Confesión 03

Emma se cubrió el rostro dejando caer su pelaje negro intenso sobre el lateral de sus mejillas, vestía una gorra negra a juego de una gafas de sol gris; un atuendo sport color marfil a juego con su bolso escocés.

Emma miraba de derecha a izquierda y cada tanto levantaba sus gafas de sol para visualizar su entorno de camino a la cafetería King, una de las tantas instalaciones perteneciente a las propiedades del CEO Alejandro Adán el marido de su mejor amiga y al cual no soportaba ver.

En varias ocasiones Emma le había aconsejado que terminara aquella relación con el “perfectísimo Alejandro” como le había apodado, pero Vanesa se negaba con la excusa de que no quería romper el trato tan importante que habían hecho ambas familias.

Emma ubicó con la vista la mesa solitaria donde se encontraba su amiga y se dirigió hacía ella.

—¿Qué estás haciendo, Emma? —interrogó Vanesa con asombro ante la fachada de su amiga.

—Intento ser discreta como me pediste —Emma deslizó las gafas a la mitad de su nariz y observó a su amiga antes de sentarse con un gesto lento lleno de elegancia.

—Emma… —cuestionó Vanesa en un susurro—. Llamas más a la atención de esa manera que actuando como cualquier persona común y corriente.

—Créeme que es imposible que yo —cruzó las piernas—. Pase desapercibida.

—Pues claro que llamas la atención —resaltó Vanesa—. Todo el mundo te conoce, justo por eso te supliqué discreción, hemos estado en las portadas de las revisas más importantes cuatro veces en las últimas semanas.

—Eh —Emma señaló a su amiga con la punta de la varilla de sus gafas—. Tú cinco querida, una mas que yo, que por cierto… Leí en el periódico sobre tu visita al hospital. Los rumores son horribles. Por qué no me pediste que te acompañara, no me habías dicho que te encontraras mal.

Vanesa dejó caer los hombros y se recostó hacia atrás.

—Estoy bien, Emma…

—¿Segura?

—Sí, ya sabes cómo son las revista amarillistas, exageran todo por puro morbo.

—En eso tienes razón cielo —Se acomodó la melena hacia atrás—. Entonces dime para qué querías verme con tanta urgencia.

Vanesa entre abrió los labios dispuesta hablar, cuando el sonido vibrante de su móvil reposado sobre la mesa se encendió sutilmente anunciando un nuevo mensaje. Sin dudarlo Vanesa desbloqueo la pantalla iluminando su rostro con una genuina sonrisa.

—¿Qué ocurre Vane? —se interesó Emma llena de curiosidad.

—Es un correo de Alejandro —susurró con una voz floja y vibrante al tiempo que tecleaba en su teléfono como si contestara algo.

—¿Y?

Vanesa alzó la vista hacia Emma por un fugaz segundo antes de continuar escribiendo en su aparato.

—Quiere que cenemos juntos está noche…

—¿Y por qué sonríes? —cuestionó su amiga con el ceño fruncido.

—¿Eh? ¿Qué? — Vanesa apartó el teléfono de súbito y miro a su amiga con asombro—. No estaba sonriendo.

—Sí lo hiciste —enfatizó con un dejé de molestia—. Alejandro nos cae mal ¿De acuerdo? Su matrimonio es una falsa que no se te olvide, y cada que se te acerca te lástima.

Vanesa suspiró sin tener nada que objetar. Reconocía que no habían mentiras en las palabras de Emma.

—Bueno… —cambió de tema Vanesa—. Mejor hablemos para lo que hemos venido.

—Claro, te escucho —apoyó los codos sobre la mesa como nunca haría en una reunión formal.

—Siento que Andrea… Siento que yo…

Vanesa soltó un largo suspiro, claramente buscando las palabras adecuadas antes de hablar. Emma, que la observaba con atención, percibió que su amiga estaba lidiando con algo más que las habituales tensiones matrimoniales.

—Emma, no sabes lo complicado que se ha vuelto todo —empezó Vanesa en voz baja, entrelazando los dedos sobre la mesa—. Alejandro no es… no es quien yo pensaba.

Emma arqueó una ceja, pero decidió mantener el silencio, dándole espacio para que continuara.

—Cuando nos casamos, pensé que él era… fuerte, seguro. Ya sabia que nuestro matrimonio era una fachada, pero al menos pensé que sería mí fachada, no la de su madre —Vanesa bajó la vista, mordiéndose el labio antes de continuar.

—La verdad es que… —hizo una pausa y apretó los labios—. Está completamente controlado por ella. Andrea se mete en todo, maneja cada aspecto de nuestra vida, incluso… —Vanesa apretó los puños—, incluso cómo debo comportarme, y se encarga de llenarle la cabeza de falacia es peor que los amarillistas.

Emma dejó escapar una risita amarga:

—Eso no es ninguna sorpresa, cielo. Lo he visto desde el principio. Ese hombre es incapaz de poner límites.

Vanesa tomó aire y miró a su amiga, con una resolución que Emma no había visto en ella antes.

