Llegar a mi apartamento, cerrar la puerta y pegar la espalda contra ella, fueron las acciones
que me permitieron recobrar el aliento. Ya no estaba su mirada penetrante e intimidantesobre mí.Mi mente está a mil por hora.
Fue una propuesta que dejó un buen sabor en mi boca, una que podrá darle un poco deadrenalina a mi vida. Si la rechazaba, podría ser algo estúpido de mi parte.Me saco los zapatos, dejándolos a un costado de la entrada, y me desabotono la camisablanca. Me quedo descalza con los vaqueros puestos y mi sostén blanco por la casa.Recojo mi cabello en una cola alta y me acerco al ventanal. Trato de hacerme una idea delo que el señor Voelklein podrá ofrecerme. No sé si mis sentidos y mis sentimientos esténpreparados para verlo encuerado. No sé con qué me saldrá. Estoy intrigada.Me muerdo el labio inferior al imaginarlo como aquel fragmento que escribí.Le he mentido con cierto descaro al decirle que yo no era la protagonista.Me miro los dedos entrelazados, que juguetean el uno con el otro, pensativa.¿Por qué ha decidido ayudarme en mis narraciones?Me estremezco al pensar en él, incluso mis mejillas se incendian con tan solo recordarsus ojos grises. Ese rostro suyo que podría erizar la piel de cualquiera que lo viera.Mi celular suena en mi bolsillo delantero de mi pantalón y hace vibrar un poco mi cintura.Frunzo el ceño.Deseo que sea el señor Voelklein, pero una punzada de decepción me golpea el pechoal ver que no se trata de él.Es un mensaje de texto de Beatriz.Amy, hoy a las 00:00 horas. Sin excepción.Cierro los ojos con un gran pesar. No quiero saber nada de ello, pero otra opción notengo.El club nocturno Zinza está ubicado a un par de calles de la playa, así que está en elradio de los lugares más transitados de Santa Monica y más visitados. Recibe montones dedinero por noche, pues su exclusividad y sus shows privados son carísimos. Son para nadaaccesibles. Debes tener un apellido valioso, justificable, famoso y mucho dinero como parapagar una hora de show.Y yo, por obligación, soy la protagonista de la noche junto con otras chicas que están allíporque no tienen otra opción o porque necesitan ver muchos verdes por una noche.Ingreso por la puerta trasera que está ubicada en un callejón muy poco iluminado y endonde la mayoría decide tirar su b****a cada vez que tienen oportunidad. Subo los tresescalones de la entrada y toco tres veces con el puño cerrado. La rendija en el centro de lapuerta se desliza hacia un costado, dejándome ver los ojos oscuros y saltones de Daniel.Se entrecierran un poco al ver que la que ha tocado soy yo.—¿No crees que es un poco tarde, Amy?Pongo los ojos en blanco.—Por favor, pasaron catorce minutos desde las cero horas —respondo tajante.—A Beatriz no le gustará.—No es tarde.—El espectáculo inició a las 00:00 horas.—Tardaré aún más en cambiarme si tú no decides abrir la puerta, Daniel.Me cruzo de brazos sin poder evitar golpear con uno de mis pies el suelo, lo que provocaun sonido hueco contra el cemento.Entorna los ojos, cierra la rendija y abre la puerta luego de sacarle el seguro.—Pasa, niña —masculla.Aquel sujeto que se ocupa de abrirme la puerta todos los sábados por la noche tiene casila misma estatura que el umbral. Tiene un traje negro y una corbata gris, cabello rizadooscuro y una sonrisa tan encantadora que a veces con tan solo verla te renueva el ánimo.—¡Mi Dani! —Le sonrío.Lo embisto con un abrazo, el cual me corresponde con la misma alegría que yo.—Corre antes de que Beatriz te regañe —advierte después de soltarme.Asiento y me marcho.La música electrónica me retumba en el pecho y da la sensación de que las paredes
