354. SEDUCIENDO A LA ESPOSA

ELLIOT

—¡Oye, espera, zorra! ¡Yo lo había visto primero!

Los gritos quedaron atrás, junto al furor de las peleas y los violines animando las trifulcas.

Corría por entre las sombras de las carpas y los pequeños negocios, sucio, lleno de fango, pero por alguna razón, al mirar la cabellera castaña ondeando frente a mí, aspirar la deliciosa lavanda, una sonrisa apareció en mis labios.

Estaba feliz.

*****

KATHERINE

Me encontraba parada en el pasillo, vigilando.

Nos habíamos metido dentro de unas caballerizas en silencio, solo con algunos caballos en sus cuadras ya dormitando.

Elliot me dijo que siempre en estos sitios había duchas rústicas para que los peones se lavaran, y allí estaba él, metido dentro de lo que parecía una caseta de madera, solo con una cortinita precaria al frente, que lo tapaba.

Me paré de espaldas, mirando a través del largo y medio oscuro pasillo, que llevaba a la entrada del establo.

Sabía que estaba desnudo, el muy descarado casi se desvistió en mi cara. Escuchaba e
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