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Capítulo 3 : Territorio de Cuarto Creciente

Capítulo 3: Territorio de Cuarto Creciente

Aria caminaba en silencio detrás de Raiden, observando cada paso que daba en el terreno desconocido. Su cuerpo estaba cansado, sus músculos adoloridos después de una noche de huida, y el peso emocional de la traición aún la perseguía. Aun así, sentía una chispa de esperanza, una pequeña luz que se encendía en su interior. Había dejado atrás su antigua vida en la manada Luna Oscura y, aunque el destino que le aguardaba en el territorio de Cuarto Creciente era incierto, cualquier cosa parecía mejor que regresar a los brazos de quienes la habían rechazado.

Mientras avanzaban, Aria aprovechaba para estudiar a Raiden. Él caminaba con una confianza tranquila, sus hombros relajados pero alerta, como si cada fibra de su ser estuviera siempre lista para atacar o defender. Raiden no era un lobo cualquiera. Su presencia imponía respeto, y aunque su reputación lo precedía, Aria no podía evitar sentir una atracción inexplicable hacia él. Había algo en su mirada, en su manera de moverse, que la hacía pensar en una fuerza contenida, en alguien que tenía el control total de sí mismo y de todo lo que lo rodeaba.

Después de un tiempo, Raiden rompió el silencio.

Raiden: “No preguntaré más sobre tu pasado, pero debes saber que en Cuarto Creciente no toleramos la debilidad. Aquí, cada miembro debe demostrar su valía.”

Aria lo miró, con una mezcla de desafío y aceptación en sus ojos.

Aria: “No busco compasión ni protección, Raiden. Solo necesito un lugar donde pueda empezar de nuevo.”

Él asintió, aparentemente complacido con su respuesta. Había algo en su tono que le recordaba su propia juventud, una chispa de rebeldía y fuerza. Sabía que su manada podía ser un lugar hostil, especialmente para alguien que venía de fuera, pero había algo en Aria que lo intrigaba, algo que lo hacía querer darle una oportunidad.

A medida que se adentraban en el territorio de Cuarto Creciente, el ambiente a su alrededor cambiaba. Los árboles se volvían más espesos, el aire más denso, y el suelo parecía vibrar con una energía latente. Los lobos de esta manada eran conocidos por su naturaleza salvaje y sanguinaria, y cada rincón de ese bosque parecía reflejar esa reputación. Sin embargo, para Aria, este lugar, aunque intimidante, representaba una nueva oportunidad, un refugio para reconstruirse después de la devastación que había dejado atrás.

Pronto, llegaron a un campamento improvisado en el corazón del bosque. Había varias cabañas de madera rústica alrededor de un claro, donde algunos miembros de la manada de Cuarto Creciente se movían, atentos a la llegada de Raiden y de la desconocida. Sus miradas eran duras y desconfiadas, y Aria podía sentir cómo la examinaban, juzgándola en silencio. Nadie se acercó, pero la tensión en el aire era palpable.

Raiden le hizo un gesto para que lo siguiera hasta una pequeña cabaña en el borde del claro. Al entrar, Aria notó que el lugar era sencillo, pero acogedor. Había una cama cubierta con una manta de piel, una pequeña mesa de madera y una ventana que dejaba entrar la luz filtrada por los árboles.

Raiden: “Este será tu espacio por ahora. Descansa, recupérate. Mañana comenzarás tus tareas junto con el resto de la manada. Si quieres ser parte de Cuarto Creciente, tendrás que demostrarlo cada día.”

Aria asintió, agradecida por el lugar donde descansar y por la oportunidad de formar parte de algo nuevo, aunque fuera en condiciones difíciles. Sabía que Raiden no era el tipo de líder que diera oportunidades sin motivo, y eso la hacía sentir aún más decidida a demostrar que tenía lo necesario para pertenecer a su manada.

Mientras Raiden se giraba para salir de la cabaña, Aria se armó de valor y lo detuvo.

Aria: “Gracias, Raiden. No solo por el refugio, sino también por darme una oportunidad cuando no tenías por qué hacerlo.”

