NARRADORATomas comenzó a ladrar en su mente; Aldo no pudo contradecirlo.Los habían descubierto.“Prepárate para salir detrás de mí a luchar. No podemos dejar que nos encierren aquí o estamos acabados”.Le indicó comenzando a gatear hacia la salida. Sospechaba de las intenciones de sus asediadores.—¡Traigan la leña, de prisa, viertan el líquido acelerante! —el hombre ya podía saborear su victoria.A la luz del día y con la ayuda de los perros y las huellas descubrieron que detrás de esa barrera natural había una estrecha entrada.Solo se temía que tuviese otra salida, pero tampoco nadie se arriesgaría a comprobarlo; la mejor opción era prender fuego y ver si las ratas salían.—Apílala bien —los hombres se movían cargando los fajos de hierba seca y ramitas del bosque.El adjunto avanzó montado en su corcel, todo heroico, antorcha en mano y el fuego rugiendo en su corazón.Si lograba erradicar a sobrenaturales, podía pedir incluso la recompensa que ofrecía el palacio.El Regente lo as
NARRADORASu pierna se fracturó de una vez, haciéndose astillas los huesos, cuando un poderoso tronco le cortó el paso.Apareció como de la nada, esgrimido por las rudas manos de un hombre apostado detrás de un árbol.Nicolais cayó estrepitosamente rodando por el suelo, enseguida girándose para enfrentarlos.—¡Por favor! —sollozó, arrastrándose sobre la tierra húmeda, el dolor vibrando en cada palabra—. ¡No diré nada, déjenme ir! ¡Tengo familia, tengo hijos y esposa!Vio aparecer en su visión a los dos hombres desnudos.Lo estaban esperando; nunca tuvo una oportunidad real de escapar.—Lo lamento, pero yo también tengo familia —Aldo le respondió antes de abalanzarse sobre el soldado y desgarrarle la garganta con las afiladas uñas.Su grito de muerte se perdió en la inmensidad del bosque.—Aldo, viene Elliot —Tomas le avisó girándose para esperar al pelinegro que avanzaba raudo por los matorrales del bosque profundo.—¿Están bien? —Elliot dio un suspiro de alivio al encontrarlos a salv
KATHERINE—… ¡Es inocente! ¡Tiene que creerme, necesito ver al Duque, se lo suplico! ¡El carruaje ducal! ¡¡¡Eminencia, por favor, escúcheme!!!—¡Alto, mujer loca! ¡No te atrevas a acercarte a su señoría!La algarabía llegó hasta mis oídos: los llantos y gritos enardecidos de una mujer.Abrí la puerta y me asomé.La vi a unos metros de mí, una muchacha joven, siendo reprimida por dos guardias, maniatada contra el suelo polvoriento.—¡Deténganse! —les grité, agarrando mi vestido y bajando la escalerilla casi de un salto.Avancé con ira. No importaban las circunstancias; no deberían tratar así a una mujer.—¡Su señoría, ella es la hija del traidor mayordomo! —me dijo uno de los guardias que la intentaba sostener.—¡Mi padre es inocente, excelencia, se lo suplico! ¡Solo unos minutos de su tiempo pueden salvar a un hombre inocente! —forcejeó, liberándose de las manos de los guardias.De rodillas, se agarró a los bajos de mi vestido. Me partía el alma ver la desesperación en sus ojos.—Solo
NARRADORA—¡Francis! — el ama de llaves exclamó, dejando a medio hablar al jardinero.El joven desmontó de un salto, con el rostro desencajado y el cabello desordenado por el viento.—Ven conmigo —le dijo, casi en un susurro, mientras lo tomaba del brazo y lo arrastraba hacia el interior del castillo.Una vez en su habitación del primer piso, cerró la puerta de golpe y pasó el pestillo.—Habla, Francis. ¿Qué ha pasado?Su hijo comenzó a caminar en círculos, su mano deslizándose repetidamente por el cabello, con nerviosismo palpable.—El Duque sabe que le roban en las fronteras sur. Descubrió la fuga de mercancías y… y… creo que también sabe lo de las plagas. No sé cuánto detalle tiene, pero algo descubrió.—¿Cómo se enteró? ¡Sé más concreto! —le espetó ella, sujetándolo de los hombros para detener su frenética marcha.—¡No lo sé bien, joder! —Francis le apartó las manos con un manotazo—. Todo pasó tan rápido.—¡Habla bajo! —le recriminó, acercándose más—. Francis, concéntrate. ¡Detall
