Es lunes.
El sonido insoportable del despertador me hace dar un respingo en el colchón.Ocho y media.—¡Mierda! —mascullo somnolienta.Hago un gran esfuerzo por separar los ojos.Demonios.Me refriego los ojos con los puños cerrados y lanzo un bostezo, el cual retumba en todoel monoambiente. Veo a través de la única ventana que tiene mi piso que el día no sepresenta soleado, brillante y celeste. Las nubes dominan aquel cielo porque se aproximauna gran tormenta.M****a, eso me provoca menos ganas de levantarme y comenzar mi día.Retiro las sábanas de mi cuerpo y las pateo hasta ver que llegan al borde del colchón.Me apoyo sobre mis hombros.«Vamos, Amy, levanta tu estúpido trasero de la cama y ve a trabajar».Debo agradecer que mi trabajo se encuentra debajo de mi pequeño y bonito apartamentoubicado en California y que no tengo que tomar ningún autobús para dirigirme a él.Abro mis ojos por completo y miro hacia mi derecha al escuchar el ronronea habitual demi gata Ronny, que se estira y ocupa la mayor parte de mi cama porque acaba dedespertarse, pero no tiene ninguna intención de salir de ella.Ronny tiene el pelaje blanco y sus orejas, patitas y cola grises. Puede llegar a serconfundida con una gata siamés, pero ella y yo sabemos que no lo es, solo aparenta seruna.La adopté en un centro de adopción gatuno. Cuando la vi, fue amor a primera vista.Ella me observa con sus inmensos ojos azules. Tengo ganas de seguir durmiendo a sulado.—Debo ir a trabajar para pagar tu comida. —Me acerco a ella y le acaricio la pancita—.No cabe duda de que soy tu esclava.Salgo de la cama de dos plazas, me pongo de pie, lanzo otro gran bostezo y me veoobligada a arrastrarme hasta mi baño para darme una ducha, cepillarme los dientes y hacerpipí.Termino de hacerlo y me encuentro un poco más despabilada gracias a la ducha. Salgodel baño con una toalla alrededor de mi cabeza y otra alrededor de mi cuerpo. Me preparocafé y enciendo la televisión, justo en las noticias.Uh, atropellaron a alguien en la avenida Maiden Lane. Pobre señora.¡Hurra! ¡Sigue viva! Me alegro por ella.—Y que Diosito le dé muchos cumpleaños más —le digo a la televisión contenta.Ya me he acostumbrado a charlar conmigo misma por las mañanas.¿Acaso estoy loca? Para nada, es sano hablar en voz alta de vez en cuando.Mientras desayuno unos tostados con café, pienso qué pantalón debo colocarme hoy.La cafetería Blue Moon queda debajo de mi monoambiente. Los dueños me alquilan elsitio a un precio razonable en una de las calles más transitadas de California, Santa Mónica.En verano se atasca de gente y en otoño e invierno las personas deciden visitar otrossitios lejos de la playa.Hoy es extraño ver cómo inicia el verano aquella mañana de junio con una gran tormentade nubes pesadas y negras. Puede sentirse la humedad, sobre todo en mi cabello castaño.Me pongo mis vaqueros azules, los que me favorecen, mis converse negros, unacamiseta manga larga blanca y por encima de ella un delantal verde que rodea mi cuello ymi cintura. Este tiene a la altura del corazón su logo; una taza pequeña de café humeante ypor debajo de ella el nombre del sitio. Me dirijo al espejo de cuerpo completo que tengocolgado en una pared de mi casa y repaso mi aspecto en él mientras me recojo el cabellocon mis dedos para hacerme una coleta alta. Acomodo mi flequillo hacia el costado ysuspiro. Mis ojos grises parecen cansados y algo rojizos. No le doy importancia.Trabajar duro me llevará lejos, solo es cuestión de encontrar algo mejor a qué
