Capítulo6
María levantó la cabeza, a punto de hablar, cuando Miguel le tomó la mano y, sonriendo, dijo:

—Abuela, ¡estamos en eso!

Ella quiso soltarse, pero Miguel la sujetaba con fuerza, sin darle oportunidad alguna de liberarse. Ya que él no la dejaba hablar francamente, ella tampoco lo dejaría quedar bien.

—Abuela, últimamente estoy buscando trabajo, así que lo de tener hijos tendrá que esperar un poco —dijo María, mirando a Rafaela.

Al decir esto, la sala quedó en absoluto silencio. Miguel apretó su mano con más fuerza, mientras su rostro se ensombrecía. María frunció el ceño al sentir el dolor en su muñeca.

Antonio observó por un segundo la mano de Miguel, con las venas hinchadas, apretando la de María, y luego desvió la mirada con indiferencia.

Carmen López, la tía de Miguel, se rio con indiferencia:

—María, no me tomes a mal, pero llevan varios años casados. ¿Cómo se ve que aún no tengan hijos? Además, si no fuera porque Miguel insistió demasiado en casarse contigo, ¿acaso crees que con tu familia habrías podido entrar a la familia López? Así que no seas tan ingrata. Si no quieres darle hijos a Miguel, hay muchas mujeres ahí afuera que estarían dispuestas. Si otra se te adelante, la que quedará mal serás tú.

Tenía un tono de consejo y advertencia, pero su mirada hacia María era de desprecio y de superioridad.

Rafaela furiosa, miró a Carmen con desaprobación.

—Carmen, ya basta.

Carmen hizo un gesto de disgusto, pero no dijo nada más.

—María, ustedes aún son muy jóvenes —dijo Rafaela, mirando a María con una sonrisa amable—. Si no quieren tener hijos ahora, pueden esperar un par de años más. Pero no te canses mucho con el trabajo, no te hace falta el dinero, tómalo como mejor un pasatiempo.

—Lo sé, abuela —respondió María.

El incómodo momento pasó y la sala volvió de nuevo a la calma anterior.

Cuando la atención ya no estaba sobre ellos, Miguel arrastró a María discretamente fuera de la sala. La llevó hasta un gazebo en el jardín y la soltó con brusquedad, mientras decía con desprecio:

—María, ¿te has vuelto loca? ¿Quieres que toda la familia se entere de nuestras peleas?

María se frotó la mano adolorida y luego bajó la mirada.

—Solo dije la verdad.

—¡Vaya verdad! —exclamó Miguel y la miró, sombrío—: ¿Debería llamar a tu padre para informarle?

El padre de María, Jorge, no estaba bien de salud, por lo que los médicos habían dicho que debía evitar disgustos. Por esto, María planeaba divorciarse de Miguel primero y luego contarle a su padre poco a poco.

—¡No te atrevas! —exclamó, mirándolo con furia—. Fuiste tú quien me engañó primero, ¿con qué derecho actúas de esta manera?

Miguel apretó los puños, con un destello de culpa en sus ojos que pronto se convirtió en impaciencia.

—Ya te prometí que no volverá a pasar. Si no quieres ver a Patricia, la despediré. ¿Qué más quieres?

María sintió que definitivamente no podía comunicarse con él y apartó la mirada.

—No quiero discutir aquí contigo.

Al ver sus ojos enrojecidos, Miguel suspiró aliviado y suavizó su tono.

—María, de verdad me arrepiento. Si no mencionas el divorcio, te compensaré. Te amo a ti, no puedo dejarte ir.

María pensó que era realmente ridículo. ¿Cómo podía ser tan descarado? Decía amarla, pero eso no le había impedido acostarse con otra mujer. El solo hecho de pensar en él revolcándose con ella le daba náuseas.

—No puedo perdonarte.

La traición era su límite. No podía fingir que nada había pasado ni reconciliarse con él.

Miguel conocía muy bien el carácter de María y era consciente que estaba en falta, por lo que tendría que ir despacio.

Sabía que María aún sentía algo por él, de lo contrario no habría armado un verdadero escándalo al enterarse. Si él no cedía con el divorcio, algún día ella terminaría por perdonarlo.

—Dejemos esto a un lado. Si no quieres tener hijos, lo pospondremos dos años. Ya que quieres trabajar, mañana le diré a mi secretaria que te asigne un cargo en LópezTech Global.

Al oírlo decidir por ella sin consultarle, María no pudo evitar reír con sarcasmo.

—Miguel, ¿no me ves como una persona? ¿Acaso crees que soy una marioneta que puedes manejar a tu antojo?

—¿Qué te estoy manejando? —preguntó Miguel, frunciendo el ceño, sintiéndose herido por su mirada—. Dices que no quieres hijos, acepto esperar dos años. Quieres trabajar, te lo arreglo. ¿Por qué todavía te quejas?

—Te haces el tonto a propósito, ¿verdad? No quiero hijos porque quiero divorciarme. Quiero trabajar para separarme completamente de ti.

Él la miró, molesto por su absoluta terquedad.

Desde que se habían casado, María había sido como un trofeo para él, sin permitirle tener opiniones propias ni tomar decisiones.

—Mientras yo no esté de acuerdo con eso, no podrás divorciarte. Aunque le digas a un abogado que te fui infiel, ¿acaso tienes pruebas? —Miguel hablaba con seguridad y arrogancia, como si tuviera el control absoluto.

María retrocedió unos cuantos pasos, temblando de rabia. Al ver la verdadera cara de Miguel, se dio cuenta de lo egoísta y repugnante que era, sin poder que ella lo había amado intensamente por ocho años, de los dieciocho a los veintiséis, regalándole los mejores años de su vida.

—¡Miguel, me das asco!

Al ver el desprecio en sus ojos, Miguel se estremeció y, tomándola por la barbilla, la obligó a mirarlo.

—María, entiendo que estés enojada, pero no quiero volver a oír eso.

Su María debía amarlo toda la vida, ¿cómo podía odiarlo? Aunque hubiera cometido un error, no podía permitir que lo mirara de esa manera.

—¡No me toques, me das asco! —repuso María, apartando su mano con un gesto de repugnancia.

—¿Asco?

Miguel se rio con desprecio, la agarró de la cintura y la presionó contra una columna, inclinándose para besarla. Ya que ella solo decía cosas que no quería oír, tendría que callarla definitivamente.

María no pudo apartarlo y giró la cabeza; por lo que los labios cálidos de Miguel rozaron su mejilla con suavidad, causándole escalofríos de repulsión.

—¡Miguel, suéltame!

—Lo haré si dejas de decir cosas que me hieren.

—¡Imposible!

—Entonces tendré que callarte a mi manera.

Le sujetó el mentón y se inclinó para besarla con fuerza. Justo cuando sus labios iban a tocar los de María, una tosecita se oyó detrás de ellos.

—Miguel, ¿interrumpo algo?

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