El bullicio llenaba el aire. Decenas de cámaras, micrófonos y reporteros se arremolinaban frente al flamante centro comercial, mientras una multitud de curiosos y compradores esperaban ansiosos el momento de la inauguración. Las calles aledañas estaban abarrotadas; la apertura de este mega proyecto, que prometía revolucionar la economía local, había atraído a gente de diferentes ciudades e incluso de otros países. En el centro del escenario, Alejandro Adán y su socio, Kim Ho, se encontraban junto a un inmenso lazo rojo que simbolizaba el inicio oficial de operaciones del lujoso complejo. Alejandro sostenía en sus manos un par de tijeras doradas, listas para cumplir con la ceremonia protocolar. Pero después de leer el mensaje de su madre eso pasó a segundo plano.—Aquí tienes, Kim Ho —dijo Alejandro, extendiendo las tijeras hacia su socio—. Haz los honores. Yo no puedo quedarme. La voz de Alejandro era firme, pero su mirada estaba fija en algún punto más allá de la multitud. Su to
Otro: debe esperar fue lo que recibió Alejandro después de ir a preguntar unas tres veces más. El ambiente en la sala de espera del hospital era opresivo. Las paredes, de un blanco impersonal, parecían cerrarse sobre los pocos ocupantes que estaban ahí, atrapados en el mismo limbo de incertidumbre. Alejandro caminaba de un lado a otro, con las manos crispadas detrás de la espalda. Cada vez que pasaba junto a la recepción, dirigía una mirada suplicante a la enfermera detrás del mostrador. Ella, con una expresión casi compasiva, le repetía la misma frase: —Lo siento, señor Adán. Todavía no tenemos novedades. Andrea, la madre de Alejandro, estaba sentada en uno de los sillones, con las manos cruzadas sobre su regazo. Su rostro era una máscara de serenidad tensa, pero sus dedos temblaban ligeramente. Al otro lado de la sala, Ernesto, mantenía la cabeza baja, susurrando una oración entre dientes, mientras Emma y Thomas permanecían de pie cerca de la puerta, intercambiando miradas nerv
Alejandro se encontraba sentado en un sillón de cuero en la sala VIP que el hospital había puesto a su disposición, mirando con ojos cansados la lista interminable de llamadas perdidas en su teléfono. La pantalla brillaba con nombres que iban desde socios comerciales hasta empleados que pedían actualizaciones, pero su atención estaba en otro lugar, completamente ajeno al bullicio de su mundo empresarial.Thomas tuvo que retirarse sin querer realmente por motivos laborales y Emma, quien había conseguido retrasar una entrevista importante para quedarse en el hospital, hojeaba una revista sin mucho interés, aunque lanzaba miradas constantes hacia Alejandro, intentando ofrecerle un apoyo silencioso.De repente, un bullicio inusual interrumpió el ambiente controlado del área VIP. Alejandro levantó la cabeza, extrañado, mientras Emma se levantaba para asomarse a la puerta.—¿Qué está pasando? —preguntó Alejandro con el ceño fruncido.Emma volvió hacia él con una sonrisa confusa.—Creo que e
El hospital estaba en calma. Alejandro caminaba de un lado a otro en la sala de espera, con los brazos cruzados y los ojos fijos en el suelo, como si con cada vuelta que daba pudiera acelerar el tiempo. Ya habían pasado horas desde que firmó los documentos necesarios para trasladar a su hijo al arca neonatal, pero no podía irse. Algo en su interior se negaba a abandonar el hospital. Ernesto, el padre de Vanesa, estaba sentado en una de las sillas cercanas, observándolo con una mezcla de compasión y respeto. Finalmente, habló. —Alejandro, entiendo por lo que estás pasando. Puedo imaginar lo que debe ser estar en tu lugar, pero si necesitas quedarte, hazlo. No te voy a juzgar por eso. Alejandro se detuvo y lo miró, agradecido. Sabía que Ernesto estaba tan preocupado como él, pero había algo en su mirada que le transmitía apoyo. —No pude estar en el parto de nuestro hijo —dijo Alejandro con voz temblorosa, rompiendo el silencio. Ernesto asintió, y antes de que pudiera responder, And
