-No me habías dicho que tu esposa era psiquiatra-, le dije a Marcus. Él estaba tocando piano. Esa faceta tampoco la conocía. Lo hacía súper bien, con mucha cadencia y elegancia. Disfrutaba de la música, cerraba los ojos, movía la cabeza, se dejaba envolver por su armonía igual estuviera flotando en una nube. Era una tonada del siglo XVIII. Yo la había escuchado antes en conciertos de la filarmónica. -Ella estudiaba la mente humana, no era psiquiatra-, me dijo sin mirarme, disfrutando ensimismado de la blancas y negras. Sus manos parecían deslizarse en las teclas, danzar sobre ellas, dándoles vida propia y provocando una música agradable, igual a una caricia del viento. -Ella aportó activamente en la revolución psiquiátrica del siglo XVIII-, le insistí por lo que había leído en aquel librejo deshojado que encontré en la biblioteca y que me provocó una terrible rinitis. -Las mujeres hacían poco en esos años, ellas se entretenían en diversas cosas, a Patricia le gustaba leer
El señor Peña fue el primer paciente que di de alta en la clínica. Eso fue una gran emoción, muy especial, para mí. Lo sentí como un espaldarazo a mi carrera, a mis esfuerzos, a mi dedicación y perseverancia, una consumación a mis anhelos y sueños de convertirme en una buena psiquiatra. Peña había llegado sumido en un complejo cuadro de esquizofrenia, alucinaciones y paranoia y los otros médicos habían renunciado a él porque Peña estaba convencido en la existencia de extraterrestres que se comunicaban con él y le anunciaban grandes catástrofes, incluso el fin del mundo. Davids no quería internarlo, decía que era un caso perdido y se dedicaba a recetarle fármacos sin tratar de profundizar o iniciar una terapia que le permita recuperar su vida normal. Yo había conversado con Peña, me pareció bastante asequible, colaborador y distendido. Por eso le pedí a Brown tratarlo, porque él asumía las cosas con mucha naturalidad, en forma ecuánime y reposada, sin exaltarse o mostrarse agresi
Cuando llegué esa tarde a la clínica, el doctor Karlson me informó que Michel Trevor estaba muy inquieto, que había tratado de salir varias veces de su cuarto, que pedía cerrar puertas y ventanas y solicitó no se acepten visitas ni se atienda a pacientes por ese día. -Toda la mañana se la ha pasado reclamando, nos dijo varias veces que sus socios iban a venir a matarlo para silenciarlo-, me informó malhumorado. Apunté todo lo que me contó el doctor Karlson en el tablet y lo agregué a la historia clínica de Trevor. Tenía dos pacientes en lista de espera. Decidí atenderlos primero y luego ver qué es lo que pasaba con Trevor. No era la primera vez que él tenía ese tipo de ansiedad que lo volvía histérico. En otra ocasión, incluso se negó a abrir la puerta de su cuarto, aduciendo que lo querían matar. Empecé a sospechar de las visitas que recibía. Generalmente venían tipos bien vestidos que se identificaban como parientes o sus abogados que llevaban cargando expedientes de los juicios
Justo había llegado una señorita, acompañada de su padre. Ella había sido atacada y golpeada de mala manera por su novio y se encontraba demasiado afligida y afectada. -Grita en las noches, tiene muchas pesadillas-, estaba muy preocupado su papá. El tipo había sido detenido, pero la experiencia que había vivido ella, agredida por alguien que pensaba la quería y la amaba, le dejó muchas secuelas en su ánimo. -El machismo sigue siendo un mal endémico en nuestra sociedad-, les dije, dolida por el drama de la muchacha. Ella era muy simpática, linda, de mirada verde, delgada y atractiva. No me fue difícil adivinar que el novio tuvo un violento ataque de celos. -Siempre nos equivocamos al perdonar, le dije por experiencia propia también, pensamos que nuestros novios van a cambiar, que sus reacciones son solo exabruptos pero luego ya es tarde, y esos hombres pueden llegar al feminicidio- Les receté calmantes, les sugerí un viaje de relajo el fin de semana y le recomendé al padre