dedicarme.—Eres lista, bonita y buena persona, nunca te olvides de ello, Amy Steele —me digo amí misma.Repito aquellas palabras que resultan ser un mantra para mí cada mañana.Procuro que mi gata tenga todo lo necesario para sobrevivir este día. Su arenero se halladel todo limpio y tiene comida y agua en sus cuencos, así que está todo bien para quesobreviva un día sin mí. Le doy un beso a la dormilona y me marcho. Cierro la puerta conllave antes de irme.Salgo directo al pasillo que da a la escalera para bajar directo a la calle. Mientras bajo,escucho que la puerta que da al otro monoambiente se abre y sale mi compañero Patrick,que se mueve con lentitud para ponerle llave a su casa. Se da cuenta de mi presencia y mesaluda con la mano. Tiene los ojos marrones algo entrecerrados por el sueño, el cual aúnsigue en su cuerpo.—Verte me dan ganas de vivir —me burlo y lo espero para que bajemos juntos.—¿Sabes qué me daría ganas de vivir? Un aumento de sueldo —me confiesa y empiezaa bajar las escaleras conmigo.Él debe ir detrás de mí porque la escalera no es muy ancha que digamos.Patrick es alto, de cabello oscuro y de cuerpo delgado.—Debes agradecer que nos hacen un favorable descuento por vivir arriba de la cafeteríay que nos den dos días a la semana libres —lo aliento para que no decaiga.—Me gustaría obtener una beca en la universidad y marcharme lejos. Estar trabajandoaquí es como estar atascados, Amy.Aprieto los labios, que decaen hacia un costado. De cierta manera le doy la razón, perocada quien tiene su visión en ello.Cada quien tiene su visión sobre la vida.—¿Sabes algo sobre la beca? —Trato de no tocar el tema laboral.Bajamos hacia la puerta que da a la calle, la cual él abre con su llave.Vivimos en dos monoambientes del sitio. Cuando sales al pasillo, debes bajar por laescalera para llegar a la puerta. No hay ventanas, pero sí ventilas. Las paredes no estánpintadas, tienen un raro gris en ellas, y esa parte es iluminada por un foco que cuelga en lomás alto del techo. Incluso las arañas de las esquinas te saludan con sus ocho patas si nolimpias a menudo. Patrick es mucho más alto que yo y las mata con la escoba para que nome intimiden.Le tengo mucho miedo a las arañas.—No, aún no, pero sigo esperando la confirmación. La ansiedad a veces me gana y nome permite dormir por la noche; pienso en un futuro mejor para mí —contesta apenado ydirige su mirada hacia el cielo con los ojos bien abiertos—. ¡Demonios, qué clima tanperfecto! —exclama como si aquello le hubiera levantado el ánimo.—Eso significa que hoy no habrá muchos clientes y será un día muy tranquilo —lecomento. Entrelazo mi brazo con el suyo y lo miro—. Será un gran día, Patrick.A las 10:35 a.m., el café tiene varias mesas ocupadas con clientes, quienes en vez demirar los televisores colgados en las paradas con el canal de noticias puesto miran el climaa través de los grandes ventanales que dan a la calle asfaltada. Las palmeras se agitan unpoco por la llegada de la gran tormenta. Mi turno es desde las 9:30 a.m. hasta las 2:00 p.m.Salgo e ingreso de nuevo a las 4:30 p.m. hasta las 7:00 p.m. Los fines de semana trabajanotras personas, pero de lunes a viernes trabajamos solo Patrick, Wendy y yo.Wendy es una compañera nueva que inició hace ya un mes y ha logrado desempeñarsea la perfección en el sector de caja. Es excelente para los números. Patrick y yo aúnintentamos sacar las cuentas rápido y entregar todo a la perfección a los clientes. Él y yohemos trabajado en Blue Moon hace ya dos años. Wendy es una joven de cabello negrolleno de rastas largas decoradas con algunos anillos en varias de ellas, una piel pálida yunos ojos negros tan profundos como la noche. Es bellísima. Tiene tatuajes en los brazos yvarias marcas de piercings en la cara. Cuando termina su horario laboral, vuelve acolocárselos. Tiene una perforación en la nariz, uno en el labio inferior y otro en su ceja
