Capítulo4
Por un momento, María se sintió desconcertada, antes de comenzar a luchar desesperadamente. El hecho de solo pensar que él había besado a otra mujer la noche anterior la llenaba de náuseas y furia.

—Mmm... suéltame...

María forcejeaba contra Miguel en vano, ya que el agarre en su cintura no cedía, sino que se intensificaba aún más. En medio del forcejeo, la toalla que la cubría empezó a soltarse lentamente. Desde su posición, Miguel tenía una visión completa de su escote. Sus ojos se nublaron de deseo, sintiendo cómo la sangre se agolpaba en su entrepierna.

Sus cuerpos aún estaban pegados, y María pronto notó el cambio en el cuerpo de Miguel. Enojada y furiosa, lo mordió con fuerza, y el intenso sabor a sangre se extendió de inmediato en sus bocas. Sin embargo, él no solo no la soltó, sino que incluso deslizó su mano libre debajo de la bata de baño. Ella acababa de salir de la ducha, por lo que no llevaba nada debajo.

El cuerpo de María se tensó de repente, y luego comenzó a luchar con más violencia.

—¡Miguel, lárgate!

Miguel pareció no escuchar y continuó acariciando con los dedos sus puntos sensibles.

—María, tú también me necesitas, ¿no es así?

María siguió luchando, pero sin efecto alguno, lo que no hizo más que desesperarla aún más.

Finalmente, cuando él la presionó, cerró los ojos con desesperación.

—Miguel, no me hagas odiarte.

Miguel se detuvo abruptamente, miró directo a María y sus pupilas se contrajeron al instante sin querer. Nunca había visto a María así, llena de desesperación y de dolor, como una delicada muñeca de porcelana a punto de romperse.

La deseaba, en verdad la deseaba locamente, pero, al mismo tiempo, una voz en su interior le decía que, si realmente la tomaba en ese momento, todo habría terminado para siempre entre ellos.

Miguel la miró fijamente, apretando el agarre en torno a su cintura, con una lucha evidente en sus ojos. Después de unos diez segundos, de repente la soltó, se levantó de inmediato de la cama y salió rápidamente.

¡Pam!

La puerta del dormitorio se cerró de golpe, el fuerte ruido hizo que María temblara sin querer, y sus manos apretaron las sábanas de forma inconsciente.

En los siguientes días, Miguel no regresó.

María le hizo varias llamadas telefónicas, queriendo que volviera para hablar sobre el divorcio, pero no obtuvo respuesta.

Pronto llegó el fin de semana. María estaba en la sala enviando currículums para buscar trabajo, cuando la puerta de la villa se abrió de repente y Miguel entró. No se habían visto en días, y María lo vio bastante demacrado.

Cuando sus miradas se cruzaron, ambos guardaron silencio.

María fue la primera en romper el silencio. Cerró su computadora, se puso de pie y lo miró con calma.

—Ya que has vuelto, hablemos sobre el divorcio.

—Ya te dije que no me divorciaré —dijo Miguel, asombrado—. Hoy volví para recordarte que esta noche tenemos una cena en casa de mis padres.

Los López tenían una cena familiar una vez al mes, y, desde que María se había casado con Miguel, ambos habían ido a casa de sus padres rigurosamente a cada una de las reuniones.

Los López no eran fáciles de tratar, y tampoco la apreciaban mucho. Cada vez que iba, María era maltratada sutil y abiertamente.

Antes, podía consolarse pensando que mientras Miguel la amara era suficiente, que en realidad no necesitaba preocuparse por los demás, pero, después de ver aquella escena, ya no podía engañarse más a sí misma.

—No quiero ir. Ve tú solo.

La expresión de Miguel se tornó algo exasperada, con un toque de impaciencia en sus ojos.

—María, ¿hasta cuándo vas a seguir con esto?

Había estado ignorando por completo sus llamadas y mensajes durante días, esperando que se calmara, pero al parecer seguía igual que antes.

—No estoy haciendo nada. Solo quiero divorciarme de ti.

Al escuchar la palabra «divorcio», Miguel perdió la poca paciencia que le quedaba y miró a María como si fuera un verdadero monstruo.

