La ciudad seguía su curso, indiferente al caos en su mente. Marck estaba apoyado contra su auto, con la cabeza baja, el cuerpo tenso y la mente hecha un desastre. No había dormido bien. No podía dormir bien. Cada vez que cerraba los ojos, veía a Sandra alejándose en aquel elevador y él sin hacer nada. No más. No iba a permitir que el miedo lo convirtiera en un cobarde otra vez.Sacó su teléfono con manos temblorosas. Su dedo se deslizó por los contactos, buscando ese nombre que ya tenía grabado en el alma “Sandra”.Exhaló lentamente, el peso de su decisión cayendo sobre él. Si enviaba este mensaje, no habría vuelta atrás. No podía seguir fingiendo que todo estaba bajo control. Su familia lo rechazaría.Aurora desataría su furia. Perdería su posición, lo perdería todo, pero por primera vez, eso no le importaba. Porque ya no podía seguir sin ella.Tecléo con determinación: 📱 Marck: "Necesito verte. He tomado una decisión." ─No dudó. No se permitió pensarlo demasiado. Presionó "enviar
El sonido de sus propios pasos rebotaba en el pasillo vacío del edificio. Marck estaba furioso, preocupado, cada segundo sin respuesta de Sandra era una daga clavándose en su pecho. Tocó la puerta de su apartamento una vez, dos veces y nada. Sacó su teléfono. Llamó. El tono sonó una vez… dos… tres…Buzón de voz. ─Maldita sea. ─Iba a insistir cuando escuchó un ruido detrás de él. Un susurro bajo, una risa controlada. Marck giró la cabeza lentamente… y allí estaba, Akiro Yamada, apoyado contra la pared, con una maldita sonrisa de suficiencia pintada en el rostro. —Vaya, Lion. No te imaginaba tan desesperado. ─Marck apretó los puños. No tenía paciencia para sus juegos. —¿Dónde está Sandra? ─Akiro soltó una carcajada suave. —Oh, Marck… —dijo con falsa compasión—. Sigues pensando que ella es una damisela en apuros, ¿no? ─Marck dio un paso adelante. No iba a tolerar más rodeos. —Te lo preguntaré una última vez. ¿Dónde está? ─Akiro se tomó su tiempo para responder. Se alisó la chaqueta,
El silencio en la sala era abrumador. Sandra estaba sentada en un sillón de cuero, con la espalda recta, pero por dentro se sentía hecha pedazos. Haifa Shalabi no había hablado desde que cruzó la puerta. Él solo la observaba, analizándola, midiéndola. Sandra sostuvo la fotografía entre sus manos.Sus padres, su verdadera familia. Su piel se erizó. Creció sin una sola imagen de su pasado, sin saber de dónde venía y ahora tenía esto, pero no se sentía como un regalo. Se sentía como una condena.—¿Por qué ahora? —preguntó finalmente, con la voz más firme de lo que esperaba. Haifa inclinó la cabeza, entrelazando los dedos sobre la mesa.—Porque ahora es el momento en que debes saber quién eres. ─Sandra no apartó la mirada.—¿Quién soy, entonces? ─El jeque sonrió con calma, pero había algo en su expresión… como si supiera que su siguiente frase cambiaría su vida.—Eres la princesa, Mariam Shalabi Talhuk. ─Su nombre real, Sandra sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar al hombre
El portón de hierro forjado se abrió con su habitual chirrido, pero esta vez, el sonido no tuvo eco. Marck apenas lo escuchó. Manejaba con el rostro desencajado, las ojeras marcadas, los nudillos blancos de tanto apretar el volante. No había dormido. No había comido. Solo pensaba en ella.¿Dónde estás? pensaba mientras sentia como su corazón no había parado de latir desde que salió de la oficina. El vacío en el despacho de ella lo carcomía, y el silencio de su teléfono era un castigo insoportable. Algo estaba mal. Lo sentía en la piel, en los huesos, en cada maldito pensamiento. Detuvo el auto frente a la entrada de la mansión, sin apagar el motor. Sus manos temblaban. Respiró hondo. Estaba a punto de salir cuando el celular vibró con una notificación.No solo una imagen, sino Tres. El remitente era desconocido, pero el mensaje venía con una frase que le heló la sangre: “Parece que el compromiso fue sellado con algo más que un anillo. El amor no espera, Marck Lion.”Abrió la primera i