Dos días habían transcurrido desde que Vanesa despertó. Fueron días de calma y cuidados, donde todo parecía girar en torno a su recuperación y la atención al recién nacido. Alejandro apenas se había separado de ella, permaneciendo a su lado cada minuto, asegurándose de que no le faltara nada. Ahora, el momento que tanto habían esperado había llegado: el alta médica. Vanesa salía del hospital en una silla de ruedas, tal como indicaba el protocolo, con su bebé envuelto en una manta azul entre los brazos. Su mirada, aunque todavía reflejaba algo de cansancio, irradiaba una paz que no había tenido en días. Alejandro caminaba junto a ella, una mano sobre el respaldo de la silla, guiándola con cuidado, mientras Roger, su hombre de confianza, los esperaba fuera con un auto lujoso. Cuando las puertas automáticas se abrieron, Vanesa se preparó para el posible caos que siempre parecía rodear sus vidas públicas. Pero, para su sorpresa, no había cámaras, ni reporteros, ni siquiera un grupo curi
El suave repicar de las campanas de la iglesia anunciaba el inicio del bautizo. El pequeño templo, decorado con discretas flores blancas y la luz cálida del sol que entraba por los vitrales, se sentía lleno de calma y emoción. A un lado del altar, Vanesa sostenía en brazos a su hijo, quien había sido bautizado como Iskander Alexander, un nombre único y significativo, elegido por ella y Alejandro para simbolizar fuerza y renovación. Alejandro, de pie junto a Vanesa, no podía apartar la mirada de su pequeño, quien lucía un diminuto traje blanco con bordados finos. Emma y Thomas, los padrinos, se encontraban cerca, emocionados y visiblemente nerviosos por el papel que desempeñarían en este día tan importante. Thomas vestía un traje impecable, mientras que Emma, con un vestido azul celeste, llevaba consigo un rosario que había sido de su abuela, un símbolo de protección para Iskander. El sacerdote comenzó la ceremonia con voz serena, explicando la importancia del bautizo como un acto d
El sol de media tarde bañaba las calles con un resplandor cálido mientras Alejandro conducía hacia la casa de Emma. A su lado, su hijo de seis años, Alexander, no paraba de hablar. Era un niño curioso, con una energía que parecía inagotable y una imaginación que lo llevaba a formular las preguntas más insólitas. —Papá, ¿por qué los adultos siempre tienen que trabajar? ¿No les gusta jugar? —preguntó Alexander, con una expresión seria en su pequeño rostro. Alejandro soltó una risa breve y giró el volante para tomar la última curva antes de llegar. —Bueno, Alex, a veces trabajar es como jugar, solo que las reglas son más aburridas. El niño frunció el ceño, claramente poco convencido. —¿Y por qué no puedes ser futbolista como el papá de Matías? Él trabaja jugando. Alejandro se encogió de hombros con una sonrisa. —Porque no todos somos tan buenos como el papá de Matías. Si me hubieras visto jugar fútbol cuando era joven, hubieras pedido otro papá. Alexander soltó un
—Señora Adán, una pregunta por favor —la interceptó uno de los reporteros que la esperaban a la puerta. —¿Es cierto que tiene cáncer y por eso su visita al hospital? —se atrevió a decir uno de ellos. Vanesa no se detuvo ni un instante al salir de el rascacielos hospitalario. La lluvia hizo presencia empapando sus últimos pasos hacia el coche negro que la esperaba a ras del último escalón. —Señora Adán —cuestionó una de las reporteras—. ¿Por qué su esposo no la acompaña? —¿Es cierto que su matrimonio está en crisis? —le acercó el micrófono cerca de la cara. —¿Es verdad qué su esposo tiene otra? —¿Es estéril y por eso su matrimonio no va bien? Finalmente Vanesa llegó a la puerta negra donde entró sin pensarlo dos veces. El frío se hizo presente cuando notó el aire acondicionado. —A casa, Roger —le pidió al chófer de su marido quien acostumbraba a marcar todas sus rutas. Por un momento mientras se alejaban de las cámaras de los reporteros, Roger visualizó a través