Emma se cubrió el rostro dejando caer su pelaje negro intenso sobre el lateral de sus mejillas, vestía una gorra negra a juego de una gafas de sol gris; un atuendo sport color marfil a juego con su bolso escocés.
Emma miraba de derecha a izquierda y cada tanto levantaba sus gafas de sol para visualizar su entorno de camino a la cafetería King, una de las tantas instalaciones perteneciente a las propiedades del CEO Alejandro Adán el marido de su mejor amiga y al cual no soportaba ver. En varias ocasiones Emma le había aconsejado que terminara aquella relación con el “perfectísimo Alejandro” como le había apodado, pero Vanesa se negaba con la excusa de que no quería romper el trato tan importante que habían hecho ambas familias. Emma ubicó con la vista la mesa solitaria donde se encontraba su amiga y se dirigió hacía ella. —¿Qué estás haciendo, Emma? —interrogó Vanesa con asombro ante la fachada de su amiga. —Intento ser discreta como me pediste —Emma deslizó las gafas a la mitad de su nariz y observó a su amiga antes de sentarse con un gesto lento lleno de elegancia. —Emma… —cuestionó Vanesa en un susurro—. Llamas más a la atención de esa manera que actuando como cualquier persona común y corriente. —Créeme que es imposible que yo —cruzó las piernas—. Pase desapercibida. —Pues claro que llamas la atención —resaltó Vanesa—. Todo el mundo te conoce, justo por eso te supliqué discreción, hemos estado en las portadas de las revisas más importantes cuatro veces en las últimas semanas. —Eh —Emma señaló a su amiga con la punta de la varilla de sus gafas—. Tú cinco querida, una mas que yo, que por cierto… Leí en el periódico sobre tu visita al hospital. Los rumores son horribles. Por qué no me pediste que te acompañara, no me habías dicho que te encontraras mal. Vanesa dejó caer los hombros y se recostó hacia atrás. —Estoy bien, Emma… —¿Segura? —Sí, ya sabes cómo son las revista amarillistas, exageran todo por puro morbo. —En eso tienes razón cielo —Se acomodó la melena hacia atrás—. Entonces dime para qué querías verme con tanta urgencia. Vanesa entre abrió los labios dispuesta hablar, cuando el sonido vibrante de su móvil reposado sobre la mesa se encendió sutilmente anunciando un nuevo mensaje. Sin dudarlo Vanesa desbloqueo la pantalla iluminando su rostro con una genuina sonrisa. —¿Qué ocurre Vane? —se interesó Emma llena de curiosidad. —Es un correo de Alejandro —susurró con una voz floja y vibrante al tiempo que tecleaba en su teléfono como si contestara algo. —¿Y? Vanesa alzó la vista hacia Emma por un fugaz segundo antes de continuar escribiendo en su aparato. —Quiere que cenemos juntos está noche… —¿Y por qué sonríes? —cuestionó su amiga con el ceño fruncido. —¿Eh? ¿Qué? — Vanesa apartó el teléfono de súbito y miro a su amiga con asombro—. No estaba sonriendo. —Sí lo hiciste —enfatizó con un dejé de molestia—. Alejandro nos cae mal ¿De acuerdo? Su matrimonio es una falsa que no se te olvide, y cada que se te acerca te lástima. Vanesa suspiró sin tener nada que objetar. Reconocía que no habían mentiras en las palabras de Emma. —Bueno… —cambió de tema Vanesa—. Mejor hablemos para lo que hemos venido. —Claro, te escucho —apoyó los codos sobre la mesa como nunca haría en una reunión formal. —Siento que Andrea… Siento que yo… Vanesa soltó un largo suspiro, claramente buscando las palabras adecuadas antes de hablar. Emma, que la observaba con atención, percibió que su amiga estaba lidiando con algo más que las habituales tensiones matrimoniales. —Emma, no sabes lo complicado que se ha vuelto todo —empezó Vanesa en voz baja, entrelazando los dedos sobre la mesa—. Alejandro no es… no es quien yo pensaba. Emma arqueó una ceja, pero decidió mantener el silencio, dándole espacio para que continuara. —Cuando nos casamos, pensé que él era… fuerte, seguro. Ya sabia que nuestro matrimonio era una fachada, pero al menos pensé que sería mí fachada, no la de su madre —Vanesa bajó la vista, mordiéndose el labio antes de continuar. —La verdad es que… —hizo una pausa y apretó los labios—. Está completamente controlado por ella. Andrea se mete en todo, maneja cada aspecto de nuestra vida, incluso… —Vanesa apretó los puños—, incluso cómo debo comportarme, y se encarga de llenarle la cabeza de falacia es peor que los amarillistas. Emma