CAPÍTULO 3: AVENTÓN

Zara

Este hombre es todo lo que mi madre una vez me advirtió que debía evitar, pero tiene algo que no sé qué es, que hace que me quede hipnotizada y diga “sí” a todo lo que dice, aunque en una situación normal, lo hubiese rechazado.

Y es que, ¿qué persona normal acepta irse en el auto del tipo que acaba de conocer y que además fue quien me entrevistó para el posible empleo?

Si alguna de las chicas que estaban antes de mí pudieran verme, seguramente pensarían que estoy haciéndole algún favor para quedarme con el puesto.

Damon me hace sentir extraña, porque a veces su manera de hablar y su mirada me causan escalofríos, pero al mismo tiempo, es como si lo conociera de toda la vida, me inspira seguridad, y ni siquiera tengo palabras para comenzar a explicar por qué me pasa eso.

—¿Dónde vives? —pregunta cuando ya ha arrancado el auto.

—Ah, cerca de pinecreast road, pero… —dudo si pedirle ese favor. De cierta forma siento que estoy abusando demasiado de su caballerosidad.

—Te llevaré a donde necesites, solo pídelo, cachorrita.

Tiemblo ante la cuarta vez que me llama así. No me gusta, mas, no se lo digo.

—¿Podrías llevarme al restaurante Rustic Roadhouse? No sé si lo conoces, es…

—Por supuesto que lo conozco. Te llevaré de inmediato.

Damon pisa el acelerador del auto y se adentra en la avenida. La lluvia sigue cayendo a cántaros, impidiendo ver mucho más allá de las luces rojas y amarillas de los otros vehículos.

Me siento como en un sueño. Es la única palabra que encuentro para describirlo. Pues jamás imaginé que terminaría sentada al lado de un hombre tan sexy e imponente como él.

A pesar de mis alarmas de desconfianza, no puedo evitar sentirme emocionada porque se haya interesado en mí.

Conduce en silencio, aunque de rato en rato siento sus ojos negros puestos sobre mi nuca.

—¿Puedo poner algo de música? —pregunto.

—Sí, permíteme —dice presionando el botón de la radio.

Deslizo un par de canciones hasta que encuentro una que me gusta, al menos la música apacigua el silencio incómodo entre los dos.

Me remuevo en mi asiento, estamos atascados en el tráfico y no sé cuándo lograremos llegar.

—¿Trabajas en ese restaurante? ¿O acaso tienes una cita? —indaga sin ningún atisbo de disimulo luego de un rato callados.

—¿Una cita? No —respondo entre risitas. Yo jamás en mi vida he tenido una cita con un chico—. Voy a pasar por mi madre, ella es quien trabaja ahí como mesera.

—Oh, ya veo.

—Se suponía que debía estar ahí hace una hora. Debe estar muy molesta —comento mirando hacia afuera. Las ventanas se han empañado así que me distraigo garabateando figuritas en el vapor condensado del vidrio.

—En ese caso, tomaré un atajo, será más rápido.

Damon da una vuelta con su auto y sale del tráfico adentrándose por una calle más angosta. Da varios giros más y en cuestión de minutos, estamos en la estatal hacia pinecreast.

No es el camino convencional porque suele alargar la distancia, ya que hay que rodear el bosque. Pero si consigue llegar a la encrucijada, estaremos en el restaurante de mi madre en media hora al menos.

—Sé que ya lo he dicho muchas veces, pero, gracias de nuevo por hacer esto por mí. No tenías por qué.

—Es un placer para mí ayudarte —responde con una sonrisa.

—Espero que no me ayudes demasiado, me sentiría muy mal si consigo el trabajo solo porque te caí bien —digo en un susurro.

—Oh, cachorrita, hiciste mucho más que caerme bien.

¿Eso qué significa? Mi corazón se acelera como loco dentro de mi pecho. Por dentro estoy gritando como desquiciada, y es que nunca había conocido a alguien que fuese tan seguro de sí mismo y tan directo.

