frente a él: En efecto, la criatura lo había atacado… pero su garra se había detenido apenas a centímetros de él.
Tócalo.
Dijo la voz en su cabeza. Kaled levantó su mano dubitativo y tocó la garra de la criatura con las yemas de sus dedos y lo que ocurrió después sorprendió todavía más a Kaled y Diana: la criatura comenzó a desintegrarse de la misma forma que las que Diana había vencido, pero en lugar de convertirse en luces rojas, se convirtió en luces verdes que se elevaban al cielo donde desaparecían.
—¿Pero qué…? —exclamó Diana ante lo que había visto.
Aliviado de seguir vivo y de alguna manera haber vencido a esa cosa, aunque sin saber a cierta ciencia cómo lo había hecho, Kaled fue hacia Diana.
—¡Diana! —exclamó, pero en respuesta Diana le miraba con una gran seriedad y con un gran esfuerzo preguntó:
—¿Qué… qué eres tú…?
Para entonces desmayarse.
Kaled se apuró a hincarse junto a Diana y comenzó a sacudirla para tratar de hacerla reaccionar. Tan preocupado estaba por Diana, que no notó que cuando ella se desmayó la niebla se disipaba y con esta, aparecía cerca de ellos un hombre que con una voz juguetona decía.
—Interesante… entraste a la zona de Diana sin permiso, no usaste artes y simplemente desbarataste a ese pecado. ¿Qué eres tú?
Kaled se giró y vio tras él a un hombre vestido de negro, de largo cabello negro y barba de varios días. Debía ser la persona que Diana había llamado. Kaled se puso de pie y mirando al hombre dijo:
—No tengo idea de qué es lo que acaba de pasar.
El hombre miró interesado a Kaled, sonrió y preguntó:
—Un momento… ¿hiciste todo eso y de verdad no sabes nada de nada?
Entonces, como si apenas se diera cuenta de que estaba ahí, el hombre avanzó dejando de lado a Kaled y se acercó a Diana, se hincó junto a ella y tras cargarla entre sus brazos dijo:
—Si nos acompañas tal vez podamos sacar algunas respuestas. Si decides quedarte, se acaba la historia.
Kaled miró perplejo al hombre. “Si nos acompañas”, eso significaba que el hombre también tenía preguntas, pero que a diferencia de él no se moría por respuestas.
Iré con ustedes.
Dijo la voz en su cabeza.
—Iré con ustedes —repitió Kaled.
El hombre giró la cabeza para ver a Kaled, sonrió y dijo:
—Sígueme.
El hombre lo guió hasta un Mazda de color negro, dejó acostada a Diana en los asientos de atrás y luego miró a Kaled mientras le abría la puerta del copiloto.
—Mi nombre es Ricardo Santamaría, soy el tío de Diana. ¿Tu nombre?
—Kaled Gama —respondió Kaled.
Kaled subió al auto mientras Ricardo subía al lugar del conductor, encendió el auto y se puso en marcha.
—¿Vives por aquí? —preguntó Ricardo en lo que esperaban a que un semáforo cambiara a verde.
—No señor —se apuró a contestar Kaled—. Vengo de Jalisco. Voy a estudiar en el tec el próximo semestre y estaba buscando donde alojarme.
Ricardo se giró para mirar a Kaled.
—Interesante…—dijo con una sonrisa.
Por alguna razón, a Kaled no le gustó como sonó ese “interesante”.
***
Abrió los ojos y se encontró en una habitación en la que no había mucho: un closet con ropa echa bola ahí dentro, una cajonera con los cajones salidos sobre la que había una televisión, un escritorio con ropa y envolturas de dulces sobre él y junto a su cama…
—Hola —saludó Kaled sonriendo.
Ante la vista del muchacho, Diana se reincorporó de golpe y exclamó.
—¡¿Qué haces aquí?!
Kaled se quedó tieso. De verdad no sabía cómo iba a reaccionar Diana cuando le viera en su habitación, pero en definitiva no esperaba una reacción así.
—Yo lo invité —dijo alguien tras ellos. Los dos jóvenes se giraron a la puerta y vieron ahí a Ricardo, quien llevaba consigo dos tazas de chocolate caliente.
Ricardo le dio una de las tazas a Kaled y le pasó la otra Diana.
—Lo preparé para mí, pero ya que estás despierta, creo que lo necesitas más que yo —dijo Ricardo sonriendo.
Diana tomó la taza, le sopló y le dio un trago.
—Preferiría una cerveza —dijo ella antes de darle otro trago a la bebida.
¡¿También bebe?!
Exclamó la voz en la cabeza de Kaled.
Mientras tanto, Ricardo rió y luego dijo:
—No lo dudo. Pero por ahora mejor chocolate, necesitamos que estés en tus cinco sentidos para tratar este tema.
