Heridas abiertas

Marcus se encontraba en su despacho, con la mirada fija en el horizonte, su determinación era firme: no buscaría a Maya. El orgullo herido y la sensación de traición pesaban más que cualquier otro sentimiento. Se pasó una mano por el rostro, intentando borrar el recuerdo de su sonrisa, el sonido de su risa.

— No puedo volver a ella — murmuró para sí mismo, apretando los puños — No después de lo que ha pasado. Es mejor así.

Mientras tanto, en el hospital, Maya mostraba signos de mejoría considerable. Dianco De Luca observaba a su hija con una mezcla de alivio y preocupación. Verla tan pálida y vulnerable le partía el corazón, pero al menos estaba viva y recuperándose.

— Maya, cariño — dijo suavemente, acercándose a la cama — Los médicos dicen que ya puedes ser dada de alta. He pensado que podrías venir a quedarte en mi villa por un tiempo.

Maya lo miró con ojos cansados pero agradecidos, la idea de tener un lugar seguro donde recuperarse la llenaba de alivio.

— Gracias, papá, la verdad
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