Capítulo 239
—Alcalde, ¿está seguro de que no deberíamos convencer a Liliana de que regrese? —preguntó Faustino, preocupado—. Al fin y al cabo, solo va a perder el tiempo.

—Déjala ir —respondió Federico con desprecio evidente, claramente acumulado desde hace tiempo—. Es una mujer que debería quedarse en casa lavando ropa y cocinando, en lugar de estar metiéndose donde no la llaman. Ya volverá con el rabo entre las piernas cuando se canse.

—Papá, estás hablando de mi mamá, ¿cómo puedes expresarte así? —protestó Larisa.

Aunque pensándolo bien, su madre se la pasaba jugando cartas todo el día y no hacía nada en casa, dejando todas las tareas domésticas a Federico. Quizás no era tan mala idea que se diera contra la pared. Además, de Rosal a Pueblo Ochoa había por lo menos una hora caminando. Conociendo a Liliana, ¡seguramente se cansaría antes de llegar y regresaría por su cuenta!

—Bueno, Faustino, olvidémonos de mi mamá por ahora. ¿Te quedas a comer con nosotros?

—Claro, solo déjame avisarle a Rosalba
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