Él se detuvo en la puerta y la miró por encima del hombro, sus ojos de un rojo oscuro brillando con una intensidad que la dejó sin aliento.

Raiden: “No es generosidad, Aria. Solo veo algo en ti que quizás tú misma no has descubierto aún. Pero si estás aquí, más te vale encontrarlo, porque no mostraré misericordia si demuestras ser una carga.”

Sus palabras, aunque duras, encendieron algo en ella. Sintió que Raiden la desafiaba a sacar lo mejor de sí misma, a enfrentar sus propios límites. La forma en que la miraba era diferente a como Kael lo había hecho. No había compasión, pero tampoco desprecio; había un respeto silencioso, una especie de reconocimiento que le daba fuerzas.

Esa noche, Aria se tumbó en la cama, sintiendo cómo el cansancio de su cuerpo finalmente la vencía. Cerró los ojos, y aunque su mente seguía atormentada por los recuerdos de la traición, por primera vez en mucho tiempo se sintió segura. Estaba en un lugar desconocido, rodeada de lobos que probablemente no la aceptaban del todo, pero el refugio que Raiden le había ofrecido y la oportunidad de pertenecer a algo nuevo le daban un sentido de propósito.

A la mañana siguiente, el sonido de golpes en la puerta la despertó. Abrió los ojos, desorientada, y vio a una mujer de cabello corto y mirada severa esperándola en la entrada de la cabaña.

???: “Soy Freya. Raiden me pidió que te entrenara y que te pusiera al día con nuestras normas. Si piensas quedarte, más te vale aprender rápido.”

Aria asintió, levantándose de la cama y preparándose para enfrentar el desafío. Sabía que no sería fácil, pero también sabía que no tenía otra opción. Había perdido todo en la manada Luna Oscura, y ahora, en Cuarto Creciente, tenía la oportunidad de reconstruirse desde las cenizas. Freya la condujo hacia el centro del campamento, donde varios miembros de la manada entrenaban en combate cuerpo a cuerpo y otras habilidades de supervivencia.

Durante el entrenamiento, Aria notó que Freya era una instructora estricta, pero justa. No le daba un respiro, y cada error que cometía era corregido con precisión y sin compasión. A pesar del agotamiento, Aria se esforzaba por seguir las instrucciones, dispuesta a demostrar que no era débil, que podía enfrentar cualquier desafío.

A lo lejos, Raiden observaba en silencio. Su mirada era impenetrable, pero en el fondo sentía una mezcla de curiosidad y satisfacción al ver cómo Aria se desenvolvía. Había algo en ella que le recordaba a sí mismo cuando era joven: una fuerza oculta, una voluntad de hierro. Sabía que la había traído a su manada no solo por impulso, sino porque veía en ella una posibilidad, un potencial que otros no habían notado.

Mientras el entrenamiento continuaba, algunos miembros de la manada comenzaron a observar a Aria con más interés, aunque aún con desconfianza. Cuarto Creciente no era un lugar fácil para una loba nueva, especialmente para alguien que había llegado bajo la protección de Raiden. Pero, para sorpresa de todos, Aria resistía, se levantaba tras cada caída y enfrentaba cada desafío con determinación.

Al final de la jornada, Freya se acercó a ella, sus labios esbozando una sonrisa casi imperceptible.

Freya: “Tienes agallas, lo admito. No muchos aguantan el primer día. Pero que esto no se te suba a la cabeza. Aquí, todos debemos ganarnos nuestro lugar cada día.”

Aria asintió, sintiendo cómo el respeto de Freya era un logro importante. Sabía que no sería fácil, pero también sabía que estaba en el camino correcto. Cuarto Creciente no solo le ofrecía un refugio; le daba una razón para fortalecerse, para crecer y para finalmente descubrir el poder que llevaba en su interior.

Esa noche, mientras observaba la luna desde la ventana de su cabaña, Aria prometió que nunca más dejaría que alguien la definiera o la hiciera sentir débil. Ahora, en este nuevo territorio y bajo la tutela de Raiden, se proponía renacer, no como una loba rota, sino como alguien digna de respeto y poder.

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