¿Sus cinco sentidos? No me gusta cómo suena eso.
Dijo la voz en la cabeza de Kaled. Diana le dio otro trago al chocolate y respondió:
—No hay gran misterio. Él también es un devorador, sólo que su familia debió de haber dejado el oficio y por eso nunca se lo mencionaron.
—Hay una forma de saberlo —dijo Ricardo mirando a Kaled—. Kaled, ¿puedes mostrarnos tu hombro izquierdo?
Ante la petición, Kaled se sonrojó.
—¡¿Qué?! ¡¿Po-por qué?!
Al ver la reacción del joven, Ricardo rió y respondió:
—Por esto —y apuntó al hombro izquierdo de Diana, donde se podía ver la marca oscura con forma de alas apuntando al cielo. Diana hizo un intento de cubrir la marca mientras Ricardo continuaba—. Todos los devoradores tenemos esa marca de nacimiento, así que incluso aunque tu familia hace años haya dejado el oficio, si también eres un devorador deberías tener la marca en el mismo lugar.
Kaled lamentó haberse puesto la playera de manga larga, pues tendría que quitársela para mostrarles bien el hombro. Con algo de pena comenzó a sacársela hasta que quedó con el torso desnudo. Ricardo y Diana revisaron su hombro izquierdo y constataron lo que él ya sabía: no había ninguna marca, al menos no en su hombro. Aunque estaba ya algo borrada por el tiempo, todavía era visible: una recta cicatriz justo en medio de su pecho.
Kaled esperaba que le preguntaran sobre el origen de esa cicatriz, pero…
—No tiene la marca —observó Diana ignorando por completo la cicatriz en su pecho.
—Interesante… —dijo Ricardo con la mano en el mentón, también ignorando la cicatriz de Kaled— Usted joven Kaled es todo un caso, entra a la zona de mi sobrina y destruye pecados sin siquiera usar artes…
—No todos los pecados —le interrumpió Diana mientras Kaled volvía a ponerse la playera y se sentaba en la silla—, sólo los míos.
—¿Eh? —exclamó Ricardo por esa pieza de información que desconocía.
—Dos pecados chocaron con él —comenzó a explicar Diana—, pero el que salió de mí no sólo no pudo o quiso atacarlo, sino que lo destruyó con sólo tocarlo.
Los ojos de Ricardo se abrieron de sobre manera y se llevó la mano al mentón, pero no dijo nada por un rato. Después volteó a ver a Kaled, sonrió y dijo:
—Bueno… creo que es un buen momento para darte algo de contexto.
Tan nervioso como ansioso, pues al fin iba a entender qué pasaba, Kaled se inclinó sobre su silla para acercarse un poco más a Ricardo y escuchar mejor lo que este iba a decirle.
—Este mundo es más de lo que ves —comenzó Ricardo—. Hay un plano al que llamamos el underground, porque ya sabes: todo suena mejor en inglés. En este plano habitan las criaturas que conociste.—¿Los pecados? —preguntó Kaled recordando que Diana y Ricardo habían llamado así a esas cosas.Ricardo asintió.—A la par existimos personas que somos capaces de llamar un fragmento del underground al mundo real, lo que llamamos nuestra zona. Nuestro objetivo es simple: usar nuestra zona para cazar a los pecados y devorarlos.Esa última palabra le hizo sentido a Kaled y dijo:—Devoradores de pecados…—Exacto —dijo Ricardo sonriendo—, eso es lo que somos.—¿Por qué lo hacen? ¿Qué ganan con eso? ¿Protegen a la humanidad de ellos? —pregunt
Kaled abrió los ojos de golpe, se reincorporó y se limpió el sudor que le empapaba la cara para luego suspirar. Para cualquier otra persona, esa forma de despertar tal vez se podría deber al calor provocado por el verano, pero él sabía que se debía a que había tenido un muy mal sueño donde había un mundo de niebla y monstruos de formas indecibles.¿O no había sido un sueño?Kaled se apuró a tomar su teléfono, abrió la agenda y la recorrió hasta llegar a un nombre que le confirmaba que todo lo que había vivido el día anterior había ocurrido: Ricardo Santamaría.Sin querer pensar en lo que todavía tenía que hacer con ese número, salió de la agenda y miró la hora, se sorprendió por ver que era casi medio día, por lo que pronto tendría que entregar la habitació
Kaled abrió los ojos, los entornó para ver en dónde estaba y se vio en los asientos de un autobús.Se estiró para quitarse los últimos resquicios de sueño que le quedaban, luego recorrió la cortina para ver por la ventana y sólo vio un extenso campo de hierba amarilla pasar a gran velocidad frente a él.Suspiró y se volvió a acomodar en su asiento. El plazo ya se había cumplido: ahora mismo se encontraba de regreso a Querétaro para enfrentarse a su nueva vida, no sólo en lo académico, sino también dentro de ese extraño mundo de los devoradores de pecados.Cuando regresó a Xomalitlán, para su buena suerte su padre no notó que había llegado pensativo luego de su extraña aventura en Querétaro y sólo se limitó a preguntar cómo le había ido, a lo que Kaled sólo respon