izquierda. Es de baja estatura, delgada, joven y muy simpática.—Me encanta cuando todos ya tienen su café y puedo ver las noticias desde elmostrador sin que nadie me interrumpa —me confiesa. Deja caer su mentón sobre la palmade la mano con el codo apoyado en el mostrador y contempla a las personas gozar de sudesayuno—. Este día es perfecto, es como si no trabajaras en realidad.—Digo lo mismo —manifiesto y observo lo mismo que ella—. Me gusta este clima porqueno hay tantos clientes y trabajas sin estrés.Algunas gotas comienzan a caer sobre la vidriera y azotan el cristal poco a poco hastaque el cielo se rompe y por fin la lluvia cae. Llega para quedarse.Algunos clientes deciden marcharse al ver que el clima empieza a empeorar. Toman suspertenencias con rapidez, dejan algo de propina sobre las mesas y se van hacia sus cochespara desaparecer del café. Este sitio tiene un aire vintage; las sillas y mesas son de maderacaoba oscura. Hay varias porque el lugar es amplio. Hay un sector de barras contra unapared y otras pegadas contra los ventanales inmensos. En las paredes de ladrillos a la vistay barnizados, dándole un toque más oscuro y brilloso, cuelgan plantas artificiales y otrasque son de interior, como algunas marantas leuconeras, crotones, helechos frondosos yfrescos, los cuales le dan un aire más natural a la estancia. Cuadros con frases motivadorasadornan los muros y hay un sector de sofás Chesterfield de cuero ecológico con susrespectivas mesas ratonas.Me gusta tener todo bajo control y que ninguna imperfección con respecto a la limpiezase me escape de las manos.Agarro un paño y un rociador para ir a limpiar las mesas desocupadas.Cuando camino en dirección a ellas, la campanita de la puerta suena y advierte que unnuevo cliente ingresó bajo la intensa lluvia torrencial que no logra opacar al ruido. Mis pasosse vuelven algo lentos y mi vista se centra en ese cabello oscuro. Él no tarda en echarlohacia atrás para quitar algunos mechones empapados y pegados de su frente.Sus ojos grises, serios e inexpresivos, se ocupan de buscar algún lugar desocupadopara sentarse. Creo que tiene un mal día, ya que parece estar molesto. Tiene unas cejasgrandes y espesas, que por poco logran hacer que sus ojos pasen desapercibidos, pero séque eso es imposible, pues no podrían ocultarse con facilidad. Encuentra un lugar, se sientay afloja su corbata gris como si lo asfixiara, como si no quisiera saber nada de ella. Apoyasu espalda contra la silla, cierra los ojos agotado y lanza un suspiro que indica que algo estámal en su vida. Al parecer, la silla le queda algo chica, dado que sus piernas están estiradaspara más comodidad. Es alto, muy alto, y parece un muñeco sacado de las revistas detrajes para hombres. Incluso hasta el maletín que lleva en su mano parece carísimo. Su pieles blanca y su mandíbula es recta. En ella hay una barba muy pero muy rebajada. Casiimita una sombra. Nariz respingona y pómulos altos.Es tan atractivo que se me ha quitado el aliento con tan solo verlo.Trago con fuerza.M****a.Gira hacia algún punto del sitio y sus ojos grises me encuentran. Se dio cuenta de que loestudio.Mis piernas flaquean.Aparto la mirada con rapidez y me concentro en mi trabajo.«Concéntrate. Concéntrate, por favor».Dios.Llego a una mesa que está llena de pequeñas servilletas machucadas y una taza blancavacía con restos de café en su interior, manchándola con su amarronado. Tomo unabandeja, desocupo la mesa para dejarla vacía y comienzo a limpiar con el trapo, no sinantes rociarla dos veces.No me atrevo a mirar hacia atrás porque sé qué él está allí.¿Qué demonios me ocurre? Hombres como él no se fijarían en chicas como yo.¿Por qué? No hay un por qué.Seguro ya tiene novia y debe ser preciosa.Debe ser la chica más afortunada del mundo.