dejó escapar una risita amarga: —Eso no es ninguna sorpresa, cielo. Lo he visto desde el principio. Ese hombre es incapaz de poner límites. Vanesa tomó aire y miró a su amiga, con una resolución que Emma no había visto en ella antes. —No puedo seguir así. Ayer en el hospital recibí una noticia… —Vanesa se interrumpió, sus ojos brillaban con una mezcla de nerviosismo y determinación—. Es algo que lo cambiará todo, y estoy segura de que Andrea se volvería loca si se enterara. —¿De qué estás hablando? —Emma frunció el ceño. Vanesa metió la mano en su bolso y sacó el sobre húmedo. Lo deslizó sobre la mesa, sin decir nada, y Emma, llena de curiosidad, lo abrió con cuidado. Su rostro se transformó cuando leyó las primeras líneas, y alzó la vista incrédula. —Vanesa, ¿es esto…? ¿Estás…? —preguntó Emma, susurrando, casi sin poder contener la respiración. Vanesa asintiendo, con una pequeña sonrisa triste en los labios. —Sí, Emma. Estoy embarazada. La noticia cayó como una bomba. Emma intentó procesarlo, y cuando al fin lo hizo, su expresión pasó del asombro a la preocupación. —Pero… ¿Alejandro lo sabe? —No, no aún. Ni Andrea. Nadie, excepto tú. —Espera… Espera… —Emma instaló una voz llena de cuestionamientos—. Tú y Alejandro… ¿Cómo es que estás embarazada si tú y él no se soportan? Hicieron el… Vanesa se quedó en silencio un instante con las mejillas calientes y la mirada titubeante. —Este… pues… —balbuceó. Emma entre cerró los ojos mirándola fijamente, como si se sintiera traicionada por alguna información que se haya reservado Vanesa. —Fue hace unas semanas —Vanesa entre sacó las palabras—. Bebimos un poco y pasó. —mintió. Vanesa apartó la vista y mordió su labio inferior intentando evitar recordar cómo ocurrieron las cosas realmente aquel día: Vanesa acababa de salir de la ducha con la toalla blanca enrollada en su cuerpo, el pelo chorreando y los pies descalzo de camino hacia el vestidor. El sonido de unas fuertes pisadas captó toda su atención y su curiosidad la llevó hacia la sala de estar unipersonal del apartamento: allí encontró un Alejandro con el torso desnudo y sudado, apenas vestía un pantalón deportivo y unos zapatos a juego de la misma marca. Mientras Alejandro trotaba en la cinta de correr, se mantenía concentrado en lo que parecía escuchar en sus auriculares inalámbricos. Era una escena que Vanesa podría contemplar por horas sin quejarse, y se cuestionaba por ello, pero no perdía oportunidad de observarle cuando podía hacerlo y aquel fue uno de esos momentos. Se mordió los labios cuando sus ojos se posaron en la línea húmeda que recorrían las gotas de sudor por el abdomen hasta terminar en el borde del pantalón. El recorrido era lento y tentador, y Vanesa se deleitó varios minutos viéndole. Pasó saliva cuando Alejandro disminuyó su trote y luego detuvo la cinta. Vanesa intentó retroceder cuidadosamente para evitar que él notara su presencia, sin embargo fue torpe al ir hacia atrás y tocó la puerta consiguiendo que su esposo levantara la vista en su dirección. Alejandro alzó una ceja como si se preguntara: ¿Qué estaba haciendo allí? Pero no auguró palabras. _________ Vanesa, se sintió paralizada al verlo acercarse hacia ella con tanta seguridad y confianza, que por un momento dudó si iba a entrar o salir del lugar. Cuando su esposo estuvo cerca, ella tomó una decisión al fin y giró rápido para salir. Una nalgada firme la detuvo de repente. —Qué… ¿Qué haces? —jadeó con sorpresa y confusión ante aquel gesto que nunca había hecho. Alejandro se llenó de suficiencia para acercarse demasiado e inclinarse a su oído: —Es lo mínimo que te mereces por andar espiando me por toda la casa —ella pudo sentir como su respiración se agitaba locamente, sintió la falta de aire y también el temblor de sus piernas. Y ahí, allí perdió el control. Ambos lo hicieron… Claro qué no le contaría aquello a Emma. _________ —Pero… al día siguiente volvió hacer él, el Alejandro frío y distante. —explicó como si necesitara justificarse, saliendo de aquel recuerdo. Aquellas palabras habían resultado trilladas para Emma, pero su amiga solo seguía pensando en una sola cosa: lo mejor era dejarlo… Emma tomó la mano de su amiga con fuerza. —Vanesa, sé que no es el mejor momento para regaños, pero si me hubieras hecho caso, no estuvieras ahora