Capítulo3
De camino a casa, María dudó por un largo rato, pero finalmente decidió enviar un mensaje a Antonio, con quien no había tenido contacto en los últimos tres años.

«Tío... ¿podríamos fingir que lo de esta noche nunca pasó? Realmente bebí demasiado y me equivoqué de habitación».

Tras enviar el mensaje, esperó por una gran cantidad de minutos, pero Antonio no respondió, por lo que, un tanto preocupada, envió otro mensaje.

«¿Hola?»

Sin embargo, apenas lo envió, vio que solo aparecía una palomita. ¡La había bloqueado!

María se mordió el labio con rabia. Que la hubiera bloqueado tal vez significaba que no quería olvidar aquel asunto. Pensando en esto, María finalmente sintió un poco de alivio.

Cuando llegó a casa, ya eran más de las seis de la mañana y apenas abrió la puerta, vio a Miguel cómodamente sentado en el sofá.

Al escuchar la puerta, él giró la cabeza con brusquedad y María pudo ver sus ojos enrojecidos. Era evidente que tampoco había dormido en toda la noche.

—Cariño, ¿dónde estuviste anoche? Te llamé más de diez veces, ¿por qué no contestaste?

Miguel se levantó y caminó apresurado hacia ella, extendiendo la mano para tomar la de ella, pero María lo evitó. Él se quedó perplejo por un momento, y, cuando estaba a punto de hablar, María dijo con desprecio:

—Si tú puedes desaparecer toda la noche, ¿por qué yo no?

María tenía un carácter muy bueno, y, en los ocho años que llevaban juntos, casi nunca habían discutido. Esta era la primera vez que le hablaba con ese tono, fuerte y distante.

Notando que algo andaba mal con su estado de ánimo y que sus ojos estaban un poco hinchados, Miguel parpadeó por un momento y apretó lentamente los puños a ambos lados de su cuerpo.

—Lo sabes, ¿verdad?

Su voz era muy tranquila, sin ningún cambio o nerviosismo, como si hubiera anticipado que ese día llegaría, tarde o temprano.

Viendo su falta de remordimiento, las fluctuantes emociones que María había estado reprimiendo al fin estallaron. Levantó su bolso y comenzó a golpearlo, con los ojos enrojecidos, fuera de control. Todo lo bueno que él había hecho por ella en el pasado, todos los momentos felices que habían compartido, se habían desvanecido por completo la noche anterior cuando lo había visto en la cama con otra mujer, y ya no podían recuperarse.

—Miguel, ¿cómo pudiste hacer algo tan asqueroso? Si ya no me amabas, podías divorciarte de mí, ¿por qué me hiciste esto?

Ella pensaba que nunca podría haber una tercera persona entre ellos, pero la realidad le había dado una dura lección: la había despertado de las ilusiones que él había tejido, y también había convertido su amor por él en una simple y miserable broma.

Al ver sus ojos enrojecidos, Miguel sintió un fuerte nudo en el pecho y la atrajo hacia sí, sujetándola por las manos.

—María, lo siento...

María lo empujó con rabia, queriendo reír, pero las lágrimas no dejaban de caer por sus mejillas.

—¡No me toques con tus sucias manos! ¿Tan difícil es ser fiel? —exclamó—. Desde que me casé contigo, he conocido hombres excelentes, muchos de los que han mostrado un gran interés por mí, pero jamás crucé la línea. Si yo pude hacerlo, ¿por qué tú no?

Viendo la decepción y la ira en sus ojos, Miguel apretó los puños con fuerza.

—María, tú eres la única a quien amo... lo de ella fue un simple accidente...

Su explicación sonaba tan débil que María la encontró ridícula y repugnante.

—Según tu lógica, yo también podría ir a acostarme con otro hombre y luego decirte que fue un simple accidente que, aunque mi cuerpo te traicionó, mi corazón solo te ama a ti, ¿no es cierto?

Los ojos de Miguel destellaron con frialdad y dijo seriamente:

—Si te atreves a hacerlo, los mataré a ambos en la cama.