—Estuvo buena la pizza, mejor que unas sopas instantáneas —bromeó Ricardo una vez que todas las rebanadas de pizza desaparecieron. Luego miró a Kaled y dijo—. Ahora que estamos más relajados, supongo que es hora de resolverte dudas sobre el mundo al que estás por entrar. Había pensado en darte toda una cátedra… pero creo que será un poco más fácil si te doy esto primero.Ricardo se puso de pie y fue hasta el trinchador, buscó algo en la parte de arriba de este y cuando lo encontró, lo jaló hacía él: un enorme libro de una gruesa pasta de piel negra y de hojas amarillentas.—Este es el diario de mi madre —explicó Ricardo mientras dejaba caer el libro en las manos de Kaled y este constataba que era tan pesado como parecía—, aunque creo que sería más propio decir que es un manual para los devoradore
Diana salió de la habitación y Kaled se apuró a seguirla.—¿En qué nos vamos a ir? —preguntó Kaled alcanzando a la muchacha. Esta le miró y en respuesta preguntó.—¿Tienes licencia de manejo?Kaled parpadeó un poco confundido y respondió:—Eh… sí.—Con eso tenemos.Y fue a la habitación de Ricardo abriendo la puerta de golpe sin ningún atisbo de vergüenza.—Nos llevamos el auto —dijo Diana más avisando que pidiendo permiso, mientras tomaba un manojo de llaves que se encontraba sobre la mesa de noche al lado de la cama.Ricardo, que se encontraba acostado en la cama mirando un partido de futbol en el televisor, sólo giró la cabeza para ver a su sobrina y sin darle mayor importancia a la intempestiva forma en la que Diana había entrado, dijo:&md
Kaled se encontraba sentado en la mesa de la casa de la familia Santamaría, con su cara apoyada sobre su puño.Hacía un rato que había regresado de la cacería de Diana. El muchacho había llevado a la inconsciente Diana de vuelta a casa y cuando llegó, tocó la puerta para que Ricardo saliera a ayudarle.Ante la insistencia de Kaled, el hombre salió de la casa y miró el auto. Vio a su sobrina inconsciente en el asiento del copiloto y sin ninguna expresión abrió la puerta del auto, cargó a la joven y mientras Kaled le explicaba de forma apresurada lo que había pasado, la llevó dentro de la casa, a su habitación. Kaled había estado desde ese momento sentado en la mesa de la sala, pensando sobre muchas cosas, hasta que vio a Ricardo salir de la habitación de la muchacha.—¿Cómo está? —se apresuró a pregu
Diana comenzó a despertarse por un aroma que comenzó a inundar su habitación, una mezcla de frijoles con huevo y tocino.El olor era demasiado llamativo como para ignorarlo, así que sintiendo rugir su estómago, salió de su habitación y se encontró con la gran sala comedor… pero no era para nada como la había encontrado Kaled cuando llegó por primera vez a la casa: ya no había bolsas de basura por las esquinas, los muebles estaban limpios y libres de la capa de polvo que los “adornaba”, el piso estaba lustroso y además, la casa tenía un aroma a pino que hacía que se sintiera bien estar ahí.La razón de esos cambios era gracias a Kaled, quien nada más al primer lunes de estar viviendo con ellos, se puso a hacer el aseo de la casa y lo había tomado como su responsabilidad.Ricardo había tratado de decirle que no era
Ya era el final del primer día del curso de inducción para los nuevos alumnos del Tec y por ende estos ya estaban regresando a sus casas ya fuera en los grupitos que habían formado ese día o en los que ya venían arrastrando de tiempo atrás.Sin embargo, no era lo mismo para Kaled, quien estaba en el estacionamiento dentro del auto de Ricardo, soportando el calor de estar en un auto que había estado toda la mañana bajo el sol. Estaba solo pues al terminar el curso, Diana le pidió que se adelantara al auto, pues había algo que necesitaba hacer sola. Kaled intentó preguntar qué se traía Diana entre manos, pero la cara de la devoradora le dejó en claro que no le iba a decir.En ese momento Kaled vio a lo lejos a dos personas acercarse. Una era Diana y la otra, para su desconcierto, era el profesor Maldonado. Los dos venían conversando y continuaron así hasta que