El tráfico era insostenible, las calles de Londres estaban saturadas y el clima no parecía ayudar mucho. Elina se distraía pensando en lo que debía hacer en el barrio, como dirigirse y comportarse si necesitaba información o incluso ayuda.
—Todo saldrá bien —se decía, mirando a las copas de los árboles moviéndose, desde adentro del taxi, como si bailaran una danza que solo ellos eran capaz de entender.
—Disculpe Señorita, pero creo que no llegaremos muy pronto al barrio Tottenham, hay demasiado tráfico y los tránsitos parecen desviarnos del camino —expuso el chofer del taxi.
Ella despertó de sus pensamientos y bajó del taxi para ver si tenía una mejor vista del problema. Caminó, pidiéndole al hombre en el taxi que esperara. Llegó hasta donde los oficiales de tránsito y algunos policías se reunían.
—¡Disculpe oficial!, ¿qué está pasando, por qué no avanzan? —alzó la voz para ser escuchada en medio del terrible bullicio de los autos.
—Hay un problema con el Zoológico en Regent´s Park, parece que se escaparon algunos animales y estamos desviando el tráfico para evitar accidentes.
Y antes de poder decir alguna otra cosa, las radios de los oficiales empezaron a encenderse diciendo que los animales iban para su punto en la avenida, aunque fue demasiado tarde, ahí estaban un par de cebras corriendo desbocadas en la avenida, asustadas, feroces y estresadas por el tránsito, corrieron en dirección al norte y al este. Una de ellas pasó por los cofres de los autos, provocando que la multitud estancada en el tráfico saliera de su ensimismamiento y se detuviera a presenciar tal espectáculo.
—¿Tiene idea de cuántos animales escaparon y cuáles fueron? —le preguntó nuevamente al oficial.
—¡No lo sé señorita! ¡Vuelva a su auto no es seguro aquí!
Elina caminó mientras giraba la cabeza de vez en cuando para rememorar aquella escena. ¿Qué estaba ocurriendo con los animales? Se preguntaba, recordando las notas en el periódico de la mañana. ¿Qué le sucedía a la naturaleza, y por qué?
Sea lo que fuere, esto no le impediría averiguar más sobre La Resistencia y lo que al parecer ya no era un mito.
Esperó en el taxi hasta que pudo avanzar y retomar la ruta al norte. El taxista le indicó que no podía entrar hasta la dirección que le había pedido, para evitar cualquier tipo de vandalismo en su auto.
—De acuerdo, gracias.
—Sea cuidadosa Señorita, las personas como usted no son bien recibidas aquí.
—Sí, eso me han dicho, pero gracias de igual forma.
Tomó sus pertenencias con fuerza y empezó a caminar, no fijaba la mirada en nada ni en nadie sin embargo, se mantenía alerta y observando todo discretamente. Podía ver que la pobreza reinaba en aquel lugar, las casas en ruinas y desmoronándose, algunos hombres dormidos en las banquetas, otros buscaban comida en la b****a, algunos autos parecían haber sido incendiados hacía tiempo, las paredes estaban rayadas o pintadas. Seguía moviéndose con la desesperante sensación de que la miraban hacerlo. De pronto, enfrente de ella, a media calle, salían un par de tipos que bromeaban entre sí; no obstante, se sorprendieron al ver a alguien como ella en ese lugar, algo así no era común.
Elina, dio la vuelta en la calle antes de llegar a ellos y apresuró el paso, pero sabía que la seguían.
—Solo sigue —se decía—, vamos Dios, por favor, solo unas calles más.
Al dar la vuelta en la esquina se ocultó en uno de los pasillos que yacían llenos de b****a y escombros no obstante, se topó con algo totalmente inesperado…
Delante suyo había una leona, hurgaba entre la b****a hasta que la olió y se concentró en ella.
—Hola —dijo entre jadeos y dejando sus cosas en el suelo—, está bien, no hay de qué preocuparse —expresaba mientras le mostraba las manos y se agachaba frente a ella. El corazón le palpitaba rápidamente, pero no estaba segura de tener temor. La leona se acercó a ella y olió sus manos—. Te escapaste del zoológico ¿cierto? —continuó, observándola.
Luego las carcajadas de aquellos hombres que seguían a Elina las encontraron.
—Oigan aquí está —gritó uno de ellos a sus amigos, pero la leona salió del callejón e intentó atacarlos. Ellos corrieron sin pensarlo y todos alrededor se adentraron en sus casas y viejos negocios.
Elina salió del callejón y miró a la leona con detenimiento—: Gracias —concluyó despidiéndose.
Siguió su camino con más seguridad y llegó hasta un puesto de periódicos para pedir indicaciones sobre el N°8 de Tottenham.
—¿Saben qué?, deberíamos brindar, tuvimos una buena racha esta semana.
—Tienes razón, brindemos —respondió Cristian, con su alegre sonrisa y robusto rostro.
—Por días mejores. —Se unió Tomas levantando su vaso lleno de cerveza.
Todos bajaron sus vasos vacíos, mientras, sentados en esa vieja mesa de madera, reflexionaban sobre cómo habían sido sus vidas hasta ahora; muchas locuras, otras tantas estupideces y sin duda alguna, muchas victorias.
—Oigan, ¿y ustedes que opinan sobre las revueltas, creen que nos afecten? —continuó Tomas, ese hombre de tez morena y de complexión media que siempre esperaba apoyar a sus amigos en las más raras aventuras.
—¿Afectarnos?, ¿en qué crees que podían afectarnos a nosotros ese montón de vándalos?
—Estás hablando muy mal de tus vecinos —dijo Cristian en tono sarcástico.
—Vamos chicos, si con afectarnos te refieres a que venderemos más alcohol, cervezas y vino a los despechados que vengan a quejarse del mal gobierno, pues sí, nos afecta, tendremos que trabajar el doble.
—Sí pero dicen que esta vez, tienen a alguien muy bueno dirigiéndoles, y que además tienen pruebas de que La Reina, no es la legítima al trono —expresó en voz baja.
—Sea como sea, a los ricos solo les rasgan la armadura con esas tonterías.
Al terminar dicha discusión, la puerta del bar se abrió y entró una joven que causó extrañeza en Tomás y en los pocos que yacían en el lugar a tan tempranas horas.
—Arturo. —Señaló Tomas—. Detrás de ti.
Él se giró con cierta pereza hasta que entendió por qué tanto silencio.
Elina se sentía como si hubiera vivido toda su vida en un mundo ajeno al que ahora visitaba. Los hombres de ese lugar la miraban como todos los del barrio, solo había una mujer en el fondo del Bar, el N°8 de Tottenham, y la miraba igual que ellos. Hasta que vio a uno de los hombres reunidos en una de las mesas, levantarse y acercársele.
—¿Qué deseas? El Bar está cerrado salvo que seas cliente frecuente, lo cual, dudo mucho —expuso en tono irónico.
—Busco al dueño del lugar.
—¿En serio?, pues lo encontraste.
—¿Tú eres el dueño del Bar?
—Sí, ¿por qué, acaso no crees que alguien como yo pueda ser dueño de algo como esto?
—Yo no dije eso —respondió Elina, mirando el lugar, era acogedor y amplio al mismo tiempo, mucho más decorado y bien cimentado que muchas de las casas que había visto en el barrio.
—Pues eso parece.
—Mire, solo necesito hablar con usted, de ser posible en un lugar más privado —pidió ella entre titubeos y analizando el lugar para salir rápidamente en cuanto hubiera conseguido algo de lo que buscaba.
—¿En privado? —preguntó entre risas—. ¡Oigan chicos, no van a creerlo, esta mujer dice que quiere hablar con el dueño del Bar en privado! —exclamó a todos los presentes, desatando una serie de risas y burlas en la atmósfera.
—Muy bien —dijo Elina entre sonrisas— no le pido que entienda de cortesía y educación para dirigirse a alguien más, pero vine hasta aquí para hablar con el dueño del lugar y no me voy a ir hasta haberlo hecho, ¿entiende?
—Dios, alguien es más ruda de lo que parece. Dejemos bien en claro algo, este es mi Bar, aquí las reglas las pongo yo, y si no quiero hablar contigo ni con nadie, no lo hago, así que lo lamento pero viniste aquí por nada. Buen día —concluyó Arturo con una gran sonrisa pícara, alejándose.
Elina no podía creer la situación, pero se retiró del lugar porque sentía que la asfixiaba. Se detuvo a pensar en el callejón junto al Bar y no pudo ver que otra pandilla se formaba alrededor de ella.
—Hola muñeca, ¿qué haces tan solita por aquí? —cuestionó a Elina uno de los hombre que se amotinaban a su alrededor.Ella intentó salir de ahí, pero otros dos le cerraron el paso. Entendiendo lo que significaba, forcejeó para salir de entre ellos, aunque fue en vano, así que golpeó a uno en las piernas y causó un gran estruendo con las pilas de botellas que se almacenaban en el callejón. Los otros hombres intentaron detenerla, uno de ellos le apretó el cuello para aturdirla sin embargo, una mano mucho más tosca y fuerte se la quitó. Arturo golpeó y arrojó al suelo al líder de la pandilla.—No te quiero ver por aquí otra vez, ¿entendiste?No obstante, uno de los hombres tomó una botella y planeaba quebrarla en Arturo, pero Elina golpeo sus piernas y lo hizo flaquear.En cuanto se pudieron levan
Una bruma rodeaba todo su ser, una intensa sensación del vacío en el interior volvía a apoderarse de él.—Yo te cuidaré —decía un hombre viejo, cubierto por el sudor, con cabello largo y canoso; su padre, o aquel a quién así llamaba, lo miraba de cerca mientras lo cobijaba.Luego una caverna bloqueada por árboles torcidos cubiertos de musgo, yacía frente a él, y un canto lejano lo llevó hasta una mujer, ya había visto a la mujer, era la chica que visitó el Bar por la tarde. No obstante, ahora estaba envuelta en una extraña luz dorada que vibraba y se moldeaba a su andar. Ella lo miró y le indicó que la siguiera, pronunció algo inaudible y los árboles torcidos se enderezaron, dando paso a la caverna.Inmediatamente después vio a unos hombres, parecía conocerlos pero no lo hacía; enseguida ten&i