Centro mi atención en limpiar aquella mesa como si no lo hubiera hecho ya antes.«Tranquila, Amy, es solo un cliente. Cuando se marche del café, no volverás a verlo y tusnervios se esfumarán».Tengo la maldita costumbre de ponerme así cada vez que ingresa un chico guapo alcafé.Sin embargo, debo admitir que aquel tipo destaca por sí solo.Miro por el rabillo del ojo para ver qué hace y lo único que logro ver es que está con sucelular, con la mandíbula tensa y como si ocultara un gran enojo. Las venas de su cuello sele marcan, sus ojos están bien abiertos puestos en la pantalla de su iPhone y sus dedosteclean con gran agilidad.Que alguien se apiade de aquel que se encuentre detrás de la pantalla.Aún no ha tocado la carta y no tiene intenciones de pedir nada. Tengo el presentimientode que solo ha venido para poder charlar tranquilo a través de su celular.Cuando termino de limpiar las mesas y me percato de que él sigue allí, sentado yenojado, me veo en la obligación de tener que preguntarle qué desea ordenar paradesayunar.Me acomodo el cabello más de lo normal; arreglo mi fleco hacia un costado para queningún mechón travieso haga una revolución en mi apariencia. Me aliso el delantal verdecon las palmas de las manos y saco el anotador y un bolígrafo del bolsillo. Aunque sé quécon otros clientes puedo memorizar los pedidos sin problema alguno, con ese hombre tanintrigante tengo miedo de que se me olvide hasta el apellido.Tomo una bocanada de aire y me acerco a su mesa.—¿Señor? —Mi voz sale como un pitido y tengo ganas de darme una golpiza.El hombre levanta la mirada hacia mí, como si hubiese salido del trance que había entreel móvil y él. Pestañea un par de segundos con sus ojos puestos en los míos.Me estremezco un poco al ver la profundidad de su mirada tan viril.M****a.«Concéntrate, Amy».—¿Puedo prepararle algo para desayunar? —logro preguntarle sin gesto alguno.¿Acaso quiero demostrarle que no me afecta en absoluto?—Sí. —Su voz es gruesa, profunda, sonora y potente—. Un cortado, por favor.Trago con fuerza. Su gesto es tan frío que me sorprende que alguien sea así de distante.—¿Desea algo para comer? —Maldita sea mi voz cantarina—. Porque hay unos ricosbrownies con los que podría acompañar su…Cuando veo que su pantalla se ilumina, mi voz se apaga poco a poco porque sé surespuesta antes de escucharla.—No, gracias. Solo el cortado.No me mira y sus palabras son tan filosas que ahora me siento incómoda por ofrecerlealgo tan simple como un brownie.—Enseguida traeré su café, señor. —No puedo evitar apretar los labios al final de mispalabras.Apenas nota que me marcho a preparar su café.Jamás odié tanto un celular.¿Se imaginan que aquel tipo se hubiese tomado la molestia de mirarme y que hayamostenido un flechazo de cupido?«¡Basta, Amy, ponte a trabajar!».Luego de regañarme a mí misma por llevarme una gran embestida contra la pared, voydetrás de la barra y me acerco a Wendy, que está muy tranquila atendiendo a un par declientes. No me di cuenta de que entraron. Termina de colocar un par de vasos desechablescon café dentro de las bolsas de papel y se las entrega con una sonrisa a dos ancianitosque suelen venir bastante seguido por aquí.—Sí, yo también lo vi —suelta sin mirarme y saluda con la mano a los dos viejitos.—¿Eh? —Me acerco a ella sin saber a qué se refiere.—Que vi cómo estabas mirando a aquel tipo de la mesa ocho, y no te culpo. —Me sonríe
