Ahora Elina corría de regreso a la Biblioteca Nacional, con el calor intenso y las ventiscas que azotaban ese extraño día. Su rapidez era lo suficientemente grande como para distraerla de la supervivencia propia, provocando que casi la arrollaran en la avenida Ossulston.
Finalmente llegó, cruzó la puerta a pesar de que el guardia le indicó que ya no podía hacerlo. Bajó las escaleras que había cruzado con mesura y comportamiento, unas horas antes.
—Señorita, estamos por cerrar, ¿olvidó algo acaso? —cuestionó con amabilidad el encargado de la tienda, aquel señor de gestos antiguos y agradables.
—Lo sé, solo necesito unos minutos con el libro que me prestó hace rato.
—Lo lamento, pero estamos por cerrar, si vuelve mañana con gusto podrá leerlo todo el día.
—No, escuche, por favor, solo serán dos minutos a lo mucho. Es urgente, créame sino no hubiese venido.
El hombre, con mucho pesar por la joven que tenía enfrente, accedió—: Bien, pero solo dos minutos.
—¡Claro que sí, muchas gracias!
Caminaron hasta donde estaba guardado el libro y se lo entregó. Ella hojeó las páginas que consideraba más importantes, sin estar segura de lo que debía hacer aún. Mientras tanto el hombre escuchó que alguien llamaba a la puerta, dejó sola a Elina leyendo y pensando sin apartar la vista del libro; hasta que escuchó que alguien más había osado entrar a la Biblioteca ya cerrada.
Pudo ver como el encargado y el guardia intentaron detenerlos con palabras, pero ellos eran varios, todos de apariencia ruda y gestos poco agradables.
Ella se agachó con el libro en sus manos y se arrastró con todo el sigilo que pudo, mientras sus zapatos que antes de suave andar, ahora parecían cascabeles sonando en un momento que debía ser de silencio abismal.
—Caballeros, ya está cerrado, pero con gusto mañana abrimos a las 9:30 am.
—Claro que sí, buen hombre sin embargo, resulta que estamos buscando un libro muy importante y eso no puede esperar hasta mañana, así que por favor indíqueles a mis hombres dónde hallarlo —expresó un hombre de apariencia recia, alto, con brío, ojos oscuros e imponentes que hacían un perfecto juego con sus facciones angulosas.
Elina sabía que esa voz le era familiar, pero no podía mirar de quién se trataba oculta entre los estantes y los escritorios.
—¿Qué libro es el que buscan? —preguntó con intento serenado.
—Es uno muy grande con solapa roja, es muy antiguo y apuesto a que debe ser el único —dijo con sonrisa sarcástica.
—Bien, con esa descripción creo que tardaremos un rato en encontrarlo.
—Es la historia de la familia real.
—De acuerdo, en ese caso… pase por aquí…
Elina seguía oculta, moviéndose entre las sombras, luego entendió que se dirigían hacia donde ella estaba. Entonces una luz se encendió de su lado derecho, unas escalinatas pequeñas daban a un pequeño cuarto, probablemente el de almacenes. Tomó uno de los libros que tenía a su alrededor y lo arrojó con fuerza al otro lado de la habitación. Todos los hombres dirigieron su atención y sus esfuerzos a aquel ruido.
Elina corrió y se agachó para bajar las escaleras, entró a la habitación aún oscura y encendió la luz, estaba rodeada de cajas apiladas y una pequeña mesa de madera vieja. Buscó un rincón donde esconderse hasta que vio una puerta junto a una pequeña ventana, ambas daban a la oscura calle. La abrió y salió corriendo, se detenía con la intención de no levantar sospechas, miraba a todas partes, observó sus manos y se percató de que el libro seguía en ellas, lo cubrió con su abrigo y cruzó la avenida para pedir un taxi.
Los hombres buscaron el libro por todo el lugar, revolvieron y maltrataron todos los estantes y las mesas de la Sala de Lectura. Molestos y sin deseos de irse con las manos vacías, interrogaron al hombre.
—¿Dónde rayos está ese libro?
—No lo sé Señor, estaba aquí por la mañana.
—¿Sí?, pues ahora no está, así que dígame, ¿qué cree que fue lo que pasó? —replicó entre gritos mientras se enrojecía su faz y sus venas se mostraban en su frente.
—No lo sé Señor, una joven lo consultó por la mañana, pero el libro se quedó aquí.
—Una joven —manifestó pensativo—, ¿y dónde está ahora esa joven?
—Se fue hace ya mucho tiempo —respondió el encargado, a pesar de que había sido él quien encendió la luz del almacén.
—¿Se llevó el libro? —cuestionó zarandeándolo.
—Tal vez, en realidad no lo sé.