Es una nueva experiencia para mí y no sé cómo reaccionar ni qué decir.

—¿Qué?

Él suelta una carcajada sonora y me mira.

—¿No es obvio? —pregunta.

Claro que lo es, es solo que no sé qué decirle. Hace que todas mis defensas se derrumben y me quede sin palabras.

De improvisto, bajo la mano y sin darme cuenta termino rozándola con la suya, que está reposando al lado de la palanca de cambios.

Cada vez que lo toco o él me toca mi cuerpo se tensiona y una oleada de sensaciones me recorren por completo. Es como si mi piel gritara que lo necesita. No puedo entenderlo.

Aparto la mano de prisa, sintiéndome muy avergonzada. Sé que el hombre está jodidamente bueno, pero esa clase de pensamientos no son propios de mí. Ni siquiera he visto a un hombre desnudo antes, más que para la incómoda clase de anatomía y planificación familiar.

—Ah… ¿falta mucho para llegar? —pregunto carraspeando la garganta y cambiando el tema de forma abrupta.

—Un poco, el camino está resbaloso, no puedo arriesgar tu seguridad —dice sonriendo.

Esta vez me quedo en silencio solo escuchando la música que suena dentro y vuelvo a garabatear con el dedo en la ventana. Dentro del auto hay calefacción, pero solo con tocar el vidrio puedo sentir el intenso frío que hace fuera.

Al cabo de unos minutos, siento que Damon disminuye más la velocidad. Comienzo por ponerme nerviosa, y eso se acrecienta cuando veo que el auto se detiene por completo en medio de la nada.

—¿Qué sucede?

—Oh, oh —dice mordiendo su labio.

¡Madre mía! Qué visión más hermosa.

—¿Qué? —Mi voz sale mucho más jadeante de lo que esperaba.

—Nos hemos quedado sin gasolina.

—¿Sin gasolina? No puede ser, mi madre va a matarme.

—Lo lamento, creí que alcanzaría para llevarte, no me di cuenta de que el tanque estaba medio vacío. —Se disculpa peinando su cabello hacia atrás.

En el momento en que lo hace, veo como se marcan los bíceps de sus brazos y siento que de nuevo me va a dar un ataque.

—Tendré que llamar un taxi ahora.

—Eso no será necesario, no puedo dejarte botada en medio de la nada.

Abre la guantera del auto y saca un pequeño mapa de la ciudad.

—Mira, hay una estación de gasolina a unos pocos kilómetros de aquí. Empujaré el auto hasta allá y recargaremos combustible ahí.

—¿Con esta lluvia, tú solo? No, es demasiado.

—De todos modos, tengo que hacerlo, no puedo dejar mi auto aquí —responde encogiéndose de hombros.

Sin esperar más, se quita el cinturón y se baja del auto. Un par de segundos después siento como este comienza a andar y no es precisamente lento.

Volteo hacia atrás y, en efecto, Damon está empujando el carro como si fuese un cochecito de bebé. No disimulo mi sorpresa, me quedo boquiabierta viéndolo hasta que llegamos a la estación de gasolina, que, además, también tiene un pequeño motel para los viajeros.

Damon deja el auto bajo el techo alto de la estación y va hasta la zona de recarga. Está empapado hasta el tuétano, pero no ha perdido su sonrisa cuando voltea a mirarme.

Decido bajar del auto también para estirar las piernas.

—¿No hay nadie?

—Parece que no, y me temo que en esta estación no hay gasolina —concluye señalando el depósito que parece estar en cero.

—No puede ser, ¿qué haremos ahora?

—Iré a preguntar en el motel, puedes esperarme aquí.

Vuelve a salir corriendo bajo la lluvia y cuando llega al otro lado, entra directo en la zona de recepción.

Conozco el motel porque he pasado por aquí varias veces. Es una zona solitaria, destinada solo para los viajeros que vienen de lejos.

Saco mi celular del bolsillo y descubro que no tengo recepción. Ni siquiera puedo avisarle a mi madre que no podré llegar.

