NARRADORASigrid estaba desesperada. Sabía que debía existir algún portal mágico en algún lugar: en estas paredes, el techo…—¡Maldición! —explotó, llena de rabia e impotencia.Silas era fuerte, pero igual tenía miedo. No deberían haberse separado.De repente, en medio de su desesperación, su pecho comenzó a doler mucho, demasiado.Se llevó la mano al esternón. Diosa, ¿ahora qué era esto?Su mente estaba en caos, la visión nublada mientras sus manos palpaban piedra por piedra, buscando la apertura mágica.Debía calmarse. Le echaba la culpa a su estado tan enloquecido. Estaba perdiendo el control.Electra se revolvía en su prisión, más demente que nunca, gritando por salir.—¡Ahora no, maldita loca! —rugió, apresando su espíritu con todo. No podía dividir su poder en estos momentos, debilitándose para mantenerla a raya.Solo que Sigrid se olvidó de que compartía la habitación con alguien más, alguien que le interesaba mucho al cuerpo que parasitaba.De repente, en medio del caos y d
NARRADORASeparó la mano temblorosa de sus labios y la miró frente a su rostro con incredulidad. Goteaba del vital líquido carmesí hacia el suelo.El chillido escalofriante de una serpiente siendo asesinada resonó en medio de las tinieblas.Los ojos de Lucrecia miraron en esa dirección, incrédula. No podía ser, maldición, no… ¡no podía haber acabado con uno de sus mejores hechizos! —¡ASESINEN A ESE DESGRACIADO, AHORA, AHORA O NO LES DARÉ MÁS ALMAS EN PENA PARA DEVORAR! —gritaba, más histérica que las mismas pesadillas.Lucrecia lo podía sentir, algo estaba sucediendo que se salía de sus planes.Liberó todos los espejos, abriendo los portales de par en par.De un momento a otro, ráfagas de poder mágico ondearon en el aire. Clavó los botines con firmeza en el suelo, su cabello abanicándose mientras el vendaval azotaba con fuerza. Subió las manos para taparse el rostro, achicando los ojos.Ese poder oscuro que con tanto sacrificio había reunido estaba siendo… ¿engullido?Lucrecia di
NARRADORALucrecia luchó con todas sus fuerzas, pataleando mientras era alzada en el aire por la mano de Silas, rodeado por un manto oscuro de tinieblas.Los espectros aullaban frenéticos, absorbiendo toda esa magia poderosa que el amo les dejaba llegar a través de su conexión.Sus botines se sacudían con espasmos en el aire, las venas se traslucían como telarañas oscuras bajo su blanca piel.Lucrecia no podía creer que su final llegaría así. No, no, ¡no podía morir así!Con lo último que le quedaba de magia, con su última voluntad, pensó en explotar como una supernova.Se llevaría a ese desgraciado a la tumba con ella.Cerró los ojos, parecía derrotada, hundida, sin esperanzas.¡Ahora! La magia vibró en su pecho, concentrada, el dolor desgarrándola por dentro, pero lo logró. Lo lograría. ¡TÚ Y YO NOS IREMOS JUNTOS, CONMIGO, HASTA EL FINAL!Rugió en su interior y abrió los ojos para darle una última mirada victoriosa.No, no, ¿por qué se reía? ¡Vas a morir, infeliz! ¡¿Por qué te est
NARRADORASigrid bajó la mano con infinito asco, tomándola con una fuerza descomunal por el cabello marchito y mustio, obligándola a arrodillarse.—¡Mírame! —le ordenó, enfrentándola.Lucrecia no tenía fuerza ni para gritar, lágrimas de sangre bajaban por lo que alguna vez fue uno de los rostros más hermosos de esta era.—Solo lamento no poder quedarme para siempre y poder destruirte una y otra vez. Te mantendría con vida solo para quebrar cada centímetro de tu alma, como hiciste con él —le dijo con un tono frío, bajo y feroz.La magia de Sigrid salía rabiosa de su cuerpo, quemándole el cuero cabelludo a Lucrecia, que ya estaba moribunda.Sigrid convocó una daga en su mano.—Silas, libéralos con tu magia —le pidió a su compañero.Él la miró con intensidad y asintió. Pronto, dos espectros gigantescos aparecieron a su lado y saltaron al vacío, corroyendo el hierro de las cadenas.Gritos asustados se escucharon en las profundidades. Gemidos temblorosos y jadeos quebrados llenaron el air
