Me gustaban mucho los dibujos de Frederick Hughes. Eran simples y sencillos, con colores definidos, muchos espacios en blanco, pocos paisajes, pero tenían mensajes muy dulces y tiernos. Dibujaba mariposas, pajaritos, flores y rosas de diferentes colores, trataba también de dibujar caballos, gatos, perros y gallinas pero le eran difíciles, nadie le había enseñado, además. Siempre sus amigos se burlaban de sus dibujos y eso lo había cohibido y tornado muy violento, parecido a mi padre que era súper neurasténico. Hughes se exaltaba a las mofas y se volvía bastante violento. No controlaba su fuerza, además. Todos le temían, igualmente, sin embargo Frederick lo tomaba todo a pecho. Lo expulsaron del colegio, de los trabajos en que estuvo, lo detuvieron numerosas veces y todo eso le creó no solo mala fama, sino que lo condujo a sanatorios. Los médicos que lo trataban le tenían pánico viendo sus manos enorme, sus explosiones repentinas y prácticamente lo dejaron a su albedrío o recetándole
A mediodía se abrió la improvisada galería en la clínica. Estaban los enfermeros, los médicos, los internos e invitamos al público en general. Habían dos periodistas que mi padre invitó llamándolos por el móvil. Se interesaron porque Hughes era un interno que había protagonizado numerosas portadas en sus medios escritos. Frederick estaba conmigo en la escalera y no podía ver nada, por más que se aupara y se empinara, solo apreciaba el tumulto. Yo quería que fuera una sorpresa. Brown habló a nombre de la clínica. -Una de las razones por la que me hice psiquiatra es porque es la profesión que más demanda perseverancia y voluntad, que requiere el mayor de los esfuerzos, pero también provoca el mejor de los sentimientos. Y en esta noble tarea, incentivamos virtudes y aptitudes en nuestros huéspedes. Frederick Hughes ha descubierto una faceta muy loable estando con nosotros y este es resultado de su trabajo, su esfuerzo, sus sentimientos. Un gran aplauso para él-, pidió Brown y to
Ese martes que me tocó terapia con Marcus, sacamos a pasear a sus perros al gran parque contiguo a su casa. Ufff, qué activas eran sus mascotas. Incansables y terribles a la vez, corrían por doquiera, subían y bajaban de las bancas y correteaban a palomas y mariposas, también se perseguían en interminables carreras y no dejaban de brincar y ladrar, felices y contentos. La madre de Marcus había viajado a Londres donde tenía muchos negocios y que había desatendido por el cuidado de su hijo. Encargó a su personal tener vigilado al hijo, sin embargo Green continuaba viéndose con otras mujeres. Eso no lo podían evitar ellos. Al fin y al cabo, era el patrón. -Dime, Andrea, ¿cuántos hijos piensas tener cuando encuentres al hombre de tu vida?-, me preguntó de repente Marcus. Estábamos sentados en una banca. Él me había comprado galletas. Estaban deliciosas, muy crocantes. -No sé, siempre he pensado que tres es el número ideal en un matrimonio-, me interesó su pregunta. -Yo no tu
Michel Trevor quería tomar desayuno conmigo. Así me lo dijo Karlson. -Ha estado llamando desde la madrugada para verte-, me dijo Karlson atareado porque había una larga fila de pacientes que esperaban ser derivados a los médicos de turno. A Karlson le interesaba que Trevor supiera que yo estaba a cargo de las medicinas que se suministraban a los pacientes. Lo que yo no sabía es que Trevor estaba vinculado también al tráfico de fármacos que se sustraían de la clínica y se vendían a buen precio en el mercado negro. Después de marcar mi tarjeta y ponerme mi mandil, arreglé mis cosas en mi consultorio, abrí la laptop, colgué mi cartera, me hice una cola con mi pelo, me puse mis lentes y fui de prisa al piso donde estaba el cuarto de Trevor. Habían rotado a los policías que lo custodiaban. Eran nuevos. Yo no los conocía. Los saludé amablemente y me presenté. -Desayunaremos en la terraza del piso para estar más cómodos-, les anuncié a los agentes. -Lo que usted ordene, doctora-,
