Ahí estaba otra vez, sentada en los finos sillones del salón de té de su antigua amiga, Isabel. Ella lucía ese gesto cansado que hacía juego con su rizado y canoso cabello. Siempre le había parecido que a pesar de su apariencia y su edad, poseía un poder para reinar que se entremezclaba con su serenidad.
—Y bien querida, ¿estás al tanto de los disturbios que se han generado en la ciudad? —preguntó Isabel mientras colocaba su taza de té en el regazo.
—Sí —respondió Elina, después de despertar de sus vagos pensamientos.
—¿Y bien? —continuó en espera de una respuesta más enriquecedora.
—Bueno, ningún periódico habla sobre quién lidera las protestas, ni una causa firme, creo que… deberíamos averiguar más.
—En ese caso, hazlo, no necesitamos sorpresas de ningún tipo ahora que el país entrará a un nuevo siglo.
—No creo que deba preocuparse Su Majestad —intervino Michael, secretario de Isabel, quien osaba entrar para dejar los diarios como era costumbre, después de la debida cortesía.
—¿Por qué no? —demandó La Soberana.
—Bueno, son solo un montón de… vándalos que no logran comprender el deber del gobierno ni de La Monarca.
—Pero ninguna protesta es poco fundamentada para quienes la proclaman. Ellos tienen motivos y saberlos podría ayudarnos a no cometer más errores que aviven el fuego que las motivó —concluyó Elina, con ímpetu.
—Te pareces tanto a tu madre —dijo Isabel entre suspiros que se traían viejos recuerdos. —Continúa Michael, por favor.
—No hay nada relevante Su Majestad, solo los sobrestimados escándalos, y meteorólogos dices que habrá vientos fuertes al igual que lluvias, se recomienda a todos que permanezcan en sus casas.
—Perfecto, muchas gracias.
Michael se retiró y dejó a las mujeres que cargaban con sus propios pensamientos en el nublado día.
Elina tomó uno de los periódicos y comenzó a leerlo.
—Santo Dios…
—¿Qué ocurre?
—Dicen que las cascadas de Cumbria al noreste del país empezaron a cambiar su color a rojo, además de aumentar la presión con que el agua cae.
—Y ¿de qué se trata, algún químico o mineral tal vez? —preguntó La Reina, mostrando la impasibilidad que siempre mostraba ante las desgracias y que siempre había mostrado, según la madre de Elina, su antigua consejera.
—Los científicos dicen que las primeras pruebas señalan que se trata de algo parecido a la sangre, pero que siguen haciendo pruebas.
—¿Te das cuenta de cuán absurdo suena eso?
—Supongo —contestó desconcertada.
—En ese caso, nos vemos mañana.
Elina caminaba como acostumbraba hacer, mirando al cielo, el viento enredándose entre los árboles, la lluvia cayendo sobre su piel. Veía como los demás caminaban y conducían apresurados a rumbos diferentes, luego se hizo la misma pregunta que se hacía a diario; ¿alguien habría observado que ella se detenía en medio de todo ese caos, a contemplarlo? Y siempre la misma respuesta, no, nadie la había visto, nadie aún conocía su secreto. Todo marchaba como siempre, pero en esta ocasión, se sentía algo diferente en el aire, una opresión en el pecho la asaltaba desde la lectura del periódico, desde que las protestas comenzaron; era como si conociera el rumbo de la historia en lo profundo de sí misma y no lograra descifrarlo.
—Bien, concéntrate, no te pierdas —se decía mientras retomaba su rumbo.
Fue a buscar a un viejo amigo que trabajaba para el canal de noticias, era reportero y creía que podía saber más sobre el origen de las protestas.
—Hola Elina —dijo mientras la saludaba con entusiasmo—, dime, ¿a qué se debe tu misteriosa llamada para vernos en este café tan elegante?
—Bueno, principalmente y siendo sincera, quería saber si tú tienes información sobre porqué se originaron las protestas, ya sabes —explicó con franqueza mientras observaba sus ojos color miel y su pelo alborotado.
—¿En serio?, debes querer mucho esa información para traerme a este lugar.
—Vamos Sam, esto no es gracioso —respondió evitando sonreír.
—Bien, de acuerdo, pero créeme, terminarás riéndote cuando te diga porqué se levantaron.
—Pues dime.
—Dicen que se trata de una antigua creencia sobre que La Reina no es la legítima heredera.
—¿Qué?, ¿dónde le ves lo gracioso a eso?
—Lo gracioso es que dicen que el legítimo heredero o heredera es un descendiente de las más antiguas y míticas familias, los Pendragon.
—Lo lamento pero no me suena familiar el apellido así que te pido seas más específico.