pícara. Ella también le ha echado el ojo—. ¡Su carita parece tallada! ¿Y viste sus brazos?—exclama por lo bajo.Me dirijo a la máquina y selecciono la parte de cortados, no sin antes poner una tazadebajo de ella. Le sonrío a Wendy. Un calor inexplicable me sube a las mejillas.—Tu silencio significa afirmación —susurra.—¿Cómo llevarte la contraria? —La miro a través de mi hombro.—¿Señorita?Me sobresalto al escuchar aquella voz.Cuando me doy vuelta, encuentro al hombre de traje detrás del mostrador. Él meescruta.No puedo evitar remojar mis labios, pues se han secado. Es imposible no ponerme algonerviosa por su presencia.Intrigado, me mira con aquellos ojos grises que demuestran una frialdad que no puedojustificar. Apoya sus manos en el mostrador y espera una respuesta de mi parte.No soy capaz de conectar la boca con el cerebro.—Quiero cancelar el café, ya que debo marcharme, pero ¿puedo pedirle un favor?Qué seriedad—Sí, por supuesto. —Apago la máquina y me acerco a él.Mete la mano en el bolsillo del interior de su traje y saca una tarjeta, la cual me tiendecon dos dedos. Lo miro, analizo la tarjeta y luego mis ojos vuelven a los suyos.—Quería darle mi número para que me haga el favor de tener un café listo antes de quellegue cada mañana —me explica—. ¿Podría hacerlo por mí, por favor? —Frunce divertidosus perfilados y sensuales labios.«¡Amy, no le mires la boca!».Nuestros dedos se rozan un segundo cuando tomo la tarjeta. Me provoca una levecorriente que me recorre el cuerpo como si hubiera tocado un cable suelto.Me siento una estúpida.No puedo evitar mirar su nombre en la tarjeta blanca, de hoja muy gruesa y pequeña. Sunombre en negro resalta.Matt Voelklein.Debajo de él está su número de celular, el correo electrónico y una dirección.—Por supuesto, señor Voelklein. —Leo su apellido, lo observo y asiento.Intento sonar formal, y deseo sonar así, pero mi tono de voz es ronca y algoentrecortada.Voelklein, que apellido tan intenso como su presencia, incluso suena bien cuando lodigo.—Hágame el favor de enviarme un mensaje para que yo pueda agendar su número—me pide con tanta amabilidad que es imposible decirle que no.—Apenas pueda le enviaré un mensaje —le digo para que se quede tranquilo.¿Por qué demonios me falta el aliento?Asiente y deja un par de billetes sobre el mostrador para saldar el café que no bebió.Con una última mirada sobre mí, se marcha del sitio con su maletín y cruza la puerta devidrio.Es cuando se marcha cuando mi respiración vuelve a la normalidad. El corazón mepalpita con fuerza. No puedo dejar de mirar la puerta a pesar de que él ya no está.—¡Dios mío, te gusta! ¡Te he visto desde la cocina!La exclamación de Patrick no se hace tardar y me provoca un respingo. Se posa detrásde mí y me toma por ambos hombros con sus manos.—¿Qué? ¡No!Ruego que mi bobalicona cara no me haya delatado frente a aquel hombre.Patrick y Wendy cruzan miradas divertidas y yo pongo los ojos en blanco.—Te dio su número y no a mí —justifica Wendy y levanta las cejas varias veces.—Porque quiere su café listo antes de pisar el lugar y yo lo he atendido —contraataco.
