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El sonido atronador de mi despertador me hacía gemir y buscar a tientas el botón de repetición. Los despertadores eran lo peor que se había inventado. Claro que eran vitales para levantarse a tiempo, pero eso no significaba que no fueran lo peor del mundo.

Tuve la tentación de saltarme el despertador. Al fin y al cabo era viernes y no estaba de humor para aguantar tantos comentarios, pero la niña buena que llevaba dentro me decía que me levantara y me preparara. Por mucho que no quisiera escuchar esa voz, lo hice.

Gruñendo por lo bajo, salí de la cama a trompicones y me dirigí a ciegas hacia el cuarto de baño. Sin mirar el reloj supe que eran las 6:15 de la mañana, mi hora habitual. Eso me daba treinta minutos para levantarme lentamente y vestirme antes de llegar a la escuela antes de las siete.

Lavándome la cara miré mi reflejo. No me gustaba la chica que me miraba. No es que me viera diferente. Por fuera parecía la misma pero prácticamente podía ver el peso sobre mis hombros y la fa
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