Marcus, ésta vez, besó mi mejilla, muy galante, lo que me estremeció mucho. Me recibió en el hall de su casa. Marcia, como bien imaginan, hacía chirriar sus dientes, viendo las atenciones que me prodigaba su jefe. -Qué hermosa está hoy, doctora-, me dijo él dándome el brazo para que lo tomara. Me hizo sentir una princesa, tanto que reí encantada. Yo me había puesto un vestido corto verde y no tenía pantimedias porque hacía calor. -No hay mejor terapia que contemplar sus lindos ojos celeste-, me insistió Marcus mientras íbamos a la estancia donde hacíamos las terapias. -¿Está tu mamá?-, me interesé. -No, tuvo que salir a hacer unos trámites, se llevó el auto, en otros tiempos yo la hubiera llevado en la calesa-, me dijo él sonriendo. Le pidió a Marcia que nadie nos moleste. Marcus estaba muy interesado en mí. Lo leí en sus ojos. -¿De dónde es usted doctora?-, me preguntó jalando un sillón para que me sentara, tomó incluso mi mano para que me arremolinara sobre los cojine
No sabría explicar qué sentía esa noche. Me revolcaba en la cama excitada, paladeando los besos y caricias de Marcus, pero a la vez me sentía culpable, porque él era mi paciente, no debía enamorarme de él, sin embargo más podían mis ansias de volver a sus brazos de estar nuevamente a su merced, que me conquiste con sus versos y poemas, que me haga suya y lo único que yo quería era explotar en sensualidad y feminidad, igual a un petardo de dinamita. Mis pensamientos le pertenecían en absoluto, soñé con él incluso, repitiendo una y otra vez esa idílica faena en la alfombra de su casa. Yo no era culpable, tampoco. Green tomó la iniciativa de besarme y encandilarse con mis labios, yo no lo seduje ni le insinué para hacerlo, aunque seguramente vio en mis ojos los deseos de que me haga suya encendidas como grandes fuegos, calcinándome. Es verdad que estaba muy linda, que él quedó maravillado de mi belleza, sin embargo pensaba que no me porté como una mujer vampiro, tampoco fui demas
Justo, cuando me disponía a salir con destino a la clínica, recibí un mensaje en mi laptop. Era de "Flecha". Me sorprendí porque ya llevaba buen tiempo sin recibir sus mensajes ni saber nada de él. Yo me había abocado, demasiado al hospital. Él me había escrito un poema. -Para la princesa, dueña del trono de mi corazón-, me escribió haciendo tamborilear mi corazón. Mordí mi lengua, incluso, coqueta y abrí el archivo. Se titulaba "Contigo". Afanosa comencé a golpear mis rodillas y no dejaba de jalarme los pelos excitada y febril. -Contigo cada día vuelo más alto porque te quiero, vida mía, y encuentro en tus brazos el amor. Contigo soy fuego encendido por por tus besos la seda sensual de cuerpo y todo el resto de tus encantos. Contigo viajo al infinito en la locura de amarte, cabalgando en un meteorito escribiendo en el cielo, tu nombre. Contigo soy feliz, Andrea, a tu lado encuentro amor y pasión por eso te amo, mi reina con todo mi corazón- Aa
Encontré la novedad de un nuevo paciente en la realidad. En realidad todos estaban temerosos, cuchicheaban preocupados y vi muchas caras largas y de miedo. Le pregunté a Gladys qué es lo que pasaba. -Es el nuevo paciente que está alojado en el segundo piso, el doctor Brown se equivocó al aceptar que lo internen aquí-, ella también estaba fastidiada. Recabé mi tablet, mi laptop y mi mandil lavado y planchado. -¿Qué tiene de malo ese paciente que todos están muy asustados por él?-, me hice una cola con mi pelo. -Está acusado de haber matado a tres sujetos y dicen que es un gran traficante, contrabandea medicinas, las vende al mercado negro-, me dijo Gladys parpadeando asustada. Rayos. Karlson le había encargado el tratamiento de ese tipo a Jessica pero ella se opuso en forma terminante. -¿Necesitas un psiquiatra Karlson?-, le dijo irónica pero resoluta. Ella se negó rotundamente a hacerse cargo de ese misterioso e intimidante sujeto. Karlson sin embargo presionaba para
