Estoy de regreso y con los capítulos finales de esta romántica historia. Nos leemos mañana.
Sigo tambaleándome a pesar de que estoy sentada en el asiento de copiloto del deportivo de mi prometido. Bajo la mirada y observo nuestras manos unidas y el enorme pedrusco que sobresale entre ellas. ¿Es esto lo que quiero? ―Gonzalo nos está esperando en su oficina. Aquel nombre me recuerda que tengo una conversación pendiente con Ángela, últimamente la he notado muy rara. No sé lo que le pasa, pero espero averiguarlo pronto. ―¿Gonzalo? Levanta nuestras manos unidas y las lleva a su boca para besar cada uno de mis dedos. ―Sí, cariño ―aparta su mirada de la vía por breves segundo y sonríe de esa manera que me hace derretir como el chocolate bajo el fuego―. Él es parte de la siguiente sorpresa que tengo para ti. Me siento mareada. ¿Qué otra locura se le ha ocurrido? ―¿Cuántas sorpresas más me esperan este día, Denzel? Esboza una sonrisa coqueta que hace vibrar todas mis entrañas. ―Quizás… ―vuelve a fijar su mirada en el camino―. Un par de sorpresas más. Bufo, resignada. ¿Quién
La observo desde la distancia y me quedo anonadado con la belleza de mi mujer, su ingenio, su intelecto, pero, sobre todo, con su dulzura y encanto especial. Carajos, ¿quién iba a decir que me iba a enamorar de esta manera? ―Me gusta tu enfoque, Goldie. Le responde Gonzalo con cara de satisfacción al revisar los primeros puntos del plan de campaña que le ha propuesto mi mujer después de que mi amigo le presentara sus objetivos empresariales. Me mantengo sentado en el sillón, mientras los observo trabajar a gusto. Ella se lleva el lápiz a la boca de una manera tan seductora y sensual que me pone duro casi al instante. Por supuesto, ella ignora que cada movimiento que hace me provoca, me seduce, me embelesa. ―¿Qué te parece si abordamos la campaña desde este punto de vista? Me remuevo en el asiento y llevo la mano hasta mi entrepierna para ajustar mi polla que sigue presionando sin cesar contra la cremallera de mi pantalón. No paro de imaginarla con ese lápiz en la boca, vistiendo ún
Dos semana después. Suelto un bostezo y estiro todo mi cuerpo antes de abrir los ojos. El sol entra a raudales por las ventanas y la brisa fresca eleva las cortinas para darme un vistazo del extraordinario paisaje del que puede disfrutarse desde lo alto de la torre. Giro la cara y descubro que el otro lado de la cama está vacío. Extiendo mi brazo y palpo las sábanas con los dedos de mis manos, antes de tirar de una de las almohadas, estrecharla entre mis brazos y aspirar su aroma varonil impregnado en la tela. Sonrío como una tonta enamorada. Cierro los ojos y recuerdo aquella mañana en la que recibí una de las sorpresas más maravillosas de mi vida. ―Despierta, cielo ―sonrío al sentir sus labios, movilizándose por toda mi cara y dejando besos por doquier―. Nos están esperando. Abro un ojo y trato de enfocar la mirada en su cara. ―¿Quién nos espera? Niega con la cabeza y sonríe de esa manera que envía un delicioso cosquilleo por todo mi cuerpo. ―Si te lo digo dejará de ser una
Un mes después. ―Cariño, ¿me oyes? Salgo abruptamente de mis pensamientos al escuchar la voz de mi esposo. ―¿Denzel? Me observa sonriente al verme tan aturdida. ―Un centavo por tus pensamientos. Apoya sus manos en el colchón y se inclina para darme un beso en los labios. Mi rostro arde en rubor al darme cuenta de que he sido pillada con las manos en la masa. ¡Por Dios! ¡Me estoy convirtiendo en una pervertida! No hago más que pensar en sexo. Y, ¿cómo no hacerlo? Mi prometido es el dios del sexo. ―Lo siento, acabo de despertar. Balbuceo lo primero que se me ocurre. ―Tus mejillas están coloradas ―sonríe travieso y coqueto―. ¿Acaso estabas soñando con cosas cochinas y sucias? ―comenta con desparpajo―. No es necesario que me respondas, cariño ―acaricia mi rostro con las yemas de sus dedos―, tus mejillas se acaban de poner mucho más rojas de lo que estaban ―¿puede ser esta situación más bochornosa de lo que ya es?―. Te prometo que, en cuanto nos quedemos solos, volveré a hacerte e
