Capítulo 4

Llegar a mi apartamento, cerrar la puerta y pegar la espalda contra ella, fueron las acciones

que me permitieron recobrar el aliento. Ya no estaba su mirada penetrante e intimidante

sobre mí.

Mi mente está a mil por hora.

Fue una propuesta que dejó un buen sabor en mi boca, una que podrá darle un poco de

adrenalina a mi vida. Si la rechazaba, podría ser algo estúpido de mi parte.

Me saco los zapatos, dejándolos a un costado de la entrada, y me desabotono la camisa

blanca. Me quedo descalza con los vaqueros puestos y mi sostén blanco por la casa.

Recojo mi cabello en una cola alta y me acerco al ventanal. Trato de hacerme una idea de

lo que el señor Voelklein podrá ofrecerme. No sé si mis sentidos y mis sentimientos estén

preparados para verlo encuerado. No sé con qué me saldrá. Estoy intrigada.

Me muerdo el labio inferior al imaginarlo como aquel fragmento que escribí.

Le he mentido con cierto descaro al decirle que yo no era la protagonista.

Me miro los dedos entrelazados, que juguetean el uno con el otro, pensativa.

¿Por qué ha decidido ayudarme en mis narraciones?

Me estremezco al pensar en él, incluso mis mejillas se incendian con tan solo recordar

sus ojos grises. Ese rostro suyo que podría erizar la piel de cualquiera que lo viera.

Mi celular suena en mi bolsillo delantero de mi pantalón y hace vibrar un poco mi cintura.

Frunzo el ceño.

Deseo que sea el señor Voelklein, pero una punzada de decepción me golpea el pecho

al ver que no se trata de él.

Es un mensaje de texto de Beatriz.

Amy, hoy a las 00:00 horas. Sin excepción.

Cierro los ojos con un gran pesar. No quiero saber nada de ello, pero otra opción no

tengo.

El club nocturno Zinza está ubicado a un par de calles de la playa, así que está en el

radio de los lugares más transitados de Santa Monica y más visitados. Recibe montones de

dinero por noche, pues su exclusividad y sus shows privados son carísimos. Son para nada

accesibles. Debes tener un apellido valioso, justificable, famoso y mucho dinero como para

pagar una hora de show.

Y yo, por obligación, soy la protagonista de la noche junto con otras chicas que están allí

porque no tienen otra opción o porque necesitan ver muchos verdes por una noche.

Ingreso por la puerta trasera que está ubicada en un callejón muy poco iluminado y en

donde la mayoría decide tirar su b****a cada vez que tienen oportunidad. Subo los tres

escalones de la entrada y toco tres veces con el puño cerrado. La rendija en el centro de la

puerta se desliza hacia un costado, dejándome ver los ojos oscuros y saltones de Daniel.

Se entrecierran un poco al ver que la que ha tocado soy yo.

—¿No crees que es un poco tarde, Amy?

Pongo los ojos en blanco.

—Por favor, pasaron catorce minutos desde las cero horas —respondo tajante.

—A Beatriz no le gustará.

—No es tarde.

—El espectáculo inició a las 00:00 horas.

—Tardaré aún más en cambiarme si tú no decides abrir la puerta, Daniel.

Me cruzo de brazos sin poder evitar golpear con uno de mis pies el suelo, lo que provoca

un sonido hueco contra el cemento.

Entorna los ojos, cierra la rendija y abre la puerta luego de sacarle el seguro.

—Pasa, niña —masculla.

Aquel sujeto que se ocupa de abrirme la puerta todos los sábados por la noche tiene casi

la misma estatura que el umbral. Tiene un traje negro y una corbata gris, cabello rizado

oscuro y una sonrisa tan encantadora que a veces con tan solo verla te renueva el ánimo.

—¡Mi Dani! —Le sonrío.

Lo embisto con un abrazo, el cual me corresponde con la misma alegría que yo.

—Corre antes de que Beatriz te regañe —advierte después de soltarme.

Asiento y me marcho.

La música electrónica me retumba en el pecho y da la sensación de que las paredes

zumban también por lo alto que suena. Salgo directo a un amplio pasillo con diversas

puertas que te dirigen a una habitación diferente, llego a la que me interesa y abro la puerta.

—¡Tarde!

El grito me hace dar cuenta de su presencia antes de abrir la puerta por completo.

La observo; está sentada detrás de su escritorio. Arrugo la nariz. Su despacho huele a

cigarro y alcohol. Hay humo, lo veo. Las paredes rojas hacen que se note aún peor. Ni la

ventila logra ventilar aquel cuartito de muerte. Aplasta la colilla del cigarro sobre el cenicero

con sus ojos comiéndome viva, furiosa. Tiene el cabello canoso en las raíces y luego todo

se vuelve un manto castaño. Sus ojos verdes y agitados se clavan sobre mí. Me abrazo

para decirme que todo marcha bien. Su rostro está lleno de arrugas. La edad y el tiempo no

fueron amables con ella.