Dejo caer mi mejilla en la palma de mi mano y me apoyo en el mostrador—. Tiene pinta deser un hombre muy ocupado.—Y sacado de una revista de modelos —agrega y no puede evitar echarse a reír—.Deberías enviarle tu número, así te agenda en su móvil. Tienes una gran excusa para crearun tema de conversación, ¿no crees? —opina ansiosa.—Lo haré más tarde. Yo también estoy ocupada.Me encojo de hombros y acomodo los folletos sobre el mostrador con las ofertas de lasemana.Trato de refugiar mi desinterés en los folletos. Es muy claro: es un desinterés que noexiste si se trata de aquel hombre.—Debo ir al baño —les aviso y me escabullo antes de que vengan más clientes.Aunque lo dudo, porque el clima delata que lloverá todo el día.Llego al baño de empleados después de sacarme el delantal y me encierro en él, no conuna intención de hacer mis necesidades, sino con la intención de agendar el número de esetal Matt Voelklein, que aún merodea por mi cabeza.Llega la noche y al fin me encuentro frente a la puerta de mi apartamento un pocoempapada porque sigue lloviendo a cantaros. La abro luego de saludar con un abrazo aPatrick, mi gata viene a recibirme con su cola levantada y estira sus patitas en mi dirección.—Hola, bonita. —La tomo en mis brazos y cierro la puerta.Hogar, dulce hogar.Pongo algo de música, me preparo la cena y me sirvo una copa de vino. Cada tantotengo que sacar a mi gata, que quiere subirse a la mesada y robarme alguna pata de pollopara la salsa, hasta que a lo último me convence y le pongo una en su tazón, que está ensuelo. La gata, contenta, deja de acecharme y comienza a comer. Pico cebolla y morrón yopto por rayar una zanahoria para no dejarla morir en la nevera. Mientras la salsa se cocina,me siento en la cama con la copa de vino, me la llevo a los labios y miro un rato las redessociales.Trago saliva.¿Debería buscar a Matt Voelklein en I*******m? Mmm, dudo que tenga uno.La tentación de encontrarlo allí me gana y coloco su nombre en el buscador.Automáticamente una cuenta verificada con su nombre me salta primero. Demonios, ¿enserio tiene la cuenta verificada? ¡Esa insignia azul al lado de su nombre me lo indica!«Con que aquí está, señor Voelklein».Fotografías de viajes a Francia en las que no sale él, sino los diferentes paisajes bieneditados; la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo y el interior del Palacio de Versalles.Creo que Matt Voelklein tiene un gran fanatismo por las fotografías porque hay varias dediversos sitios y él no se halla en ellas. Tampoco hay rastros de amigos, novias o incluso dealguna mascota suya. Voy a la parte de etiquetados, donde tus conocidos te etiquetan enalguna fotografía que ellos suben. Es allí donde por fin puedo verlo junto a su grupo deamigos. Él está en un extremo. Viste una camisa tipo polo azul y tiene el cabello igual delargo como lo tenía hoy. Era de noche y había botellas de cerveza sobre una mesa demadera oscura. Es una fotografía sacada en algún patio trasero de una casa. Es un grupode hombres amplios, muy apuestos, pero debo admitir que el señor Voelklein destaca entretodos ellos.Dejo el celular sobre el colchón y corro a ver si la salsa está lista. Llego a tiempo y lasaco del fuego, pongo a hervir agua para los fideos y vuelvo a la cama para seguir con mitarea de detective.Ya son más de las 8:30 p.m. y no sé si enviarle mi número al señor Voelklein para que loregistre y así asegurar que él me envíe un mensaje para que prepare su café.Bueno, por algo me lo ha dado, ¿no?Busco la tarjeta y agendo su número en mi celular. Listo, un paso ya hecho.Voy a W******p y decido enviarle un mensaje para que registre mi número.¿Por qué estoy tan nerviosa?«Relájate, tonta, es solo un mensaje».Me muerdo las uñas al entrar a su chat. Frunzo el ceño, no figura ninguna foto suya en
su perfil.Trago saliva y empiezo a escribir. Ruego que mis dedos no me fallen y coloquen algoque me deje en ridículo.Amy Steele:
Buenas noches, señor Voelklein.Soy la joven que lo ha atendido esta mañana en el café Blue Moon.Le envió un mensaje para que registre mi número.Saludos cordiales.Aprieto enviar y lo releo más de una vez.