Tres años después. Coloco la pañalera a un lado de la puerta y corro por toda la casa, nervioso y preocupado mientras me aseguro de que no haya olvidado nada. ―Papi, quiero ir con mami. Observo con dulzura a mi preciosa princesa de cabellera castaña que me mira con ojitos ilusionados. ―Déjame terminar de preparar las cosas de tu hermano, Susan, y te prometo que te llevaré con mamita. Dejo un beso en su frente y la levanto en mis brazos. ―¿Daniel también irá con nosotros, papi? Recojo la pañalera del piso, antes de responderle. ―Por supuesto, cariño, a donde va uno vamos todos. Rodea mi cuello con sus bracitos cortos y regordetes. ―Te amo, papito. Aquellas palabras hacen latir mi corazón de felicidad. ―Yo también te amo y te adoro, princesita. En ese instante sale la niñera de la habitación de los niños, cargando con la sillita en la que duerme mi pequeño bebé. ―Todo está listo, señor Carpentier, traigo todo lo que me pidió. Sonrío satisfecho. Padre preparado, vale por do
Observo la hora en el reloj sobre la mesa de noche y noto que están cerca de dar las ocho de la mañana. Me levanto a toda prisa, pero un intenso dolor de cabeza que está a punto de hacerme volar la corteza cerebral me obliga a quedarme sentado al borde de la cama durante algunos minutos más para esperar a que las palpitaciones de mi cerebro se detengan.¿Qué demonios sucedió anoche?Miro a los alrededores y me doy cuenta del enorme desastre que hay en la habitación. Hay un par de botellas de champaña en el suelo, ropa desparramada por lugares inimaginables y platos servidos y a medio comer sobre la mesa. Intento recuperar los recuerdos de lo que sucedió después de dejar mi oficina y dirigirme al club, no obstante, la resaca no me lo permite.Me levanto de la cama y camino como zombi en dirección hasta el cuarto de baño. Saco un par de pastillas del gabinete y las bebo con un poco de agua del chorro. Pongo las manos en la encimera y me observo al espejo. ¿Qué carajos? ¿Quién demonios h
Salgo de aquella oficina con el corazón y el alma hechos pedazo. Mi propia familia acababa de execrarme como si no significara nada para ellos. Entiendo que lo que hice les haya dado motivos suficientes para pensar que no soy capaz de asumir la presidencia de la corporación, pero quitármelo todo para castigarme; es demasiado.Hago un nuevo recorrido por la senda de la derrota y me dirijo hacia el elevador. Oprimo el botón de llamado e ingreso al interior una vez que las puertas se abren. Presiono el botón que me lleva directo hacia el sótano, sin embargo, alguien introduce la mano a través de las puertas y evita que estas se cierren.―Lo siento, señor Carpentier, pero solo cumplo órdenes.Me quedo mirando al chico de seguridad que me observa con pena y lástima.―¿Ahora qué, Bobby?Eleva su mano y se rasca detrás del cuello.―Debo pedirle que me entregue las llaves de su apartamento, la de su auto y el reloj que tiene puesto.Me llevo la gran sorpresa con aquella solicitud. ¿Piensan ar
Abro mi cartera y observo con preocupación el poco efectivo que llevo conmigo. Me froto la frente con mis dedos. ¿Qué voy a hacer ahora? Miro hacia ambos lados de la calle sin saber hacia dónde ir ahora. Pedir ayuda, ya no es una opción, tal como lo dijo Walter, me toca apañármelas solo a partir de este momento.¿Por qué razón están siendo tan extremistas con este castigo?Saco el móvil de mi bolsillo y me quedo mirándolo mientras decido si llamar o no a papá. No pienso pedirles ayuda, voy a demostrarles que puedo hacerlo solo, sin embargo, necesito saber cuál es la razón por la que me han quitado todas las posibilidades de salir adelante por mí mismo.Después de meditarlo por algunos segundos, marco su número y pulso la llamada. Luego de un par de repiques, contesta.―Hijo.El corazón se me estruja al mismo tiempo en que mis ojos se humedecen.―¿Por qué me hacen esto, papá? ―pregunto con un nudo atravesado en mi garganta―. ¿No les parece suficiente con habérmelo quitado todo?Aprieto