NARRADORADesde que Freya entró en la habitación del ama de llaves, se arrepintió un poco, pero ya estaba allí.—Siéntese, siéntese aquí —la Sra. Prescott la invitó cortésmente a tomar asiento en el sillón pegado a la chimenea, pero casualmente de espaldas al baño.—Dígame, ¿en qué puedo ayudarla? —se quedó de pie frente a la anciana, apretando una mano contra la otra para disimular sus temblores.—Bueno, usted entregó el libro de contabilidad y la Duquesa me indicó que lo revisara…—¿Usted? ¿Pero si es una nana, qué iba a saber de contabilidad? Digo… —el ama de llaves se dio cuenta de su grosería.Ahora que la veía con el libraco en las viejas manos, recordó otro pequeño detalle importante que también la incriminaba.—Sí, soy nana, pero también fui administradora de un hogar por décadas, no tan grande como este castillo, pero hay cosas básicas muy obvias —el tono de Freya fue adquiriendo dureza.Esta era la razón por la que debió esperar a Katherine, pero es que estaba insultada de c
NARRADORAEN EL CAMPAMENTO DEL DUQUE THESIO…—¿Han podido sacarle algo a ese espía? —Thesio le preguntó al mensajero que regresaba a caballo.Estaba apostado en un campamento improvisado, algo lejos del campamento principal que controlaba su general.—No, señor, ni siquiera bajo tortura ha dicho nada útil —le informó.Thesio frunció el ceño, sentado sobre el tronco caído de un árbol.Hubiese querido intimidar a ese hombre él mismo, pero no le convenía estar en ese sitio tan comprometedor.Conocía a Elliot; ese hombre se agarraría de lo que fuese para incriminarlo y, ahora con esa caja de seguro en su poder, Thesio se temía lo peor.En un caso extremo podría buscarse un chivo expiatorio, decir que Arthur fue el cerebro pensante, que actuó a su espalda, por eso no le convenía dar el frente.—Regresa y dile a Arthur que lo elimine, que desmantele todas las evidencias, que recoja el campamento sin dejar nada atrás —tomó su decisión al instante.Ya basta de jugar al gato y al ratón.Era ev
NARRADORA—¡Aggrr, suel… tame… maldi…to! —Arthur luchaba como un tigre acorralado.Su torso se contorsionaba intentando girarse para quitarse de encima a la alimaña que le había saltado sobre la espalda.Las manos de Álvaro temblaban más y más a medida que apretaba la soga entre sus muñecas.Las venas se veían abultadas, haciendo relieves sobre la piel, y las heridas escurrían con rastros de sangre.Apretó los dientes, viendo solo oscuro, a punto de perder la consciencia, pero las ganas de vengarse mantenían su ira funcionando.Sin embargo, no fue suficiente.Aflojó solo un segundo, solo uno, y su cuerpo entero giró cayendo de lado sobre la dura tierra.Se golpeó la cabeza, gimiendo de dolor, la garganta desollada.A lo lejos, los rugidos de la lucha; cerca, la tos ahogada de su enemigo.Álvaro intentó incorporarse, pero esta vez su cuerpo no le respondió. El golpe de adrenalina ya estaba pasando.—¡Maldito desgraciado, ahora verás si no acabo contigo! —sintió el alarido y el peso sob
NARRADORAAlzó la cabeza y rugió a los cielos, un sonido gutural salido del fondo de su garganta que espantó a los pájaros, escapando en bandadas por el depredador absoluto que estaba por aparecer.Alexia lo vio todo, un líquido turbio amarillo bajó por entre sus piernas; el olor a acre, a miedo, a muerte, se respiraba en el aire.Aun así, vio la última oportunidad de escapar, mientras Elliot lidiaba con todas esas nuevas sensaciones raras, que ya no reprimía y estaba dejando fluir como una presa por completo abierta.Se levantó con el orine escurriendo por sus muslos y comenzó a correr a trompicones, alejándose más y más de la bestia.Elliot cayó al suelo, apoyado en sus manos y rodillas; las uñas negras, incluso de los pies, se alargaban rompiendo las botas, duras, como cuchillas afiladas.La mandíbula se remodelaba, a punto de expandirse en un fiero hocico; la piel ardía como si estuviese en carne viva y los folículos pilosos se dilataban para dar paso al pelaje.Parecía inminente