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El Vientre de la Venganza
El Vientre de la Venganza
Por: Sofía de Orellana
Capítulo 1: Una pérdida irreparable

Luna camina rápidamente a través de la lluvia, tratando de cubrirse con el paraguas viejo de su abuela, pero no tiene sentido. El clima en Seattle es fatal y por más que intente cubrirse, está empapada de pies a cabeza.

Corre al porche de su casa, el que le da mucha más protección, y entra a su casa. Al hacerlo siente tanto o más frío que a fuera porque no ha logrado hacer funcionar la calefacción antes de irse, seguro se dañó y no tiene cómo pagar la reparación. Aun así, corre para ver a su madre enferma.

Desde los cinco años Luna vive sólo con ella, su padre murió en un accidente de tránsito y por quince años las dos debieron arreglarse como pudieron. Pero desde hace siete meses ella debió tomar el lugar de su madre en la cafetería donde trabajaba como mesera, porque le detectaron cáncer de útero que ha hecho metástasis y la mantiene postrada en cama.

Debido a eso debieron hipotecar la casa para pagar lo que queda de sus estudios de cocina internacional y también para pagar parte del tratamiento paliativo. Pero las últimas semanas nada ha sido suficiente para calmar sus dolores, por lo que Luna sólo aprovecha los momentos que tiene con ella al máximo, porque sabe que en cualquier momento su madre partirá.

Al abrir la puerta de la habitación se encuentra a su madre dormida, por lo que decide bajar de regreso para preparar la cena, en el camino pasa a su cuarto para quitarse la ropa mojada, se hace una coleta alta y corre para cocinar algo delicioso y que su madre pueda tolerar.

—Ya verás, mami, te encantará esta comida —dice con optimismo.

Mientras prepara la comida, sueña en cómo le gustaría tener su propio restaurante, ser una mejor jefa que la suya y dar más empleo a chicos jóvenes que están pasando por algo similar a ella. Al terminar la cena, deja todo en una bandeja junto a una flor y va con su madre.

Al ver que sigue dormida, deja la bandeja sobre la cómoda y se acerca para despertarla. Cuando lo hace, su madre no reacciona como suele hacerlo.

—¿Madre? —vuelve a moverla, pero la mujer no reacciona. Luna le toca la frente y se asusta al ver que está fría—. ¡Madre!

La mueve insistentemente, pero la mujer no reacciona, las lágrimas corren por su rostro sin control en lo que sus dedos marcan a emergencias con un temor que antes no había sentido. Unos minutos después llega un equipo médico, Luna se queda allí esperando a que hagan algo, que se la lleven de una vez al hospital, que la hagan reaccionar… pero en lugar de eso uno de los paramédicos se voltea para verla con expresión triste.

—Lo siento, señorita, su madre ha muerto.

Un grito desgarrador sale de lo más profundo de su pecho, siente que su corazón se desgarra al saber que su madre, su única familia, ha muerto.

—¡No, ella no! ¡Madreee! —intenta correr hacia ella para abrazarla, para besar su rostro delicado, frío y pálido, pero no se lo permiten.

Su madre ha muerto sola, ni siquiera pudo despedirse y ahora no le permiten que se acerque a ella para un último adiós.

Una de las chicas la saca de allí y le dice que debe esperar a que llegue la policía. Luna se siente confundida y destrozada al mismo tiempo, por la mañana se despidió de ella, la vio débil como cada día, pero aun así la despidió con una dulce sonrisa y le deseó un buen día.

En un momento de tormentosa calma llama a la única persona que le va quedando en el mundo, su dulce novio. Pero por más que le llama y le envía mensajes, no responde, por lo que asume que debe estar trabajando.

John, al igual que ella, también estudia y debe trabajar a veces hasta doble turno para pagar sus estudios, en su caso no tiene padres que lo ayuden desde hace muchos años. Ahora sólo puede pensar en lo mucho que lo necesita, siente que su mundo se ha fracturado. Tiene la sensación de que el suelo se ha abierto bajo sus pies y está cayendo en un espiral de dolor que no sabe si podrá superar.

Dos horas después, luego de que realizan todos los peritajes del caso, se llevan el cuerpo de su madre y le dicen que ya por la mañana podrá hacer los arreglos funerarios. Los paramédicos la miran con lástima, una chica tan joven, frágil y dulce no se merece pasar por eso, al menos eso es lo que ellos ven.

Cuando se queda sola en la casa, no puede evitar ir al cuarto de su madre, toma la cobija de lana que le abrigada los pies sobre el edredón y se lo lleva a su cuarto, pensando que así es como podrá ella tener algo de calor, pero esa primera noche en absoluta soledad para Luna será de las más frías de su vida.

Se mete a la cama luego de una ducha en donde lloró para sacarse el dolor y se abraza a la cobija, en donde deja salir todo el llanto que hay en su interior una vez más.

Ha perdido a su madre y todo lo que eso significa. Ha quedado sola, sin más que su novio y su amiga, con quienes no puede contar ahora porque están en sus trabajos. Su corazón sufre por eso, sus lágrimas le queman los ojos, pero no puede dejar de llorar.

Casi al amanecer logra calmarse un poco, pero en lugar de dormir decide levantarse y enfrentarse a su realidad en la morgue, pero su mundo comienza a temblar cuando un mensaje escueto de su novio, pero que le advierte lo que puede pasar cuando se vean.

«Luna, tenemos que hablar.»

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