Abro mi cartera y observo con preocupación el poco efectivo que llevo conmigo. Me froto la frente con mis dedos. ¿Qué voy a hacer ahora? Miro hacia ambos lados de la calle sin saber hacia dónde ir ahora. Pedir ayuda, ya no es una opción, tal como lo dijo Walter, me toca apañármelas solo a partir de este momento.
¿Por qué razón están siendo tan extremistas con este castigo?
Saco el móvil de mi bolsillo y me quedo mirándolo mientras decido si llamar o no a papá. No pienso pedirles ayuda, voy a demostrarles que puedo hacerlo solo, sin embargo, necesito saber cuál es la razón por la que me han quitado todas las posibilidades de salir adelante por mí mismo.
Después de meditarlo por algunos segundos, marco su número y pulso la llamada. Luego de un par de repiques, contesta.
―Hijo.
El corazón se me estruja al mismo tiempo en que mis ojos se humedecen.
―¿Por qué me hacen esto, papá? ―pregunto con un nudo atravesado en mi garganta―. ¿No les parece suficiente con habérmelo quitado todo?
Aprieto el móvil con los dedos y escucho el palpitar trepidante de los latidos de mi corazón. Contengo la respiración hasta escuchar su respuesta.
―Porque necesitas tocar suelo, Denzel ―suelta sin tapujos―, te empeñas en mirar la vida desde tu trono imaginario y das por sentado que, por el hecho de tener nuestro apellido, vamos a perdonarte todas las estupideces y los errores que has venido cometiendo uno tras otro, sin tomar en consideración las consecuencias que tus actos y el desastre que vas dejando a tu paso.
Bufo profundo y dejo salir el aire que he estado conteniendo en mis pulmones.
―¿Es todo lo que tienes que decir, papá? ―me aprieto el puente de mi nariz―. Denme al menos la posibilidad de encontrar un trabajo decente con el que pueda mantener mis gastos y pagar un lugar donde vivir.
Es lo único que pido.
―¡No! ―grita en tono enérgico―. ¿Aún no logras comprender nada?
¡Maldición! ¿Cree que con todo lo que me ha sucedido he tenido tiempo de pensar en cualquier otra cosa que no sea en el enorme lío en el que estoy metido?
―Lo siento, papá, pero ahora mismo en lo único que pienso es en encontrar un lugar donde pasar la noche.
Se mantiene callado durante algunos segundos.
―Debiste pensar en ello antes de hacer lo que hiciste ―aprieto los dientes con fuerza al escuchar de nuevo su retahíla―. No lo olvides, Denzel, te quedan solo cuarenta y ocho horas de las setenta y dos que te ofrecimos. Si decides someterte a nuestras exigencias, te prometo que tendrás esa oportunidad que tanto necesitas, en cambio, si optas por negarte; entonces comprenderás lo que significa ser un simple mortal sobre la tierra.
Cuelga la llamada sin darme la posibilidad de defenderme. Pero, ¿qué más puedo decir cuando acaba de dejarme claro el panorama al que debo enfrentarme?
Me quedo parado en medio de la acera sin tener la más mínima idea de lo que voy a hacer. Mi vida se ha convertido en una gran y terrible pesadilla que tal parece que no está ni cerca de terminar. Giro mi cara de un lado al otro, tratando de decidir hacia qué dirección caminar. Es increíble lo diferente que se ven las calles cuando las recorres a pie, mezclándote con la gente común, quemándote la piel bajo el sol, respirando del mismo aire que el resto; en lugar de hacerlo en mi flamante Ferrari.
Me pongo mis anteojos y deambulo por las calles neoyorquinas. Poco tiempo después, me detengo en un pequeño café abarrotado de estudiantes que a esta hora acostumbrar reunirse para pasarla bien con sus amigos. Ingreso al local y me siento en una de las mesas.
―Buenas tardes, señor, aquí tiene nuestro menú.
Es la primera vez que me preocupo por mirar los precios. Con menos de cien dólares en el bolsillo no puedo aspirar a ir a uno de mis acostumbrados restaurantes. Trago grueso. Opto por una milanesa de pollo, arroz y ensalada. Una de las opciones más económicas del menú.