—No lo puedo creer —dijo Sam con mayor picardía en su voz—. La leyenda del Rey Arturo, ¿la conoces?
—Sí, bueno, he oído de ella.
—Pues ahí lo tienes —concluyó él, con esperanza de encontrar algo de humor en el rostro de su amiga.
—¿Cómo es que tantos hombres y mujeres se levantan a protestar algo que está basado en un mito o una leyenda? Es una tontería.
—Bueno, es una tontería sí, pero tienen buenos argumentos para querer derrocar a La Reina y su gobierno, ¿no crees?
—Mejor explícame tus argumentos —replicó con astucia.
—Vamos Eli, tú vives en la realeza, comes gracias a ellos, pero los que tenemos que buscar cómo vivir en estos días,… es diferente.
—Entonces tú crees que las protestas tienen razón de ser.
—Yo solo digo que sea quien sea que la lidere, encontrará muchas potenciales opciones para unírseles.
Hubo un silencio que sepultó la conversación y estremeció el corazón de ambos, cada uno por razones diferentes.
—¿Viste el reporte del clima?, tal vez deberíamos irnos ya —retomó Sam la palabra.
—De acuerdo.
Al salir de la cafetería, el viento era fuerte y casi cegador para los caminantes, pero antes de despedirse Elina preguntó—: ¿Puedes averiguar quiénes incentivaron las protestas y reunieron a la gente?
—¿Para qué quieres saber eso? —dijo entre gritos mientras se cubrían los ojos con sus manos.
—¿Puedes o no? —cuestionó mientras se retiraba el cabello del rostro.
—Sí, pero no te metas en problemas, ¿quieres?, ese no es tu trabajo.
—Gracias, pero tu trabajo tampoco es cuidarme —le respondió dejando entrever una sonrisa por fin.
En casa, Elina se disponía a relajarse, intentando encontrar un balance entre lo que sentía estremecerse en su interior y la vida real, pero de cierta forma no lo conseguía. Encendió el televisor y puso las noticias, esas que nunca acostumbraba ver. Luego vio que la lluvia era peor de lo que pronosticaron, granizo de gran tamaño azotó varias ciudades en todo Reino Unido, no solo Londres, dejando heridos a su paso.
Apagó el televisor sumiéndose en un pesado sueño y una gran pesadilla.
Una pesada y oscura bruma se divisaba en todo su alrededor, un frio estremecedor hacía juego con la humedad que caía y se respiraba en el aire y las gotas de agua que se deslizaban de vez en cuando por sus hombros. Después una cálida sensación se levantó con su vista, una criatura animal, tal vez, se paraba frente a ella, nada que hubiera visto antes. Levantó su mano para tocar el hocico de aquella extraña criatura que solo presenciaba borrosamente, pero entonces el fuego se encendió y cubrió todo el espacio, la envolvió a ella y entre gritos escuchaba y veía a la ciudad, Londres, su hogar y el de las personas que amaba estaba en ruinas, como si el fuego la hubiese devorado con gran fervor. “Levántate”. Escuchó, y luego Elina despertó cubierta de sudor y con la respiración entre cortada, sintiendo su corazón latiendo a gran velocidad.Arrojó
Elina recorría las calles con gran prisa, parecía como si las respuestas estuvieran a segundos de ser descubiertas o, quizás, desaparecidas por siempre. Entró y pidió a uno de los encargados de la biblioteca, el libro.—Claro, con gusto señorita, si gusta puede esperar en la Sala de Lectura.—Muy bien, gracias.Minutos después, el libro estaba en sus manos, portado por el encargado de aspecto mayor y gentil.Abrió el libro en las páginas indicadas, y sí, ahí estaban, aún guardaban sus secretos… Mencionaban a los Pendragon, las páginas decían que habían ascendido al trono por formar dicha coalición entre Vikingos y Sajones con guerra y diplomacia al mismo tiempo, dando oportunidad a los… Su vista se nubló y un escalofrió recorrió su cuerpo. El libro decía que los magos eran reales en el
Ahora Elina corría de regreso a la Biblioteca Nacional, con el calor intenso y las ventiscas que azotaban ese extraño día. Su rapidez era lo suficientemente grande como para distraerla de la supervivencia propia, provocando que casi la arrollaran en la avenida Ossulston.Finalmente llegó, cruzó la puerta a pesar de que el guardia le indicó que ya no podía hacerlo. Bajó las escaleras que había cruzado con mesura y comportamiento, unas horas antes.—Señorita, estamos por cerrar, ¿olvidó algo acaso? —cuestionó con amabilidad el encargado de la tienda, aquel señor de gestos antiguos y agradables.—Lo sé, solo necesito unos minutos con el libro que me prestó hace rato.—Lo lamento, pero estamos por cerrar, si vuelve mañana con gusto podrá leerlo todo el día.—No, escuche, por favor, solo ser&a
