223. CENA MORTAL

SIGRID

Subí mis ojos a través del reflejo y lo sorprendí mirando hacia mi cuello para luego ¡hacerse por completo el desentendido!

“¡Esclavo malo, podría castigarte por eso! ¡En vez de toquetearme el coño, tenías que haberme aplicado aquí el bálsamo!”

—Mi señora, le puedo cepillar el cabello —se inclinó y tomó el cepillo, haciéndose el tonto.

Nadie dijo nada.

Regresé la manga caída del camisón a su sitio y asentí.

Mis ojos se desviaron al lateral de su cuello, donde exhibía mi profunda mordida, enrojecida y fiera.

La verdad es que él no me había clavado los dientes como yo a él.

Bueno, ya qué, somos un par de desquiciados mentales, ¿para qué negarlo?

El suave cepillar me encantaba.

Pasaba con paciencia una y otra vez por cada hebra, acariciaba con sus manos mi pelo, el cuero cabelludo, mi nuca, mi frente.

¿Quién lo enseñó a hacerlo tan bien?

Pensé por un segundo en esta imagen de él con Lucrecia y la sangre me hirvió en las venas.

Debía pensar en otra cosa, pero el recordar a
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