Marcus me dijo que iba a montar caballo en el picadero que tenía su madre, al sur de la ciudad. -Tiempo que no lo hago, se imagina, son casi trescientos años que no monto, doctora, desde que me mataron y me vine a ésta época de autos y aviones, estoy muy emocionado-, me dijo contento. Me invitó, incluso, para que lo acompañe en lo que sería una inolvidable ocasión para él. Pedí permiso al doctor Brown. -Por supuesto Andrea, puedes ir, espero que te diviertas mucho-, subrayó divertido mi jefe. Fui con mi auto. El picadero estaba a una hora de la ciudad, por la carretera. Me puse jean, botines y una blusa floreada, me hice una cola con mi pelo y llevaba un sombrero vaquero porque hacía sol y esa zona es sumamente calurosa. Los vigilantes me recibieron amablemente. -El señor Green la espera-, me dijeron, cuando estacioné mi carro. Los obreros daban de comer a los otros caballos, los cepillaban, los paseaban por los corrales o los bañaban en una gran piscina, haciéndolos trotar p
Mi papá andaba furioso. Había tenido muchos problemas en su nuevo trabajo. Mi padre en realidad tiene mal carácter y siempre anda malhumorado y a veces es déspota y tiránico. Yo ya se lo he dicho varias veces, sin embargo Džiugas, mi papá, no hace caso y ésta vez había discutido agriamente con algunos clientes. Él trabaja como dependiente en una ferretería, aunque se encarga de las finanzas y el manejo de la contabilidad. Escuchó que los compradores discutían con los empleados encargados de ventas y en vez de resolver pacíficamente los entredichos, se puso a gritar como un energúmeno y sus jefes le llamaron severamente la atención. -No entienden, hija, que todos somos iguales, que la plata no hace ninguna diferencia-, intentó explicarme cuando lo encontré arremolinado en su sillón, chasqueando la boca y mascullando enfadado. Le serví, de inmediato, una manzanilla filtrante para que esté más calmado. -Debemos cambiarnos de ciudad-, dijo entonces, fastidiado. Toda la vida, desde q
Con mamá acordamos poner un negocio de venta de diarios y revistas para que lo dirija papá. La casa que alquilábamos tenía una cochera amplia donde cabía mi auto y el resto quedaba en desuso. Con mamá decidimos poner una tienda bien equipada, incluso con dulces y gaseosas y que lo maneje papá. A mi padre le gustó la idea, se entusiasmó y todo iba bien hasta que golpeó a un cliente que le dijo que solo vendía "porquerías de diarios". Mi papá no aguantaba pulgas y le dio un gran puñete en la nariz al pobre sujeto renegón. Mi padre fue detenido por la policía. Tuve que pagar la fianza. Cuando mi papá salió de la comandancia yo estaba muy molesta, con las manos en la cintura, tamborileando el piso con mi pie. -¿Y bien, señor Džiugas Povilaityté, ¿qué excusa me va a dar?-, estaba yo con la boca estrujada muy enfadada. -Ese tipo se merecía ese buen puñetazo-, renegó mi papá, satisfecho, sin embargo, con lo que había hecho. La doctora Brenda Murphy me dio muchos tips para manejar l
Davids estaba inquieto. Los compradores presionaban y no ya no tenían fármacos qué ofrecer. Llamó a Karlson. -¿Tienes las medicinas?-, le preguntó rascándose la cabeza, igual si buscara petróleo. -No, no he podido, esa mujer está siempre fisgoneando y lo peor es que ahora tienen al jefe internado. Lo protegen dos policías, podrían sospechar. No me he atrevido-, dijo Karlson, también muy nervioso. -Necesitamos esas medicinas, los compradores presionan-, dijo Davids aterrado. Pensaba que los contrabandistas lo iban a matar. -No podremos hacer nada mientras la mujer siga allí dando vueltas por los pasadizos-, subrayó Karlson. -¿Qué sugieres?-, entendió el mensaje Davids. -Elimínala-***** Davids me volvió a atacar. Eso fue cuando había terminado mi turno en la clínica. No había llevado auto porque estaba en el taller. El mecánico le estaba revisando el motor pues ya eran varios días que producía un sonido extraño y era obvio que habían piezas gastadas y que debían ser ree