—¿Qué fue todo eso? —exclamaron preocupados Cristian y Tomas, quienes habían decidido aguardar a su amigo, el más apto para calmar los conflictos.—¿Están bien? —interrogó Tomas al ver la situación y el aspecto de la joven.—Oye, oye, ¿estás bien? —volvió a cuestionar Arturo al ver que Elina no respondía.—Sí, sí, estoy bien —respondió entre jadeos, con manos temblorosas y deseos de esconderse en un lugar solitario para poder calmarse.—Traeré algo de hielo —intervino Cristian, mientras los demás se sentaban en las sillas junto a la barra.—Aquí está —dijo Cristian mientras le daba la bolsa con hielo a Elina.—Gracias.—¿Ya puedes responderme qué fue todo eso? —preguntó Arturo, sentado frente a
En ese momento, Elina se sentía hostigada y vulnerable, parecía justamente la Consejera de La Reina y La Reina, en ese instante no afloraba la calidez que la amistad es capaz de brindar.Salió del palacio y con gran decepción, vio acercarse al Secretario de Seguridad, el Señor Mackenzie.—Señorita Swan, qué gusto poder encontrarla aquí. ¿Sería tan gentil de acompañarme? —habló señalando su auto—. Es de vital importancia para el Reino que usted y yo tengamos una conversación.—Con todo respeto Señor Secretario, no estoy en mis cabales para entablar una conversación que involucre el bienestar del Reino, ¿le parece si lo dejamos para el día de mañana? —suplicó Elina con la intención de estar sola y reflexionar el resto del día.—Me temo que no será posible esperar
La noche fue agitada, y no solo para Elina, Isabel o Arturo, todos en la ciudad parecían salir a las calles a causar destrozos en lugares donde la riqueza y la nobleza se acuñaban. Todos los que cargaban con el dolor del abandono parecían gritar furiosos con cada acción vandálica, y más aún, proclamando en las paredes, en los murales y en todos los rincones memorables, que el verdadero rey necesitaba regresar.Elina entre tanto, solo tenía pesadillas con imágenes borrosas pero que oprimían su alma y su mente.Arturo, Tomas y Cristian se encargaban de proteger el bar y a los vecinos y amigos que tenían mientras las revueltas dejaban incendios a su paso, ya que parecía, que aquellos pidiendo justicia también le faltaban a la misma.Por otro lado, la leña que avivaría el fuego, solo era cuestión de horas y de papeleos más tarde… 
—Bien muchacho, ¿qué haces ahí parado? —cuestionó Mackenzie en tono desesperado, a su secretario.—Señor, tenemos informes de que alguien se metió a robar certificados de nacimiento y de defunción, el día de ayer en las revueltas.—¿Y? ¿Por qué me debe importar a mí?, ¡dáselos al jefe de la policía y que el investigue!—Es que usted me pidió que buscara cualquier cosa relacionada a los nacimientos de los años 70´s, y esos fueron los que se robaron.—¿Estás seguro? —manifestó con el ceño fruncido y la sensación de peligro.—Sí, Señor, eso dicen los reportes —concluyó titubeante.—Bien, retírate y mantenme informado.Mackenzie permaneció pasmado por unos instantes, pensando y meditando c
El día de la reunión, acordada previamente, llegó, pues a pesar de los incesantes conflictos, caos y problemas que el país, el reino y las personas experimentaran, había muchos que aún optaban por mantenerse ajenos a todo ello. Crear negocios, hacer crecer sus fortunas y aumentar su estatus era el objetivo y de cierta manera, Arturo era una buena pieza para el Señor Paul.Hacía ya demasiado tiempo que Arturo no andaba por las calles de los que llamaba ricos narcisistas, caminaba con gran desdén fingiendo que las miradas de los caballeros y ciertamente de las damas, no eran puestos en sí. Él creía que a esas personas les gustaría tomarse la molestia de privarle el acceso a ciertos lugares, denigrarlo por venir de un barrio pobre o algo así. La realidad era muy diferente, pero Arturo no lograba verlo, él no parecía un hombre pobre, vestía y calzaba sus mejores
Mientras tanto, Elina se enfocaba en huir de sí misma, buscando y preparando cada detalle de su viaje. Evitando todo lo que pudiese hacerle cambiar de opinión.Preparó su viaje para la mañana siguiente, hoy se dedicaría a despedirse de quien debiera saber que se iba. Esperando pues, que cuando volviera, las cosas en Londres y en todo Reino Unido, hubieran mejorado.Arturo volvía de su interesante y poco enriquecedora platica con el Señor Paul, intentando ocultar de sus viejos amigos, cuán grande era su decepción por no haber concretado su proyecto, ya que en el fondo, siempre había querido ser alguien más, siempre había anhelado con gran pasión, hacer algo más grande, algo por lo que fuera recordado, pero él se hundía en la sombra de saber que no lo conseguiría porque era un huérfano sin un pasado claro.—¿C&oac