mismo con una vida que te ate a él —Respiro hondo antes de continuar—. Aún así quiero que sepas que esto lo cambia todo tal y como haz dicho, y por supuesto que podrás contar conmigo para lo que necesites, incluso si eso significa tener que matar a Alejandro. Vanesa ascendió soltando una sutil risita, sintiendo el apoyo incondicional de Emma. Sabía que su mejor amiga estaba allí para ella, y que, pase lo que pase, tendría a alguien en quien confiar. Aunque el futuro era incierto, esa pequeña vida que crecía dentro de ella era, en el fondo, una nueva esperanza. Una razón para enfrentarse a todo.La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo la cafetería en una atmósfera densa y casi melancólica. Emma apenas era la misma desde el momento en que había recibido aquella noticia, una revelación tan impactante que parecía haberle robado las palabras. Permanecía en silencio largos ratos, perdida en sus pensamientos, mientras que Vanesa intentaba distraerla con temas ligeros y promesas de discreción sobre lo que acababa de enterarse. El café y las pastas que habían ordenado mas tarde, seguían intactas. Al final, Roger, había pasado por la cafetería, acompañado a Emma a su departamento de soltera y continuar su trayecto a casa con la señora Adán. Casi todo el camino Vanesa estuvo en silencio y eso lo había preocupado, aunque no abordó el tema, la señora Adán siempre tenía algo que decir: algún halago, alguna queja, algo…, y que no lo hiciera le hizo sentir que estaba ante un momento complejo. Así que con muchísima prudencia respetó su espacio personal. Cuando Vanesa abrió la
Vanesa despertó con una sensación de vacío, la cama a su lado estaba fría, y Alejandro, como ya era costumbre, no estaba en casa. La distancia entre ellos se había vuelto tan gélida como el vacío en aquella habitación. Se levantó, sin prisa, y después de prepararse, llamó a Roger, el chófer. Era el único en quien sentía que podía confiar con ciertos límites; aunque su relación se limitaba a intercambios formales, él parecía siempre dispuesto a ayudarla. Mientras tomaba su llave, que había echado en porta llave de cristal, echó una vista rápida al inmenso departamento: todo estaba impecablemente limpio, pero sin rastro de vida. Alejandro había insistido en no tener empleadas domésticas fijas; Decía que podía esparcir rumores sobre sus asuntos privados, aunque Vanesa sospechaba que más bien quería evitar que alguien presenciara las grietas en su matrimonio. Al salir, Roger ya la esperaba en el auto, abriendo la puerta para que ella subiera. Vanesa, tras ajustarse en el asiento de
Vanesa sintió un escalofrío. —Vaya, al fin llegaste —dijo la mujer con una voz baja y segura, sin molestarse en presentarse ni en pedir permiso para estar allí. Cruzó una pierna sobre la otra y le dedicó a Vanesa una sonrisa a medio camino entre la amabilidad y la amenaza. —¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó Vanesa, recobrando un poco de su propio aplomo y manteniendo la voz firme, aunque su mente corría para comprender lo que estaba pasando. La mujer se acomodó la falda sin dejar de evaluar a Vanesa, como si aquella reacción le pareciera entretenida se motivó hablar: —Soy Natalia —respondió con una voz relajada—. Una vieja amiga de Alejandro. Estuve viajando por Europa un tiempo, y no hace mucho regresé, su madre me insistió en que lo visitara… incluso me dio una copia de las llaves para que entrara si no estaba. Vanesa sintió cómo una punzada de sorpresa y rabia le recorría el pecho. Ella sabía que Alejandro tenía amigas, pero no estaba preparada para que una de ellas apa
Vanesa apenas había avanzado unos pasos en el salón cuando notó que otro hombre, de aspecto elegante y distinguido, se acercaba hacia ella. Era de complexión marcada, rasgos asiáticos, con el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás y un traje negro que denotaba un gusto impecable. Él le dedicó una amplia sonrisa y, sin titubear, inclinó ligeramente la cabeza en un gesto respetuoso. —Señora… —dijo en un tono cálido, con un ligero acento extranjero. Al presentarse, extendiendo una mano con una elegancia que no dejaba dudas sobre su experiencia en estos ambientes—. Soy Kim Ho, vicepresidente del Grupo Hanjo. Creo que no he tenido el placer de verla en eventos anteriores de la empresa. Vanesa levantó ambas cejas con un suave movimiento que intentaba disimular su asombro, algo sorprendida por la presentación, ella recordaba perfectamente el nombre mencionado de la cena con Alejandro. —Encantada, señor Kim Ho. Es la primera vez que acompaño a Alejandro en una gala como esta —resp