Marcus me dijo que iba a montar caballo en el picadero que tenía su madre, al sur de la ciudad. -Tiempo que no lo hago, se imagina, son casi trescientos años que no monto, doctora, desde que me mataron y me vine a ésta época de autos y aviones, estoy muy emocionado-, me dijo contento. Me invitó, incluso, para que lo acompañe en lo que sería una inolvidable ocasión para él. Pedí permiso al doctor Brown. -Por supuesto Andrea, puedes ir, espero que te diviertas mucho-, subrayó divertido mi jefe. Fui con mi auto. El picadero estaba a una hora de la ciudad, por la carretera. Me puse jean, botines y una blusa floreada, me hice una cola con mi pelo y llevaba un sombrero vaquero porque hacía sol y esa zona es sumamente calurosa. Los vigilantes me recibieron amablemente. -El señor Green la espera-, me dijeron, cuando estacioné mi carro. Los obreros daban de comer a los otros caballos, los cepillaban, los paseaban por los corrales o los bañaban en una gran piscina, haciéndolos trotar p
Mi papá andaba furioso. Había tenido muchos problemas en su nuevo trabajo. Mi padre en realidad tiene mal carácter y siempre anda malhumorado y a veces es déspota y tiránico. Yo ya se lo he dicho varias veces, sin embargo Džiugas, mi papá, no hace caso y ésta vez había discutido agriamente con algunos clientes. Él trabaja como dependiente en una ferretería, aunque se encarga de las finanzas y el manejo de la contabilidad. Escuchó que los compradores discutían con los empleados encargados de ventas y en vez de resolver pacíficamente los entredichos, se puso a gritar como un energúmeno y sus jefes le llamaron severamente la atención. -No entienden, hija, que todos somos iguales, que la plata no hace ninguna diferencia-, intentó explicarme cuando lo encontré arremolinado en su sillón, chasqueando la boca y mascullando enfadado. Le serví, de inmediato, una manzanilla filtrante para que esté más calmado. -Debemos cambiarnos de ciudad-, dijo entonces, fastidiado. Toda la vida, desde q
Con mamá acordamos poner un negocio de venta de diarios y revistas para que lo dirija papá. La casa que alquilábamos tenía una cochera amplia donde cabía mi auto y el resto quedaba en desuso. Con mamá decidimos poner una tienda bien equipada, incluso con dulces y gaseosas y que lo maneje papá. A mi padre le gustó la idea, se entusiasmó y todo iba bien hasta que golpeó a un cliente que le dijo que solo vendía "porquerías de diarios". Mi papá no aguantaba pulgas y le dio un gran puñete en la nariz al pobre sujeto renegón. Mi padre fue detenido por la policía. Tuve que pagar la fianza. Cuando mi papá salió de la comandancia yo estaba muy molesta, con las manos en la cintura, tamborileando el piso con mi pie. -¿Y bien, señor Džiugas Povilaityté, ¿qué excusa me va a dar?-, estaba yo con la boca estrujada muy enfadada. -Ese tipo se merecía ese buen puñetazo-, renegó mi papá, satisfecho, sin embargo, con lo que había hecho. La doctora Brenda Murphy me dio muchos tips para manejar l
Davids estaba inquieto. Los compradores presionaban y no ya no tenían fármacos qué ofrecer. Llamó a Karlson. -¿Tienes las medicinas?-, le preguntó rascándose la cabeza, igual si buscara petróleo. -No, no he podido, esa mujer está siempre fisgoneando y lo peor es que ahora tienen al jefe internado. Lo protegen dos policías, podrían sospechar. No me he atrevido-, dijo Karlson, también muy nervioso. -Necesitamos esas medicinas, los compradores presionan-, dijo Davids aterrado. Pensaba que los contrabandistas lo iban a matar. -No podremos hacer nada mientras la mujer siga allí dando vueltas por los pasadizos-, subrayó Karlson. -¿Qué sugieres?-, entendió el mensaje Davids. -Elimínala-***** Davids me volvió a atacar. Eso fue cuando había terminado mi turno en la clínica. No había llevado auto porque estaba en el taller. El mecánico le estaba revisando el motor pues ya eran varios días que producía un sonido extraño y era obvio que habían piezas gastadas y que debían ser ree