Frente a su mirada perturbadora y sin un ápice de calidez, María sintió que su corazón se helaba. Así que él también sabía que la traición era algo imperdonable, pero, aun así, la había traicionado.

—¿Recuerdas lo que te dije cuando me propusiste matrimonio? —preguntó María, tras inspirar profundamente.

Ella le había dicho que, si algún día él la traicionaba, no lo perdonaría y se limitaría a dejarlo.

El rostro de Miguel cambió drásticamente.

—¡No voy a dejarte ir! —exclamó.

María se limpió las lágrimas y lo miró con una mezcla de burla y desdén.

—No importa si estás de acuerdo o no, ya lo he decidido. Quiero divorciarme de ti. En verdad, no mereces mi perdón.

Tras pronunciar estas palabras, María se alejó de Miguel sin esperar su respuesta. Pasó a su lado y comenzó a subir las escaleras con determinación. Miguel permaneció inmóvil, siguiéndola con la mirada. Sus ojos reflejaban una sombra absoluta de inquietud y desconcierto.

De vuelta en la habitación, María fue directamente al baño a ducharse, incapaz de soportar el olor a alcohol en su cuerpo. Mientras se frotaba, una y otra vez, con gel de ducha, bajó la mirada y vio las marcas rojas en su pecho, deteniéndose por un momento.

Inconscientemente, flashes de aquellas manos recorriendo su piel invadieron su mente. Asombrada por esto, se pasó la esponja por el cuerpo, una y otra vez, frotando con fuerza hasta que su piel enrojeció. Parecía querer borrar de forma desesperada cualquier rastro que Antonio hubiera podido dejar sobre ella.

Después de bañarse, salió del baño y vio a Miguel sentado en la cama, intranquilo, con la cabeza baja, pensativo.

María frunció el ceño y decidió ignorarlo. Después de todo, pronto se divorciarían.

Al oír los pasos de María, Miguel levantó la cabeza y la vio salir del baño, envuelta en una toalla.

Su cabello medio húmedo caía con delicadeza sobre su espalda, todavía goteando agua. Su rostro recién lavado estaba sonrojado, como una rosa recién florecida, lista para ser recogida, emanando un aroma tentador. La toalla apenas cubría sus caderas con sutileza, dejando al descubierto sus largas y blancas piernas, provocando su imaginación.

La respiración de Miguel se tornó pesada de inmediato, y su mirada se fijó en María, incapaz de apartarla.

Sin notar su cambio, María se dirigió directo al armario para tomar su pijama, cuando, de pronto, un par de brazos la rodearon por detrás.

—María...

Su voz era ronca y decidida, llena de deseo indisimulado.

Después de que María subió las escaleras, Miguel se había quedado de pie, pensando en cómo hacerla cambiar de opinión. Al final, la única forma que se le había ocurrido para mantenerla a su lado fue tener un hijo con ella. Había subido con la intención de hablar sobre esto, pero, al ver a María recién salida del baño, no pudo evitar perder el control.

Si hubiera en otro momento, antes de todo aquello, que Miguel se comportara así la habría excitado, pero ahora María no sentía más que asco.

Rápidamente, se dio la vuelta y lo empujó, con el disgusto grabado en sus ojos.

—No me toques, me das asco.

Los ojos de Miguel mostraron un destello de dolor.

—¿No querías tener un hijo? Tengámoslo ahora, ¿sí? —dijo con seriedad, tomando su mano con dulzura.

Viendo su actitud como si todo fuera normal, María se soltó con rabia.

—Eso era antes. Tal vez tenga hijos en el futuro, pero definitivamente no serán tuyos.

Estas palabras enfurecieron a Miguel, quien de inmediato la agarró del brazo y la arrojó sobre la cama, lanzándose sobre ella.

—¡Repite eso!

Sus ojos estaban llenos de ira, pero María no se inmutó ni en lo más mínimo.

—Puedo repetirlo cuantas veces quieras. Ahora me das asco. Preferiría morir antes que tener un hijo contigo.

Apenas terminó de hablar, Miguel la besó con furia.
Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo