Vanesa despertó con una sensación de vacío, la cama a su lado estaba fría, y Alejandro, como ya era costumbre, no estaba en casa. La distancia entre ellos se había vuelto tan gélida como el vacío en aquella habitación.
Se levantó, sin prisa, y después de prepararse, llamó a Roger, el chófer. Era el único en quien sentía que podía confiar con ciertos límites; aunque su relación se limitaba a intercambios formales, él parecía siempre dispuesto a ayudarla. Mientras tomaba su llave, que había echado en porta llave de cristal, echó una vista rápida al inmenso departamento: todo estaba impecablemente limpio, pero sin rastro de vida. Alejandro había insistido en no tener empleadas domésticas fijas; Decía que podía esparcir rumores sobre sus asuntos privados, aunque Vanesa sospechaba que más bien quería evitar que alguien presenciara las grietas en su matrimonio. Al salir, Roger ya la esperaba en el auto, abriendo la puerta para que ella subiera. Vanesa, tras ajustarse en el asiento de cuero, le dirigió una mirada a través del retrovisor. —Roger, necesito que me lleves a una tienda fuera de la ciudad, por favor —le pidió, su tono seguro, aunque no dejó de mirar por la ventana. Sabía que cualquier movimiento suyo era vigilado por los medios, siempre ávidos de captar una imagen que alimentara rumores sobre la vida de Alejandro y ella, algo con que poder cuestionar la perfección que su esposo intentaba proyectar. Roger avanzó en silencio, conduciendo hacia las afueras de la ciudad. Sabía que no debía preguntar, aunque el lugar era inusual para una mujer de su clase, que normalmente enviaría a alguien a comprar en su nombre o haría sus adquisiciones en tiendas exclusivas. Pero él solo miraba al frente, concentrado en el camino. El paisaje fue cambiando a medida que se alejaban del centro, dejando atrás los edificios altos y las calles transitadas. La ciudad comenzaba a difuminarse y el campo, amplio y libre, se desplegaba frente a ellos. Vanesa, después de unos minutos, se relajó un poco y finalmente miró a Roger. Había algo en él que la hacía sentir protegida. —Gracias por esto, Roger. Te pido que no le comentes nada de esta ruta a Alejandro. Quiero algo de privacidad donde los medios no tengan acceso a qué hago, y donde lo hago. Necesito respirar —comentó con una sonrisa leve, casi resignada. Él la miró a través del retrovisor, con una ligera inclinación de cabeza. —Es mi trabajo, señora Adán. Lo que usted necesite, para eso estoy —instó con cortesía, pero ella recibió una nota de simpatía en su voz. Vanesa dudó unos segundos antes de agregar: —Para no levantar miradas, podrías dejarme y regresar en una hora. Roger la escuchó en silencio. No tenía la autoridad para intervenir en los asuntos privados, pero por primera vez le pareció ver en los ojos de Vanesa un anhelo de algo más que el lujo y el estatus que le rodeaban. Un anhelo de tener intimidad. Roger detuvo el auto frente a la entrada principal del centro comercial y miró a Vanesa con una sonrisa suave. —Nos vemos en un rato —le dijo, mientras ella asentía y salía del coche. Vanesa ajustó su bolso al hombro y, tras lanzarle una última mirada a Roger, se adentró en el bullicio del centro comercial. Mantuvo su caminar pausado, observando las vitrinas sin detenerse demasiado, como quien no busca nada en particular. Sabía que no quería llamar la atención. Finalmente entró a una tienda, y tras medirse varios atuendos, pudo escoger un vestido azul, le quedaba como creía que Alejandro quería que vistiera. Bueno, adecuado para el momento. Mientras recorría los pasillos, sus ojos se detuvieron en una tienda que hasta entonces había pasado desapercibida para ella. En la vitrina, colgaban diminutos cuerpos, pequeños conjuntos de colores suaves, y zapatos que cabían en la palma de su mano. Su corazón latió más fuerte al ver el letrero de la tienda de ropa de bebé. Dudó un momento, sintiéndose insegura. Asegurándose de que nadie conocido la veía, decidió entrar. Al cruzar la puerta, una extraña mezcla de nervios y emoción la envolvió. Observó la ropa, tocando suavemente los pequeños conjuntos y admirando los diminutos detalles. Entre todas las cosas, una pequeña cajita de medias llamó su atención: eran tan diminutas, tan suaves, que no pudo evitar imaginarse un par de pies pequeñitos llenándolas. Al acariciar las medias, sintió un nudo en la garganta y un hormigueo en el pecho que le impedía despegarse de ellas. La mantuvo un momento, dudando, pero finalmente se dirigió a la caja y la compró. Salió de la tienda con la pequeña bolsa de las medias en su mano, y un calor en el pecho que la acompañaba. Guardó el paquete con cuidado en su bolso y decidió distraerse comiendo un cono de helado y, mientras caminaba, se dio cuenta de que había pasado mucho más tiempo del que imaginaba. Casi como si lo hubiera