¿“Saludos cordiales”? ¿En qué pensaba?Cuando estoy a punto de borrar el mensaje antes de que lo visualice, es demasiadotarde.Él ya lo ha visto.Me ha dejado en visto.Tengo la intención de dejar el móvil y así olvidarme del señor Voelklein.He logrado mi cometido: él quería mi número, se lo di y ya está. No hay por quédesanimarse por algo que sabía que iba a ocurrir. Por supuesto que no voy a esperar unarespuesta de su parte.Me ha dejado con las palomitas azules en mi mensaje y ya está.Lanzo un suspiro.«Adiós, hombre guapo. Fue lindo mientras duró».Termino mi cena.Mi gata duerme feliz luego de comerse la pata de un pollo.Cuando limpio mi pequeño hogar, me siento en el escritorio para empezar a escribir algoque ha estado en mi cabeza todo el día y siento que ya es momento de volcarlo en letrassobre mi computadora. Estoy acostumbrada a escribir relatos, es un desahogo que necesitodescargar. Es una inspiración que solo un extraño ha provocado y que ningún otro hombreha tenido el privilegio de hacer.¿Copa de vino? Lista.¿Protagonista en mente? Listo.¿Mis ganas de
Calmada, necesitas estar calmada.«¡Necesitas estar calmada para ponerte un maldito vaquero en las piernas, Amy! ¡Diosmío!».Mis pensamientos me regañan y yo me dejo llevar por ellos por lo nerviosa que estoy.No sé si arreglarme por la falta de tiempo, por tratar de verme presentable, porque solotengo cuarenta y cinco minutos para estar lista para enfrentarme a ese hombre.«¡Ese hombre que ha recibido mi relato por error! ¡Qué estúpida soy! ¡Despistada!».Nota mental, no tocar el celular cuando estoy en estado de ebriedad, solo si es unaemergencia.Logro colocarme los vaqueros azules, unas botas largas y negras que me llegan hastalas rodillas, las cuales se ajustan a mis piernas, y una camisa blanca abotonada ajustada alcuerpo de manga larga que abrocho por arriba de mis codos. Hoy ha descendido latemperatura, así que me viene perfecta esa prenda. Me dejo el cabello suelto, algo de rímelpara elevar mis pestañas y listo. Nada de base ni
Llegar a mi apartamento, cerrar la puerta y pegar la espalda contra ella, fueron las accionesque me permitieron recobrar el aliento. Ya no estaba su mirada penetrante e intimidantesobre mí. Mi mente está a mil por hora.Fue una propuesta que dejó un buen sabor en mi boca, una que podrá darle un poco deadrenalina a mi vida. Si la rechazaba, podría ser algo estúpido de mi parte.Me saco los zapatos, dejándolos a un costado de la entrada, y me desabotono la camisablanca. Me quedo descalza con los vaqueros puestos y mi sostén blanco por la casa.Recojo mi cabello en una cola alta y me acerco al ventanal. Trato de hacerme una idea delo que el señor Voelklein podrá ofrecerme. No sé si mis sentidos y mis sentimientos esténpreparados para verlo encuerado. No sé con qué me saldrá. Estoy intrigada.Me muerdo el labio inferior al imaginarlo como aquel fragmento que escribí.Le he mentido con cierto descaro al decirle que yo no era la protagonista.
