—¿Qué fue todo eso? —exclamaron preocupados Cristian y Tomas, quienes habían decidido aguardar a su amigo, el más apto para calmar los conflictos.
—¿Están bien? —interrogó Tomas al ver la situación y el aspecto de la joven.
—Oye, oye, ¿estás bien? —volvió a cuestionar Arturo al ver que Elina no respondía.
—Sí, sí, estoy bien —respondió entre jadeos, con manos temblorosas y deseos de esconderse en un lugar solitario para poder calmarse.
—Traeré algo de hielo —intervino Cristian, mientras los demás se sentaban en las sillas junto a la barra.
—Aquí está —dijo Cristian mientras le daba la bolsa con hielo a Elina.
—Gracias.
—¿Ya puedes responderme qué fue todo eso? —preguntó Arturo, sentado frente a
En ese momento, Elina se sentía hostigada y vulnerable, parecía justamente la Consejera de La Reina y La Reina, en ese instante no afloraba la calidez que la amistad es capaz de brindar.Salió del palacio y con gran decepción, vio acercarse al Secretario de Seguridad, el Señor Mackenzie.—Señorita Swan, qué gusto poder encontrarla aquí. ¿Sería tan gentil de acompañarme? —habló señalando su auto—. Es de vital importancia para el Reino que usted y yo tengamos una conversación.—Con todo respeto Señor Secretario, no estoy en mis cabales para entablar una conversación que involucre el bienestar del Reino, ¿le parece si lo dejamos para el día de mañana? —suplicó Elina con la intención de estar sola y reflexionar el resto del día.—Me temo que no será posible esperar
La noche fue agitada, y no solo para Elina, Isabel o Arturo, todos en la ciudad parecían salir a las calles a causar destrozos en lugares donde la riqueza y la nobleza se acuñaban. Todos los que cargaban con el dolor del abandono parecían gritar furiosos con cada acción vandálica, y más aún, proclamando en las paredes, en los murales y en todos los rincones memorables, que el verdadero rey necesitaba regresar.Elina entre tanto, solo tenía pesadillas con imágenes borrosas pero que oprimían su alma y su mente.Arturo, Tomas y Cristian se encargaban de proteger el bar y a los vecinos y amigos que tenían mientras las revueltas dejaban incendios a su paso, ya que parecía, que aquellos pidiendo justicia también le faltaban a la misma.Por otro lado, la leña que avivaría el fuego, solo era cuestión de horas y de papeleos más tarde… 
—Bien muchacho, ¿qué haces ahí parado? —cuestionó Mackenzie en tono desesperado, a su secretario.—Señor, tenemos informes de que alguien se metió a robar certificados de nacimiento y de defunción, el día de ayer en las revueltas.—¿Y? ¿Por qué me debe importar a mí?, ¡dáselos al jefe de la policía y que el investigue!—Es que usted me pidió que buscara cualquier cosa relacionada a los nacimientos de los años 70´s, y esos fueron los que se robaron.—¿Estás seguro? —manifestó con el ceño fruncido y la sensación de peligro.—Sí, Señor, eso dicen los reportes —concluyó titubeante.—Bien, retírate y mantenme informado.Mackenzie permaneció pasmado por unos instantes, pensando y meditando c
El día de la reunión, acordada previamente, llegó, pues a pesar de los incesantes conflictos, caos y problemas que el país, el reino y las personas experimentaran, había muchos que aún optaban por mantenerse ajenos a todo ello. Crear negocios, hacer crecer sus fortunas y aumentar su estatus era el objetivo y de cierta manera, Arturo era una buena pieza para el Señor Paul.Hacía ya demasiado tiempo que Arturo no andaba por las calles de los que llamaba ricos narcisistas, caminaba con gran desdén fingiendo que las miradas de los caballeros y ciertamente de las damas, no eran puestos en sí. Él creía que a esas personas les gustaría tomarse la molestia de privarle el acceso a ciertos lugares, denigrarlo por venir de un barrio pobre o algo así. La realidad era muy diferente, pero Arturo no lograba verlo, él no parecía un hombre pobre, vestía y calzaba sus mejores
Mientras tanto, Elina se enfocaba en huir de sí misma, buscando y preparando cada detalle de su viaje. Evitando todo lo que pudiese hacerle cambiar de opinión.Preparó su viaje para la mañana siguiente, hoy se dedicaría a despedirse de quien debiera saber que se iba. Esperando pues, que cuando volviera, las cosas en Londres y en todo Reino Unido, hubieran mejorado.Arturo volvía de su interesante y poco enriquecedora platica con el Señor Paul, intentando ocultar de sus viejos amigos, cuán grande era su decepción por no haber concretado su proyecto, ya que en el fondo, siempre había querido ser alguien más, siempre había anhelado con gran pasión, hacer algo más grande, algo por lo que fuera recordado, pero él se hundía en la sombra de saber que no lo conseguiría porque era un huérfano sin un pasado claro.—¿C&oac
Todo se volvió oscuro sin embargo, nada dolía, el ruido externo continuaba pero ella no lo escuchaba, las gotas de lluvia, que aún eran delicadas, rozaban su piel, su ropa y su cabello, pero ella nada sentía. Unas pocas personas se amontonaron a su alrededor, solo aquellas que contemplaron la fatal escena.De pronto veía en sus pensamientos a Arturo, el hombre del Bar, lo vio derrumbado, perdido, desolado en la gravedad de las injusticias. Sintió una punzada en el corazón, su respiración volvió, abrió los ojos con rapidez. Se levantó con lentitud para lo que acostumbraba, pero con agilidad para los que esperaban lo contrario.—¡Señorita, ¿se encuentra bien? —preguntaban las personas a su alrededor.—Sí —respondía mirándose, se sentía confundida mentalmente, pero su cuerpo se sentía increíblemente bien.Anduvo por las calles, mirando todo a su alrededor, cuidándose de los autos con conductores poco prudentes, recordando y reviviendo una y otra vez las imágenes
Elina se ocultó en el almacén oscuro, cuando los traidores hombres salieron, sintiendo que su felicidad por tener razón, se ofuscaba por la idea de que todo estaría perdido en poco tiempo.—¡Cómo rayos pude ser tan ciega! —se gritó mientras golpeaba la pared con su mano.Cuando se calmó y tuvo la capacidad de salir sin que nadie la viera, se encaminó a su habitación, cerró la puerta tras de sí y se asomó por la ventana decorada con finas cortinas blancas, observando pues, como se alejaba el traidor a su Reino, o al menos el traidor a la verdad.En ese momento no había lugar para dudas en Elina, no pensaba en sí debía involucrarse o no, meditaba sobre qué hacer para que aquel hombre, el heredero legitimo al trono de Reino Unido, no fuera condenado y sepultado como terminaban todos sus antepasados.Dio vueltas de una lado a otro,
Isabel yacía sentada frente a su antiguo tocador de fina y reluciente madera, mirándose en el espejo como otras tantas veces. Se veía perdida entre la laguna de pensamientos que la abrumaban y hostigaban, tocando su piel arrugada y suave con las yemas de sus dedos. Pensaba en lo que era su nación ahora, en lo que el Reino se había convertido, recordaba todas las guerras, los combates, los desastres y las reformas que habían dañado a tanta gente, se preguntaba si no hubieran existido tantas calamidades con el rey que decían legítimo, en el trono. Detestaba verse como la enemiga de todo lo que amaba, pero aborrecía más el verse obligada a abandonarlo todo para que alguien más tomara el mando.¿Qué diría su padre?, ¿qué diría su abuela la Reina Madre?, y más importante aún, ¿qué quería ella en realidad?De tal for