Los centinelas del rey Salim no iban a dejar ir a Sonya tan fácilmente, y él, Kael, estaba decidido a evitarlo a toda costa.Detrás de él, su sirviente Luke, fiel y atento como siempre, caminaba en silencio, observando a su príncipe con la misma preocupación que siempre había llevado. Pero Kael sabía que no podía permitirse tener a su amigo a su lado en ese momento. Si alguien tenía que arriesgarse, tenía que ser él solo.Sin mediar palabra, Kael se detuvo en medio del pasillo, mirando de frente a Luke. Un silencio tenso se apoderó de la escena. Ambos sabían que algo muy peligroso estaba por desatarse, y Kael no iba a dejar que Luke se metiera en algo que no podía controlar.—Luke —dijo Kael, su voz grave —No quiero que te involucres más en esto. Quédate atrás.Luke lo miró con incredulidad. Siempre había estado al lado de Kael en cada batalla, cada misión, pero el príncipe no parecía dispuesto a compartir la carga esta vez.—Mi príncipe, no te haré frente solo —respondió Luke, su voz
Él conocía al príncipe mejor que nadie. El centinela alzó su espada, su mirada fija en Kael, sabiendo que ya había encontrado el momento perfecto para acabar con él. Con un movimiento rápido y certero, dirigió su espada directamente hacia el cuello del príncipe, buscando darle un golpe mortal.Pero justo en ese momento, una figura apareció en el campo de batalla. La espada de Kael estaba levantada para bloquear otro ataque cuando otra espada intervino con un chocar metálico, desviando la hoja del centinela a un lado.Era Amir, el segundo príncipe, quien había llegado en el último momento. Sin dudar, se interpuso entre el centinela y su hermano, su espada resplandeciendo mientras bloqueaba el golpe mortal.—¡Aleja tus manos de mi hermano! —gritó Amir, sus ojos ardientes con la misma determinación que su hermano.Kael, que había estado a punto de sucumbir al ataque, miró a su hermano con una mezcla de sorpresa y gratitud. El centinela que había intentado acabar con él retrocedió un paso
Amir observó todo en silencio, comprendiendo la jugada de Zulema. A pesar de lo que todos pensaban sobre la relación entre la concubina y la esclava, la decisión de Zulema había sido, en cierto modo, estratégica. No solo había asegurado a Sonya bajo su protección, sino que, al asignarla para atender a Kael, estaba demostrando su control absoluto sobre la situación.Sonya, sin decir palabra alguna, se acercó lentamente al príncipe Kael, con sus manos preparadas para revisar las heridas que éste había recibido. Había un gesto de respeto y determinación en su actitud, como si estuviera completamente en control de lo que hacía, incluso si su posición en el palacio no lo sugería.Kael la miró fijamente, aún desconcertado, pero no pudo evitar notar la seriedad con la que se acercaba. La mujer que había sido considerada solo una esclava, ahora estaba al mando de la situación, como si tuviera más poder sobre él que cualquier otra persona en la sala.Los centinelas, que aún observaban la escen
Pero antes de que pudiera decir algo más, Sonya terminó su trabajo. Había tratado sus heridas con precisión, y ahora su tarea estaba casi completa. El silencio que seguía en la habitación era pesado, cargado de tensiones no resueltas, de palabras no dichas.Kael se recostó, respirando con dificultad por el dolor en su pierna, pero también por lo que había dentro de él. No podía negar que lo que sentía por Sonya lo arrastraba, pero tampoco podía aceptar lo que eso significaba.Sonya, por su parte, se levantó en silencio. No le importaba lo que Kael sentía, no le importaba lo que él pensaba de ella. Su única misión era sobrevivir, y para eso debía mantenerse firme.Al final, ambos se quedaron allí, en la quietud de la habitación, como dos fuerzas opuestas que, aunque se repelían, no podían evitar estar irresistiblemente conectadas.Nizarah estaba en sus aposentos, su mirada fija en el fuego que ardía lentamente en la chimenea. La tenue luz de las llamas iluminaba su rostro, pero no podí