Mi corazón no puede evitar dispararse en cuanto me percato de su sorpresiva presencia. Lasangre me bombea por todo el cuerpo como una especie de adrenalina que poco a pocome regresa a la realidad.Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco.Estoy quieta en un escenario lleno de luces centradas en mí, con mis manos a cada ladode las caderas y con mis ojos grises puestos en él, solo en él.La música ha empezado y yo no soy capaz de moverme.El público comienza a murmurar.Los oigo, lo presiento, sé que lo hacen.Never Tear Us Apart suena de fondo.Doy un paso atrás cuando veo que el señor Voelklein se levanta de su asiento y empiezaa caminar hacia aquí con paso firme, seguro de sí mismo. Viste una camisa negra ajustadaal cuerpo con los dos primeros botones desabrochados, un cinturón con hebilla brillanterodea su cintura y unos pantalones de jeans oscuros apresan sus piernas.¿Qué hace? ¿Por qué viene hacia mí? ¿Por qué
Me acerco a él con paso dudoso, como si realmente me causara nerviosismo tenerlo tancerca.¿Qué demonios hace aquí? ¿Acaso me ha esperado toda la noche? Una punzada deesperanza me irradia el pecho. Quiero ocultar la sonrisa que ha florecido en mis labios, peroes inútil. Verlo me causa tanta sorpresa como felicidad.—¿Qué hace aquí, señor Voelklein? —me atrevo a preguntarle.Me cruzo de brazos una vez que llego frente a él.Me abrazo a mi abrigo, curiosa.Él se incorpora sin dejar de sonreírme, rodea el coche y se posiciona frente a la puertadel conductor.—¿Acaso creía que iba a dejarla sola por si aquel hombre ebrio que se atrevió ainsultarla decidía aparecer otra vez? No iba a permitirlo, señorita Steele —expresa con unaseguridad inquietante—. Vamos, la llevaré al hotel.—¿Qué?—Mañana es domingo. Bueno, ya pasan de las doce, así que ya es domingo. Supongoque usted no trabaja este día, ¿o sí?—No, no trabajo, señor Voelklein.<
En medio de la noche, madrugada, para ser exacta, me hallo con un remolino de ideas queparten en dos mis pensamientos. Trato de procesar lo que acabo de hacer, y es unasensación de incertidumbre que involucra mi futuro, mi presente y pasado.Matt Voelklein me mira directo a los ojos con seriedad y se encoje de hombros sereno.Mi rostro perplejo trata de entender su acción.—¿Acabas de...? —Me llevo las manos al cabello y miro al frente; veo cómo pasan loscoches con sus luces blancas por la carretera—. ¿Qué? ¡¿Por qué?!—No permitiré que esa mujer haga lo que quiera contigo —espeta y enciende elcoche—. No permitiré que le haga eso a cualquier chica, a cualquier ser humano.—Pero… ¡su dinero! —Froto mi frente con los dedos sin poder salir de mi asombro.Mi madre recibirá toda esa cantidad de dinero, y es posible que así me deje en paz.—¿Dinero? —se ríe.Me hundo en mi asiento.Pone el auto en marcha y otra vez nos adentramos en la carretera.
Meterme en aquella cama enorme es una experiencia divina y algo a lo que no estoyacostumbrada a tener para mí. Sí, mi cama es grande, pero no puede igualarse a esta.Tiene un grueso edredón blanco y almohadas que son similares a las nubes.Me meto en la ducha apenas Matt se marcha, ya que tengo un sudor seco que comienzaa irritarme la piel. Me desnudo y me meto en el agua tibia; no tarda en llevarse todo miesfuerzo por aquel baile.Un baile que me llevó a pensar en el señor Voelklein. Dios, aún recuerdo sus ojosmientras veía cada movimiento que hacía. Mis partes íntimas y todos mis sentidos seconvierten en un fuego intenso cuando rememoro su mirada cálida, la cual parece ocultaruna doble intensión.No tardo en meterme desnuda a la cama, aprovecho mi soledad y porque no llevoconmigo un pijama. Todo ha quedado en casa, y eso me hace recordar que mi gata segurose ha adueñado de ella. Me meto en el cálido colchón. Resulta imposible no cerrar l
No.Bueno, sí.Sé que soné muy directa, pero es lo que quiero. Llegamos al hotel con un fin, ¿por qué nosonar como una profesional cuando se trata de escribir un relato bastante íntimo?Demonios, el señor Voelklein me lo propuso, no soy una persona desubicada por pedirle loque quiero.¿Por qué escupió su café a las ocho y cincuenta de la maldita mañana? No importa. Loque sí me importa es que estoy en medio del enorme salón de la habitación ejecutivapreguntándome qué hacer, cohibida y fuera de lugar a la espera de que aparezca. Según él,irá a buscar a su amiga Emily, la chica que follará frente a mis narices.«Sé madura, Amy, vive las experiencias que el mundo te puede dar. No te arrepientas,ya no hay marcha atrás».Lo que me produce un nudo en el estómago es pensar en Matt teniendo relacionessexuales con otra chica. Creo que averiguaré qué siento cuando lo vea con mis propiosojos.Ya hay un anotador y una computadora con la cual t