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—Uy, culpa mía—. Una voz aguda habló, seguida de una risita. El sonido de la voz de Rebecca Roberts me hizo apretar la mandíbula. Por supuesto que no fue un accidente. Nunca nada lo era con Rebecca.

En cuanto Rebecca se echó a reír, todos en el pasillo siguieron su ejemplo. En cuestión de segundos, todo el pasillo se estaba riendo a carcajadas a mi costa. Sentí que se me saltaban las lágrimas, pero las contuve parpadeando con rapidez.

Fue más que humillante que me pusieran la zancadilla y me echaran leche por la cabeza con casi todo el alumnado mirando. Podía soportar los comentarios groseros, pero no esto. Agaché la cabeza para que nadie viera las lágrimas que tanto me costaba contener. Si las veían, las cosas empeorarían.

—Será mejor que vuelvas a tener cuidado por donde caminas... zorra—. Con eso vi los tacones de Rebecca alejarse de mí. Podía oír la risa molesta de Rebecca todo el camino por el pasillo hasta que sonó la campana de minutos, ahogándola. Afortunadamente el timbre hiz
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