Mi corazón no puede evitar dispararse en cuanto me percato de su sorpresiva presencia. La
sangre me bombea por todo el cuerpo como una especie de adrenalina que poco a pocome regresa a la realidad.Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco.Estoy quieta en un escenario lleno de luces centradas en mí, con mis manos a cada ladode las caderas y con mis ojos grises puestos en él, solo en él.La música ha empezado y yo no soy capaz de moverme.El público comienza a murmurar.Los oigo, lo presiento, sé que lo hacen.Never Tear Us Apart suena de fondo.Doy un paso atrás cuando veo que el señor Voelklein se levanta de su asiento y empiezaa caminar hacia aquí con paso firme, seguro de sí mismo. Viste una camisa negra ajustadaal cuerpo con los dos primeros botones desabrochados, un cinturón con hebilla brillanterodea su cintura y unos pantalones de jeans oscuros apresan sus piernas.¿Qué hace? ¿Por qué viene hacia mí? ¿Por quéMe acerco a él con paso dudoso, como si realmente me causara nerviosismo tenerlo tancerca.¿Qué demonios hace aquí? ¿Acaso me ha esperado toda la noche? Una punzada deesperanza me irradia el pecho. Quiero ocultar la sonrisa que ha florecido en mis labios, peroes inútil. Verlo me causa tanta sorpresa como felicidad.—¿Qué hace aquí, señor Voelklein? —me atrevo a preguntarle.Me cruzo de brazos una vez que llego frente a él.Me abrazo a mi abrigo, curiosa.Él se incorpora sin dejar de sonreírme, rodea el coche y se posiciona frente a la puertadel conductor.—¿Acaso creía que iba a dejarla sola por si aquel hombre ebrio que se atrevió ainsultarla decidía aparecer otra vez? No iba a permitirlo, señorita Steele —expresa con unaseguridad inquietante—. Vamos, la llevaré al hotel.—¿Qué?—Mañana es domingo. Bueno, ya pasan de las doce, así que ya es domingo. Supongoque usted no trabaja este día, ¿o sí?—No, no trabajo, señor Voelklein.<
En medio de la noche, madrugada, para ser exacta, me hallo con un remolino de ideas queparten en dos mis pensamientos. Trato de procesar lo que acabo de hacer, y es unasensación de incertidumbre que involucra mi futuro, mi presente y pasado.Matt Voelklein me mira directo a los ojos con seriedad y se encoje de hombros sereno.Mi rostro perplejo trata de entender su acción.—¿Acabas de...? —Me llevo las manos al cabello y miro al frente; veo cómo pasan loscoches con sus luces blancas por la carretera—. ¿Qué? ¡¿Por qué?!—No permitiré que esa mujer haga lo que quiera contigo —espeta y enciende elcoche—. No permitiré que le haga eso a cualquier chica, a cualquier ser humano.—Pero… ¡su dinero! —Froto mi frente con los dedos sin poder salir de mi asombro.Mi madre recibirá toda esa cantidad de dinero, y es posible que así me deje en paz.—¿Dinero? —se ríe.Me hundo en mi asiento.Pone el auto en marcha y otra vez nos adentramos en la carretera.
Meterme en aquella cama enorme es una experiencia divina y algo a lo que no estoyacostumbrada a tener para mí. Sí, mi cama es grande, pero no puede igualarse a esta.Tiene un grueso edredón blanco y almohadas que son similares a las nubes.Me meto en la ducha apenas Matt se marcha, ya que tengo un sudor seco que comienzaa irritarme la piel. Me desnudo y me meto en el agua tibia; no tarda en llevarse todo miesfuerzo por aquel baile.Un baile que me llevó a pensar en el señor Voelklein. Dios, aún recuerdo sus ojosmientras veía cada movimiento que hacía. Mis partes íntimas y todos mis sentidos seconvierten en un fuego intenso cuando rememoro su mirada cálida, la cual parece ocultaruna doble intensión.No tardo en meterme desnuda a la cama, aprovecho mi soledad y porque no llevoconmigo un pijama. Todo ha quedado en casa, y eso me hace recordar que mi gata segurose ha adueñado de ella. Me meto en el cálido colchón. Resulta imposible no cerrar l
No.Bueno, sí.Sé que soné muy directa, pero es lo que quiero. Llegamos al hotel con un fin, ¿por qué nosonar como una profesional cuando se trata de escribir un relato bastante íntimo?Demonios, el señor Voelklein me lo propuso, no soy una persona desubicada por pedirle loque quiero.¿Por qué escupió su café a las ocho y cincuenta de la maldita mañana? No importa. Loque sí me importa es que estoy en medio del enorme salón de la habitación ejecutivapreguntándome qué hacer, cohibida y fuera de lugar a la espera de que aparezca. Según él,irá a buscar a su amiga Emily, la chica que follará frente a mis narices.«Sé madura, Amy, vive las experiencias que el mundo te puede dar. No te arrepientas,ya no hay marcha atrás».Lo que me produce un nudo en el estómago es pensar en Matt teniendo relacionessexuales con otra chica. Creo que averiguaré qué siento cuando lo vea con mis propiosojos.Ya hay un anotador y una computadora con la cual t
