SIGRID Un gemido ronco escapó desde las profundidades de mi pecho. Mi cuerpo se arqueaba hacia arriba, con las piernas completamente abiertas y la cabeza colgando del hombro de Silas. Los dedos de mis pies se contraían y flexionaban, de puntillas contra el fondo de la tina. Una mano aferrada al borde y la otra se movía rítmicamente, salpicando agua por fuera, guiando la de Silas bajo el agua, hundiéndole mis uñas en su muñeca mientras lo empujaba a penetrarme justo donde lo necesitaba. —Más rápido… Silas, más… ahh justo ahí, sí… —gemía descontrolada, sin pensar en nada, mi mente en blanco solo ardiendo en lujuria. —Mmm, shhh —lo escuchaba gruñir, chupando y besuqueando mi cuello, acunando y apretando sensualmente mis senos con su mano libre, jugando con los pezones. Prácticamente, lo tenía encima de mi espalda como un animal salvaje enjaulado, conteniéndose para no devorarme por completo. Cada vez que ese falo de hielo me penetraba, iba directo a ese bultico hinchado y sensi
SIGRIDDe repente un sentimiento extraño se movió en mi interior, era lenta en las relaciones, pero no idiota. Resultaba obvio que Silas se sentía atraído por Electra, me lo decían sus acciones, yo no lo obligaba a nada. Bajé la mirada y a través de su pantalón oscuro vi la mancha viscosa de su deseo liberado, ni siquiera lo había tocado, él solo me daba placer a mí, o más bien a este cuerpo y, aun así, se había venido. ¿Será por la compatibilidad de magias? Cada vez la teoría de resonancia de almas gemelas se me hacía menos loca. Pero Silas creía que esa magia era de Electra y no. “Silas, me llamo Sigrid, yo no soy esta mujer, tu magia oscura y maldit4 anhela la mía, la mía, no la de Electra.” Bajé la cabeza y cerré los ojos sentada sobre la cama, ahora temblando de frío, recogiendo las piernas expuestas. Sentía mi intimidad hinchada por las penetraciones de ese objeto duro.—¿Duele? —de repente una voz me habló cerca y subí la mirada, él estaba inclinado sobre mí.Su ceño fr
SIGRIDSubí mis ojos a través del reflejo y lo sorprendí mirando hacia mi cuello para luego ¡hacerse por completo el desentendido!“¡Esclavo malo, podría castigarte por eso! ¡En vez de toquetearme el coño, tenías que haberme aplicado aquí el bálsamo!”—Mi señora, le puedo cepillar el cabello —se inclinó y tomó el cepillo, haciéndose el tonto. Nadie dijo nada. Regresé la manga caída del camisón a su sitio y asentí. Mis ojos se desviaron al lateral de su cuello, donde exhibía mi profunda mordida, enrojecida y fiera. La verdad es que él no me había clavado los dientes como yo a él.Bueno, ya qué, somos un par de desquiciados mentales, ¿para qué negarlo? El suave cepillar me encantaba. Pasaba con paciencia una y otra vez por cada hebra, acariciaba con sus manos mi pelo, el cuero cabelludo, mi nuca, mi frente.¿Quién lo enseñó a hacerlo tan bien? Pensé por un segundo en esta imagen de él con Lucrecia y la sangre me hirvió en las venas. Debía pensar en otra cosa, pero el recordar a
SIGRIDObvio y no la culpo, si sumido en la oscuridad, donde no da la luz, solo se observa un ojo dorado que la mira como una serpiente esperando a engullirla.—Yo… — da un paso atrás con terror.—Mejor párate en la otra esquina —le ordeno suspirando, así evito una tragedia. Silas de repente sale de su rincón donde él mismo se quedó de guardia. Va a la mesa y comienza a trinchar la carne finamente como me gusta, a servir en mi plato las cosas que prefiero, le quita la grasita del jamón que no me agrada y sirve un poco de vino en mi copa. Todo con destreza y rapidez, me quedo absorta descubriendo que ha examinado todos mis gustos. Debe ser parte de su entrenamiento para ser el esclavo perfecto.—Mi señora, subiré el fuego de la calefacción, debería quitarse esa capa tan pesada, será incómoda para comer, ¿le traigo otra más ligera? —me pregunta como quien no quiere las cosas. Pero ya sus manos van a bajar la mullida capa, a descubrir la parte de arriba de mi cuerpo. El vestido bor
