Esa noche algo pasaba en la ciudad de Querétaro, aunque casi nadie fuera capaz de percatarse de ello: una espesa niebla cubría toda la zona al tiempo que una luz espectral iluminaba el lugar.
Las calles estaban vacías y nada, desde el sonido de autos hasta el sonido de animales nocturnos, podía escucharse. Nada, excepto unos pasos que hacían eco.
Poco a poco comenzó a hacerse visible el dueño de esas pisadas. Era una joven de largo cabello rubio que contrastaba con su piel morena, que llevaba una trenza en su sien izquierda y vestía ropa deportiva negra que permitía ver su desarrollado cuerpo que indicaba que era una mujer en la flor de la juventud. Pero sus rasgos más llamativos eran la mueca de dolor que se dibujaba en su rostro y la forma tan insistente en que se sujetaba el brazo izquierdo sobre el cual, en su hombro, había una mancha negra que formaba lo que parecían ser dos alas apuntando al cielo.
—Ya llega… —gimió en dolor— Llega maldita sea…
El dolor de su brazo se hizo insoportable, arrancándole un grito de dolor que la hizo tirarse en la banqueta y asumir una posición fetal en un intento de mitigar un poco el dolor… pero fue inútil.
Un fuerte espasmo de dolor la hizo levantarse un poco, mientras gritaba y algunas lágrimas escapaban de sus ojos de color dorado. En segundos que le parecieron horas, el dolor desapareció tan pronto como vino y ella cayó de bruces contra el suelo, jadeando y sintiéndose bañada en sudor… pero eso no significaba que todo estuviera mejor.
Junto a ella estaba una criatura: Parecía un oso blanco, pero su cara era como si alguien hubiera tratado de borrarla sin éxito, por lo que era una mancha en la que sólo se podían distinguir otras tres manchas que corresponderían a sus ojos y boca.
La chica y la criatura se miraron en silencio por unos segundos hasta que aquel ente profirió un fuerte rugido y levantó sus garras con el objetivo de arremeter contra la indefensa muchacha, pero cuando apenas iba a dar el zarpazo asesino…
—¡Alto! —dijo una voz tras la criatura.
La criatura detuvo su ataque, se giró y frente a él se encontró con un hombre parado a mitad de la calle. Era alto, con el cabello negro y largo, tan surcado de canas como su rostro de arrugas. Era moreno, con una barba mal afeitada y con unos ojos oscuros que aunque reflejaban cansancio, también reflejaban decisión.
La criatura y el hombre intercambiaron miradas. Por extraño que pareciera, la criatura parecía estar considerando sus opciones, pero justo cuando pareció haber tomado una decisión, algo pasó: La criatura hizo una mueca de dolor y se puso tensa, para luego rugir. Tras esto, comenzó a convertirse en un polvo rojo que poco a poco era absorbido por algo tras de sí y cuando la masa de la criatura se redujo, su atacante se reveló: la chica rubia, pero había algo raro en ella: su brazo izquierdo estaba surcado de brillantes líneas rojo carmesí que estaban absorbiendo el polvo del que estaba hecho la criatura.
Cuando la amenaza desapareció, la rubia cayó de rodillas jadeando de cansancio. Mientras tanto el hombre, sin ninguna clase de emoción, sacó un cigarro de su bolsillo, lo encendió y se sentó junto a la chica.
—¿Y si nos sacas de aquí? —preguntó el hombre mientras le daba una bocanada a su cigarro.
La muchacha se limitó a suspirar cansada, al tiempo que la niebla que les rodeaba comenzaba a desaparecer.
Poco a poco volvieron a hacerse audibles los sonidos típicos de la noche, al tiempo que también se hacían visibles tanto otras personas como autos. Un pordiosero que pasaba frente a ellos les miró, sacudió la cabeza y luego continuó con su camino.
—Te tardaste —dijo molesta la joven mientras se sentaba junto al hombre y le arrebataba el cigarro para comenzar ella a fumarlo.
