MATT VOELKLEIN.Hace unos días, una corazonada se apoderó de mí, como esas sensaciones inexplicables que te recorren la espina dorsal. Sabía que estábamos al borde de un momento crucial, un instante en el que mis hijos jugarían con el fuego, metafórica y literalmente.No logro recordar si esa premonición fue resultado de algún sueño fugaz que se disolvió entre las responsabilidades cotidianas o simplemente una corriente de conciencia que me alertaba. Pero ahí estaba yo, sentado en el borde de la cama, observando el cielo con una melancolía profunda, como si el destino se revelara ante mis ojos.Mis días compartidos con Amy, mi compañera en esta travesía tumultuosa llamada vida, parecían colarse entre mis dedos como arena fina. Y a pesar de que ella no tenía la menor idea de la tormenta que se avecinaba, decidí tomarme mi tiempo para distraerla, para mantener su mente lejos de la inminente encrucijada que se alzaba en el horizonte.Así que me sumergí en el arte de ocupar su mente, una
ALEX VOELKLEIN.Lanzar una rosa al ataúd de mis padres marcó el punto más oscuro de mi existencia.El cementerio, un lugar donde las sombras se mezclan con la tristeza, se erguía ante mí como un testigo silencioso de mi dolor. Las lápidas parecían susurrar historias de vidas que se extinguieron, mientras los árboles desnudos se alzaban como guardianes melancólicos.La pérdida de mis padres no mostraba huellas de violencia en sus cuerpos.Fueron descubiertos en el interior de uno de los hoteles de Matt, y su imagen yacía en mi mente como una herida abierta. Al adentrarme en los detalles, el recuerdo de su hallazgo se volvía más desgarrador.Imágenes grabadas con precisión quirúrgica: allí estaban, reposando en el suelo, sus cuerpos entrelazados como un último abrazo, aferrándose mutuamente al borde de un sofá.No había rastro de insectos que rondaran su presencia, como si la muerte misma se hubiera detenido a respetar su partida.La pulcritud de sus rostros sin vida contrastaba con la
Es lunes.El sonido insoportable del despertador me hace dar un respingo en el colchón.Ocho y media.—¡Mierda! —mascullo somnolienta.Hago un gran esfuerzo por separar los ojos.Demonios.Me refriego los ojos con los puños cerrados y lanzo un bostezo, el cual retumba en todoel monoambiente. Veo a través de la única ventana que tiene mi piso que el día no sepresenta soleado, brillante y celeste. Las nubes dominan aquel cielo porque se aproximauna gran tormenta.M****a, eso me provoca menos ganas de levantarme y comenzar mi día.Retiro las sábanas de mi cuerpo y las pateo hasta ver que llegan al borde del colchón.Me apoyo sobre mis hombros.«Vamos, Amy, levanta tu estúpido trasero de la cama y ve a trabajar».Debo agradecer que mi trabajo se encuentra debajo de mi pequeño y bonito apartamentoubicado en California y que no tengo que tomar ningún autobús para dirigirme a él.Abro mis ojos por completo y miro hacia mi derecha al escuc
Me ha dejado en visto.Tengo la intención de dejar el móvil y así olvidarme del señor Voelklein.He logrado mi cometido: él quería mi número, se lo di y ya está. No hay por quédesanimarse por algo que sabía que iba a ocurrir. Por supuesto que no voy a esperar unarespuesta de su parte.Me ha dejado con las palomitas azules en mi mensaje y ya está.Lanzo un suspiro.«Adiós, hombre guapo. Fue lindo mientras duró».Termino mi cena.Mi gata duerme feliz luego de comerse la pata de un pollo.Cuando limpio mi pequeño hogar, me siento en el escritorio para empezar a escribir algoque ha estado en mi cabeza todo el día y siento que ya es momento de volcarlo en letrassobre mi computadora. Estoy acostumbrada a escribir relatos, es un desahogo que necesitodescargar. Es una inspiración que solo un extraño ha provocado y que ningún otro hombreha tenido el privilegio de hacer.¿Copa de vino? Lista.¿Protagonista en mente? Listo.¿Mis ganas de