SILASCuando todos dormían, en las penumbras, comencé a escuchar gemidos bajos. Me acerqué a la puerta de su cuarto, en el área de servicio. Odié que mi señora no la mandase a la barraca, ¿por qué tenía que darle un trato preferencial? Ahora entendía por qué, ella era inteligente, tenía sus propios planes.“Mmmm, su señoría es tan hermosa…” “Me encanta mi señora… mmm, señoría, quiero tocarla…” se escuchaban susurros femeninos indecentes.Rechiné los dientes y di un puñetazo contra la pared, desprendiendo un trozo de los viejos ladrillos. Tenía que controlarme; no podía alertar a los otros sirvientes ni dejarme llevar por este impulso asesino. Esa zorra gemía como si estuviese acostándose con mi señora; parecía ser el hechizo, creía de seguro que estaba complaciéndola en su cuarto.Todo era falso, pero me hacía hervir la sangre solo de imaginar las escenas que pasaban por su asquerosa cabeza.No importaban los desvaríos de esta esclava, su señoría solo se complacía conmigo, se du
LUCRECIA Le decía todo lo que odiaba escuchar, lo que lo hacía sentir más vulnerable, rencoroso, porque así me lo hacía más y más rudo. El cosquilleo delicioso arrasando mi vagina mientras esos ojos dorados me devoraban con rencor, pero el odio también es pasión y nunca nadie me ha tomado con tanta vehemencia en mi vida. — ¡Gray córrete dentro de tu ama, córrete mi peliblanco, ahhh, Gray, oh sí cariño!, ¡Graaaay! Estaba en el límite, solo unos cuantos empujones más, solo un poco más, pero escuché un gruñido y la esencia lechosa llenando mi vagina. Abrí mis ojos de golpe, furiosa. ¡Ese maldit0 esclavo de nuevo se había venido antes de mí, ni siquiera aguantaba un poco de penetraciones rápidas! — ¡Eres un idiota! - lo abofeteé con toda la ira reprimida que sentía. Agarré el otro extremo de la cadena y me levanté frustrada y con las ganas de nuevo a medias. Él cayó al suelo, llevándose las manos a la cabeza, en posición fetal y lloriqueando. Eso me enardecía más, así que com
SIGRID—No es necesario que me pongas los zapatos, Silas, yo lo hago —le quité los botines de la mano y me los calcé yo sola. La verdad es que tener a una persona siempre a mi alrededor ayudándome en todo, me daba algo de jaqueca. Solo que su presencia silenciosa no me molestaba, se lo permitía, pero algo me decía que ahora mismo vendrían las tormentas. —Mi señora, iré rápido a mi habitación a cambiarme, el traje azul que mandó a confeccionar para mí ¿le parece adecuado? —se levantó de repente con premura— Mejor lo pruebo y usted me dice… —Espera, Silas —lo detuve cuando ya había girado su espalda— No es necesario que te cambies, no irás conmigo a la fiesta. Miré a su ancha espalda rígida, se quedó en silencio sin voltearse, pero yo podía sentirlo, el torbellino de sentimientos que se movían en su interior. —Es peligroso, pueden reconocerte, no sé si Lucrecia… —¿Es por mi apariencia horrenda? —se giró de repente, apreté los puños al ver la desolación en ese ojo dorado. —No,
SIGRIDCada vez la idea de llevarlo al futuro se hacía más fuerte, ¿pero cómo lo haría? —Volveré, solo obedece, sé bueno y te recompensaré —lo solté al fin, agregando también un soborno. Me dolió ver la rojez en su barbilla, quería curarlo, pero no podía ceder ahora o mis propias palabras no tendrían sentido. Di la espalda y me marché de la habitación tirando la puerta. Me quedé de pie en el rellano unos segundos, agarrando el picaporte. Lo podía sentir desde el otro lado, parecía llamarme a gritos en silencio. Cerré los ojos y me puse la máscara de Electra.Hoy era un día demasiado escabroso e importante, que no podía fallar. Antes de bajar las escaleras, igual aseguré con un hechizo simple la puerta y el cuarto en general, sabría si alguien entró o salió.Si Silas me desobedecía, me enteraría, si alguien más entraba aquí, también lo sabría. *****—Señorita Electra —el mayordomo me puso la pesada capa sobre los hombros para despedirme en la puerta de entrada. Salí entonces a