Alejandro se encontraba sentado en un sillón de cuero en la sala VIP que el hospital había puesto a su disposición, mirando con ojos cansados la lista interminable de llamadas perdidas en su teléfono. La pantalla brillaba con nombres que iban desde socios comerciales hasta empleados que pedían actualizaciones, pero su atención estaba en otro lugar, completamente ajeno al bullicio de su mundo empresarial.Thomas tuvo que retirarse sin querer realmente por motivos laborales y Emma, quien había conseguido retrasar una entrevista importante para quedarse en el hospital, hojeaba una revista sin mucho interés, aunque lanzaba miradas constantes hacia Alejandro, intentando ofrecerle un apoyo silencioso.De repente, un bullicio inusual interrumpió el ambiente controlado del área VIP. Alejandro levantó la cabeza, extrañado, mientras Emma se levantaba para asomarse a la puerta.—¿Qué está pasando? —preguntó Alejandro con el ceño fruncido.Emma volvió hacia él con una sonrisa confusa.—Creo que e
El hospital estaba en calma. Alejandro caminaba de un lado a otro en la sala de espera, con los brazos cruzados y los ojos fijos en el suelo, como si con cada vuelta que daba pudiera acelerar el tiempo. Ya habían pasado horas desde que firmó los documentos necesarios para trasladar a su hijo al arca neonatal, pero no podía irse. Algo en su interior se negaba a abandonar el hospital. Ernesto, el padre de Vanesa, estaba sentado en una de las sillas cercanas, observándolo con una mezcla de compasión y respeto. Finalmente, habló. —Alejandro, entiendo por lo que estás pasando. Puedo imaginar lo que debe ser estar en tu lugar, pero si necesitas quedarte, hazlo. No te voy a juzgar por eso. Alejandro se detuvo y lo miró, agradecido. Sabía que Ernesto estaba tan preocupado como él, pero había algo en su mirada que le transmitía apoyo. —No pude estar en el parto de nuestro hijo —dijo Alejandro con voz temblorosa, rompiendo el silencio. Ernesto asintió, y antes de que pudiera responder, And
Dos días habían transcurrido desde que Vanesa despertó. Fueron días de calma y cuidados, donde todo parecía girar en torno a su recuperación y la atención al recién nacido. Alejandro apenas se había separado de ella, permaneciendo a su lado cada minuto, asegurándose de que no le faltara nada. Ahora, el momento que tanto habían esperado había llegado: el alta médica. Vanesa salía del hospital en una silla de ruedas, tal como indicaba el protocolo, con su bebé envuelto en una manta azul entre los brazos. Su mirada, aunque todavía reflejaba algo de cansancio, irradiaba una paz que no había tenido en días. Alejandro caminaba junto a ella, una mano sobre el respaldo de la silla, guiándola con cuidado, mientras Roger, su hombre de confianza, los esperaba fuera con un auto lujoso. Cuando las puertas automáticas se abrieron, Vanesa se preparó para el posible caos que siempre parecía rodear sus vidas públicas. Pero, para su sorpresa, no había cámaras, ni reporteros, ni siquiera un grupo curi
El suave repicar de las campanas de la iglesia anunciaba el inicio del bautizo. El pequeño templo, decorado con discretas flores blancas y la luz cálida del sol que entraba por los vitrales, se sentía lleno de calma y emoción. A un lado del altar, Vanesa sostenía en brazos a su hijo, quien había sido bautizado como Iskander Alexander, un nombre único y significativo, elegido por ella y Alejandro para simbolizar fuerza y renovación. Alejandro, de pie junto a Vanesa, no podía apartar la mirada de su pequeño, quien lucía un diminuto traje blanco con bordados finos. Emma y Thomas, los padrinos, se encontraban cerca, emocionados y visiblemente nerviosos por el papel que desempeñarían en este día tan importante. Thomas vestía un traje impecable, mientras que Emma, con un vestido azul celeste, llevaba consigo un rosario que había sido de su abuela, un símbolo de protección para Iskander. El sacerdote comenzó la ceremonia con voz serena, explicando la importancia del bautizo como un acto d