zumban también por lo alto que suena. Salgo directo a un amplio pasillo con diversaspuertas que te dirigen a una habitación diferente, llego a la que me interesa y abro la puerta.—¡Tarde!El grito me hace dar cuenta de su presencia antes de abrir la puerta por completo.La observo; está sentada detrás de su escritorio. Arrugo la nariz. Su despacho huele acigarro y alcohol. Hay humo, lo veo. Las paredes rojas hacen que se note aún peor. Ni laventila logra ventilar aquel cuartito de muerte. Aplasta la colilla del cigarro sobre el cenicerocon sus ojos comiéndome viva, furiosa. Tiene el cabello canoso en las raíces y luego todose vuelve un manto castaño. Sus ojos verdes y agitados se clavan sobre mí. Me abrazopara decirme que todo marcha bien. Su rostro está lleno de arrugas. La edad y el tiempo nofueron amables con ella.—¡Tarde, tarde y tarde! ¡Siempre tarde! —Sus gritos roncos me estremecen—. ¡Estoyharta de tu indisciplina! ¡Eres una…!Una tos interrumpe sus palabras. Es seca, dolorosa y puedo presentir que le ha raspadola garganta.Aprieto los labios.Mi vista se desvía y me aferro a que sus gritos no me hieren.«Soy fuerte, soy fuerte, puedo con esto. No oigas sus palabras. Tú eres maravillosa,Amy. Tú lo eres».—¡Vístete! ¡Cámbiate! ¡Espero recibir una buena paga de ti!Asiento en silencio por única vez con un nudo en el pecho, tomo la manija del picaporte ycierro la puerta. En cuanto la cierro, tomo una bocanada de aire y reprimo las ganas dellorar.—Si lloras, le darás el placer de verte afectada y dolida. No lo hagas.Miro hacia mi derecha y me encuentro con Jessica. El pasillo está a oscuras y las únicasluces que ingresan en él son las de su final, donde se halla la subida del escenario. Veo suhermosa silueta con la espalda pegada contra la pared mientras le da una calada al cigarro.—Ella no me afecta—miento y me acerco a ella.Jessica me ofrece una calada. La rechazo con un movimiento de mano.—Sabes que no fumo —le recuerdo.—Te ofrezco por si algún día cambias de opinión.Ambas nos encaminamos hacía la puerta del vestuario y ella se detiene cuando llegamosfrente a esta.—Es mi turno de salir al escenario. —Se acerca y me analiza—. Solo quería procurarque estuvieras bien, Amy.Jessica es la que más edad tiene de todas. Es mi profesora de pole dance desde losdoce años. Se trata de un baile cuyo elemento principal es una barra vertical fija sobre elque el bailarín o bailarina realiza su actividad. Mi profesora aún tiene aquella melena rojofuego desde que la conocí y piel morena tan hermosa que no parece ser afectada por elpasar de los años. Es alta, robusta y sensual.—Estoy bien, en serio.Me mira un poco más, preocupada, pero al rato asiente, me da un apretón en el hombroy se encamina al escenario con una postura profesional.Beatriz ha sexualizado el deporte más hermoso que puede existir. No solo ella, sino elmundo.Arruinó lo más bonito que tenía y lo convirtió en una gran responsabilidad.Donde encontraba placer, ahora encuentro frustración y asco.Con mi vestuario puesto y luego de calentar, debo salir a escena. Camino por el pasillocon la mirada hacia el frente seria. Mis manos están entrelazadas contra mi vientre.También estoy nerviosa. No es algo que no estoy acostumbrada a hacer, pero cada vez quesalgo al escenario siempre hay un hombre distinto. Llevo puesto un top blanco sin tiras quesolo cubre y levanta mis pechos, un short blanco de encaje que aprieta mi trasero y calzounos zapatos de tacón de aguja. Sé utilizarlos con agilidad y sin problemas.Que se pudra Beatriz, no voy a ponerme bragas que son similares al hilo dental para que
ellos tengan el descaro de imaginarme en diferentes poses sexuales mientras hacenasquerosidades con mi cuerpo como si fuera un maldito objeto al que ellos pueden accederpor el simple hecho de ser hombres.Los odio, me dan asco.Warren, el presentador de baja estatura, se me acerca con el micrófono en mano.—¿Lista, Ángel? —indaga sonriente.No le correspondo la alegría, solo asiento con la cabeza y él imita mi gesto. Sube alescenario, hace breves saltos sobre los escalones y da por finalizado el baile de una de laschicas.Las luces blancas se ocupan de iluminar el espacio destinado a la representación consus focos altos y redondos. El telón rojo de terciopelo pesado se abre una vez más luego deque los aplausos cesaran por la anterior presentación.Mindy, una bailarina simpática, choca los cinco conmigo en forma de saludo y se alejadespués de bajar del escenario.