Mackenzie soltó al viejo hombre, respiró profundo como vana señal de calma e indicó a sus hombres que se fueran.
—Gracias por su ayuda buen hombre, ¡oh!, recuerde, nadie sabe que pasó aquí —concluyó simulando un gesto afable.
En casa, Elina no era capaz de ordenar sus ideas y darse cuenta de lo que acababa de ocurrir, o de lo que ello implicaría; acababa de robar, le pesaba pero sabía que era un robo necesario, de alguna forma le alegraba que el libro estuviese a salvo y que pudiera mostrarle a alguien más lo que él revelaba. No obstante…, ese era el otro problema, las palabras que este manuscrito encerraban eran breves, y aunque certeras, no estaba segura de sí bastarían para que Isabel creyera en ellas; para que se diera cuenta de la verdad.
—Esto debe ir más allá —se dijo a sí misma para tomar el valor de enfrentar a los demás con la verdad que ella sentía real—, si no fuera real todo esto, nadie se tomaría tanta molestia, nadie haría tantas preguntas, nadie censuraría a nadie por hablar de un mito.
Sin embargo, ¿qué podía hacer una sola joven para desentrañar tan enterrada situación? Si el verdadero heredero al trono vivía, ¿dónde lo iba a encontrar?
—Entonces Señores ¿qué se supone que haremos ahora? —preguntó con cierta angustia, el Primer Ministro; mientras estaban reunidos en una habitación color gris, con nada más que una mesa, cuatro sillas y un foco colgante.
—Calma mis querido colegas, no hay porqué entrar en pánico, solo debemos deshacernos de las pruebas más importantes, eliminar los vestigios y cualquier indicio claro de que nuestra Soberana no debe estar en el trono —explicó David Mackenzie.
—Pero es una historia muy larga para asegurarnos de que todos los indicios fueron eliminados, además…
—Despreocúpate mi querido Michael, La Resistencia lo único que hace es lanzar pequeñas gotas de agua a un gran incendio que lleva años ardiendo. Los encontraremos, y nos desharemos de lo que se necesite, pero no llegarán lejos. Ya solo habrá que buscar un viejo libro que pueda levantar sospecha de algún aficionado o conspirador contra La Reina.
—¿Libro? —cuestionó el Primer Ministro, ese hombre con poco porte, estatura media y gesto glotón.
—Sí, al parecer una joven lo tiene, ya solo hay que averiguar qué joven.
—La consejera de Su Majestad —expresó Michael—, ella le dijo a Su Majestad que investigaría, y La Reina aceptó que lo hiciera.
—Bien, averigua si ella lo tiene, y no dejes que hable con La Reina, no queremos que ella comience a dudar y se ponga terca.
La mañana siguiente parecía una extraña helada polar, a pesar de que el día anterior parecía ser un desierto.Elina ocultó el libro en su bolso y se encaminó a ver a Isabel; esta vez, con más prisa y agilidad que nunca.Ya sentada en su habitual lugar, tomó la precaución de no hablar de lo verdaderamente importante, hasta que todos los sirvientes y cualquier hombre ajeno a su conversación, se fueran…—Entonces Michael, ¿alguna interesante novedad? —cuestionó La Reina.—Pues de hecho el día de hoy tenemos cosas muy interesantes en el periódico Su Majestad.—¿En serio?, ¿cómo qué?—Bueno, según parece, todo lo que se conoce como El Valle Secreto de Lake District en Cumbria, el cual es reconocido por su espectáculo floral, se ha hundido.—¿Cómo que hundido? —interrumpió Elina.—Sí, la tierra se tragó todo el campo, además, aquí dice que hay un horrible olor que se desprende de él.—¿No fue ahí donde tuvo lugar una batalla, la de los
El tráfico era insostenible, las calles de Londres estaban saturadas y el clima no parecía ayudar mucho. Elina se distraía pensando en lo que debía hacer en el barrio, como dirigirse y comportarse si necesitaba información o incluso ayuda.—Todo saldrá bien —se decía, mirando a las copas de los árboles moviéndose, desde adentro del taxi, como si bailaran una danza que solo ellos eran capaz de entender.—Disculpe Señorita, pero creo que no llegaremos muy pronto al barrio Tottenham, hay demasiado tráfico y los tránsitos parecen desviarnos del camino —expuso el chofer del taxi.Ella despertó de sus pensamientos y bajó del taxi para ver si tenía una mejor vista del problema. Caminó, pidiéndole al hombre en el taxi que esperara. Llegó hasta donde los oficiales de tránsito y algunos policías se reuní
