Encontré la novedad de un nuevo paciente en la realidad. En realidad todos estaban temerosos, cuchicheaban preocupados y vi muchas caras largas y de miedo. Le pregunté a Gladys qué es lo que pasaba. -Es el nuevo paciente que está alojado en el segundo piso, el doctor Brown se equivocó al aceptar que lo internen aquí-, ella también estaba fastidiada. Recabé mi tablet, mi laptop y mi mandil lavado y planchado. -¿Qué tiene de malo ese paciente que todos están muy asustados por él?-, me hice una cola con mi pelo. -Está acusado de haber matado a tres sujetos y dicen que es un gran traficante, contrabandea medicinas, las vende al mercado negro-, me dijo Gladys parpadeando asustada. Rayos. Karlson le había encargado el tratamiento de ese tipo a Jessica pero ella se opuso en forma terminante. -¿Necesitas un psiquiatra Karlson?-, le dijo irónica pero resoluta. Ella se negó rotundamente a hacerse cargo de ese misterioso e intimidante sujeto. Karlson sin embargo presionaba para
Marcus me dijo que iba a montar caballo en el picadero que tenía su madre, al sur de la ciudad. -Tiempo que no lo hago, se imagina, son casi trescientos años que no monto, doctora, desde que me mataron y me vine a ésta época de autos y aviones, estoy muy emocionado-, me dijo contento. Me invitó, incluso, para que lo acompañe en lo que sería una inolvidable ocasión para él. Pedí permiso al doctor Brown. -Por supuesto Andrea, puedes ir, espero que te diviertas mucho-, subrayó divertido mi jefe. Fui con mi auto. El picadero estaba a una hora de la ciudad, por la carretera. Me puse jean, botines y una blusa floreada, me hice una cola con mi pelo y llevaba un sombrero vaquero porque hacía sol y esa zona es sumamente calurosa. Los vigilantes me recibieron amablemente. -El señor Green la espera-, me dijeron, cuando estacioné mi carro. Los obreros daban de comer a los otros caballos, los cepillaban, los paseaban por los corrales o los bañaban en una gran piscina, haciéndolos trotar p
¡¡¡Esteban me engañaba con mi mejor amiga!!! No podía creer lo que veían mis ojos. Yo sospechaba, desde antes, que él me era infiel. No soy tonta, quizás confiada y noble, pero no bobalicona y su comportamiento era muy sospechoso de buen tiempo atrás. Había dejado de verme los viernes, no contestaba mis llamadas y no quería que le viera el móvil, las veces que nos citábamos en el parque. Siempre olvidaba su celular en casa y eso me parecía muy raro y sintomático, porque cuando nos enamorados, era un maníaco del teléfono. Con la sospecha de que había otra mujer en medio de nosotros y a sabiendas que había salido como lo hacía todos los fines de semana, llamé a su madre y ella atizó aún más la hoguera de mis celos convertidos ya en un gran incendio calcinando mis entrañas: -Esteban salió temprano, Andrea, y no sé a dónde fue, todos los viernes es lo mismo, sale y vuelve muy tarde-, fue lo que me dijo su mamá. Grrrrrrr, sentí al furia y la ira reventando como truenos dentro de mi c
No es que sea una tonta, porque, creo y de eso estoy segura, boba no soy. Lo que pasa es que resulto demasiado confiada y enamoradiza frente a los hombres. La traición de Esteban me marcó mucho y dejó una huella indeleble en mi alma. Yo lo quería demasiado porque él era muy dulce conmigo, súper cariñoso y me adoraba, me hacía pensar que era una princesa de un cuento de hadas que flotaba por el aire y el viento jugaba con mis pelos y con mi enorme falda llena de guirnaldas y flecos. Sin embargo, Pamela, que pensaba era mi mejor amiga, lo había seducido, a mis espaldas, con no sé qué artimañas y él cayó redondito a sus pies, idolatrándola como a una reina y convirtiéndose en su amante. Lo más chistoso es que yo se lo presenté a él a mi amiga Pamela. Qué tonta fui. La que pensaba era mi incondicional amiga, en las buenas y en las malas, había quedado encandilada con Esteban y no la culpo, en ese sentido, porque Esteban es muy lindo, tierno, maravilloso y un soñador empedernido, de
