Inoportuno A la mañana siguiente Alejandro, después de haberse tomado una taza de café bien cargado, se asomó entre la ranura de la puerta de su habitación, observando como su esposa dormía plácida, se detuvo a contemplarla más de lo que solía hacerlo habitualmente. Recordó por un instante la tensa conversación que habían tenido la noche anterior en el auto. Y se había propuesto resolver el dilema de las llaves antes de llegar a la empresa esa mañana. Después de unos minutos cerró la puerta con cierto cuidado casi como si buscara no despertar a Vanesa y salió del edificio. Roger lo había dejado frente al portón de la mansión Adán. La mansión de la madre de Alejandro era imponente, una propiedad digna de admiración que se extendía en amplios jardines y columnas de mármol que parecían estar esculpidas en la misma elegancia de su dueña. Cada detalle, desde los ventanales de cristal hasta el suelo de madera pulida, emanaba una grandeza refinada, una mezcla de estilo clásico y mo
Aquella mañana Roger le acompañó al edificio King. Cuando llegó a la empresa, su asistente, Gabriela, lo estaba esperando en el vestíbulo, con una carpeta en la mano y una expresión ansiosa. —Señor Adán, buenos días —saludó ella, ofreciéndole una leve sonrisa, aunque su voz reflejaba cierta preocupación—. Recibió dos llamadas desde el extranjero, querían hablar con usted y se negaron a mencionar de que se trataba; Parecía urgente. Alejandro, seguía caminando sin detenerse mientras ella lo seguía a pasos apresurados, y sin apenas dirigirle una mirada entró al ascensor. —También tiene el informe actualizado de los gastos del proyecto Arcadia —siguió informando su secretaria—. Además, el señor Kim Ho envió esta mañana algunos correos pidiendo ajustes en la propuesta inicial. Y, el equipo de marketing necesita su aprobación para la campaña de lanzamiento, y Recursos Humanos requiere su firma en los contratos de los nuevos empleados. Alejandro asintió, con una mirada segura y un ges
Vanesa se detuvo en la entrada del club de yoga, frunciendo el ceño al ver el cartel que anunciaba: Yoga Prenatal para Mamás y Bebés . Nunca en su vida había pisado un lugar como ese, y menos con el propósito de participar en una clase. Sin embargo, ahí estaba, sosteniendo la colchoneta de yoga prestada y mirándole de reojo a Emma, su mejor amiga y la autora intelectual de esa idea.—¿Por qué te dejé convencerme? —murmuró Vanesa, entre incrédula y divertida.Emma emocionada con una expresión de triunfo y la tomó del brazo.—Porque sabes que en el fondo lo necesitas. ¡Te hace bien! —respondió, empujándola con suavidad hacia la puerta.Al entrar, Vanesa observó la sala de yoga. Había un puñado de mujeres embarazadas, algunas más avanzadas que otras, conversando animadamente. Todas parecían tan tranquilas y serenas, como si hacer yoga fuera tan natural como respirar. Vanesa, en cambio, sintió que no encajaba en lo absoluto.—Esto es… surrealista —murmuró, mirando a Emma—. ¿Y si me siento
Esa misma noche, Vanesa permaneció en el baño unos minutos más, recuperándose. El sabor amargo en su boca y la incomodidad en su estómago aún persistían, pero sintió por un instante cómo la rabia del momento había reemplazado el malestar unos ligeros segundos. La insinuación de Alejandro de que había estado tomando alcohol la había dejado dolida, más que molesta, y aquel portazo que había dado no parecía haber sido suficiente para liberar toda la tensión que sentía.Finalmente, se enjuagó el rostro con agua fría, tomó una bocanada de aire y, cuando estuvo lista, salió del baño. Al regresar a la habitación, notó que Alejandro ya no estaba allí. La puerta entreabierta dejaba ver un tenue resplandor en el pasillo; él seguramente había regresado a la cocina o se había retirado a otra parte de la casa, dejándola sola.Suspirando, Vanesa se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos un momento, posando una mano en su vientre casi de manera inconsciente. Tras un instante de silencio, sus o