Su rostro está muy cerca del mío. Me vibran las piernas y me tiembla el corazón.No sé por qué aquel hombre me pone el cuerpo hecho una locura. Procura que todosmis sentidos se vean vencidos por su cercanía.—Busque en la literatura herramientas donde pueda conseguir cómo se siente serbesada y tocada. Cada sensación, cada explosión expresada en palabras. —Acaricia sunariz con la mía y logra que aquel gesto sea algo embriagador—. Busque la verosimilitud enhechos que podrían faltarle al respeto a eso que no se puede explicar con letras.—¿Y qué pretende que haga con lo que escribo? ¿Acaso pierden validez mis relatos porno haber experimentado el sexo? —susurro y contraigo mis labios lo más alejados de él, yaque, si saco un poco más, podría besarlo—. No puede controlar mis escritos. Los libros queleo son suficiente como para darme una idea de lo que es el sexo y el erotismo.Sus ojos suben y bajan a cada momento a mis labios y luego a mis
El comienzo de la semana me resulta espantoso. Empecé a trabajar más temprano en elBlue Moon y estamos atascados de clientes. Ya me quemé con café por tercera vez en lasmuñecas. Estoy a toda prisa; atiendo, tomo pedidos y cobro en caja. Cambio y vuelvo aatender. Me olvido de lo que me piden y les pido, por favor, que me lo repitan. La clientelaestá difícil. En mi mente solo merodea el nombre Matt Voelklein y con él todas las imágenesplacenteras del fin de semana. Él comprando el club nocturno Zinza, él en mis relatos contra un ventanal y, sobre todo,en mi pecho entre juegos. Me tenso, lo recuerdo, me ruborizo y meneo la cabeza. Lashormonas, son las hormonas.No he recibido ningún mensaje suyo, y no es que me preocupe. Somos un equipo detrabajo. Sí, así puedo decirlo. Eso me da tranquilidad. Decir que es mi musa me tensa, meprovoca un revoltijo nervioso en el estómago. Él es todo lo que quiero, pero no me ve comoalgo más, y lo entien
Bebe y observa su bebida con desinterés, como si no acabara de ofrecer la vida de un serhumano al mejor postor, como si el dinero fuera el pecado que enerva su sangre, queacrecienta su idiotez y que ciega su razón. Me llego a plantear incluso si es mi culpa y enqué momento fallé como hija para terminar vendida a alguien que me vio bailar alguna vezen aquel polvoriento club. Nunca conocí la protección de mi madre, solo la de mi abuela,que fue la calidez y la sonrisa de mi desolada existencia. Una mujer independiente, brillantey de hermoso ser que pagaba mis clases de baile, me iba a ver en cada ensayo y nuncafaltaba a ningún recital de la escuela. Siempre despreció a Beatriz por sus malas decisionesy me alejó de sus mañas adictivas, como drogas y noches de ausencia. Siempre supedónde estuvo mi madre mientras mis abuelos me criaban.—¿Cómo pudiste hacerme esto? —Aprieto los dientes, me duelen, y las lágrimasqueman mis ojos—. ¡¿Qué te hice?! ¡
No sé qué ha hecho y por qué, solo creo que me ha salvado la vida.¿Dije «creo»? ¡Él me ha salvado la vida! Estoy tan agradecida, tan sensible que micuerpo reaccionó echándome a sus brazos y besándolo con devoción, con una necesidadcegada por la gratitud, por la felicidad que me posee, por un calvario que evitó que yoviviera a manos de un hombre que él conoce. Y que es… ¿su padre? ¿Oí bien? Dios mío.Aún me estremezco por los espasmos del llanto, pero poco a poco me calmo. Puedorespirar luego de estar varias horas sumergida en el mar, donde me ahogaba por una mujerque me lanzó para salvarse a ella misma.Separo mis labios de los de Matt con lentitud. Él está inmóvil, ya que lo he tomado porsorpresa. En silencio, vuelvo a sentarme correctamente en mi asiento, lo miro rota y lesuplico por dentro que diga algo.—Lo siento —me disculpo en un pitido de voz que se pierde en el interior del coche—.Es que usted… me ha salvado la vida, señor Voelkl