El sol de media tarde bañaba las calles con un resplandor cálido mientras Alejandro conducía hacia la casa de Emma. A su lado, su hijo de seis años, Alexander, no paraba de hablar. Era un niño curioso, con una energía que parecía inagotable y una imaginación que lo llevaba a formular las preguntas más insólitas. —Papá, ¿por qué los adultos siempre tienen que trabajar? ¿No les gusta jugar? —preguntó Alexander, con una expresión seria en su pequeño rostro. Alejandro soltó una risa breve y giró el volante para tomar la última curva antes de llegar. —Bueno, Alex, a veces trabajar es como jugar, solo que las reglas son más aburridas. El niño frunció el ceño, claramente poco convencido. —¿Y por qué no puedes ser futbolista como el papá de Matías? Él trabaja jugando. Alejandro se encogió de hombros con una sonrisa. —Porque no todos somos tan buenos como el papá de Matías. Si me hubieras visto jugar fútbol cuando era joven, hubieras pedido otro papá. Alexander soltó un
—Señora Adán, una pregunta por favor —la interceptó uno de los reporteros que la esperaban a la puerta. —¿Es cierto que tiene cáncer y por eso su visita al hospital? —se atrevió a decir uno de ellos. Vanesa no se detuvo ni un instante al salir de el rascacielos hospitalario. La lluvia hizo presencia empapando sus últimos pasos hacia el coche negro que la esperaba a ras del último escalón. —Señora Adán —cuestionó una de las reporteras—. ¿Por qué su esposo no la acompaña? —¿Es cierto que su matrimonio está en crisis? —le acercó el micrófono cerca de la cara. —¿Es verdad qué su esposo tiene otra? —¿Es estéril y por eso su matrimonio no va bien? Finalmente Vanesa llegó a la puerta negra donde entró sin pensarlo dos veces. El frío se hizo presente cuando notó el aire acondicionado. —A casa, Roger —le pidió al chófer de su marido quien acostumbraba a marcar todas sus rutas. Por un momento mientras se alejaban de las cámaras de los reporteros, Roger visualizó a través
—Alejandro no está —se apresuró a informarle a Andrea dada la cara confusa de su nuera. Su voz sonaba cansada y aburrida, agitó ligeramente el vino mientras lo contemplaba como si fuese lo más interesante del lugar. —Lo estoy esperando —añadió Andrea. —Sí, ya sé que su hijo no está en casa señora Andrea —confirmó dejando el abrigo colgado en el perchero de la entrada—. Tampoco creo que sea buena idea sentarse a esperarlo, no va a llegar en toda la noche. Andrea se puso de pie posando los ojos en el sobre húmedo que sostenía su nuera. —¿Tan mal están las cosas como para que mi hijo no duerma en casa? —quiso saber. Vanesa suavizó su gesto que hasta el momento había sido tenso y negó satisfecha. —Veo que no está enterada —interpuso distancia entre las dos caminando hacia el inmenso cristal que daba vista a la ciudad—. Está en un viaje de negocio, viajó fuera del país. El rostro de Andrea buscaba disimular la desinformación de la partida de su hijo hacia el extra
Emma se cubrió el rostro dejando caer su pelaje negro intenso sobre el lateral de sus mejillas, vestía una gorra negra a juego de una gafas de sol gris; un atuendo sport color marfil a juego con su bolso escocés. Emma miraba de derecha a izquierda y cada tanto levantaba sus gafas de sol para visualizar su entorno de camino a la cafetería King, una de las tantas instalaciones perteneciente a las propiedades del CEO Alejandro Adán el marido de su mejor amiga y al cual no soportaba ver. En varias ocasiones Emma le había aconsejado que terminara aquella relación con el “perfectísimo Alejandro” como le había apodado, pero Vanesa se negaba con la excusa de que no quería romper el trato tan importante que habían hecho ambas familias. Emma ubicó con la vista la mesa solitaria donde se encontraba su amiga y se dirigió hacía ella. —¿Qué estás haciendo, Emma? —interrogó Vanesa con asombro ante la fachada de su amiga. —Intento ser discreta como me pediste —Emma deslizó las gafas a