Peligro

La mañana siguiente parecía una extraña helada polar, a pesar de que el día anterior parecía ser un desierto.

Elina ocultó el libro en su bolso y se encaminó a ver a Isabel; esta vez, con más prisa y agilidad que nunca.

Ya sentada en su habitual lugar, tomó la precaución de no hablar de lo verdaderamente importante, hasta que todos los sirvientes y cualquier hombre ajeno a su conversación, se fueran…

—Entonces Michael, ¿alguna interesante novedad? —cuestionó La Reina.

—Pues de hecho el día de hoy tenemos cosas muy interesantes en el periódico Su Majestad.

—¿En serio?, ¿cómo qué?

—Bueno, según parece, todo lo que se conoce como El Valle Secreto de Lake District en Cumbria, el cual es reconocido por su espectáculo floral, se ha hundido.

—¿Cómo que hundido? —interrumpió Elina.

—Sí, la tierra se tragó todo el campo, además, aquí dice que hay un horrible olor que se desprende de él.

—¿No fue ahí donde tuvo lugar una batalla, la de los invasores Normandos con los celtas y aliados nórdicos? —recordó Isabel.

—Creo que sí Su Majestad.

—Tal vez por eso el hedor —propuso Elina de un momento a otro.

—¿Eso es todo?

—Según los diarios, también ocurrió un desastre en el Zoológico de Cheshire; algunos animales se pusieron agresivos y otros lograron escapar.

—¿Y ya los atraparon? —preguntó Elina.

—Dicen que los esfuerzos han sido vanos, pero se sigue intentando.

—Esto es una locura.

—Así parece —mencionó La Reina—. Gracias Michael, puedes retirarte.

Cuando este hubo salido, Isabel se adentró por fin en la tan esperada respuesta de Elina y lo que había logrado averiguar. No había dormido bien y no se había concentrado debidamente en los deberes del día anterior, ni siquiera durante la comida o la cena; y aunque fingía que todo marchaba de maravilla, su esposo y su hermana habían notado que algo le atormentaba.

—Por favor dime que encontraste algo respecto a esa leyenda que ha causado tanto revuelo.

—¿Te parece si hablamos a solas?

—Claro —señaló mientras les decía a los guardias en las puertas, que se retiraran.

—No, de preferencia un lugar más discreto, ahora siento que las paredes oyen.

—¡Dios!, ¿tan grave es lo que sabes que debe ocultarse?

—Por favor —pidió con ojos encarecidamente suplicantes.

—De acuerdo —concluyó mientras se levantaba e indicaba una de las puertas internas que daban a las habitaciones.

—¿Aquí está bien? —pregonó señalando su habitación privada y cerrada.

—Ten, esto fue lo que encontré —dijo por fin, indicándole las páginas que debía leer.

Esperó con ansias, sintiendo como ambas se torturaban, con los corazones latiendo fuertemente y con estrépito. Isabel cerró el libro y lo presionó con sus finas y arrugadas manos.

—La mitad de lo que dice parece sacado de un cuento de hadas, y la otra mitad no dice mucho. Si los Pendragon fueron reales, su linaje se extinguió hace cientos de años.

—No aguarda, mira lo que dice aquí —explicó mostrándole la nota al pie.

—De todos modos esto no prueba porqué las protestas están tan confiadas en un legítimo rey.

—Probablemente La Resistencia tenga más información, algo que convenza a la gente.

—¿La Resistencia?

—Sí, un amigo dice que ellos son los descendientes de los caballeros de Arturo Pendragon.

—¿Qué clase de amigo es? —interrogó dudosa de la veracidad de lo que escuchaba.

—Uno bueno… Escucha Isabel, sé que tienes miedo y que esto puede trastornar todo aquel cimiento en el que te apoyas, pero esta historia es real.

—¿Cómo puedes estar tan segura? — manifestó mientras negaba con la cabeza que una nueva idea, pudiera ser concebida en su ser.

—Porque ayer alguien estaba dispuesto a todo para desaparecer este libro, alguien deseaba conseguirlo, arrancar la única evidencia hasta ahora, así como lo hicieron con el libro que está en la biblioteca del palacio; sus hojas fueron arrancadas.

También le prohibieron a los periódicos hablar sobre las revueltas o publicar información que no fuera revisada por ellos previamente.

—Eso es imposible, ¿quién ordenaría algo como eso?

—No lo sé, pero creo que tú puedes averiguarlo.

—Ten por seguro que lo haré, pero ¿qué harás tú? Si esto continua, la monarquía, la corona, el reino entero, todo se vendrá abajo.

—Descuida, creo que puedo encontrar más.

—Bien, hazlo.

Se despidieron, pero antes de partir, Elina suplicó—: Isabel, no aceptes una negación como respuesta, lo que expondrás es real y ocultártelo podría destruir todo lo que amas y por lo que has vivido.

Sin más que decir, se marchó, dejando a Isabel más fría de lo que se había sentido nunca.  Elina sabía que era necesario mover el temple de La Reina, pues solo así enfrentaría con coraje y exigiendo la verdad al Primer Ministro, pidiendo una investigación a fondo y transparente. Ella conocía como Isabel, en ocasiones antiguas, prefirió la ignorancia a participar en una difícil decisión, y ahora si se daba el lujo, terminaría mal.

Aunado a sus múltiples pensamientos, se preguntaba sobre qué pensó La Reina al ver que la historia incluía a los magos, tal vez había prestado más atención al rey y su linaje que a eso, y era comprensible, o quizás ella creía que se refería a esos herejes que en algún punto fueron torturados y quemados como si fueran monstruos unidos al mal; ¿cómo decirle a ella que tenía a uno de esos “monstruos”, muy cerca?

Mientras tanto, Michael intentaba escuchar si la Señorita Swan era poseedora de ese libro que Mackenzie había mencionado, y más importante, si La Reina estaba siendo informada de algo más. No obstante, sus esfuerzos fueron inútiles, el sonido se disipó cuando abandonó la habitación.

Poco después de que Elina saliera del palacio, se percató de que Su Majestad La Reina se dirigía a la biblioteca y decidió seguirla de manera sutil. Ella parecía buscar un libro, demoró un tiempo hasta que tomó uno de solapa roja.

De inmediato bajó hasta su oficina y telefoneó al Señor Mackenzie…

—¿Sí?

—Señor Mackenzie, al parecer la joven que le mencioné, la Señorita Elina Swan, si tiene el libro en sus manos, y me temo que se lo haya mostrado a La Reina —expresó temeroso de hacer lo correcto, pero con mayor miedo a fallar en su deber.

—¿Qué tanto crees que le haya mostrado?

—No tengo idea Señor.

—Bien, no importa, pondré un par de mis hombres para que sigan a la Señorita Swan.

Mackenzie colgó el teléfono con seriedad y meditación, hasta que levantó su voz para dar una orden—: Llama a dos ex-agentes y diles que vengan a mi oficina ahora mismo.

—Sí Señor —respondió su secretario, un joven tímido y escuálido, aunque muy eficiente y temeroso de su amo—. ¿A quién desea que llame?

—Pide a Johnson y a Brown, a ellos les da igual el tipo de trabajo que deban hacer.

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