Vanesa despertó lentamente, pestañeando mientras la suave luz del amanecer se colaba por las grandes ventanas de su dormitorio. Se estiró con languidez y, al girarse, notó algo inesperado sobre la mesita de noche: una taza de té, humeante y fragante, que parecía recién preparada. Sorprendida, tomó la taza entre sus manos, dejando que el calor se filtrara en sus dedos mientras inhalaba el sutil aroma a jazmín. Era un pequeño detalle, simple pero inesperado, que le dibujó una sonrisa involuntaria. Curiosa, salió de su habitación con paso ligero, aún en pijama y descalza, avanzando por el elegante pasillo de su departamento. El lugar era amplio y lujoso, decorado con un estilo minimalista que reflejaba su personalidad: muebles de líneas modernas, arte abstracto en las paredes y un suelo de mármol impecable. Al llegar a la sala, vio a una joven de uniforme azul y cabello recogido en una coleta que, concentrada en su tarea, guardaba con cuidado los utensilios de limpieza en su bolso. L
Andrea abrió la puerta de la oficina de Alejandro y, como siempre, irrumpió con esa autoridad serena que pocas personas podían igualar. Su entrada era perfecta, y su expresión impenetrable; Nadie habría adivinado que llevaba algo en mente hasta que cruzó la oficina y dejó caer una revista sobre el escritorio de su hijo. Alejandro, quien estaba revisando informes, apenas alzó la vista, pero alcanzó a notar la imagen en la portada. Allí estaba Vanesa, su esposa, riendo con Kim Ho en la reciente gala de negocios. Alejandro había estado presente en esa gala y no le había dado importancia a qué los fotografiaran, pero al ver la expresión de su madre, adivinó que para ella no era un detalle menor. —Alejandro —dijo Andrea, manteniendo un tono sereno, aunque su mirada era firme—, no sé tú, pero esto… no me parece la imagen que debería dar la esposa del presidente de King. Alejandro apenas alzó una ceja, volviendo a mirar la revista con indiferencia. En su mente, este tipo de asuntos eran
Toda la sala de estar estaba sumergida en la penumbra, cuando Alejandro dejó sus llaves y las luces se encendieron al detectar movimiento. Vanesa había activado los sensores. Se aflojó la corbata y, antes de entrar a su habitación, se detuvo al ver por la ranura de la puerta abierta a Vanesa sobre la cama. Se escuchaban risas y lo que él dedujo como diversión en una video llamada con Emma, mientras su esposa comía palomitas sobre su sábanas favoritas. ¿Quería provocarlo?, pensó él. Para cualquiera podrían ser una simple sábanas pero para Alejandro, no.Vanesa sobre la cama, sujetando el teléfono con una sonrisa relajada, como si estuviera pasando uno de los mejores momentos de su día. Alejandro entró, apenas notó su presencia, su expresión cambió.La sonrisa en los labios de Vanesa se desvaneció de inmediato.—Tengo que dejarte, Emma —dijo Vanesa y presionó el botón para colgar sin esperar respuesta.—Hola, Alejandro —dijo, en un tono lleno de tensión mientras se incorporaba lentament
Vanesa se despertó con el primer rayo de luz que se filtraba entre las cortinas, y lo primero que sintió fue el calor del pecho de Alejandro bajo su mejilla. Su esposo, aunque dormido, la sostenía firmemente, con un brazo enroscado alrededor de ella, casi como si en sueños quisiera mantenerla cerca. Era raro verlo tan relajado, sin esa barrera de frialdad que él mismo se había encargado de construir entre ambos. Vanesa se permitió disfrutar de ese instante, sin reproches ni preguntas, solamente sumergida en esa calidez que él, aun sin darse cuenta, le estaba dando. Vanesa tenía claro qué lo ocurrido la noche anterior no cambiaría nada en la relación de Alejandro y ella, otras veces así ocurría, pero, se había propuesto disfrutar de los momentos intensos de pasión en lo que los dos descargaban las ganas de placer acumulado y se entregaban a la química que compartían. Vanesa se incorporó ligeramente y lo observó. Los labios de Alejandro estaban entreabiertos, su respiración era tran