En la noche, para disiparme, entré al portal de poemas y escribí un poemita que había estado garabateando durante el almuerzo en la clínica. Lo hice pensando en Marcus Green y la deliciosa velada que habíamos pasado montando a caballo, para que quede, por siempre, prendido en mis recuerdos, como el fulgor de un lucero. Le puse "Te amo". -Ahora sé que eres el amor de mi vida, el hombre que tanto soñé y quiero ser por siempre tuya. Tu risa, tu encanto, tus ojos, tu alegría me hacen feliz y solo quiero estar dormida entre tus brazos. Tus sueños. tus ilusiones, las comparto contigo porque eres tú mi razón y mi destino. Ahora sé que te amo y nada más deseo que disfrutar de tus besos y el calor de tu cuerpo- Lo firmé como Andi y le di enter. Al instante respondió "Flecha". -Estás muy enamorada de ese hombre y no creo que sea platónico, en tus líneas descubro que ha habido más que besos entre ustedes-, me escribió el ignoto poeta. Ay ¿tan evidente era mi poe
Me gustaban mucho los dibujos de Frederick Hughes. Eran simples y sencillos, con colores definidos, muchos espacios en blanco, pocos paisajes, pero tenían mensajes muy dulces y tiernos. Dibujaba mariposas, pajaritos, flores y rosas de diferentes colores, trataba también de dibujar caballos, gatos, perros y gallinas pero le eran difíciles, nadie le había enseñado, además. Siempre sus amigos se burlaban de sus dibujos y eso lo había cohibido y tornado muy violento, parecido a mi padre que era súper neurasténico. Hughes se exaltaba a las mofas y se volvía bastante violento. No controlaba su fuerza, además. Todos le temían, igualmente, sin embargo Frederick lo tomaba todo a pecho. Lo expulsaron del colegio, de los trabajos en que estuvo, lo detuvieron numerosas veces y todo eso le creó no solo mala fama, sino que lo condujo a sanatorios. Los médicos que lo trataban le tenían pánico viendo sus manos enorme, sus explosiones repentinas y prácticamente lo dejaron a su albedrío o recetándole
A mediodía se abrió la improvisada galería en la clínica. Estaban los enfermeros, los médicos, los internos e invitamos al público en general. Habían dos periodistas que mi padre invitó llamándolos por el móvil. Se interesaron porque Hughes era un interno que había protagonizado numerosas portadas en sus medios escritos. Frederick estaba conmigo en la escalera y no podía ver nada, por más que se aupara y se empinara, solo apreciaba el tumulto. Yo quería que fuera una sorpresa. Brown habló a nombre de la clínica. -Una de las razones por la que me hice psiquiatra es porque es la profesión que más demanda perseverancia y voluntad, que requiere el mayor de los esfuerzos, pero también provoca el mejor de los sentimientos. Y en esta noble tarea, incentivamos virtudes y aptitudes en nuestros huéspedes. Frederick Hughes ha descubierto una faceta muy loable estando con nosotros y este es resultado de su trabajo, su esfuerzo, sus sentimientos. Un gran aplauso para él-, pidió Brown y to
Ese martes que me tocó terapia con Marcus, sacamos a pasear a sus perros al gran parque contiguo a su casa. Ufff, qué activas eran sus mascotas. Incansables y terribles a la vez, corrían por doquiera, subían y bajaban de las bancas y correteaban a palomas y mariposas, también se perseguían en interminables carreras y no dejaban de brincar y ladrar, felices y contentos. La madre de Marcus había viajado a Londres donde tenía muchos negocios y que había desatendido por el cuidado de su hijo. Encargó a su personal tener vigilado al hijo, sin embargo Green continuaba viéndose con otras mujeres. Eso no lo podían evitar ellos. Al fin y al cabo, era el patrón. -Dime, Andrea, ¿cuántos hijos piensas tener cuando encuentres al hombre de tu vida?-, me preguntó de repente Marcus. Estábamos sentados en una banca. Él me había comprado galletas. Estaban deliciosas, muy crocantes. -No sé, siempre he pensado que tres es el número ideal en un matrimonio-, me interesó su pregunta. -Yo no tu