Marcus suspiró, pasándose una mano por el rostro, sabía que debería estar furioso con Dan por desobedecer sus órdenes, pero en el fondo, no podía culparlo, si él mismo no estuviera tan cegado por la rabia y el rencor, habría hecho lo mismo.—Está bien, Dan —dijo finalmente— has hecho lo correcto, pero que no se repita, ¿De acuerdo? No quiero que Maya piense que se puede aprovechar de tu buen corazón.—No lo hará —aseguró Dan con firmeza— esa chica está rota, Marcus, no tiene fuerzas ni para levantarse del suelo, mucho menos para manipularme.Algo en sus palabras tocó una fibra sensible en Marcus, la idea de Maya rota y derrotada, sufriendo bajo el yugo de su despiadada madre, le provocaba un dolor casi físico.Pero no podía ceder, no podía mostrar debilidad, ni siquiera ante su amigo más cercano, así que se obligó a endurecer el corazón y a asentir secamente.—Manténme informado de cualquier cambio —ordenó antes de dar media vuelta y alejarse por el pasillo.Pero mientras se dirigía a
Maya sentía el corazón latiendo desbocado mientras observaba a los hombres de aspecto amenazante que se reunían alrededor de la mesa. El humo de los habanos se mezclaba con el olor a alcohol y perfume barato, creando una atmósfera que le parecía repulsiva, y que la hacía querer salir corriendo.Pero cuando intentó levantarse disimuladamente, Marcus la agarró por la cintura y la sentó en su regazo con un movimiento brusco. Maya se quedó rígida, temblando ligeramente mientras sentía la mano de Marcus colocarse sobre su muslo.—Ni se te ocurra moverte —le susurró al oído, su aliento era cálido, lo que provocó escalofríos por su columna— no querrás ofender a mis invitados, ¿Verdad?Maya negó con la cabeza, tragando saliva, desde su posición, podía ver a las bailarinas contoneándose en la pista, sus cuerpos apenas cubiertos por retazos de tela. Pero lo que más la inquietaba era la forma en que miraban a Marcus, como si fuera un dios al que debían adorar.Uno a uno, los hombres comenzaron
Marcus se alejó de pronto de Maya, como si un atisbo de lucidez llegará de pronto, condujo de regreso a la villa en tenso silencio, con la mandíbula apretada y los nudillos blancos sobre el volante. Y su problema no era la debilidad que le provocaba Maya, sabía que le esperaba una tormenta al llegar a casa con Miranda, pero en ese momento, no podía dejar que eso le importara.Todo lo que ocupaba su mente era la mujer que estaba a su lado, la suavidad de sus labios, el calor de su cuerpo contra el suyo, la mezcla embriagadora de inocencia y sensualidad que emanaba de cada poro de su piel, la deseaba con una intensidad que rayaba en la obsesión.Pero también la odiaba, la odiaba por tener tanto poder sobre él, por hacerlo sentir débil y vulnerable, él era Marcus Arched, el hombre más temido y respetado de Sicilia, no podía permitirse el lujo de tener una debilidad.Y sin embargo, no podía mantenerse alejado de ella, era como una droga que lo consumía, que nublaba su juicio y debilitaba
Marcus respiraba agitadamente, como si en su interior se hubiera formado una tormenta de furia apenas contenida, sus profundos y oscuros ojos azules se clavaron sobre Maya y Dan con una intensidad abrasadora, en dos zancadas, estuvo frente a ellos, en el ambiente se podía sentir una gran tensión.—Marcus, no es lo que parece... —dijo Dan, pero antes de que pudiera terminar, Marcus lo agarró por las solapas de la camisa y lo acercó a su rostro hasta que estuvieron nariz con nariz.—Escúchame bien, "hermano" —escupió la palabra como si le dejara un sabor amargo en la boca— aléjate de Maya, no te lo repetiré dos veces, a próxima vez que te vea tocándola, olvidaré que nos hemos tratado como si compartiéramos la misma sangre, ¿Entendido?Dan tragó saliva, pero esbozó una sonrisa nerviosa, conocía a Marcus lo suficiente para saber que cuando estaba en ese estado, cualquier provocación podría desatar un infierno.—Tranquilo, Marcus, solo estaba consolándola, nada más, sabes que jamás me inte