—¿Divorcio? Desde que te casaste conmigo, no has vuelto a trabajar. Dime ¿de qué vas a vivir si te divorcias de mí? ¿Qué empresa te contrataría? Además, están los costosos gastos de hospital de tu padre. ¿Acaso puedes pagarlos?

—María, ya no eres una niña de dieciocho años. Ahora tienes veintiocho. ¿Podrías madurar un poco?

—Debes entender, que soy el presidente de LópezTech Global. Siempre habrá tentaciones afuera. A veces es normal no poder resistirse, pero esas mujeres nunca afectarán tu posición como la señora López. ¿Qué más quieres?

¿Por qué no podía entender que aún la amaba, pero que nunca tendría solo una mujer en su vida?

Viendo la actitud agresiva de Miguel, María no podía relacionarlo de ninguna manera con aquel tímido e indefenso muchacho universitario que se le había declarado, sonrojado, prometiéndole que nunca la haría sufrir. Tal vez... ese era su verdadero yo: egoísta, arrogante y altivo.

—Si tu idea de madurez es tolerar que andes con otras mujeres, lo siento mucho, no puedo madurar. Búscate a otra mujer. Aquí está el acuerdo de divorcio que preparé con un abogado. Fírmalo cuando tengas tiempo.

Mirando los documentos que le entregaba, Miguel los tomó con una expresión burlona y los hojeó detenidamente. Al ver la sección de división de bienes, no pudo evitar reírse con desprecio.

—Vaya, no sabía que fueras tan ambiciosa. ¿Realmente crees que es posible que te lleves la mitad de mis bienes?

—Es lo que me corresponde. ¿Por qué no sería posible?

Miguel soltó una risita y, con calma, respondió:

—Mira a tu alrededor. ¿Qué hay en esta casa que hayas comprado tú? Además, durante estos años de matrimonio, he estado pagando los gastos médicos de tu padre. Si realmente hacemos cuentas, deberías ser tú quien me pague. ¿Quieres que llame a un abogado para calcularlo?

Viendo su actitud mezquina y repugnante, María no podía creer que alguna vez se hubiera enamorado de alguien así. Solo podía pensar en que había sido muy bueno fingiendo, al punto de que hasta el momento en el que había descubierto su infidelidad, siempre había creído que era un hombre perfecto.

—Miguel, no olvides que, si no te hubiera dado esa patente, nunca habrías podido asegurar tu posición como presidente de LópezTech Global. Además, después de casarnos, fuiste tú quien me pidió que me quedara en casa. Si hubiera seguido investigando, ¡seguramente habría ganado más de lo que me has dado durante todos estos años!

—En cuanto a la patente, ¿crees que alguien te creería si lo dijeras ahora? —respondió Miguel con indiferencia, sin inmutarse—. Tampoco quiero discutir contigo sobre dinero, pero, ya que insistes en el divorcio, no me queda más remedio que dejar muy en clara las cuentas. En cambio, si dejas de pensar en eso, puedes seguir usando mi dinero como gustes.

—¡Miguel, eres increíblemente descarado!

Ya que él se negaba en lo absoluto a divorciarse, tendría que buscar un abogado para presentar una demanda.

Pensando en esto, María se dio la vuelta para irse, pero Miguel la detuvo.

—Ve a cambiarte de ropa. Vamos juntos a la cena familiar.

—Ya te dije que no iré. Diles que no me siento bien.

Apenas terminó de hablar, Miguel la agarró de la muñeca con fuerza y, con voz grave, dijo:

—María, se me está acabando la paciencia. No me obligues a cortar los gastos médicos de tu padre.

—¡No te atreverías!

Miguel sacó su teléfono y, de inmediato, llamó a su secretario.

—Hola, los gastos médicos de mi suegro para el próximo mes...

María realmente no esperaba que lo hiciera, por lo que, con los ojos enrojecidos de rabia, María le arrebató el teléfono y colgó apresuradamente la llamada.

—Miguel, no te pases de la raya.

—¿Pasarme de la raya? —preguntó Miguel, mirándola con desprecio y la atrajo hacia sí, mientras decía con superioridad—: María, todo lo que tienes ahora te lo he dado yo. ¿No crees que eres tú quien se está pasando de la raya? Ve ahora mismo a cambiarte, o tendré que usar formas más extremas para obligarte a cooperar.
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