Mi vida amorosa se llenó, entonces, de decepciones. Creo que he pagado tributo muy caro, el ser muy enamoradiza y soñadora, tanto que tengo muchísimos cuadernos repletos de poemas, muy románticos, cantándole no solo al amor, sino a los tantos hombres que me han impactado, seducido, impresionado... y he amado en mi azarosa existencia sentimental. Cuando gané mi primer concurso de poesía, en los juegos florales de la universidad, mis amigas se mofaban de mí. Me decían cursi, tonta y también acomplejada. Decían que mis poemas eran muy banales, carentes de significado y que la idea es hacer versos con mensaje, con reflexiones, ideas y no solo sentimientos como yo escribía. Eso decían. Mi primer poema se lo hice al chico más guapo de la universidad, Eduard. Ay, qué hermoso era él, con sus ojitos encendidos como llamas, la cara dulce pero dominante, los labios toscos, el mentón grande y las manos enormes, como tenazas. Era tan alto como un poste de alumbrado público y tenía un voz
Mi primer enamorado fue Jairo. Yo solo tenía dieciocho años. A él le gustaron mis ojos grandes y pardos, mis pelos muy negros, mi figura armoniosa y por supuesto mis piernas bien torneadas que se evidenciaban en los leggins siempre muy ceñidos que tanto me gustaban llevar. -Soy Jairo, estudio contigo, ¿cómo te llamas?-, me preguntó esa tarde cuando terminó la clase. Yo ya lo había visto, sabía que se llamaba así, que era nuevo, muy flojo, bastante distendido y distraído, un mal alumno, que tenía malas notas y que le hacía conversación a todas las chicas. -Andrea Povilaityté -, le dije. Él quedó boquiabierto, sin entender nada, completamente turbado y pasmado, incluso desorbitó los ojo con mi extraño nombre. -¿Qué?-, balbuceó hecho un tonto. Me dio risa su incredulidad. -Andrea, no más -, le repetí entonces, riéndome. Eso me enamoró. ¿No les digo? Todo me enamora. Me olvidé que Jairo era un mal alumno, que flirteaba con mis otras amigas, que era flojo y distendido y quedé
Conocí al doctor Martin Brown en una conferencia del uso de la psiquiatría en adicciones. Yo ya me había recibido en esa especialidad y estaba buscando empleo así es que sumaba diplomados, cursos y eventos para engrosar mi hoja de vida. ¡¡¡Ay, perdón, no les había contado!!! Soy psiquiatra. Me recibí a los 23 años, imagínense, con todos los honores, excelentes notas y menciones honrosas. Fui la mejor de la facultad, inclusive. Ahora quería, ya, trabajar, en un hospital. -Disculpe, ¿no es usted la doctora Povilaityté?-, me miró Brown con mucha curiosidad, como si contara las pecas que debajo de mis ojos celestes. Estaba encandilado con mis pelos rubios, tan amarillos que parecían pintados con crayolas. -Así es doctor, soy su más ferviente admiradora-, le confesé emocionada haciendo brillar mis pupilas, brincando como una conejita. Era verdad. Como estaba agregada a sus redes sociales le enviaba siempre elogios, apuntes, tips que encontraba en el internet y experiencias que o
Empecé a trabajar un lunes a primera hora. Estaba muy nerviosa, temblaba incluso y pensaba que todo me iba a salir mal. Recuerdo que me puse un vestido tubo turquesa muy entallado, sin escote ni mangas, que me cubría las rodillas, pantimedias, zapatos oscuros taco catorce para verme enorme, un cinturón oscuro también y me hice una gran cola con mi pelo. Me puse mis lentes redondos grandes para que me dieran un aire de suficiencia y pendientes pequeños, discretos no muy llamativos para que resaltase más mi carita de cielo. Me colgué una gran cartera marrón y fui en mi auto hasta la clínica. Los vigilantes me recibieron con mucha cortesía. -Este será siempre su lugar de estacionamiento, doctora Povilaityté-, me anunciaron. Era un rinconcito agradable con mucha sombra a pocos metros dela entrada principal. Una azafata me recibió, también en la entrada. Me dio mi fotochek que me tomé el mismo día que Brown me contrató. -La llevaré a su consultorio, doctora Povilaityté-, me indicó ell