—¡Tarde, tarde y tarde! ¡Siempre tarde! —Sus gritos roncos me estremecen—. ¡Estoy

harta de tu indisciplina! ¡Eres una…!

Una tos interrumpe sus palabras. Es seca, dolorosa y puedo presentir que le ha raspado

la garganta.

Aprieto los labios.

Mi vista se desvía y me aferro a que sus gritos no me hieren.

«Soy fuerte, soy fuerte, puedo con esto. No oigas sus palabras. Tú eres maravillosa,

Amy. Tú lo eres».

—¡Vístete! ¡Cámbiate! ¡Espero recibir una buena paga de ti!

Asiento en silencio por única vez con un nudo en el pecho, tomo la manija del picaporte y

cierro la puerta. En cuanto la cierro, tomo una bocanada de aire y reprimo las ganas de

llorar.

—Si lloras, le darás el placer de verte afectada y dolida. No lo hagas.

Miro hacia mi derecha y me encuentro con Jessica. El pasillo está a oscuras y las únicas

luces que ingresan en él son las de su final, donde se halla la subida del escenario. Veo su

hermosa silueta con la espalda pegada contra la pared mientras le da una calada al cigarro.

—Ella no me afecta—miento y me acerco a ella.

Jessica me ofrece una calada. La rechazo con un movimiento de mano.

—Sabes que no fumo —le recuerdo.

—Te ofrezco por si algún día cambias de opinión.

Ambas nos encaminamos hacía la puerta del vestuario y ella se detiene cuando llegamos

frente a esta.

—Es mi turno de salir al escenario. —Se acerca y me analiza—. Solo quería procurar

que estuvieras bien, Amy.

Jessica es la que más edad tiene de todas. Es mi profesora de pole dance desde los

doce años. Se trata de un baile cuyo elemento principal es una barra vertical fija sobre el

que el bailarín o bailarina realiza su actividad. Mi profesora aún tiene aquella melena rojo

fuego desde que la conocí y piel morena tan hermosa que no parece ser afectada por el

pasar de los años. Es alta, robusta y sensual.

—Estoy bien, en serio.

Me mira un poco más, preocupada, pero al rato asiente, me da un apretón en el hombro

y se encamina al escenario con una postura profesional.

Beatriz ha sexualizado el deporte más hermoso que puede existir. No solo ella, sino el

mundo.

Arruinó lo más bonito que tenía y lo convirtió en una gran responsabilidad.

Donde encontraba placer, ahora encuentro frustración y asco.

Con mi vestuario puesto y luego de calentar, debo salir a escena. Camino por el pasillo

con la mirada hacia el frente seria. Mis manos están entrelazadas contra mi vientre.

También estoy nerviosa. No es algo que no estoy acostumbrada a hacer, pero cada vez que

salgo al escenario siempre hay un hombre distinto. Llevo puesto un top blanco sin tiras que

solo cubre y levanta mis pechos, un short blanco de encaje que aprieta mi trasero y calzo

unos zapatos de tacón de aguja. Sé utilizarlos con agilidad y sin problemas.

Que se pudra Beatriz, no voy a ponerme bragas que son similares al hilo dental para que

ellos tengan el descaro de imaginarme en diferentes poses sexuales mientras hacen

asquerosidades con mi cuerpo como si fuera un maldito objeto al que ellos pueden acceder

por el simple hecho de ser hombres.

Los odio, me dan asco.

Warren, el presentador de baja estatura, se me acerca con el micrófono en mano.

—¿Lista, Ángel? —indaga sonriente.

No le correspondo la alegría, solo asiento con la cabeza y él imita mi gesto. Sube al

escenario, hace breves saltos sobre los escalones y da por finalizado el baile de una de las

chicas.

Las luces blancas se ocupan de iluminar el espacio destinado a la representación con

sus focos altos y redondos. El telón rojo de terciopelo pesado se abre una vez más luego de

que los aplausos cesaran por la anterior presentación.

Mindy, una bailarina simpática, choca los cinco conmigo en forma de saludo y se aleja

después de bajar del escenario.

—¡Deben admitir que ella es hermosa! ¡Tiene un rostro angelical y su apodo le hace

justicia! —habla Warren con el micrófono pegado a la boca—. ¡Está aquí para

deslumbrarlos y para maravillarlos! ¡Se irán a casa con los pantalones empapadas porque

estremecerá y excitará a más de uno! ¡Ustedes saben que ella es única!

Aplausos y risas de hombres ricos es lo que escucho y me ensordece. Me abrazo.

Warren es un estúpido.

—¡Quiero que reciban con un fuerte aplauso a Ángel, la bailarina más exótica de toda

California! —señala con su mano en mi dirección.

Subo al escenario con una radiante y falsa sonrisa. Aplausos, chiflidos y halagos recibo

por parte de ellos y una que otra mujer.

El público está a oscuras, pero me es inevitable no verlo entre las personas.

Él destaca por sí solo.

Matt Voelklein aplaude en mi dirección sentado en una butaca alta junto a la barra, listo

para ver el espectáculo que estoy a punto de darle.

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