Zulema había ganado la protección de Sonya, la mujer que Kael deseaba, y ahora parecía tener el favor del rey, un favor que Kael no estaba dispuesto a aceptar sin luchar. Pero lo que él no sabía era que en la oscuridad de sus propios aposentos, dentro de los muros del palacio, otros secretos de amor y odio tomaban forma. Los pasiones reprimidas de otros miembros del palacio, los celos, los rencores, todo se había acumulado a tal punto que el propio reino empezaba a tambalear.Nizarah, la tercera concubina del rey, con su belleza helada y su ambición desmedida, no había sido ajena a los susurros que corrían por los pasillos del palacio. Ella sabía que los amores prohibidos florecían donde menos se esperaba, y que el trono de Salim estaba más vulnerable de lo que parecía. Su odio hacia Sonya había crecido como un fuego, avivado por las mentiras que había oído sobre su relación con Kael. Pero Zulema, al arrebatarle la esclava, había desviado aún más la mirada del rey y de todos hacia su
Algunos exigían su ejecución inmediata, otros pedían que la encerraran en los calabozos y la dejaran pudrirse en la oscuridad. Pero Celeste no mostró miedo, solo una determinación férrea que incluso Alexander no pudo evitar notar.Entraron al palacio, donde el aire era más frío, impregnado de incienso y mármol reluciente. Los pasillos resonaban con los pasos firmes de los soldados, mientras Alexander avanzaba con el peso de la victoria sobre sus hombros. Sabía que su padre, el rey, lo recibiría con una mezcla de orgullo y expectativa. Había traído a la hija de su enemigo, una pieza clave en el juego de poder que se desarrollaba entre los reinos.Al llegar a las puertas del gran salón, dos guardias empujaron las enormes puertas doradas, revelando la imponente figura del rey sentado en su trono. Su mirada se posó primero en su hijo, escaneándolo con detenimiento, evaluando tanto sus heridas como su postura. Luego, sus ojos cayeron sobre Celeste, y un destello de satisfacción cruzó su ex
Celeste cerró los ojos. No podía permitirse ceder ante la fiebre. Si lo hacía, si se dejaba consumir por el delirio, entonces realmente estaría perdida. Pero el frío era tan profundo como el ardor de la herida, y su mente comenzaba a desdibujar los límites entre la realidad y el sueño.No podía rendirse. No todavía.El guardia empujó la pesada puerta de la celda, y el rechinido del metal contra la piedra resonó en el silencio opresivo. Avanzó con pasos firmes, sosteniendo la bandeja de comida con una mano y la antorcha con la otra, pero al posar la mirada en Celeste, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.Ella seguía acostada sobre la dura cama de cemento, inmóvil, con la piel perlada de sudor y los labios pálidos como la muerte misma. Su respiración era errática, entrecortada, y su cuerpo temblaba a pesar del calor abrasador que se sentía en la celda.El guardia bajó la vista hacia la bandeja que había dejado la noche anterior. La comida estaba intacta. Ni una sola miga había si
Faris sintió cómo su cuerpo reaccionaba por instinto. Sin pensarlo dos veces, se deslizó hacia un rincón oscuro del pasillo, ocultándose en las sombras que las antorchas no alcanzaban a disipar.Alexander estaba cerca.Se mantuvo inmóvil, controlando hasta su respiración mientras observaba a su hermano avanzar con el porte impecable de un monarca en potencia. Su presencia imponía respeto y temor en igual medida. No era el momento de enfrentarlo.No si se trataba de Celeste.Faris cerró los ojos un instante. Su hermano no podía descubrir que él había estado en la celda de la prisionera. Menos aún que, tiempo atrás, él mismo había sido quien la ayudó a escapar del palacio. Ese era un secreto que debía llevarse a la tumba.¿Por qué lo había hecho?Era una pregunta a la que aún no encontraba respuesta. Tal vez había sido un capricho, una forma de desafiar el destino que su familia le imponía. O tal vez… algo más.Desde su escondite, observó cómo Alexander avanzaba con paso decidido. Sabía