La cafetería olía a pan de almendra y café recién molido, pero Sandra no saboreaba nada. Solo sentía un nudo en la garganta que le impedía tragar, una opresión en el pecho que le cortaba el aire. Estaba sentada frente a Akiro, en una pequeña mesa junto a la ventana, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el vapor que escapaba de su taza.Él, en cambio, estaba cómodo. Demasiado cómodo. Se quitó la bufanda, se remangó la camisa y la miró como si tuviera todo el tiempo del mundo. Como si nada de lo que había ocurrido le pesara.—¿Vas a decir algo? —preguntó ella al fin, con la voz rasposa. Akiro alzó una ceja.—Te estoy dando espacio. ─Akiro sonrió recordando los titulares que mandó a publicar con sus fotos. En este momento todos deben saber que su prometida es nada más y nada menos que la nieta de Haifar, Shalabi la princesa perdida de los Emiratos Arabe. —No deberías haberme besado. ─Akiro se encogió de hombros. Luego sonrió, como si todo fuera parte de un plan perfectamente e
El silencio era ensordecedor. La habitación estaba en penumbras, solo iluminada por la luz tenue de la ciudad que entraba por la ventana. Sandra estaba sentada en el suelo, con las rodillas contra el pecho y los ojos fijos en el vacío. El abrigo aún colgaba de sus hombros, pero ni siquiera sentía frío. Estaba anestesiada. Había intentado dormir, pero no lo logró. Había intentado llorar, pero ya no le quedaban lágrimas.Observó las fotos desde su movil, penso en el beso robado que hizo que todo se adelantara, sobre el compromiso y sus repercuciones. El apellido que no sentía suyo. El abuelo que apareció con un legado más grande que su alma. El hombre que la amaba, pero no la creía. El que decía quererla, pero la estaba usando, y ella que tenía que tomar decisiones siin lastimar a nadie y esa era la peor parte pues ella solo quería volver al orfanato donde no tenía problemas. A esa cama vieja con las sábanas ásperas. Al rincón donde podía llorar sin que nadie preguntara por qué. A Susan
El aire matutino del pasillo era fresco y gris. Sandra cerró la puerta de su apartamento con las llaves en la mano. No miró atrás. Bajó las escaleras sin prisa. Llamó al primer taxi que vio desde la acera. El chofer, un hombre de mediana edad con voz ronca y mirada amable, le preguntó:—¿A dónde, señorita? —Sandra dio una última mirada al lugar y con pena respondio.—Al aeropuerto privado, hangar 6. —contestó recordando las palabras de Haifa cuando lo llamó para contarle su decision.—¿Viaje importante? —Sandra sonrió débilmente.—Algo así.Durante el trayecto, el chofer encendió la radio. En algún momento sonó una canción que hablaba del amor perdido, de promesas rotas. Sandra cerró los ojos, apoyó la cabeza contra la ventana y se dejó llevar por la tristeza. No dijo ni una palabra más.💓💖💗Marck despertó con el calor del sol acariciándole la cara. Tardó unos segundos en darse cuenta de dónde estaba: el apartamento de Sandra. La noche anterior volvió en un torbellino a su memoria.
