El eco de los pasos resonaba a su alrededor mientras sus manos, aún temblorosas por la humillación sufrida a manos de Kael, se cerraban en puños. El dolor la consumía por dentro como un veneno ardiente.El hombre al que había amado con un fervor oculto durante años, el hombre por el que había esperado pacientemente desde que pisó el palacio, la había echado sin el más mínimo respeto, como si no fuera nada más que un estorbo. Y todo por culpa de ella… de esa mujer indigna que no solo le había robado el corazón, sino que ahora se había convertido en una sombra en su vida.Pero Nizarah no era una mujer cualquiera. No era alguien que se dejara pisotear sin tomar represalias. Si Kael la despreciaba, si él se atrevía a proteger a esa plebeya, entonces ella haría lo que debía hacer. Lo destruiría todo.Era momento de jugar su mejor carta.Cuando llegó a las cámaras del rey Salim, ordenó a los guardias que la anunciaran de inmediato. Sabía que su esposo no solía recibir visitas a estas horas
Un torrente de ira lo invadió como una ola furiosa. Sonya. ¿Qué derecho tenía el rey Salim para decidir sobre ella, sobre su vida? Sus ojos se llenaron de oscuridad mientras apretaba con fuerza la empuñadura de su espada, casi como si quisiera destrozarla.—¡¿Qué?! —gruñó, su voz llena de rabia contenida. Luke dio un paso atrás, temeroso de la explosión de ira que podía surgir en cualquier momento.—Han ido a por ella. La orden fue clara, mi príncipe. Se la llevan al calabozo.Kael cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Sabía que el rey Salim había manipulado las cosas de alguna manera, que lo había puesto en una posición que no le dejaba otra opción, pero la idea de ver a Sonya desterrada, humillada… No podía permitirlo.—¡No! —dijo en voz baja, sus palabras como un gruñido de furia. Se giró rápidamente, mirando a los guardias que aún lo rodeaban. El sudor caía de su rostro, pero la determinación reemplazó la furia momentánea. Tomó aire profundamente, un c
Los centinelas del rey Salim no iban a dejar ir a Sonya tan fácilmente, y él, Kael, estaba decidido a evitarlo a toda costa.Detrás de él, su sirviente Luke, fiel y atento como siempre, caminaba en silencio, observando a su príncipe con la misma preocupación que siempre había llevado. Pero Kael sabía que no podía permitirse tener a su amigo a su lado en ese momento. Si alguien tenía que arriesgarse, tenía que ser él solo.Sin mediar palabra, Kael se detuvo en medio del pasillo, mirando de frente a Luke. Un silencio tenso se apoderó de la escena. Ambos sabían que algo muy peligroso estaba por desatarse, y Kael no iba a dejar que Luke se metiera en algo que no podía controlar.—Luke —dijo Kael, su voz grave —No quiero que te involucres más en esto. Quédate atrás.Luke lo miró con incredulidad. Siempre había estado al lado de Kael en cada batalla, cada misión, pero el príncipe no parecía dispuesto a compartir la carga esta vez.—Mi príncipe, no te haré frente solo —respondió Luke, su voz
Él conocía al príncipe mejor que nadie. El centinela alzó su espada, su mirada fija en Kael, sabiendo que ya había encontrado el momento perfecto para acabar con él. Con un movimiento rápido y certero, dirigió su espada directamente hacia el cuello del príncipe, buscando darle un golpe mortal.Pero justo en ese momento, una figura apareció en el campo de batalla. La espada de Kael estaba levantada para bloquear otro ataque cuando otra espada intervino con un chocar metálico, desviando la hoja del centinela a un lado.Era Amir, el segundo príncipe, quien había llegado en el último momento. Sin dudar, se interpuso entre el centinela y su hermano, su espada resplandeciendo mientras bloqueaba el golpe mortal.—¡Aleja tus manos de mi hermano! —gritó Amir, sus ojos ardientes con la misma determinación que su hermano.Kael, que había estado a punto de sucumbir al ataque, miró a su hermano con una mezcla de sorpresa y gratitud. El centinela que había intentado acabar con él retrocedió un paso