planeado, vio el coche de Roger acercándose. Él la esperaba con una sonrisa, como si el tiempo no hubiera pasado. —¿Encontró todo lo que vino a buscar ? —le preguntó, ayudándola a entrar tan amable como siempre. Había disfrutado muchísimo de la privacidad que le ofrecía la multitud, el no tener reporteros a su espalda y el agobio de las preguntas invasivas. —Sí, todo… Vanesa subió al coche y se acomodó en el asiento sintiendo una mezcla de emoción y nervios por lo que llevaba en su bolso. Él la miró de reojo, notando una sonrisa serena en su rostro, pero no preguntó nada. El trayecto fue corto, y en cuanto llegaron a su edificio Vanesa se despidió. Al entrar, la suave calidez del lugar la envolvió, haciéndola sentir en casa. Cerró la puerta, asegurándose de que estaba sola, y casi corrió hacia su habitación, deseando guardar la pequeña media de bebé en un lugar especial. Era el primer objeto para su futuro hijo, y eso lo convertía en un símbolo tan importante que su corazón se llenaba de ilusión solo al pensarlo. Pero al cruzar el umbral de la sala, se detuvo en seco. Allí, sentada en el sofá con una actitud relajada, estaba una mujer que Vanesa no conocía. Era esbelta, de piel bronceada que resaltaba bajo la luz suave de la tarde, y tenía el cabello rizado, lleno de volumen. Sus ojos, oscuros y profundos, la miraban con una seguridad que casi rozaba el descaro. Parecía cómoda, como si la espera en aquel sofá fuera natural para ella. Lo que más le había impactado fue divisar entre sus dedos unas llaves que reconoció muy bien: esas eran las llaves de su departamento, pero no cualquier llave sino una en específicas, el juego de llave de Andrea.Vanesa sintió un escalofrío. —Vaya, al fin llegaste —dijo la mujer con una voz baja y segura, sin molestarse en presentarse ni en pedir permiso para estar allí. Cruzó una pierna sobre la otra y le dedicó a Vanesa una sonrisa a medio camino entre la amabilidad y la amenaza. —¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó Vanesa, recobrando un poco de su propio aplomo y manteniendo la voz firme, aunque su mente corría para comprender lo que estaba pasando. La mujer se acomodó la falda sin dejar de evaluar a Vanesa, como si aquella reacción le pareciera entretenida se motivó hablar: —Soy Natalia —respondió con una voz relajada—. Una vieja amiga de Alejandro. Estuve viajando por Europa un tiempo, y no hace mucho regresé, su madre me insistió en que lo visitara… incluso me dio una copia de las llaves para que entrara si no estaba. Vanesa sintió cómo una punzada de sorpresa y rabia le recorría el pecho. Ella sabía que Alejandro tenía amigas, pero no estaba preparada para que una de ellas apa
Vanesa apenas había avanzado unos pasos en el salón cuando notó que otro hombre, de aspecto elegante y distinguido, se acercaba hacia ella. Era de complexión marcada, rasgos asiáticos, con el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás y un traje negro que denotaba un gusto impecable. Él le dedicó una amplia sonrisa y, sin titubear, inclinó ligeramente la cabeza en un gesto respetuoso. —Señora… —dijo en un tono cálido, con un ligero acento extranjero. Al presentarse, extendiendo una mano con una elegancia que no dejaba dudas sobre su experiencia en estos ambientes—. Soy Kim Ho, vicepresidente del Grupo Hanjo. Creo que no he tenido el placer de verla en eventos anteriores de la empresa. Vanesa levantó ambas cejas con un suave movimiento que intentaba disimular su asombro, algo sorprendida por la presentación, ella recordaba perfectamente el nombre mencionado de la cena con Alejandro. —Encantada, señor Kim Ho. Es la primera vez que acompaño a Alejandro en una gala como esta —resp
Contratiempos La noche había terminado de manera inmejorable para Alejandro. Cerrar un acuerdo de colaboración con el Grupo Hanjo representaba un triunfo estratégico que abriría una nueva era para su empresa. Mientras se acomodaba en el asiento trasero del coche junto a Vanesa, miró por la ventana, disfrutando del paisaje urbano que pasaba lentamente. Sin embargo, una inquietud sutil le nublaba la mente. Necesitaba entender mejor lo que había presenciado, y cada vez que pensaba en la escena de su esposa y Kim Ho, una ligera incomodidad se instalaba en su pecho. Roger, su chofer avanzaba silencioso por la ciudad iluminada, ajeno a la tensión que comenzaba a percibirse en los asientos traseros. Alejandro rompió el silencio, sin apartar la vista de la ventana. —¿Así que te agradó el señor Kim Ho? —lanzó con un matiz indescifrable. Vanesa, que hasta ese momento había estado observando distraída la calle, se volvió hacia él, notando la seriedad en su expresión. —Es un hombre intere
Inoportuno A la mañana siguiente Alejandro, después de haberse tomado una taza de café bien cargado, se asomó entre la ranura de la puerta de su habitación, observando como su esposa dormía plácida, se detuvo a contemplarla más de lo que solía hacerlo habitualmente. Recordó por un instante la tensa conversación que habían tenido la noche anterior en el auto. Y se había propuesto resolver el dilema de las llaves antes de llegar a la empresa esa mañana. Después de unos minutos cerró la puerta con cierto cuidado casi como si buscara no despertar a Vanesa y salió del edificio. Roger lo había dejado frente al portón de la mansión Adán. La mansión de la madre de Alejandro era imponente, una propiedad digna de admiración que se extendía en amplios jardines y columnas de mármol que parecían estar esculpidas en la misma elegancia de su dueña. Cada detalle, desde los ventanales de cristal hasta el suelo de madera pulida, emanaba una grandeza refinada, una mezcla de estilo clásico y mo
Aquella mañana Roger le acompañó al edificio King. Cuando llegó a la empresa, su asistente, Gabriela, lo estaba esperando en el vestíbulo, con una carpeta en la mano y una expresión ansiosa. —Señor Adán, buenos días —saludó ella, ofreciéndole una leve sonrisa, aunque su voz reflejaba cierta preocupación—. Recibió dos llamadas desde el extranjero, querían hablar con usted y se negaron a mencionar de que se trataba; Parecía urgente. Alejandro, seguía caminando sin detenerse mientras ella lo seguía a pasos apresurados, y sin apenas dirigirle una mirada entró al ascensor. —También tiene el informe actualizado de los gastos del proyecto Arcadia —siguió informando su secretaria—. Además, el señor Kim Ho envió esta mañana algunos correos pidiendo ajustes en la propuesta inicial. Y, el equipo de marketing necesita su aprobación para la campaña de lanzamiento, y Recursos Humanos requiere su firma en los contratos de los nuevos empleados. Alejandro asintió, con una mirada segura y un ges
Vanesa se detuvo en la entrada del club de yoga, frunciendo el ceño al ver el cartel que anunciaba: Yoga Prenatal para Mamás y Bebés . Nunca en su vida había pisado un lugar como ese, y menos con el propósito de participar en una clase. Sin embargo, ahí estaba, sosteniendo la colchoneta de yoga prestada y mirándole de reojo a Emma, su mejor amiga y la autora intelectual de esa idea.—¿Por qué te dejé convencerme? —murmuró Vanesa, entre incrédula y divertida.Emma emocionada con una expresión de triunfo y la tomó del brazo.—Porque sabes que en el fondo lo necesitas. ¡Te hace bien! —respondió, empujándola con suavidad hacia la puerta.Al entrar, Vanesa observó la sala de yoga. Había un puñado de mujeres embarazadas, algunas más avanzadas que otras, conversando animadamente. Todas parecían tan tranquilas y serenas, como si hacer yoga fuera tan natural como respirar. Vanesa, en cambio, sintió que no encajaba en lo absoluto.—Esto es… surrealista —murmuró, mirando a Emma—. ¿Y si me siento
Esa misma noche, Vanesa permaneció en el baño unos minutos más, recuperándose. El sabor amargo en su boca y la incomodidad en su estómago aún persistían, pero sintió por un instante cómo la rabia del momento había reemplazado el malestar unos ligeros segundos. La insinuación de Alejandro de que había estado tomando alcohol la había dejado dolida, más que molesta, y aquel portazo que había dado no parecía haber sido suficiente para liberar toda la tensión que sentía.Finalmente, se enjuagó el rostro con agua fría, tomó una bocanada de aire y, cuando estuvo lista, salió del baño. Al regresar a la habitación, notó que Alejandro ya no estaba allí. La puerta entreabierta dejaba ver un tenue resplandor en el pasillo; él seguramente había regresado a la cocina o se había retirado a otra parte de la casa, dejándola sola.Suspirando, Vanesa se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos un momento, posando una mano en su vientre casi de manera inconsciente. Tras un instante de silencio, sus o
Vanesa despertó lentamente, pestañeando mientras la suave luz del amanecer se colaba por las grandes ventanas de su dormitorio. Se estiró con languidez y, al girarse, notó algo inesperado sobre la mesita de noche: una taza de té, humeante y fragante, que parecía recién preparada. Sorprendida, tomó la taza entre sus manos, dejando que el calor se filtrara en sus dedos mientras inhalaba el sutil aroma a jazmín. Era un pequeño detalle, simple pero inesperado, que le dibujó una sonrisa involuntaria. Curiosa, salió de su habitación con paso ligero, aún en pijama y descalza, avanzando por el elegante pasillo de su departamento. El lugar era amplio y lujoso, decorado con un estilo minimalista que reflejaba su personalidad: muebles de líneas modernas, arte abstracto en las paredes y un suelo de mármol impecable. Al llegar a la sala, vio a una joven de uniforme azul y cabello recogido en una coleta que, concentrada en su tarea, guardaba con cuidado los utensilios de limpieza en su bolso. L