—¡Deben admitir que ella es hermosa! ¡Tiene un rostro angelical y su apodo le hacejusticia! —habla Warren con el micrófono pegado a la boca—. ¡Está aquí paradeslumbrarlos y para maravillarlos! ¡Se irán a casa con los pantalones empapadas porqueestremecerá y excitará a más de uno! ¡Ustedes saben que ella es única!Aplausos y risas de hombres ricos es lo que escucho y me ensordece. Me abrazo.Warren es un estúpido.—¡Quiero que reciban con un fuerte aplauso a Ángel, la bailarina más exótica de todaCalifornia! —señala con su mano en mi dirección.Subo al escenario con una radiante y falsa sonrisa. Aplausos, chiflidos y halagos recibopor parte de ellos y una que otra mujer.El público está a oscuras, pero me es inevitable no verlo entre las personas.Él destaca por sí solo.Matt Voelklein aplaude en mi dirección sentado en una butaca alta junto a la barra, listopara ver el espectáculo que estoy a punto de darle.Mi corazón no puede evitar dispararse en cuanto me percato de su sorpresiva presencia. Lasangre me bombea por todo el cuerpo como una especie de adrenalina que poco a pocome regresa a la realidad.Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco.Estoy quieta en un escenario lleno de luces centradas en mí, con mis manos a cada ladode las caderas y con mis ojos grises puestos en él, solo en él.La música ha empezado y yo no soy capaz de moverme.El público comienza a murmurar.Los oigo, lo presiento, sé que lo hacen.Never Tear Us Apart suena de fondo.Doy un paso atrás cuando veo que el señor Voelklein se levanta de su asiento y empiezaa caminar hacia aquí con paso firme, seguro de sí mismo. Viste una camisa negra ajustadaal cuerpo con los dos primeros botones desabrochados, un cinturón con hebilla brillanterodea su cintura y unos pantalones de jeans oscuros apresan sus piernas.¿Qué hace? ¿Por qué viene hacia mí? ¿Por qué
Me acerco a él con paso dudoso, como si realmente me causara nerviosismo tenerlo tancerca.¿Qué demonios hace aquí? ¿Acaso me ha esperado toda la noche? Una punzada deesperanza me irradia el pecho. Quiero ocultar la sonrisa que ha florecido en mis labios, peroes inútil. Verlo me causa tanta sorpresa como felicidad.—¿Qué hace aquí, señor Voelklein? —me atrevo a preguntarle.Me cruzo de brazos una vez que llego frente a él.Me abrazo a mi abrigo, curiosa.Él se incorpora sin dejar de sonreírme, rodea el coche y se posiciona frente a la puertadel conductor.—¿Acaso creía que iba a dejarla sola por si aquel hombre ebrio que se atrevió ainsultarla decidía aparecer otra vez? No iba a permitirlo, señorita Steele —expresa con unaseguridad inquietante—. Vamos, la llevaré al hotel.—¿Qué?—Mañana es domingo. Bueno, ya pasan de las doce, así que ya es domingo. Supongoque usted no trabaja este día, ¿o sí?—No, no trabajo, señor Voelklein.<
En medio de la noche, madrugada, para ser exacta, me hallo con un remolino de ideas queparten en dos mis pensamientos. Trato de procesar lo que acabo de hacer, y es unasensación de incertidumbre que involucra mi futuro, mi presente y pasado.Matt Voelklein me mira directo a los ojos con seriedad y se encoje de hombros sereno.Mi rostro perplejo trata de entender su acción.—¿Acabas de...? —Me llevo las manos al cabello y miro al frente; veo cómo pasan loscoches con sus luces blancas por la carretera—. ¿Qué? ¡¿Por qué?!—No permitiré que esa mujer haga lo que quiera contigo —espeta y enciende elcoche—. No permitiré que le haga eso a cualquier chica, a cualquier ser humano.—Pero… ¡su dinero! —Froto mi frente con los dedos sin poder salir de mi asombro.Mi madre recibirá toda esa cantidad de dinero, y es posible que así me deje en paz.—¿Dinero? —se ríe.Me hundo en mi asiento.Pone el auto en marcha y otra vez nos adentramos en la carretera.