—Hola muñeca, ¿qué haces tan solita por aquí? —cuestionó a Elina uno de los hombre que se amotinaban a su alrededor.Ella intentó salir de ahí, pero otros dos le cerraron el paso. Entendiendo lo que significaba, forcejeó para salir de entre ellos, aunque fue en vano, así que golpeó a uno en las piernas y causó un gran estruendo con las pilas de botellas que se almacenaban en el callejón. Los otros hombres intentaron detenerla, uno de ellos le apretó el cuello para aturdirla sin embargo, una mano mucho más tosca y fuerte se la quitó. Arturo golpeó y arrojó al suelo al líder de la pandilla.—No te quiero ver por aquí otra vez, ¿entendiste?No obstante, uno de los hombres tomó una botella y planeaba quebrarla en Arturo, pero Elina golpeo sus piernas y lo hizo flaquear.En cuanto se pudieron levan
Una bruma rodeaba todo su ser, una intensa sensación del vacío en el interior volvía a apoderarse de él.—Yo te cuidaré —decía un hombre viejo, cubierto por el sudor, con cabello largo y canoso; su padre, o aquel a quién así llamaba, lo miraba de cerca mientras lo cobijaba.Luego una caverna bloqueada por árboles torcidos cubiertos de musgo, yacía frente a él, y un canto lejano lo llevó hasta una mujer, ya había visto a la mujer, era la chica que visitó el Bar por la tarde. No obstante, ahora estaba envuelta en una extraña luz dorada que vibraba y se moldeaba a su andar. Ella lo miró y le indicó que la siguiera, pronunció algo inaudible y los árboles torcidos se enderezaron, dando paso a la caverna.Inmediatamente después vio a unos hombres, parecía conocerlos pero no lo hacía; enseguida ten&i
—¿Qué fue todo eso? —exclamaron preocupados Cristian y Tomas, quienes habían decidido aguardar a su amigo, el más apto para calmar los conflictos.—¿Están bien? —interrogó Tomas al ver la situación y el aspecto de la joven.—Oye, oye, ¿estás bien? —volvió a cuestionar Arturo al ver que Elina no respondía.—Sí, sí, estoy bien —respondió entre jadeos, con manos temblorosas y deseos de esconderse en un lugar solitario para poder calmarse.—Traeré algo de hielo —intervino Cristian, mientras los demás se sentaban en las sillas junto a la barra.—Aquí está —dijo Cristian mientras le daba la bolsa con hielo a Elina.—Gracias.—¿Ya puedes responderme qué fue todo eso? —preguntó Arturo, sentado frente a
En ese momento, Elina se sentía hostigada y vulnerable, parecía justamente la Consejera de La Reina y La Reina, en ese instante no afloraba la calidez que la amistad es capaz de brindar.Salió del palacio y con gran decepción, vio acercarse al Secretario de Seguridad, el Señor Mackenzie.—Señorita Swan, qué gusto poder encontrarla aquí. ¿Sería tan gentil de acompañarme? —habló señalando su auto—. Es de vital importancia para el Reino que usted y yo tengamos una conversación.—Con todo respeto Señor Secretario, no estoy en mis cabales para entablar una conversación que involucre el bienestar del Reino, ¿le parece si lo dejamos para el día de mañana? —suplicó Elina con la intención de estar sola y reflexionar el resto del día.—Me temo que no será posible esperar
La noche fue agitada, y no solo para Elina, Isabel o Arturo, todos en la ciudad parecían salir a las calles a causar destrozos en lugares donde la riqueza y la nobleza se acuñaban. Todos los que cargaban con el dolor del abandono parecían gritar furiosos con cada acción vandálica, y más aún, proclamando en las paredes, en los murales y en todos los rincones memorables, que el verdadero rey necesitaba regresar.Elina entre tanto, solo tenía pesadillas con imágenes borrosas pero que oprimían su alma y su mente.Arturo, Tomas y Cristian se encargaban de proteger el bar y a los vecinos y amigos que tenían mientras las revueltas dejaban incendios a su paso, ya que parecía, que aquellos pidiendo justicia también le faltaban a la misma.Por otro lado, la leña que avivaría el fuego, solo era cuestión de horas y de papeleos más tarde… 
—Bien muchacho, ¿qué haces ahí parado? —cuestionó Mackenzie en tono desesperado, a su secretario.—Señor, tenemos informes de que alguien se metió a robar certificados de nacimiento y de defunción, el día de ayer en las revueltas.—¿Y? ¿Por qué me debe importar a mí?, ¡dáselos al jefe de la policía y que el investigue!—Es que usted me pidió que buscara cualquier cosa relacionada a los nacimientos de los años 70´s, y esos fueron los que se robaron.—¿Estás seguro? —manifestó con el ceño fruncido y la sensación de peligro.—Sí, Señor, eso dicen los reportes —concluyó titubeante.—Bien, retírate y mantenme informado.Mackenzie permaneció pasmado por unos instantes, pensando y meditando c