La cafetería olía a pan de almendra y café recién molido, pero Sandra no saboreaba nada. Solo sentía un nudo en la garganta que le impedía tragar, una opresión en el pecho que le cortaba el aire. Estaba sentada frente a Akiro, en una pequeña mesa junto a la ventana, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el vapor que escapaba de su taza.Él, en cambio, estaba cómodo. Demasiado cómodo. Se quitó la bufanda, se remangó la camisa y la miró como si tuviera todo el tiempo del mundo. Como si nada de lo que había ocurrido le pesara.—¿Vas a decir algo? —preguntó ella al fin, con la voz rasposa. Akiro alzó una ceja.—Te estoy dando espacio. ─Akiro sonrió recordando los titulares que mandó a publicar con sus fotos. En este momento todos deben saber que su prometida es nada más y nada menos que la nieta de Haifar, Shalabi la princesa perdida de los Emiratos Arabe. —No deberías haberme besado. ─Akiro se encogió de hombros. Luego sonrió, como si todo fuera parte de un plan perfectamente e
El silencio era ensordecedor. La habitación estaba en penumbras, solo iluminada por la luz tenue de la ciudad que entraba por la ventana. Sandra estaba sentada en el suelo, con las rodillas contra el pecho y los ojos fijos en el vacío. El abrigo aún colgaba de sus hombros, pero ni siquiera sentía frío. Estaba anestesiada. Había intentado dormir, pero no lo logró. Había intentado llorar, pero ya no le quedaban lágrimas.Observó las fotos desde su movil, penso en el beso robado que hizo que todo se adelantara, sobre el compromiso y sus repercuciones. El apellido que no sentía suyo. El abuelo que apareció con un legado más grande que su alma. El hombre que la amaba, pero no la creía. El que decía quererla, pero la estaba usando, y ella que tenía que tomar decisiones siin lastimar a nadie y esa era la peor parte pues ella solo quería volver al orfanato donde no tenía problemas. A esa cama vieja con las sábanas ásperas. Al rincón donde podía llorar sin que nadie preguntara por qué. A Susan
El aire matutino del pasillo era fresco y gris. Sandra cerró la puerta de su apartamento con las llaves en la mano. No miró atrás. Bajó las escaleras sin prisa. Llamó al primer taxi que vio desde la acera. El chofer, un hombre de mediana edad con voz ronca y mirada amable, le preguntó:—¿A dónde, señorita? —Sandra dio una última mirada al lugar y con pena respondio.—Al aeropuerto privado, hangar 6. —contestó recordando las palabras de Haifa cuando lo llamó para contarle su decision.—¿Viaje importante? —Sandra sonrió débilmente.—Algo así.Durante el trayecto, el chofer encendió la radio. En algún momento sonó una canción que hablaba del amor perdido, de promesas rotas. Sandra cerró los ojos, apoyó la cabeza contra la ventana y se dejó llevar por la tristeza. No dijo ni una palabra más.💓💖💗Marck despertó con el calor del sol acariciándole la cara. Tardó unos segundos en darse cuenta de dónde estaba: el apartamento de Sandra. La noche anterior volvió en un torbellino a su memoria.
El auto negro se deslizaba con elegancia por las calles adoquinadas del corazón de Riad. Sandra, ahora Mariam, iba sentada junto a Haifa en la limusina oficial de la familia. Las luces de la ciudad iluminaban su rostro a través de los cristales oscuros, y el silencio entre ellos era solemne. El destino: la gran gala en la sede de la Fundación Shalabi, donde por primera vez sería presentada oficialmente ante el mundo árabe como la heredera del legado que corría por su sangre.Sandra apretaba los dedos contra su falda, cubierta por su caftán. Su corona discreta descansaba sobre su peinado recogido, y las joyas que llevaba una vez pertenecieron a su madre. A pesar de la elegancia, en su pecho todo era un remolino.—Cuando crucemos esas puertas —dijo Haifa finalmente, con tono bajo pero firme—, no lo harás como una joven confundida. Lo harás como Mariam Shalabi Talhuk, la princesa que vuelve del exilio, que sobrevive, que representa el futuro de nuestra familia. —Sandra asintió en silenci