Cuando Sigrid y Silas pasaron por la sala donde Lucrecia los había llevado la primera vez, presenciaron el desastre que había quedado detrás. Así fueron avanzando a través de los mismos pasillos oscuros.Sigrid no se sentía muy bien; esa puñalada a traición todavía ardía en su pecho, pero no quería preocupar a Silas. Algo la hacía mantenerse pegada por completo a él. Tenía miedo, esa era la verdad. Le apretó la mano con fuerza cuando llegaron a la entrada.Las estatuas de acceso estaban en la zona subterránea. La brisa fría de la noche les daba en el rostro a través del enorme agujero sobre sus cabezas. Silas estrechó su cintura, besando su frente con tanto amor, obsesionado por siempre sentirla cerca de su cuerpo. Estaba por completo rendido ante esa mujer, solo lamentaba no verla por completo, mostrando su propio cuerpo.Enormes alas oscuras brotaron como bruma de su espalda. Se impulsó remontando las alturas con su Selenia siempre protegida a su lado.Elevándose en el aire,
NARRADORAPero apenas dio algunos pasos, cayó de nuevo de rodillas. El sonido de los cánticos prohibidos se metía a la fuerza en su mente a través de sus oídos.¿De dónde venía? ¡MALDICIÓN! ¡A SU ESPALDA!Sigrid rodó evitando el ataque rastrero a traición.Agazapada sobre la hierba, la descubrió saliendo del oscuro manto de los pinos: era la malnacida de Drusilla.Era ella quien estaba llenando el aire de esas maldiciones que estaban enloqueciendo a Electra.Sigrid avanzó a trompicones, intentando movilizar su magia, pero lanzó un hechizo que falló.No era que Drusilla se estuviese volviendo más poderosa, era Sigrid, que cada vez luchaba con más fuerza por mantener el control dentro del cuerpo que había robado.Drusilla llevaba en sus manos el Libro del Risorgimento; de ahí leía ese antiguo hechizo, y Sigrid lo sabía muy bien: la estaba intentando encerrar dentro del cuerpo de Electra.Por eso perdía cada vez más la batalla. Para empeorar las cosas, de repente Drusilla jaló una cade
NARRADORARenata cayó al suelo desmayada, sin poder aguantar la explosión de tanta energía oscura.—¡RENATA! —Alessandre, que miraba desde las sombras, gritó. Le habían dicho que no interfiriera, que ellas dos podían con la situación.Pero ese hombre, ¡maldición!, ese hombre era demasiado poderoso.Corrió hacia su mujer, y todos los vampiros y los guardias reales que también los rodeaban, aunque con temor en sus corazones, salieron del amparo del bosque, gritando y listos para contener a las dos amenazas.La Reina Selenia se desconcentró solo por el segundo en que perdió la conexión con su hija.Miró con incredulidad cómo el suelo verde del bosque se había convertido en una especie de agua oscura, como fango de ciénaga, como brea negra, y dentro de ella se hundía a gran velocidad ese hombre, atrapando a la Selenia contra su pecho.—¡NO ESCAPARÁS TAN FÁCIL DE MÍ! —ondeó la mano con odio, y cientos de dagas doradas asesinas, fueron directo a Silas.Un enorme espectro salió de repente,
NARRADORAMérida salió del interior de la casa con un farol colgando de sus viejas manos y, al verlos en las condiciones en que estaban, llenos de heridas, suciedad y sangre, abrió los ojos con asombro.—¡Por todos los cielos!, ¿qué les sucedió a ustedes? —Se acercó a examinar a Sigrid. Su piel estaba caliente, temblaba y sudaba con los ojos cerrados, pasando un gran dolor, luchando constantemente contra Electra.—¡Necesito que cures a Sigrid con tus hierbas! ¡CÚRALA YA! —Silas rugió descontrolado, con todo un manto de oscuridad a su alrededor, a punto de salirse de las ataduras de la cordura.Estaba pidiendo ayuda a una curandera elemental cuando, con su magia, él mismo podía sanar las heridas.Pero sabía que no podía mantenerla dentro del cuerpo de Electra. No sabía cómo hacer esa magia; solo conocía destruir y luchar. No era un mago real ni tenía esas habilidades.—Tranquilo, tranquilo… No la alimentes aquí, es muy peligroso, mejor métela en la ca… Las palabras de Mérida se qued