Amir observó todo en silencio, comprendiendo la jugada de Zulema. A pesar de lo que todos pensaban sobre la relación entre la concubina y la esclava, la decisión de Zulema había sido, en cierto modo, estratégica. No solo había asegurado a Sonya bajo su protección, sino que, al asignarla para atender a Kael, estaba demostrando su control absoluto sobre la situación.Sonya, sin decir palabra alguna, se acercó lentamente al príncipe Kael, con sus manos preparadas para revisar las heridas que éste había recibido. Había un gesto de respeto y determinación en su actitud, como si estuviera completamente en control de lo que hacía, incluso si su posición en el palacio no lo sugería.Kael la miró fijamente, aún desconcertado, pero no pudo evitar notar la seriedad con la que se acercaba. La mujer que había sido considerada solo una esclava, ahora estaba al mando de la situación, como si tuviera más poder sobre él que cualquier otra persona en la sala.Los centinelas, que aún observaban la escen
Pero antes de que pudiera decir algo más, Sonya terminó su trabajo. Había tratado sus heridas con precisión, y ahora su tarea estaba casi completa. El silencio que seguía en la habitación era pesado, cargado de tensiones no resueltas, de palabras no dichas.Kael se recostó, respirando con dificultad por el dolor en su pierna, pero también por lo que había dentro de él. No podía negar que lo que sentía por Sonya lo arrastraba, pero tampoco podía aceptar lo que eso significaba.Sonya, por su parte, se levantó en silencio. No le importaba lo que Kael sentía, no le importaba lo que él pensaba de ella. Su única misión era sobrevivir, y para eso debía mantenerse firme.Al final, ambos se quedaron allí, en la quietud de la habitación, como dos fuerzas opuestas que, aunque se repelían, no podían evitar estar irresistiblemente conectadas.Nizarah estaba en sus aposentos, su mirada fija en el fuego que ardía lentamente en la chimenea. La tenue luz de las llamas iluminaba su rostro, pero no podí
Zulema había ganado la protección de Sonya, la mujer que Kael deseaba, y ahora parecía tener el favor del rey, un favor que Kael no estaba dispuesto a aceptar sin luchar. Pero lo que él no sabía era que en la oscuridad de sus propios aposentos, dentro de los muros del palacio, otros secretos de amor y odio tomaban forma. Los pasiones reprimidas de otros miembros del palacio, los celos, los rencores, todo se había acumulado a tal punto que el propio reino empezaba a tambalear.Nizarah, la tercera concubina del rey, con su belleza helada y su ambición desmedida, no había sido ajena a los susurros que corrían por los pasillos del palacio. Ella sabía que los amores prohibidos florecían donde menos se esperaba, y que el trono de Salim estaba más vulnerable de lo que parecía. Su odio hacia Sonya había crecido como un fuego, avivado por las mentiras que había oído sobre su relación con Kael. Pero Zulema, al arrebatarle la esclava, había desviado aún más la mirada del rey y de todos hacia su
Alexander Frost se encontraba sentado en el salón principal de un palacio imponente, rodeado por un círculo de asesores que debatían fervientemente sobre el tema más delicado que había enfrentado en su vida, la sucesión al trono. La tensión en la sala era palpable, y las miradas de los presentes se dirigían hacia él con una mezcla de expectación y recelo. Frost, un hombre de porte altivo y mirada penetrante, escuchaba en silencio mientras cada consejero exponía su punto de vista sobre el camino que debía seguir para asegurar su lugar como heredero legítimo.Era un desafío monumental. Aunque Alexander era hijo del rey Salim Haziz Noury, su posición siempre había estado en entredicho. Su madre, Sulema McQuillan, una mujer de origen extranjero cuya belleza y elegancia habían conquistado al poderoso monarca del desierto, era constantemente objeto de desprecio por parte de las otras esposas del rey. Sulema no era una mujer común; su presencia había sido tan poderosa que no solo había gana