Mi curiosidad por saber más de Patricia, la ignota amante de Marcus Green en tiempos pasados, me llevó hasta la biblioteca pública. Me interesaba saber sobre esa mujer, cómo era, sus manías, su forma de amar, en fin, la consideraba una rival de amores en la vida de mi paciente. La imaginaba como una mujer alta, hermosa, curvilínea, rubia, de ojos de ensueño, la naricita chiquita y linda y muy sofisticada y elegante como las damas de esos tiempos de calesas y corceles y de faldones gigantes. La encargada de la biblioteca me miró con curiosidad. -¿La esposa de Marcus Green? no, no sé si exista información al respecto, ni siquiera sabía que había un tal Marcus Green-, me disparó entre irónica y divertida. En la laptop con los catálogos de autores y obras no lo mencionaban ni por asomo, -Era un poeta poco conocido en Escocia en el siglo XVIII, en el internet se habla algo de él, no mucho, a él lo mataron en un duelo con florete ante un rival de amores-, le aclaré. -No, no sé nada de
-¿Cuál es tu nombre?-, se alzó sobre sus codos Marcus. Aún estaba sudoroso por la encantada velada y la faena tan romántica en el dormitorio de él. Ella seguía disfrutando del encanto de haber estado en los brazos de Green, eclipsada de sus besos y caricias, paladeando el elixir de la boca tan varonil de Marcus que la catapultó en un santiamén a las estrellas. Su cuerpo continúa siendo remecido por descargas eléctricas y se sentía sensual y divinamente sexy. Su corazón tamborileaba febril en el busto y sentía su sangre en ebullición en las venas, obnubilada de la pasión y emoción de ese hombre tan galante y ensoñador, de mirada hipnótica y que sabía, exactamente, dónde estaban sus puntos débiles. Ella no le dijo nada, Marcus los descubrió uno a uno, tal igual iba conquistando todos sus rincones, tatuando sus quebradas y valles con sus besos. Ahora ella parecía estar flotando junto a las estrellas, encandilada, convertida en una gran pila de carbón humeante después de incendiarse en s
Yo no lo sabía pero Ferdinand, mi ex, había seguido averiguando sobre mi paradero, preguntando en todo sitio, queriendo saber dónde me encontraba y darme caza, literalmente. Él estaba muy dolido por la forma abrupta como habíamos terminado nuestra relación y seguía pensando que yo era su propiedad y ningún otro hombre podía tenerme. Ferdinand había sido mi novio alguna temporada pero era un tipo muy explosivo, malhumorado, malgeniado, ególatra y me trataba como si fuera su esclava, sin mayores consideraciones. Para él, yo solo le era una compañía, nada más. No me tenía respeto, me gritoneaba y estoy segura que de seguir con él, me hubiera pegado. Era bastante violento, había tenido numerosos incidentes con sus compañeros de trabajo, incluso con sus jefes y no le gustaba, en absoluto, que no le dieran la razón. Sus bromas eran siempre con doble sentido, insultaba continuamente y muchas veces fue metido a la cárcel por haberse peleado libando licor con sus amigotes. -La tierra no
-No me habías dicho que tu esposa era psiquiatra-, le dije a Marcus. Él estaba tocando piano. Esa faceta tampoco la conocía. Lo hacía súper bien, con mucha cadencia y elegancia. Disfrutaba de la música, cerraba los ojos, movía la cabeza, se dejaba envolver por su armonía igual estuviera flotando en una nube. Era una tonada del siglo XVIII. Yo la había escuchado antes en conciertos de la filarmónica. -Ella estudiaba la mente humana, no era psiquiatra-, me dijo sin mirarme, disfrutando ensimismado de la blancas y negras. Sus manos parecían deslizarse en las teclas, danzar sobre ellas, dándoles vida propia y provocando una música agradable, igual a una caricia del viento. -Ella aportó activamente en la revolución psiquiátrica del siglo XVIII-, le insistí por lo que había leído en aquel librejo deshojado que encontré en la biblioteca y que me provocó una terrible rinitis. -Las mujeres hacían poco en esos años, ellas se entretenían en diversas cosas, a Patricia le gustaba leer