Contratiempos La noche había terminado de manera inmejorable para Alejandro. Cerrar un acuerdo de colaboración con el Grupo Hanjo representaba un triunfo estratégico que abriría una nueva era para su empresa. Mientras se acomodaba en el asiento trasero del coche junto a Vanesa, miró por la ventana, disfrutando del paisaje urbano que pasaba lentamente. Sin embargo, una inquietud sutil le nublaba la mente. Necesitaba entender mejor lo que había presenciado, y cada vez que pensaba en la escena de su esposa y Kim Ho, una ligera incomodidad se instalaba en su pecho. Roger, su chofer avanzaba silencioso por la ciudad iluminada, ajeno a la tensión que comenzaba a percibirse en los asientos traseros. Alejandro rompió el silencio, sin apartar la vista de la ventana. —¿Así que te agradó el señor Kim Ho? —lanzó con un matiz indescifrable. Vanesa, que hasta ese momento había estado observando distraída la calle, se volvió hacia él, notando la seriedad en su expresión. —Es un hombre intere
Inoportuno A la mañana siguiente Alejandro, después de haberse tomado una taza de café bien cargado, se asomó entre la ranura de la puerta de su habitación, observando como su esposa dormía plácida, se detuvo a contemplarla más de lo que solía hacerlo habitualmente. Recordó por un instante la tensa conversación que habían tenido la noche anterior en el auto. Y se había propuesto resolver el dilema de las llaves antes de llegar a la empresa esa mañana. Después de unos minutos cerró la puerta con cierto cuidado casi como si buscara no despertar a Vanesa y salió del edificio. Roger lo había dejado frente al portón de la mansión Adán. La mansión de la madre de Alejandro era imponente, una propiedad digna de admiración que se extendía en amplios jardines y columnas de mármol que parecían estar esculpidas en la misma elegancia de su dueña. Cada detalle, desde los ventanales de cristal hasta el suelo de madera pulida, emanaba una grandeza refinada, una mezcla de estilo clásico y mo
Aquella mañana Roger le acompañó al edificio King. Cuando llegó a la empresa, su asistente, Gabriela, lo estaba esperando en el vestíbulo, con una carpeta en la mano y una expresión ansiosa. —Señor Adán, buenos días —saludó ella, ofreciéndole una leve sonrisa, aunque su voz reflejaba cierta preocupación—. Recibió dos llamadas desde el extranjero, querían hablar con usted y se negaron a mencionar de que se trataba; Parecía urgente. Alejandro, seguía caminando sin detenerse mientras ella lo seguía a pasos apresurados, y sin apenas dirigirle una mirada entró al ascensor. —También tiene el informe actualizado de los gastos del proyecto Arcadia —siguió informando su secretaria—. Además, el señor Kim Ho envió esta mañana algunos correos pidiendo ajustes en la propuesta inicial. Y, el equipo de marketing necesita su aprobación para la campaña de lanzamiento, y Recursos Humanos requiere su firma en los contratos de los nuevos empleados. Alejandro asintió, con una mirada segura y un ges
Vanesa se detuvo en la entrada del club de yoga, frunciendo el ceño al ver el cartel que anunciaba: Yoga Prenatal para Mamás y Bebés . Nunca en su vida había pisado un lugar como ese, y menos con el propósito de participar en una clase. Sin embargo, ahí estaba, sosteniendo la colchoneta de yoga prestada y mirándole de reojo a Emma, su mejor amiga y la autora intelectual de esa idea.—¿Por qué te dejé convencerme? —murmuró Vanesa, entre incrédula y divertida.Emma emocionada con una expresión de triunfo y la tomó del brazo.—Porque sabes que en el fondo lo necesitas. ¡Te hace bien! —respondió, empujándola con suavidad hacia la puerta.Al entrar, Vanesa observó la sala de yoga. Había un puñado de mujeres embarazadas, algunas más avanzadas que otras, conversando animadamente. Todas parecían tan tranquilas y serenas, como si hacer yoga fuera tan natural como respirar. Vanesa, en cambio, sintió que no encajaba en lo absoluto.—Esto es… surrealista —murmuró, mirando a Emma—. ¿Y si me siento