Meterme en aquella cama enorme es una experiencia divina y algo a lo que no estoyacostumbrada a tener para mí. Sí, mi cama es grande, pero no puede igualarse a esta.Tiene un grueso edredón blanco y almohadas que son similares a las nubes.Me meto en la ducha apenas Matt se marcha, ya que tengo un sudor seco que comienzaa irritarme la piel. Me desnudo y me meto en el agua tibia; no tarda en llevarse todo miesfuerzo por aquel baile.Un baile que me llevó a pensar en el señor Voelklein. Dios, aún recuerdo sus ojosmientras veía cada movimiento que hacía. Mis partes íntimas y todos mis sentidos seconvierten en un fuego intenso cuando rememoro su mirada cálida, la cual parece ocultaruna doble intensión.No tardo en meterme desnuda a la cama, aprovecho mi soledad y porque no llevoconmigo un pijama. Todo ha quedado en casa, y eso me hace recordar que mi gata segurose ha adueñado de ella. Me meto en el cálido colchón. Resulta imposible no cerrar l
No.Bueno, sí.Sé que soné muy directa, pero es lo que quiero. Llegamos al hotel con un fin, ¿por qué nosonar como una profesional cuando se trata de escribir un relato bastante íntimo?Demonios, el señor Voelklein me lo propuso, no soy una persona desubicada por pedirle loque quiero.¿Por qué escupió su café a las ocho y cincuenta de la maldita mañana? No importa. Loque sí me importa es que estoy en medio del enorme salón de la habitación ejecutivapreguntándome qué hacer, cohibida y fuera de lugar a la espera de que aparezca. Según él,irá a buscar a su amiga Emily, la chica que follará frente a mis narices.«Sé madura, Amy, vive las experiencias que el mundo te puede dar. No te arrepientas,ya no hay marcha atrás».Lo que me produce un nudo en el estómago es pensar en Matt teniendo relacionessexuales con otra chica. Creo que averiguaré qué siento cuando lo vea con mis propiosojos.Ya hay un anotador y una computadora con la cual t
Su rostro está muy cerca del mío. Me vibran las piernas y me tiembla el corazón.No sé por qué aquel hombre me pone el cuerpo hecho una locura. Procura que todosmis sentidos se vean vencidos por su cercanía.—Busque en la literatura herramientas donde pueda conseguir cómo se siente serbesada y tocada. Cada sensación, cada explosión expresada en palabras. —Acaricia sunariz con la mía y logra que aquel gesto sea algo embriagador—. Busque la verosimilitud enhechos que podrían faltarle al respeto a eso que no se puede explicar con letras.—¿Y qué pretende que haga con lo que escribo? ¿Acaso pierden validez mis relatos porno haber experimentado el sexo? —susurro y contraigo mis labios lo más alejados de él, yaque, si saco un poco más, podría besarlo—. No puede controlar mis escritos. Los libros queleo son suficiente como para darme una idea de lo que es el sexo y el erotismo.Sus ojos suben y bajan a cada momento a mis labios y luego a mis
El comienzo de la semana me resulta espantoso. Empecé a trabajar más temprano en elBlue Moon y estamos atascados de clientes. Ya me quemé con café por tercera vez en lasmuñecas. Estoy a toda prisa; atiendo, tomo pedidos y cobro en caja. Cambio y vuelvo aatender. Me olvido de lo que me piden y les pido, por favor, que me lo repitan. La clientelaestá difícil. En mi mente solo merodea el nombre Matt Voelklein y con él todas las imágenesplacenteras del fin de semana. Él comprando el club nocturno Zinza, él en mis relatos contra un ventanal y, sobre todo,en mi pecho entre juegos. Me tenso, lo recuerdo, me ruborizo y meneo la cabeza. Lashormonas, son las hormonas.No he recibido ningún mensaje suyo, y no es que me preocupe. Somos un equipo detrabajo. Sí, así puedo decirlo. Eso me da tranquilidad. Decir que es mi musa me tensa, meprovoca un revoltijo nervioso en el estómago. Él es todo lo que quiero, pero no me ve comoalgo más, y lo entien
Bebe y observa su bebida con desinterés, como si no acabara de ofrecer la vida de un serhumano al mejor postor, como si el dinero fuera el pecado que enerva su sangre, queacrecienta su idiotez y que ciega su razón. Me llego a plantear incluso si es mi culpa y enqué momento fallé como hija para terminar vendida a alguien que me vio bailar alguna vezen aquel polvoriento club. Nunca conocí la protección de mi madre, solo la de mi abuela,que fue la calidez y la sonrisa de mi desolada existencia. Una mujer independiente, brillantey de hermoso ser que pagaba mis clases de baile, me iba a ver en cada ensayo y nuncafaltaba a ningún recital de la escuela. Siempre despreció a Beatriz por sus malas decisionesy me alejó de sus mañas adictivas, como drogas y noches de ausencia. Siempre supedónde estuvo mi madre mientras mis abuelos me criaban.—¿Cómo pudiste hacerme esto? —Aprieto los dientes, me duelen, y las lágrimasqueman mis ojos—. ¡¿Qué te hice?! ¡