Al poco rato Damon regresa, y por su expresión no parece traer buenas noticias.

—La mujer de la recepción me dijo que no tienen gasolina. Mañana llegará el camión a reponerla, pero por lo pronto, el clima les impidió hacerlo.

—¡¿Qué?! Ay no, lo lamento tanto. Esto es mi culpa, ahora tú…

Damon toma mi muñeca y se acerca peligrosamente a mí, haciendo que dé un traspiés hasta chocar con el auto. Me quedo estupefacta sin dejar de mirarlo y con el corazón acelerado.

No debería gustarme lo que ha hecho, es una completa invasión a mi espacio personal, sin embargo, lo único que quiero es que me vuelva a besar en este instante.

—No vuelvas a decir eso, no es tu culpa. Yo me ofrecí a llevarte, y no creo que controles el clima, ¿o sí?

Niego con la cabeza, incapaz de responder, pues me he olvidado de cómo se respira.

»Hace demasiado frío y tu ropa sigue húmeda, déjame alquilarte una habitación en el motel, podrás pasar la noche ahí hasta mañana.

—¿Pa-pasar la noche?

La pregunta real que quiero hacer es: ¿con él?, pero no lo digo.

—Yo no tengo recepción para llamar un taxi, ¿tú sí?

—No.

—Sería muy poco amable de mi parte decirte que te quedes en el carro. Por favor acepta mi oferta.

—Pe-pero, no tengo dinero —tartamudeo llena de nervios.

—Yo lo pagaré, esto es mi responsabilidad —asegura guiñándome un ojo.

Pienso que volverá a besarme, porque se acerca demasiado a mí. Cierro los ojos y siento su mano rozar mi cintura, no obstante, el beso no ocurre; en cambio, se había inclinado para sacar el paraguas que llevo.

Lo abre frente a mí y me arrastra hasta el motel. Ambos entramos en la recepción.

La mujer que lo atendió sonríe en cuanto lo ve y se arregla los pechos de forma nada disimulada. No sé por qué, pero ese gesto causa en mí un sentimiento de odio inmediato hacia ella. Pues sé que lo hizo para llamar su atención.

—Dame dos habitaciones individuales, por favor.

—Oh, lo siento, pero no me quedan dos de esas. Solo tengo una.

—Bien, entonces dame otra de dos personas.

—En realidad debería aclararles, solo me queda una habitación en todo el motel: la individual.

Eso cambia el panorama por completo, no podemos quedarnos aquí. A cada momento que pasa me siento más en deuda con él.

—Bien, dame esa —le responde de forma sombría, como si estuviese molesto.

Agarra las llaves y de nuevo caminamos por el pasillo hasta la habitación 007 en la parte de arriba.

Damon abre la puerta, enciende la luz y me hace un amago para que entre.

—Descansa aquí, mañana apenas pongan la gasolina te llevaré a donde necesites. —Da media vuelta para irse, y entonces la locura se apodera de mí y digo:

—¡Espera! ¿A dónde vas?

—Yo dormiré en mi auto.

—No, no puedo permitir que hagas eso después de todo lo que has hecho por mí. Mejor tú quédate aquí y yo duermo en tu auto.

Damon se ríe de medio lado y entra al cuarto haciéndome retroceder.

—Por supuesto que no, cachorrita, eres tú quien debe estar aquí.

Mi labio tiembla, deseoso por decir lo que tengo ganas de pedirle, dudo un segundo y, perdiendo la pizca de cordura que me queda, le sugiero:

—¿Y si nos quedamos los dos aquí?

Damon vuelve a sonreír y cierra la puerta tras de sí. Mi respiración se acelera al punto de que puedo ver mi pecho subir y bajar acelerado. La urgencia que cosquillea en mi cuerpo regresa con fuerza, en especial al tenerlo tan cerca.

—¿Eso quieres, cachorrita? Porque… —murmura con voz gruesa, acaricia un mechón de mi cabello con suavidad y roza la piel de mis mejillas incandescentes—… no creo que sea capaz de contenerme si te tengo tan cerca.

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