Miranda se paseaba por su habitación como un animal enjaulado, las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras sostenía el teléfono contra su oído, su padre, Dianco De Luca, escuchaba al otro lado de la línea con creciente indignación.—Papá, ya no sé qué hacer —sollozó Miranda, su voz sonaba rota por el llanto— Marcus casi nunca está en casa, y cuando viene, está de un humor insoportable, me trata como si fuera una extraña, como si no significara nada para él.—Tranquila, cariño —la voz de Dianco era suave pero firme— hablaré con él, le dejaré las cosas claras, no puede tratar así a mi princesa, le diré que…—Ni siquiera me ha dado la oportunidad de decirle que va a ser padre —lo interrumpió Miranda mientras hipaba— siempre está demasiado ocupado, demasiado distante, es como si no le importara en absoluto.Hubo un silencio cargado al otro lado de la línea, cuando Dianco volvió a hablar, su voz temblaba de emoción.—¿Voy a ser abuelo? Oh, Miranda, mi niña... No sabes cuánto he esperado
Dianco De Luca se quedó mirando a Rita, su rostro estaba pálido como la cera mientras trataba de asimilar la bomba que acababa de lanzarle. Una hija, una hija con Rita, la mujer que había destrozado su corazón tantos años atrás.—No... —sacudió la cabeza, negándose a creerlo— no es posible —volvió a negarlo —estás mintiendo, ¡Tratando de engañarme otra vez!Rita soltó una risa sin humor, sus ojos ámbar brillaban con una mezcla de triunfo y resentimiento, definitivamente estaba disfrutando de aquello.—Cree lo que quieras, querido, pero esa hija es tan tuya como mía.Dianco se quedó helado, su mente retrocedió al día que Marcus llegó a la reunión con una hermosa chica, esa joven de ojos grandes y tristes... Se había sentido extrañamente atraído hacia ella, como si hubiera una conexión invisible entre ellos, pero cuando le preguntó por su madre, ella le dio un apellido diferente...—Mientes —escupió, aferrándose a esa última esperanza— querrás que tome como mi hija a la hija de cualqui
Marcus cruzó la puerta principal de la mansión matrimonial, sintiendo un enorme peso sobre sus hombros, la lujosa decoración de mármoles, maderas finas y costosos acabados parecía no tener importancia ante la tormenta que se agitaba en su interior después de lo ocurrido con Maya, cada rincón de esa fría mansión le recordaba lo vacía que estaba su vida sin el calor de la mujer que amaba.No tuvo tiempo de sumirse más en sus negros pensamientos, pues Miranda apareció al instante, parandose frente a él con su semblante molesto y una mirada cargada de reproches y recriminaciones. —¿Se puede saber dónde demonios has estado metido? —dijo con marcado desdén— ¿Revolcándote con alguna zorra otra vez?Normalmente Marcus no habría tolerado sus insultos, pero en esta ocasión, solo podía pensar en el bienestar del hijo que esperaban, así que optó por guardar silencio y soportar las groserías de su esposa.—Sólo un poco más —se decía a sí mismo —todo este sufrimiento valdrá la pena con tal de darl
Marcus se encontraba en su mansión, había decidido evitar a Maya por el momento, pues aunque la amaba con cada fibra de su ser, no quería hacer pasar una mala situación a Miranda ahora que esperaban un hijo juntos. Se recostó en el sofá de la sala, cubriéndose los ojos con el antebrazo, se sentía agotado.Un ruido de tacones sobre la fría losa de mármol lo hizo apartar el brazo, Miranda lo observaba con una mueca de desdén desde el umbral de la sala.—¿Evitándome otra vez, Marcus? —dijo con marcado desdén— ya sabía que eso de cambiar conmigo era momentáneo.Marcus contuvo las ganas de mandarla al diablo, se limitó a incorporarse en el sofá y mirarla.—No estoy de humor para tus provocaciones hoy, Miranda, ahórratelas, ¿Quieres? —sentía que de ella ya tenía suficiente, su cambiante humor lo asfixiaba.—Necesito fresas con chocolate, tu hijo las quiere.Los antojos de Miranda ya no eran un pedido, eran una orden, Marcus se levantó y se dirigió a la salida, Miranda no tenía idea de cuán