—Te dije que iba a estar ocupado —respondió el hombre mientras sacaba un nuevo cigarro para encenderlo para sí—. ¿En serio tenías que salir hoy?
—Tenía hambre —respondió la joven antes de volver a llevarse el cigarro a la boca, lo que le arrancó una carcajada al hombre.
—¿Desde cuándo haces esto por hambre? —preguntó burlón el hombre, luego se enserió un poco y dijo—. Pero hablando en serio… me tardé en encontrar tu zona. Cada vez me cuesta más trabajo localizarla, ya no digamos entrar. Y además… estoy casi seguro de que tu pecado consideró atacarme. Esto se está complicando.
Sin mostrar ninguna emoción la muchacha se puso de pie, tiró el cigarro al suelo donde lo pisó y mirando al cielo con las manos en la cintura dijo.
—No creas que no he notado que esto se ha ido complicando.
El hombre rió.
—Siempre podrías dejarlo, sabes que no estás obligada a hacer esto —dijo en tono burlón, porque ya sabía la respuesta a la sugerencia que había dado.
La chica torció la boca, levantó su mano izquierda a la altura de su rostro y con un odio intenso en sus palabras, dijo.
—Sabes que no puedo hacer eso. No descansaré hasta que encuentre a ese maldito y lo devore. Ya qué estoy segura de que… ha regresado a Querétaro.
El sol entró por las ventanas de aquella habitación de hotel hasta que llegó a la cama en la que dormía un muchacho de alborotado cabello negro y tez blanca. Al sentir la luz entrar a su habitación abrió sus ojos castaños, se levantó y se estiró para eliminar los últimos resquicios de sueño en su cuerpo.Salió de la cama, se dirigió a la ventana de la habitación, miró la calle frente a él y sonrió.Aquí estamos al fin. Querétaro.Dijo una voz en su cabeza.Suspiró nostálgico, deseoso por explorar esa ciudad de su infancia por lo que tras ponerse la ropa y los lentes, bajó a la recepción del hotel desde donde salió a la calle.Querétaro era la ciudad en la que había nacido y crecido al menos hasta que tenía doce años, cu
Estaba rodeado de niebla, iluminado por una luz imposible para la hora que era.Este lugar…Dijo la voz en su cabeza.No podía comprender qué había pasado. ¿De dónde había salido esa niebla? ¿Y cómo no se había percatado de que estaba siendo rodeado por ella?Pero entonces se dio cuenta de otra cosa: estaba solo. No había nadie más en la calle, ni siquiera ruido. Corrió a una puerta y la tocó con insistencia no sabiendo qué diría cuando le abrieran, lo único que deseaba era asegurarse de que no estaba solo como sospechaba, pero luego de aporrear la puerta por un rato, nadie le abrió.Sin resultados, se cambió a la siguiente puerta y luego a otra y a otra más. Incluso gritó para llamar la atención de los habitantes de las casas, pero nadie le respondió.