Calmada, necesitas estar calmada.«¡Necesitas estar calmada para ponerte un maldito vaquero en las piernas, Amy! ¡Diosmío!».Mis pensamientos me regañan y yo me dejo llevar por ellos por lo nerviosa que estoy.No sé si arreglarme por la falta de tiempo, por tratar de verme presentable, porque solotengo cuarenta y cinco minutos para estar lista para enfrentarme a ese hombre.«¡Ese hombre que ha recibido mi relato por error! ¡Qué estúpida soy! ¡Despistada!».Nota mental, no tocar el celular cuando estoy en estado de ebriedad, solo si es unaemergencia.Logro colocarme los vaqueros azules, unas botas largas y negras que me llegan hastalas rodillas, las cuales se ajustan a mis piernas, y una camisa blanca abotonada ajustada alcuerpo de manga larga que abrocho por arriba de mis codos. Hoy ha descendido latemperatura, así que me viene perfecta esa prenda. Me dejo el cabello suelto, algo de rímelpara elevar mis pestañas y listo. Nada de base ni
Llegar a mi apartamento, cerrar la puerta y pegar la espalda contra ella, fueron las accionesque me permitieron recobrar el aliento. Ya no estaba su mirada penetrante e intimidantesobre mí. Mi mente está a mil por hora.Fue una propuesta que dejó un buen sabor en mi boca, una que podrá darle un poco deadrenalina a mi vida. Si la rechazaba, podría ser algo estúpido de mi parte.Me saco los zapatos, dejándolos a un costado de la entrada, y me desabotono la camisablanca. Me quedo descalza con los vaqueros puestos y mi sostén blanco por la casa.Recojo mi cabello en una cola alta y me acerco al ventanal. Trato de hacerme una idea delo que el señor Voelklein podrá ofrecerme. No sé si mis sentidos y mis sentimientos esténpreparados para verlo encuerado. No sé con qué me saldrá. Estoy intrigada.Me muerdo el labio inferior al imaginarlo como aquel fragmento que escribí.Le he mentido con cierto descaro al decirle que yo no era la protagonista.
Mi corazón no puede evitar dispararse en cuanto me percato de su sorpresiva presencia. Lasangre me bombea por todo el cuerpo como una especie de adrenalina que poco a pocome regresa a la realidad.Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco.Estoy quieta en un escenario lleno de luces centradas en mí, con mis manos a cada ladode las caderas y con mis ojos grises puestos en él, solo en él.La música ha empezado y yo no soy capaz de moverme.El público comienza a murmurar.Los oigo, lo presiento, sé que lo hacen.Never Tear Us Apart suena de fondo.Doy un paso atrás cuando veo que el señor Voelklein se levanta de su asiento y empiezaa caminar hacia aquí con paso firme, seguro de sí mismo. Viste una camisa negra ajustadaal cuerpo con los dos primeros botones desabrochados, un cinturón con hebilla brillanterodea su cintura y unos pantalones de jeans oscuros apresan sus piernas.¿Qué hace? ¿Por qué viene hacia mí? ¿Por qué
Me acerco a él con paso dudoso, como si realmente me causara nerviosismo tenerlo tancerca.¿Qué demonios hace aquí? ¿Acaso me ha esperado toda la noche? Una punzada deesperanza me irradia el pecho. Quiero ocultar la sonrisa que ha florecido en mis labios, peroes inútil. Verlo me causa tanta sorpresa como felicidad.—¿Qué hace aquí, señor Voelklein? —me atrevo a preguntarle.Me cruzo de brazos una vez que llego frente a él.Me abrazo a mi abrigo, curiosa.Él se incorpora sin dejar de sonreírme, rodea el coche y se posiciona frente a la puertadel conductor.—¿Acaso creía que iba a dejarla sola por si aquel hombre ebrio que se atrevió ainsultarla decidía aparecer otra vez? No iba a permitirlo, señorita Steele —expresa con unaseguridad inquietante—. Vamos, la llevaré al hotel.—¿Qué?—Mañana es domingo. Bueno, ya pasan de las doce, así que ya es domingo. Supongoque usted no trabaja este día, ¿o sí?—No, no trabajo, señor Voelklein.<