Fueron reales

Elina recorría las calles con gran prisa, parecía como si las respuestas estuvieran a segundos de ser descubiertas o, quizás, desaparecidas por siempre. Entró y pidió a uno de los encargados de la biblioteca, el libro.

—Claro, con gusto señorita, si gusta puede esperar en la Sala de Lectura.

—Muy bien, gracias.

Minutos después, el libro estaba en sus manos, portado por el encargado de aspecto mayor y gentil.

Abrió el libro en las páginas indicadas, y sí, ahí estaban, aún guardaban sus secretos… Mencionaban a los Pendragon, las páginas decían que habían ascendido al trono por formar dicha coalición entre Vikingos y Sajones con guerra y diplomacia al mismo tiempo, dando oportunidad a los… Su vista se nubló y un escalofrió recorrió su cuerpo.  El libro decía que los magos eran reales en el reinado de los Pendragon y que podían coexistir sin conflictos y sin miedos. Todo parecía ir de maravilla hasta que alguien traicionó al rey asesinándolo, al igual que a su heredero.

—Entonces cómo es que proclaman a un rey muerto —se dijo Elina mientras se frotaba las sienes como gesto de cansancio. Haciéndole ver que esa última frase contenía una nota al pie.

El autor del libro se había tomado la libertad y la molestia de mencionar lo que ningún historiador cuerdo hubiera hecho: “Se dice que el hijo de Arturo Pendragon fue ocultado del asesino de su padre, llevándolo hasta la Isla de Avalón donde los celtas (como su abuela), lo protegieron”.

—El autor también creía en la leyenda  —suspiró—. Pero ¿quién es el autor? —se cuestionó Elina al ver su descuido por no haber prestado la debida atención antes.

Buscó en la portada y contraportada, nada, ningún nombre. Fue hasta la última hoja que encontró la frase: “Autor Anónimo”.

—Ya basta, no tiene sentido —se dijo cerrando el libro de un golpe.

—¿Todo está en orden? —interrumpió el anciano encargado.

—Oh, sí, lo lamento.

—Descuide, así reaccionan todos cuando no les gusta el libro —explicó entre sonrisas.

—No, de hecho no es eso. Oiga… ¿usted sabe por qué los autores ponen “autor anónimo” en lugar de darse crédito?

—Bueno, usualmente lo hacían para no ser criticados por los lectores, o incluso se escondían de las autoridades cuando narraban un tema prohibido o muy polémico.

—Sí, eso lo sé, pero ¿en un libro de historia?

—Eso es raro, aunque, por más que me duela decirlo, la historia no siempre es como la cuentan.

Al parecer el hombre sabía de lo que hablaba sin embargo, parecía no dimensionar el tamaño de lo desconocido en ese momento.

—Y ¿puedo tomar el libro prestado?

—Oh, no, lo lamento, por ser libros únicos no se pueden prestar, pero puede acceder a él cuantas veces lo desee.

—Es urgente en verdad, es para una investigación que La Reina Isabel solicitó, yo… soy su consejera ¿entiende? —expuso en voz baja, demostrando cuanto le disgustaba usar ese cargo para obtener privilegios o vanagloriarse, pero el caso lo ameritaba.

—De verdad disculpe señorita, el problema es que no me permiten hacerlo.

—De acuerdo, está bien, lo siento.

—No al contrario.

Salió de la Biblioteca con la cabeza dividida en dos, un tema sobre el Reino, y el otro sobre sí misma, y la idea de que ambos temas estaban tan estrechamente relacionados la confundía sobremanera. Por fin tenía algo sólido que explicaba que no estaba loca, que no era una anomalía en la historia de la humanidad, por fin se develaba que en algún punto de la vida, que en algún punto de la historia, los que eran como ella habían sido aceptados, que podían ser ellos sin estigmas y sin sombras. Ahora, justo en el presente ese pasado intentaba resurgir, esa verdad intentaba rebrotar de la tierra con las revueltas y las protestas que tenían en realidad, un fundamento válido y casi desconocido para la mayoría.

Su mente y su corazón estaban confundidos, saturados, extrañados y al mismo tiempo, sentían que se sumergían en la verdad. Deseaba llorar, quería hacerlo, pero ni siquiera estaba segura de si era por su pasado, su presente o su futuro.

En casa intentaba concentrarse en los deberes del hogar y en sí misma, aunque las imágenes e ideas del libro y el sueño que tuvo, siempre reaparecían para arruinar su concentración. El sueño le invadía nuevamente, hasta que el timbre del teléfono trajo sus sentidos de regreso.

—¿Sí?

—Eli, tengo la información que me pediste sobre quien lidera las protestas.

—¿Qué, en serio?

—Sí, pero…

—¡Pues dime!, ¡por favor!

—Escucha, nos vemos en veinte minutos en el café de ayer, y tú invitas.

—De acuerdo.

Eso era extraño para Elina, Sam sonaba muy angustiado y nervioso, así que se apresuró a salir, tomó su abrigo y abrió la puerta, pero para su sorpresa un calor bochornoso y aturdidor se apoderaba de la tarde.

Cargó el abrigo en la mano y caminó de prisa hasta el café…

—Sam —dijo al verlo entrar por la puerta—. Dios, ¿Qué te pasó? —exclamó al verlo tan sudoroso y acalorado.

—Hace mucho calor afuera y vine corriendo.

—Pero tu trabajo está cerca de aquí, por qué no saliste temprano.

—No vine directamente, escucha esto es serio.

—Bien, dime lo que averiguaste y después decimos que tan serio es.

—Estaba investigando con mis colegas y amigos y dicen que las protestas son causa de la “resistencia”, al parecer son…

—¿Son qué Sam? —gritó al ver su silencio estresante.

—Son los descendientes de los hombres que apoyaban al antiguo rey Pendragon.

—No es cierto… —dijo Elina entre dientes, intentando analizar lo que significaba—.Y ¿qué más?

—Escúchame, cuando terminé de investigar, llegaron unos hombres con traje y gestos serios y turbios a decirle a mi jefe que cualquier información sobre las revueltas sería censurada y que se les debía notificar de inmediato a ellos. ¿Te das cuenta?

—Intentan silenciarlo otra vez —respondió ella con gran inquietud y perturbación.

—¿Qué?, ¡no!, entiende tienes que dejar esto de una vez por todas.

—¿Tienes idea de donde se reúne La Resistencia?

—No puedo creerlo, ¿esa es tu respuesta?

—Escúchame Sam, esto es más grande de lo que parece, necesito la dirección y sé que la tienes, por favor, dime —habló con vehemencia.

—La única dirección común que tengo es el N°8 de Tottenham —dijo después de muchas negativas y suspiros.

—Estupendo, muchas gracias —concluyó levantándose y dejándole a Sam el dinero necesario para pagar.

—Oye, ¿de verdad estás demente?

—¿Qué, ahora por qué?

—¿Tottenham, al norte de Londres?

—Eso dijiste.

—Es uno de los barrios más peligrosos de todo Londres, si vas ahí tu sola no vas a salir.

—No te preocupes, estaré bien, lo prometo —le dijo mientras le mostraba su mirada de vieja amiga.

—Más te vale —respondió él con un abrazo—. Otra cosa, los hombres dijeron que por el momento no se hablaría de otra protesta o revuelta, sin importar nada y que cualquier material alusivo a eso sería desechado.

Entonces Elina supo lo que ocurriría… —Van a ir por el libro.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo