El suave repicar de las campanas de la iglesia anunciaba el inicio del bautizo. El pequeño templo, decorado con discretas flores blancas y la luz cálida del sol que entraba por los vitrales, se sentía lleno de calma y emoción. A un lado del altar, Vanesa sostenía en brazos a su hijo, quien había sido bautizado como Iskander Alexander, un nombre único y significativo, elegido por ella y Alejandro para simbolizar fuerza y renovación. Alejandro, de pie junto a Vanesa, no podía apartar la mirada de su pequeño, quien lucía un diminuto traje blanco con bordados finos. Emma y Thomas, los padrinos, se encontraban cerca, emocionados y visiblemente nerviosos por el papel que desempeñarían en este día tan importante. Thomas vestía un traje impecable, mientras que Emma, con un vestido azul celeste, llevaba consigo un rosario que había sido de su abuela, un símbolo de protección para Iskander. El sacerdote comenzó la ceremonia con voz serena, explicando la importancia del bautizo como un acto d
El sol de media tarde bañaba las calles con un resplandor cálido mientras Alejandro conducía hacia la casa de Emma. A su lado, su hijo de seis años, Alexander, no paraba de hablar. Era un niño curioso, con una energía que parecía inagotable y una imaginación que lo llevaba a formular las preguntas más insólitas. —Papá, ¿por qué los adultos siempre tienen que trabajar? ¿No les gusta jugar? —preguntó Alexander, con una expresión seria en su pequeño rostro. Alejandro soltó una risa breve y giró el volante para tomar la última curva antes de llegar. —Bueno, Alex, a veces trabajar es como jugar, solo que las reglas son más aburridas. El niño frunció el ceño, claramente poco convencido. —¿Y por qué no puedes ser futbolista como el papá de Matías? Él trabaja jugando. Alejandro se encogió de hombros con una sonrisa. —Porque no todos somos tan buenos como el papá de Matías. Si me hubieras visto jugar fútbol cuando era joven, hubieras pedido otro papá. Alexander soltó un
—Señora Adán, una pregunta por favor —la interceptó uno de los reporteros que la esperaban a la puerta. —¿Es cierto que tiene cáncer y por eso su visita al hospital? —se atrevió a decir uno de ellos. Vanesa no se detuvo ni un instante al salir de el rascacielos hospitalario. La lluvia hizo presencia empapando sus últimos pasos hacia el coche negro que la esperaba a ras del último escalón. —Señora Adán —cuestionó una de las reporteras—. ¿Por qué su esposo no la acompaña? —¿Es cierto que su matrimonio está en crisis? —le acercó el micrófono cerca de la cara. —¿Es verdad qué su esposo tiene otra? —¿Es estéril y por eso su matrimonio no va bien? Finalmente Vanesa llegó a la puerta negra donde entró sin pensarlo dos veces. El frío se hizo presente cuando notó el aire acondicionado. —A casa, Roger —le pidió al chófer de su marido quien acostumbraba a marcar todas sus rutas. Por un momento mientras se alejaban de las cámaras de los reporteros, Roger visualizó a través
—Alejandro no está —se apresuró a informarle a Andrea dada la cara confusa de su nuera. Su voz sonaba cansada y aburrida, agitó ligeramente el vino mientras lo contemplaba como si fuese lo más interesante del lugar. —Lo estoy esperando —añadió Andrea. —Sí, ya sé que su hijo no está en casa señora Andrea —confirmó dejando el abrigo colgado en el perchero de la entrada—. Tampoco creo que sea buena idea sentarse a esperarlo, no va a llegar en toda la noche. Andrea se puso de pie posando los ojos en el sobre húmedo que sostenía su nuera. —¿Tan mal están las cosas como para que mi hijo no duerma en casa? —quiso saber. Vanesa suavizó su gesto que hasta el momento había sido tenso y negó satisfecha. —Veo que no está enterada —interpuso distancia entre las dos caminando hacia el inmenso cristal que daba vista a la ciudad—. Está en un viaje de negocio, viajó fuera del país. El rostro de Andrea buscaba disimular la desinformación de la partida de su hijo hacia el extra
Emma se cubrió el rostro dejando caer su pelaje negro intenso sobre el lateral de sus mejillas, vestía una gorra negra a juego de una gafas de sol gris; un atuendo sport color marfil a juego con su bolso escocés. Emma miraba de derecha a izquierda y cada tanto levantaba sus gafas de sol para visualizar su entorno de camino a la cafetería King, una de las tantas instalaciones perteneciente a las propiedades del CEO Alejandro Adán el marido de su mejor amiga y al cual no soportaba ver. En varias ocasiones Emma le había aconsejado que terminara aquella relación con el “perfectísimo Alejandro” como le había apodado, pero Vanesa se negaba con la excusa de que no quería romper el trato tan importante que habían hecho ambas familias. Emma ubicó con la vista la mesa solitaria donde se encontraba su amiga y se dirigió hacía ella. —¿Qué estás haciendo, Emma? —interrogó Vanesa con asombro ante la fachada de su amiga. —Intento ser discreta como me pediste —Emma deslizó las gafas a
La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo la cafetería en una atmósfera densa y casi melancólica. Emma apenas era la misma desde el momento en que había recibido aquella noticia, una revelación tan impactante que parecía haberle robado las palabras. Permanecía en silencio largos ratos, perdida en sus pensamientos, mientras que Vanesa intentaba distraerla con temas ligeros y promesas de discreción sobre lo que acababa de enterarse. El café y las pastas que habían ordenado mas tarde, seguían intactas. Al final, Roger, había pasado por la cafetería, acompañado a Emma a su departamento de soltera y continuar su trayecto a casa con la señora Adán. Casi todo el camino Vanesa estuvo en silencio y eso lo había preocupado, aunque no abordó el tema, la señora Adán siempre tenía algo que decir: algún halago, alguna queja, algo…, y que no lo hiciera le hizo sentir que estaba ante un momento complejo. Así que con muchísima prudencia respetó su espacio personal. Cuando Vanesa abrió la
Vanesa despertó con una sensación de vacío, la cama a su lado estaba fría, y Alejandro, como ya era costumbre, no estaba en casa. La distancia entre ellos se había vuelto tan gélida como el vacío en aquella habitación. Se levantó, sin prisa, y después de prepararse, llamó a Roger, el chófer. Era el único en quien sentía que podía confiar con ciertos límites; aunque su relación se limitaba a intercambios formales, él parecía siempre dispuesto a ayudarla. Mientras tomaba su llave, que había echado en porta llave de cristal, echó una vista rápida al inmenso departamento: todo estaba impecablemente limpio, pero sin rastro de vida. Alejandro había insistido en no tener empleadas domésticas fijas; Decía que podía esparcir rumores sobre sus asuntos privados, aunque Vanesa sospechaba que más bien quería evitar que alguien presenciara las grietas en su matrimonio. Al salir, Roger ya la esperaba en el auto, abriendo la puerta para que ella subiera. Vanesa, tras ajustarse en el asiento de
Vanesa sintió un escalofrío. —Vaya, al fin llegaste —dijo la mujer con una voz baja y segura, sin molestarse en presentarse ni en pedir permiso para estar allí. Cruzó una pierna sobre la otra y le dedicó a Vanesa una sonrisa a medio camino entre la amabilidad y la amenaza. —¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó Vanesa, recobrando un poco de su propio aplomo y manteniendo la voz firme, aunque su mente corría para comprender lo que estaba pasando. La mujer se acomodó la falda sin dejar de evaluar a Vanesa, como si aquella reacción le pareciera entretenida se motivó hablar: —Soy Natalia —respondió con una voz relajada—. Una vieja amiga de Alejandro. Estuve viajando por Europa un tiempo, y no hace mucho regresé, su madre me insistió en que lo visitara… incluso me dio una copia de las llaves para que entrara si no estaba. Vanesa sintió cómo una punzada de sorpresa y rabia le recorría el pecho. Ella sabía que Alejandro tenía amigas, pero no estaba preparada para que una de ellas apa