El auto negro se deslizaba con elegancia por las calles adoquinadas del corazón de Riad. Sandra, ahora Mariam, iba sentada junto a Haifa en la limusina oficial de la familia. Las luces de la ciudad iluminaban su rostro a través de los cristales oscuros, y el silencio entre ellos era solemne. El destino: la gran gala en la sede de la Fundación Shalabi, donde por primera vez sería presentada oficialmente ante el mundo árabe como la heredera del legado que corría por su sangre.Sandra apretaba los dedos contra su falda, cubierta por su caftán. Su corona discreta descansaba sobre su peinado recogido, y las joyas que llevaba una vez pertenecieron a su madre. A pesar de la elegancia, en su pecho todo era un remolino.—Cuando crucemos esas puertas —dijo Haifa finalmente, con tono bajo pero firme—, no lo harás como una joven confundida. Lo harás como Mariam Shalabi Talhuk, la princesa que vuelve del exilio, que sobrevive, que representa el futuro de nuestra familia. —Sandra asintió en silenci
La luz del sol entraba filtrada por los visillos del gran ventanal de la habitación. Era un resplandor cálido, pero Mariam no lo sentía así. Sus ojos se abrieron lentamente, desorientados por un momento, como si esperara ver su pequeño apartamento en Bélgica y no la fastuosa cama con dosel cubierta de sábanas de algodón egipcio. El techo tenía molduras doradas. Las paredes estaban cubiertas de seda azul y marfil. No había fotos, ni libros en desorden, ni un solo rastro de su vida anterior. Nada que le recordara a Sandra.Solo era Mariam, princesa de la casa Shalabi. Se sentó en la cama con lentitud, apretando los dientes mientras repasaba mentalmente la noche anterior. La presentación, el encuentro con Adil, el inesperado momento con Zayd. Se había ido a dormir con un torbellino de emociones en el pecho, sin saber si debía sentir alivio o terror. Zayd había sido todo lo que no esperaba: paciente, directo, respetuoso, pero aún así, el compromiso estaba allí, como una cadena invisible q
El sonido de los pasos resonaba sobre el mármol blanco mientras Mariam caminaba por el pasillo principal del ala administrativa del palacio. Su túnica de seda real caía con elegancia, arrastrándose levemente tras ella como si quisiera marcar su presencia, y las joyas que adornaban sus muñecas tintineaban con cada movimiento, recordándole el peso que llevaba.Detrás, Lamis avanzaba en silencio, sosteniendo una tablet donde se desplegaba toda la agenda del día, detallada al segundo. Su presencia era firme, eficiente… casi maternal. Mariam ya no se sorprendía de la magnitud de su rutina, pero eso no la hacía menos agotadora.—A las diez, reunión con el Ministro de Cultura. A las doce, almuerzo privado con los inversionistas de la escuela de innovación femenina. A las tres, ensayo general de la presentación de gala —enumeraba Lamis con voz neutral—. Y a las seis... el príncipe Zayd solicitó una audiencia personal contigo en el jardín oeste.Mariam asintió sin detenerse. Ni una sola emoció
El silencio del palacio era distinto al de cualquier otro lugar. No era un vacío. Era una presencia antigua, que observaba desde los muros, que respiraba en las alfombras heredadas y en los cuadros dorados que decoraban los pasillos. Cada piedra del suelo contaba una historia. Zayd Al-Salim lo sabía desde niño. Lo había aprendido con disciplina, con sangre. Esa noche, sin embargo, no caminaba como príncipe, caminaba como hombre. Un hombre que había conocido a su prometida… y que no podía sacarla de la mente.Mariam, no era como la imaginó cuando era niño. No como la describen los documentos, ni las conversaciones entre reyes. Era más real, más fuerte y más herida de lo que nadie sospechaba. Ella no lo amaba, aún no, pero lo miraba como si intentara hacerlo y eso, para Zayd, era suficiente para comenzar.Entró en la sala del consejo privado. Su padre, el rey Omar Al-Salim, lo esperaba con un caftán oscuro y una túnica blanca bajo la prenda ceremonial. A su lado, como ya había acordado,
Las paredes de su habitación estaban llenas de flores frescas, bordados dorados, y telas de colores cálidos. La luna aún no salía, pero en el palacio se sentía como si todo el universo se hubiera detenido para esa noche. Mariam estaba de pie frente al espejo. Tres doncellas la rodeaban, ajustando cada detalle del vestido elegido para la ceremonia del anuncio de compromiso. No era blanco, como el de una boda. Era de un tono marfil, con detalles plateados bordados a mano, inspirado en el atuendo real que había usado su madre en su primer acto diplomático. Su cabello estaba recogido en una trenza elaborada, adornada con perlas. Su cuello desnudo brillaba con el zafiro heredado.Parecía una reina, pero dentro… todavía dolía. “Esta no soy yo”, pensaba. Y al mismo tiempo: “Esta es quien debo ser”. Las doncellas terminaron en silencio. Lamis se acercó con una caja en terciopelo y la abrió frente a ella.—Es el anillo —dijo suavemente—. El príncipe pidió que tú misma lo sostengas hasta el mo