Esa noche estaba muy romántica y le escribí un poema a "Flecha". Él me había dado su correo y como no podía ser de otra manera, lo estrené con un poemita. En realidad se lo había hecho a Marcus y quería el visto bueno de mi amigo para enviárselo de inmediato. Le puse "Fogata de amor", porque había pensado en algo ardiente, volcar en los versos y rimas lo que sentía por ese hombre, los deseos intensos que me quemaban de que me haga suya y las fantasías que tenía, a cada momento, sintiendo las manos de Marcus acariciando mi piel lozana haciéndome gemidos y sollozar en forma intensa. Hice varios borradores, un sin fin de garabatos, añadí nuevas ideas y al final el poemita me quedó bastante simpático. -Hoy quiero desnudarte con mis besos y darte mi amor con la condición de que me entregues tu pasión de hombre. Hoy quiero desbordarme sobre ti con emoción y pasión, loca enamorada, y me rindas con cada una de tus viriles maravillas. Hoy quiero arder en tu calor,
Y ocurrió exactamente como yo había soñado tantas veces, en mis fantasías románticas anhelando a Marcus. Él se me acercó hipnotizado a mis ojos y me besó con pasión y encono saboreando mis labios, embriagándose con mi boca, exprimiéndola como a una naranja. Puse mis manos en su pecho queriendo sentir el acero de sus pechos y por instinto cerré los ojos para embelesarme con su ímpetu. Y fue tan maravilloso sentirlo que hasta alcé un pie, en efecto, rendida a su virilidad. Marcus acarició mis brazos disfrutando de su lozanía y luego sus manos fueron a mi espalda lo que me hizo estremecer aún más. Yo continuaba con los ojos cerrados, en pleno viaje a las estrellas, obnubilada y rodeada de los fulgores de las estrellas y muchas luces de colores. No sé en qué momento corrió la cremallera de mi vestido y me dejó en la lencería roja que me había puesto para la ocasión. Green estrujó mis senos y eso me convirtió, al instante, en un volcán en erupción. Empecé a gemir con locura, a solloza
Le hice un delicioso desayuno a Marcus. Le preparé hígado frito y fui corriendo a comprar panes. Louis había trabajado hasta tarde en la panadería y lo vio llegar a Green. Estaba celoso. Se leía en sus ojos. -Disfrutaste de una buena compañía, Andrea-, refunfuñó. Ay, los hombres son siempre así, demasiados susceptibles. Tampoco lo iba a desairar. -Es un administrativo de la clínica, me trajo unos documentos valiosos, conversamos un rato y se fue-, le mentí. Eso lo tranquilizó un poco. Para no levantar más sospechas en mi amigo compré la misma cantidad de panes, cuatro, pero Louis estaba demasiado desconfiado. -Se te ve muy radiante, Andrea, feliz, tienes las mejillas muy rosadas-, me dijo, suspicaz. Junté los dientes. -Es que las cosas van bien en el trabajo-, fui esta vez sincera. Marcus ya se había dado un buen baño y estaba envuelto en una gran toalla. Estaba todo encharcado de agua. -¿No pensarás que me ponga la misma ropa?-, me dijo divertido. Yo estaba entretenida mirando s
Gladys, la recepcionista de la clínica, me llamó esa tarde. -Tienes un mensaje urgente, Andrea-, me dijo y la reenvió a mi móvil. Era de una revista de arte, "El genial", que publicaba obras no soplo de grandes artistas de todos los tiempos, sino que también se abocaba a buscar nuevos valores en todos los campos ya sea pintura, dibujos y esculturas. Tenía edición impresa y su propio portal en internet y contaba con mucha aceptación. En su tarea de descubrir talentos desconocidos o en ciernes, sus editores habían leído en los diarios de la exposición que había hecho Frederick Hughes y querían entrevistarlo y publicar parte de sus trabajos, porque también estaban deseosos de obras inéditas para su edición. Lo que más le atraía era que Hughes destacaba siendo un interno de un hospital psiquiátrico. -Es un ejemplo para la sociedad-, decía Joe Wilson, el editor de la publicación. Me emocioné y me puse a brincar como una mocosuela, dando hurras y vítores. Fui de prisa donde Hughes. Lo e