Llamo al joven que me atendió y le hago mi encargo.
―Algo para beber.
Hago cálculos mentales y opto por un vaso con agua.
―Solo agua, por favor.
El chico se retira y mientras espero a que me traigan la comida, observo a los jóvenes que conversan y ríen tranquilos, quizás sin tantas preocupaciones como las que me embargan en este momento. De repente, escucho a mi lado la conversación de dos chicas que comentan despreocupadas mientras disfrutan de sus hamburguesas.
―¿Qué piensas hacer?
Le pregunta la rubia de pelo ensortijado y sonrisa exagerada.
―No puedo con todo sola ―responde la chica que está de espalda y a la que no puedo verle la cara―. Necesito buscar a alguien que se encargue de la casa y así poder concentrarme en mi trabajo.
―Para eso necesitas buscar a alguien que esté dispuesto a trabajar contigo a tiempo completo ―sugiere la rubia al bañar sus papas con una asquerosa cantidad de salsa roja―, y eso implica, quedarse a vivir en tu apartamento.
No puedo evitar dejar de escuchar la conversación. Se oye interesante y me sirve de distracción para olvidar el enorme lío que llevo a cuesta.
―Ofreceré una paga atractiva, además, de casa y comida ―le explica la chica de gorro de lana que parece más interesada en su móvil que en su propia comida―. La haré sentir como parte de mi pequeña familia siempre y cuando pueda ahorrarme tiempo y encargarse de todas las ocupaciones de la casa ―la chica deja el móvil en la mesa y se pone de pie―. Tengo que irme, alguien respondió a la solicitud de servicios y debo encontrarme con ella en veinte minutos ―abre su cartera y le tiende a su compañera la nota que saca del interior―. Te diré como me va con la entrevista, espero tener suerte esta vez ―coge el teléfono de la mesa y se inclina para darle un beso a su amiga en la mejilla―. Estoy apurada, así que te agradezco que cuelgues el aviso en la cartelera de la esquina.
Se despide de su amiga y abandona el local.
―Aquí tiene su comida, señor ―me veo obligado a apartar la mirada de la rubia para centrar mi atención en el mesero―. Espero que disfrute de la comida.
Le agradezco y tomo los cubiertos para empezar a comer. Sin embargo, un movimiento a mi costado me incita a mirar en aquella dirección. La rubia se ha levantado de la silla y camina hacia una de las esquinas del local. La observo inquisitivamente. Quita un par de pines de la cartelera de corcho y cuelga la nota que le dejó su compañera antes de marcharse. Se despide del personal y sale del negocio.
Sigo comiendo, pero algo en mi interior me convida a levantar la mirada y dirigirla de nuevo hacia la cartelera. Un par de chicas se acercan a curiosear, cuchichean durante un rato y luego deciden perderse en el corredor que se dirige hacia el baño. Vuelvo a retomar mi almuerzo y continúo comiendo hasta dejar el plato limpio. No es la mejor comida que he probado en mi vida, pero cumple su cometido.
Dejo los cubiertos en el plato y me levanto de la mesa para dirigirme a la caja. Saco uno de los billetes y espero el cambio para darle una pequeña propina al mesonero, que, por supuesto, no se parece en nada a la que acostumbraba a dejar en los restaurantes lujosos que solía frecuentar. Esto me hace sentir miserable. Me doy la vuelta para dirigirme hacia la salida, sin embargo, desvío mi camino y me aproximo a la cartelera. Observo la nota que dejó la rubia con el teléfono y la información de contacto.
Unos segundos después las dos chicas que estuvieron aquí pocos minutos atrás, se interesan por la misma nota.
―Creo que voy a llamar.
Dice una de ellas casi al mismo tiempo en que eleva su brazo para cogerla, pero antes de que pueda tomarla, se la arranco de las manos.
―Lo siento, chicas, pero es mía.
Me alejo de allí bajo la mirada confusa de las dos chicas y una sonrisa satisfecha dibujada en mi boca.