—No puedo seguir así. Ayer en el hospital recibí una noticia… —Vanesa se interrumpió, sus ojos brillaban con una mezcla de nerviosismo y determinación—. Es algo que lo cambiará todo, y estoy segura de que Andrea se volvería loca si se enterara.

—¿De qué estás hablando? —Emma frunció el ceño.

Vanesa metió la mano en su bolso y sacó el sobre húmedo. Lo deslizó sobre la mesa, sin decir nada, y Emma, llena de curiosidad, lo abrió con cuidado. Su rostro se transformó cuando leyó las primeras líneas, y alzó la vista incrédula.

—Vanesa, ¿es esto…? ¿Estás…? —preguntó Emma, susurrando, casi sin poder contener la respiración.

Vanesa asintiendo, con una pequeña sonrisa triste en los labios.

—Sí, Emma. Estoy embarazada.

La noticia cayó como una bomba. Emma intentó procesarlo, y cuando al fin lo hizo, su expresión pasó del asombro a la preocupación.

—Pero… ¿Alejandro lo sabe?

—No, no aún. Ni Andrea. Nadie, excepto tú.

—Espera… Espera… —Emma instaló una voz llena de cuestionamientos—. Tú y Alejandro… ¿Cómo es que estás embarazada si tú y él no se soportan? Hicieron el…

Vanesa se quedó en silencio un instante con las mejillas calientes y la mirada titubeante.

—Este… pues… —balbuceó.

Emma entre cerró los ojos mirándola fijamente, como si se sintiera traicionada por alguna información que se haya reservado Vanesa.

—Fue hace unas semanas —Vanesa entre sacó las palabras—. Bebimos un poco y pasó. —mintió.

Vanesa apartó la vista y mordió su labio inferior intentando evitar recordar cómo ocurrieron las cosas realmente aquel día:

Vanesa acababa de salir de la ducha con la toalla blanca enrollada en su cuerpo, el pelo chorreando y los pies descalzo de camino hacia el vestidor. El sonido de unas fuertes pisadas captó toda su atención y su curiosidad la llevó hacia la sala de estar unipersonal del apartamento: allí encontró un Alejandro con el torso desnudo y sudado, apenas vestía un pantalón deportivo y unos zapatos a juego de la misma marca.

Mientras Alejandro trotaba en la cinta de correr, se mantenía concentrado en lo que parecía escuchar en sus auriculares inalámbricos.

Era una escena que Vanesa podría contemplar por horas sin quejarse, y se cuestionaba por ello, pero no perdía oportunidad de observarle cuando podía hacerlo y aquel fue uno de esos momentos.

Se mordió los labios cuando sus ojos se posaron en la línea húmeda que recorrían las gotas de sudor por el abdomen hasta terminar en el borde del pantalón. El recorrido era lento y tentador, y Vanesa se deleitó varios minutos viéndole.

Pasó saliva cuando Alejandro disminuyó su trote y luego detuvo la cinta. Vanesa intentó retroceder cuidadosamente para evitar que él notara su presencia, sin embargo fue torpe al ir hacia atrás y tocó la puerta consiguiendo que su esposo levantara la vista en su dirección.

Alejandro alzó una ceja como si se preguntara: ¿Qué estaba haciendo allí? Pero no auguró palabras.

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Vanesa, se sintió paralizada al verlo acercarse hacia ella con tanta seguridad y confianza, que por un momento dudó si iba a entrar o salir del lugar.

Cuando su esposo estuvo cerca, ella tomó una decisión al fin y giró rápido para salir.

Una nalgada firme la detuvo de repente.

—Qué… ¿Qué haces? —jadeó con sorpresa y confusión ante aquel gesto que nunca había hecho.

Alejandro se llenó de suficiencia para acercarse demasiado e inclinarse a su oído:

—Es lo mínimo que te mereces por andar espiando me por toda la casa —ella pudo sentir como su respiración se agitaba locamente, sintió la falta de aire y también el temblor de sus piernas.

Y ahí, allí perdió el control. Ambos lo hicieron…

Claro qué no le contaría aquello a Emma.

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—Pero… al día siguiente volvió hacer él, el Alejandro frío y distante. —explicó como si necesitara justificarse, saliendo de aquel recuerdo.

Aquellas palabras habían resultado trilladas para Emma, pero su amiga solo seguía pensando en una sola cosa: lo mejor era dejarlo…

Emma tomó la mano de su amiga con fuerza.

—Vanesa, sé que no es el mejor momento para regaños, pero si me hubieras hecho caso, no estuvieras ahora mismo con una vida que te ate a él —Respiro hondo antes de continuar—. Aún así quiero que sepas que esto lo cambia todo tal y como haz dicho, y por supuesto que podrás contar conmigo para lo que necesites, incluso si eso significa tener que matar a Alejandro.

Vanesa ascendió soltando una sutil risita, sintiendo el apoyo incondicional de Emma. Sabía que su mejor amiga estaba allí para ella, y que, pase lo que pase, tendría a alguien en quien confiar. Aunque el futuro era incierto, esa pequeña vida que crecía dentro de ella era, en el fondo, una nueva esperanza. Una razón para enfrentarse a todo.

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