La mañana siguiente parecía una extraña helada polar, a pesar de que el día anterior parecía ser un desierto.Elina ocultó el libro en su bolso y se encaminó a ver a Isabel; esta vez, con más prisa y agilidad que nunca.Ya sentada en su habitual lugar, tomó la precaución de no hablar de lo verdaderamente importante, hasta que todos los sirvientes y cualquier hombre ajeno a su conversación, se fueran…—Entonces Michael, ¿alguna interesante novedad? —cuestionó La Reina.—Pues de hecho el día de hoy tenemos cosas muy interesantes en el periódico Su Majestad.—¿En serio?, ¿cómo qué?—Bueno, según parece, todo lo que se conoce como El Valle Secreto de Lake District en Cumbria, el cual es reconocido por su espectáculo floral, se ha hundido.—¿Cómo que hundido? —interrumpió Elina.—Sí, la tierra se tragó todo el campo, además, aquí dice que hay un horrible olor que se desprende de él.—¿No fue ahí donde tuvo lugar una batalla, la de los
El tráfico era insostenible, las calles de Londres estaban saturadas y el clima no parecía ayudar mucho. Elina se distraía pensando en lo que debía hacer en el barrio, como dirigirse y comportarse si necesitaba información o incluso ayuda.—Todo saldrá bien —se decía, mirando a las copas de los árboles moviéndose, desde adentro del taxi, como si bailaran una danza que solo ellos eran capaz de entender.—Disculpe Señorita, pero creo que no llegaremos muy pronto al barrio Tottenham, hay demasiado tráfico y los tránsitos parecen desviarnos del camino —expuso el chofer del taxi.Ella despertó de sus pensamientos y bajó del taxi para ver si tenía una mejor vista del problema. Caminó, pidiéndole al hombre en el taxi que esperara. Llegó hasta donde los oficiales de tránsito y algunos policías se reuní
—Hola muñeca, ¿qué haces tan solita por aquí? —cuestionó a Elina uno de los hombre que se amotinaban a su alrededor.Ella intentó salir de ahí, pero otros dos le cerraron el paso. Entendiendo lo que significaba, forcejeó para salir de entre ellos, aunque fue en vano, así que golpeó a uno en las piernas y causó un gran estruendo con las pilas de botellas que se almacenaban en el callejón. Los otros hombres intentaron detenerla, uno de ellos le apretó el cuello para aturdirla sin embargo, una mano mucho más tosca y fuerte se la quitó. Arturo golpeó y arrojó al suelo al líder de la pandilla.—No te quiero ver por aquí otra vez, ¿entendiste?No obstante, uno de los hombres tomó una botella y planeaba quebrarla en Arturo, pero Elina golpeo sus piernas y lo hizo flaquear.En cuanto se pudieron levan
Una bruma rodeaba todo su ser, una intensa sensación del vacío en el interior volvía a apoderarse de él.—Yo te cuidaré —decía un hombre viejo, cubierto por el sudor, con cabello largo y canoso; su padre, o aquel a quién así llamaba, lo miraba de cerca mientras lo cobijaba.Luego una caverna bloqueada por árboles torcidos cubiertos de musgo, yacía frente a él, y un canto lejano lo llevó hasta una mujer, ya había visto a la mujer, era la chica que visitó el Bar por la tarde. No obstante, ahora estaba envuelta en una extraña luz dorada que vibraba y se moldeaba a su andar. Ella lo miró y le indicó que la siguiera, pronunció algo inaudible y los árboles torcidos se enderezaron, dando paso a la caverna.Inmediatamente después vio a unos hombres, parecía conocerlos pero no lo hacía; enseguida ten&i
—¿Qué fue todo eso? —exclamaron preocupados Cristian y Tomas, quienes habían decidido aguardar a su amigo, el más apto para calmar los conflictos.—¿Están bien? —interrogó Tomas al ver la situación y el aspecto de la joven.—Oye, oye, ¿estás bien? —volvió a cuestionar Arturo al ver que Elina no respondía.—Sí, sí, estoy bien —respondió entre jadeos, con manos temblorosas y deseos de esconderse en un lugar solitario para poder calmarse.—Traeré algo de hielo —intervino Cristian, mientras los demás se sentaban en las sillas junto a la barra.—Aquí está —dijo Cristian mientras le daba la bolsa con hielo a Elina.—Gracias.—¿Ya puedes responderme qué fue todo eso? —preguntó Arturo, sentado frente a