Cojo la llave después de pagar la tarifa en el hotel de mala muerte en el que acabo de registrarme. Suelto un suspiro y camino por la acera maltrecha antes de llegar a mi destino. Inserto la llave en la cerradura y entro a la habitación. Al encender la luz lo primero que se me viene a la mente son aquellos programas televisivos en los que inspeccionaban hoteles y realizaban hallazgos pocos satisfactorios que pueden ponerte los nervios de punta.Miro la cama y no sé si pueda acostarme en esa cosa de sábanas anticuadas y aspecto desagradable. Cierro la puerta y observo los alrededores. Esta habitación no ha conocido un decorador desde hace más de cuarenta años. Elevo la mano y me aprieto el puente de la nariz. ¿Cómo demonios llegué hasta este punto?No puedo quedarme en este lugar, me niego a aceptarlo. Saco el móvil de mi bolsillo y me comunico con una de mis amantes. Sé que me bastará pedirlo una sola vez para que me deje quedar en su apartamento.―Candy, que bueno saber de ti…Me cue
Termino de empacar mi última entrega del día. El tiempo no me rinde y si no encuentro de inmediato a la persona que va a ayudarme, me atrasaré con el trabajo y eso, puede ser judicial para mi negocio.―¿Te enteraste del nuevo chisme que se hizo viral en las redes?Ahora estoy tan preocupada que no le presto ninguna atención a mi amiga, pero le respondo de modo automático.―No he tenido tiempo de navegar en la internet.Y es cierto. Tengo la cabeza metida de lleno en mi trabajo y en todas las preocupaciones que me aquejan.―Un millonetis fue atrapado en medio de una orgía, ¿quieres ver el video? ―acerca su móvil, pero ni siquiera me molesto en mirar―. No seas tan mojigata, Goldie, es solo sexo ―vuelve a centrar su atención en el aparato―. Este sujeto es todo un campeón ―suelta un jadeo de asombro y se tapa la boca―. Te juro que estoy por creer que este tipo es un descendiente de Goro ―la miro confusa. ¿De qué está hablando?―. El personaje de Mortal Kombat ―aclara, al ver que no compren
Sonrío una vez que aseguro un techo bajo el cual dormir. Ya veré cómo me las arreglo para convencer a la chica de que soy el tipo apropiado para lo que está buscando. ¿El tipo indicado? Rio y niego con la cabeza. Bueno, al menos en teoría, porque lo que soy yo, no tengo ni la más mínima idea de cómo usar el trapeador. Supongo que una miradita a los videos que están posteados en la internet será suficiente para aprender cómo hacerlo. Dominar el arte de la limpieza debe ser una tarea fácil y sencilla, sobre todo, para un hombre al que los negocios se le han dado como anillo al dedo. Será pan comido para mí. Saco la cartera del bolsillo de mi pantalón y cuento los pocos billetes que quedan en ella. ¡Mierda! Esto no alcanza más que para pagar un boleto en transporte público. Guardo la cartera y me froto la nuca. Esta será mi primera vez en la compleja red del metro de Nueva York. Me dirijo a la estación y una vez en el interior, leo cada cartel que encuentro en mi camino para entender có
Aún no me siento convencida de la decisión que acabo de tomar, pero ya no puedo retractarme. La verdad, es que sigo muy impresionada. ¿Qué hace un hombre como él, aplicando para un trabajo como este?Ni siquiera puedo quitarle los ojos de encima. Es un sujeto muy apuesto, alto, sexy y corpulento. Su mirada es magnética y atrapante.―Gracias, no sabes cuánto te lo agradezco.Me tiende su mano para agradecerme la oportunidad, pero sigo tan desconcertada con lo que está pasando que, ni siquiera me entero de nada, hasta que Ángela me da un pellizco en el brazo que me hace chillar de nuevo y me devuelve a la realidad.―¡Auch! ―me froto la zona con la mano y la acribillo con la mirada―. ¿Pretendes dejarme todo el cuerpo lleno de moretones?Siseo entre dientes, avergonzada por el papelito estúpido que estamos haciendo enfrente de mi nuevo empleado. Rueda los ojos y bufa con fastidio.―Espabila ―me dice cerca de la oreja―. Llévalo al cuarto antes de que se arrepienta y se vaya con otra.Levan