Mientras Kaled y la criatura intercambiaban miradas, tras ellos Diana miraba impotente la escena. Trataba de ponerse de pie para salvar a Kaled, pero sabía que luego de ese fenómeno quedaba indefensa por un par de minutos, por lo que sólo logró juntar suficientes fuerzas para gritar:—¡Corre!Y como si el grito de Diana fuera una señal, la criatura levantó su garra y la lanzó contra Kaled. En su estupor, Kaled sólo pudo hacer una cosa: cubrirse con sus brazos y cerrar los ojos esperando el fatal golpe… pero este nunca llegó.Confundido, Kaled se animó a abrir los ojos y contempló, tan sorprendido como Diana, la escena frente a él: En efecto, la criatura lo había atacado… pero su garra se había detenido apenas a centímetros de él.Tócalo.Dijo la voz en su cabeza. Kaled
—Este mundo es más de lo que ves —comenzó Ricardo—. Hay un plano al que llamamos el underground, porque ya sabes: todo suena mejor en inglés. En este plano habitan las criaturas que conociste.—¿Los pecados? —preguntó Kaled recordando que Diana y Ricardo habían llamado así a esas cosas.Ricardo asintió.—A la par existimos personas que somos capaces de llamar un fragmento del underground al mundo real, lo que llamamos nuestra zona. Nuestro objetivo es simple: usar nuestra zona para cazar a los pecados y devorarlos.Esa última palabra le hizo sentido a Kaled y dijo:—Devoradores de pecados…—Exacto —dijo Ricardo sonriendo—, eso es lo que somos.—¿Por qué lo hacen? ¿Qué ganan con eso? ¿Protegen a la humanidad de ellos? —pregunt
Kaled abrió los ojos de golpe, se reincorporó y se limpió el sudor que le empapaba la cara para luego suspirar. Para cualquier otra persona, esa forma de despertar tal vez se podría deber al calor provocado por el verano, pero él sabía que se debía a que había tenido un muy mal sueño donde había un mundo de niebla y monstruos de formas indecibles.¿O no había sido un sueño?Kaled se apuró a tomar su teléfono, abrió la agenda y la recorrió hasta llegar a un nombre que le confirmaba que todo lo que había vivido el día anterior había ocurrido: Ricardo Santamaría.Sin querer pensar en lo que todavía tenía que hacer con ese número, salió de la agenda y miró la hora, se sorprendió por ver que era casi medio día, por lo que pronto tendría que entregar la habitació
Kaled abrió los ojos, los entornó para ver en dónde estaba y se vio en los asientos de un autobús.Se estiró para quitarse los últimos resquicios de sueño que le quedaban, luego recorrió la cortina para ver por la ventana y sólo vio un extenso campo de hierba amarilla pasar a gran velocidad frente a él.Suspiró y se volvió a acomodar en su asiento. El plazo ya se había cumplido: ahora mismo se encontraba de regreso a Querétaro para enfrentarse a su nueva vida, no sólo en lo académico, sino también dentro de ese extraño mundo de los devoradores de pecados.Cuando regresó a Xomalitlán, para su buena suerte su padre no notó que había llegado pensativo luego de su extraña aventura en Querétaro y sólo se limitó a preguntar cómo le había ido, a lo que Kaled sólo respon
—Estuvo buena la pizza, mejor que unas sopas instantáneas —bromeó Ricardo una vez que todas las rebanadas de pizza desaparecieron. Luego miró a Kaled y dijo—. Ahora que estamos más relajados, supongo que es hora de resolverte dudas sobre el mundo al que estás por entrar. Había pensado en darte toda una cátedra… pero creo que será un poco más fácil si te doy esto primero.Ricardo se puso de pie y fue hasta el trinchador, buscó algo en la parte de arriba de este y cuando lo encontró, lo jaló hacía él: un enorme libro de una gruesa pasta de piel negra y de hojas amarillentas.—Este es el diario de mi madre —explicó Ricardo mientras dejaba caer el libro en las manos de Kaled y este constataba que era tan pesado como parecía—, aunque creo que sería más propio decir que es un manual para los devoradore
Diana salió de la habitación y Kaled se apuró a seguirla.—¿En qué nos vamos a ir? —preguntó Kaled alcanzando a la muchacha. Esta le miró y en respuesta preguntó.—¿Tienes licencia de manejo?Kaled parpadeó un poco confundido y respondió:—Eh… sí.—Con eso tenemos.Y fue a la habitación de Ricardo abriendo la puerta de golpe sin ningún atisbo de vergüenza.—Nos llevamos el auto —dijo Diana más avisando que pidiendo permiso, mientras tomaba un manojo de llaves que se encontraba sobre la mesa de noche al lado de la cama.Ricardo, que se encontraba acostado en la cama mirando un partido de futbol en el televisor, sólo giró la cabeza para ver a su sobrina y sin darle mayor importancia a la intempestiva forma en la que Diana había entrado, dijo:&md