¿Qué narices fue eso? Me quedo mirando la puerta después de que las dos chicas salen de la habitación. ¿En qué demonios estaba pensando? Me paso las dos manos por la cara en señal de frustración. ¿Besarme con mi jefa? Papá y el abuelo, después de todo, quizás tengan razón. ¡No tengo reparos! Joder con tu jefa o alguna empleada de tu trabajo, está fuera de todas las normas éticas y morales. ¿Cierto? No puedes defecar en el mismo plato en el que comes. Bufo arrepentido y camino hacia la cama. Tengo que meterme en la cabeza que esa mujer está prohibida de todas las maneras posibles. No vine a este lugar buscando complicarme la vida, sino a asegurarme un techo bajo el que quedarme mientras pasa la tormenta y encuentro la manera de recuperar mi preciada y cómoda vida. Me siento agotado y también muy hambriento. No ingiero bocado desde que me topé con las chicas en el café. Ellas fueron un destello en medio de la gran oscuridad que ensombrecía mi futuro y amenazaba con arruinar mi vida, m
No puedo dejar de pensar ese cuerpo perfecto y lleno de músculos que es digno de compararse con el de uno de esos feroces gladiadores romanos de fama casi legendaria que luchaban hasta la muerte, animados por el público que los adoraba y por sus entrenadores. Un extraño y súbito cosquilleo se dispersó por todo mi cuerpo y se asentó en el fondo de mi vientre al poner mi mirada en aquella enorme cosa que llevaba entre sus piernas. Desde entonces, no ha dejado de palpitar al mismo ritmo en el que lo hacen los latidos de mi corazón. Es la primera vez que me siento de esta manera. No sé qué es lo que está pasando en mi interior, pero debo ser sincera conmigo misma y reconocer que me gusta; que ese algo desconocido que provoca ese efecto sobre mi vientre, mi estómago y mi corazón; me tiene emocionada y más que entusiasmada. Entonces recuerdo las sabias palabras que dijo mi amiga… <<“Quién quita y puedas vivir tu propia historia romántica y apasionada. Estas son oportunidades que una no de
¿Ahora qué carajos hago con esto? Llevo la mano hasta el enorme bulto que hay debajo de mi toalla y lo froto con desespero. Bufo arrepentido y no, por lo que acaba de pasar con mi nueva jefa, sino porque las pelotas comienzan a dolerme. Me acerco a la cama y pongo sobre ella la ropa que Ángela acaba de darme. Sabrá Dios, de dónde demonios la ha sacado, pero es lo único que tengo. Al terminar de vestirme, tocan a la puerta. ¿Será ella? Meso mi cabello y me acerco para abrirla. Otra vez vuelvo a sentir esa extraña sensación de cosquilleo en el fondo de mi estómago y el ritmo precipitado de los latidos de mi corazón. ¿Qué narices? ―Un momento. Destrabo el seguro y me desinflo como llanta pinchada al ver a la rubia parada frente a mí y no a la mujer que esperaba. ―¿Qué te parece si me acompañas a la cocina y nos comemos algo? No lo dudo ni un solo segundo. Asiento en respuesta y la sigo de cerca. Descubro algo de inmediato que me pone inquieto. Estando con la rubia, que nadie puede n
Me quedo mirando a la rubia como si hubiera perdido la cabeza. ¿Lo está planteando en serio? ―Lo siento, Ángela, pero no puedo prestarme a un juego como ese ―niego con la cabeza―. No me gusta jugar con los sentimientos de las personas ―le digo seguro―. No soy un santo ni pretendo serlo, he tenido muchas amantes, no te lo niego, pero cada una de ellas están conscientes de lo que se trata todo ―le explico con la mejor disposición―. La pasamos bien, disfrutamos el uno del otro, pero al final, cada quien sigue por su camino ―a estas alturas del partido, no voy a cometer los mismos errores que suelen hacer muchos hombres―. No tengo material genético para las relaciones serias, así que tengo que decirte que paso. No pienso hacerle esa jugarreta a tu amiga. Me levanto de la mesa para ir a mi cuarto y recoger mis pocas pertenencias. No me queda otra que, volver a la calle, y defenderme como pueda. Fue bueno mientras duró. ―Espera, Denzel ―me doy la vuelta y la miro a la cara―. Eres justo el