Alejandro abrió la puerta de su departamento en la penumbra de las tres de la madrugada. Tras la larga y sofocante noche en la mansión, lo único que deseaba era un momento de paz. La reunión había sido agotadora, y la desvelada lo hacía sentir aún más exasperado. Caminó directo a la cocina, deseando beber algo de agua para calmar la sequía en su garganta.Al encender la luz, un destello morado a trajo su atención. Allí, sobre el bote de basura, vio una caja de pastel arrugada y algo sucia. Frunció el ceño, reconociéndola de inmediato. Vanesa había mencionado con ilusión que cortarían un pastel juntos a su regreso. Sin embargo, ahora estaba ahí, desechado. Alejandro sintió una punzada de culpa, preguntándose si su tardanza habría herido los sentimientos de su esposa.Con cuidado, sacó la caja de la basura y abrió la tapa. El pastel estaba un poco magullado, con algunas partes deshechas. Entonces, sus ojos captaron algo escrito en la superficie, letras formadas con jalea de mora, ahora
Alejandro apenas se había cabeceado durante la noche, mientras sentía el mismo peso en el pecho que lo había acompañado la noche anterior. Miró hacia la habitación y vio a Vanesa todavía dormida, envuelta en la manta. El ligero movimiento de su pecho al respirar era una señal de calma, pero Alejandro sabía que la calma no era real, solo un momento suspendido antes de la tormenta.Quería quedarse, hablar con ella cuando despertara, pero los compromisos en la empresa eran ineludibles. Siendo el jefe, tenía que liderar una reunión con los socios clave para resolver un tema urgente relacionado con la inversión en el nuevo proyecto. Retrasarlo no era una opción, y enviar a alguien en su lugar no sería suficiente para calmar las tensiones internas.Antes de irse, tomó una hoja de papel y se sentó en la mesa del comedor, pensando en qué escribir. Finalmente, se decidió:_________Vanesa,Sé que te he fallado demasiadas veces y que las palabras ya no bastan. Hoy tengo unas reuniones
Emma se miró al espejo de su baño, complacida con la mascarilla de arcilla verde que cubría su rostro. Cada detalle en su espacioso departamento reflejaba la elegancia que la rodeaba: desde los mármoles italianos hasta los finos acabados en tonos beige y oro que adornaban las paredes. El suave aroma de una vela de jazmín y sándalo flotaba en el aire mientras la música clásica llenaba el espacio con tranquilidad.Vestida con una bata de spa blanca impecable y zapatillas de terciopelo, Emma dejó que el vapor de un té de hierbas recién servido se mezclara con el aire perfumado. Era su momento favorito del día: el ritual de cuidarse. Pero, justo cuando levantaba la taza para dar un sorbo, un sonido insistente la sobresaltó.El interfono del edificio zumbó con fuerza. Emma arrugó el ceño. Era raro que alguien la buscara sin previo aviso, y mucho menos a esa hora. Se acercó al panel y presionó el botón.—¿Si? —preguntó con voz serena, aunque un ligero malestar se filtraba en su tono.—¡Soy
El amanecer trajo consigo una mañana gris, casi como un reflejo del estado mental de Alejandro. Las pocas horas de sueño lo habían dejado en un estado de letargo físico y mental. Su rutina matutina transcurrió en piloto automático: ducha, traje, café. Pero en su interior, el caos era un huracán que no se detenía.Vanesa seguía sin aparecer, y la preocupación lo carcomía. A pesar de su desesperación, sabía que debía mantener la compostura. En su mundo, mostrar debilidad no era una opción.Al llegar a la oficina, Gabriela lo esperaba con su habitual puntualidad y una tableta en la mano.—Buenos días, señor Adán. Su agenda está especialmente apretada hoy. Tiene reuniones consecutivas desde las nueve hasta el almuerzo. Y, sobre lo de anoche… —hizo una pausa, como si dudara en mencionar el tema—, el director Kim Ho, ha pedido una explicación por la cancelación de la reunión con el comité ejecutivo. Lo quiere por escrito.Alejandro se mostró sin mucho interés, tomando los documentos que l
Después de estar más de tres horas en el hospital, Alejandro salió dándose cuenta de que la noche lo recibía con su manto de sombras dejando ir el atardecer. Respiró profundamente, sintiendo el aire fresco que apenas calmaba el tumulto en su interior. No tenía un plan claro, pero no podía seguir vagando en círculos. Revisó su reloj: ya no iría a la empresa, quiso volver al departamento.Mientras conducía el auto de su madre, su teléfono sonó. Era Roger, su chofer. Alejandro contestó rápidamente.—¿Qué pasa, Roger?—Señor, disculpe la molestia, pero creí que debía informarle. La señora Vanesa llegó al departamento hace unos minutos. Vino en un taxi, parece que está recogiendo más de sus cosas.Alejandro sintió cómo su corazón se aceleraba.—¿Está sola?—Sí, señor. Está empacando, lleva un par de maletas ya.—Voy en camino. No dejes que se vaya antes de que yo llegue, ¿entendido?—Haré lo posible, señor.Alejandro colgó, pisando el acelerador con urgencia.Cuando llegó al departamento,
El amanecer trajo consigo un aire de calma que no se había sentido en días. Alejandro había dormido por fin. Desde que Vanesa quedó en el departamento, algo dentro de él pareció encontrar equilibrio. Su ansiedad, antes desbordante, ahora estaba contenida, y su mente había tenido el descanso necesario para afrontar un nuevo día.Con pasos decididos, Alejandro caminó hacia la oficina de su madre. Aún estaba preocupado por su salud después del desmayo del día anterior. Ya que cuando la llamó para avisar que pasaría a verla ella ya se había marchado, así que no pudo verla personalmente.Al abrir la puerta, una escena inesperada lo recibió. Andrea estaba cuchicheando con Natalia, quien no tenía motivos aparentes para estar allí. La presencia de Natalia le sorprendió tanto que su expresión fue un reflejo de pura confusión, aunque se esforzó por ignorarla.—Mamá —dijo Alejandro con voz firme, enfocándose en su madre—. Vine a ver cómo te sientes. No tenías que venir a trabajar hoy; podrías ha
El camerino estaba lleno de luces brillantes y el ir y venir del equipo que preparaba a Emma para la sesión de fotos no dejaba espacio a la tranquilidad. La modelo estaba sentada en una silla alta, con un maquillaje impecable aplicado meticulosamente por un artista que se movía como un pintor ante su lienzo. Su cabello ya estaba perfectamente estilizado, cayendo en ondas brillantes que parecían hechas de seda.A su lado, Vanesa se sentaba en un sofá pequeño, con un frappé de mango en la mano. Se veía relajada, aunque había una ligera tensión en sus ojos, como si intentara ordenar sus pensamientos. Emma, en cambio, irradiaba energía, como siempre, y aprovechaba cualquier momento en que el maquillador no estuviera frente a ella para mirar a su amiga a través del espejo.—A ver, Vane —dijo Emma de repente, con ese tono juguetón que siempre usaba cuando iba a meterse en terreno delicado—. Entiendo que te hayas ido del departamento y que se te haya descargado el móvil y todo eso, pero... ¿
Vanesa giró la llave de su departamento con algo de pesadez. Eran cerca de las diez de la noche, y el día había sido largo. Entre su visita a su padre y el torrente de emociones que la había envuelto, sintió que lo único que necesitaba era una ducha caliente y su cama. Sin embargo, en cuanto abrió la puerta, un cálido aroma la envolvió, uno que reconoció al instante.Se detuvo en seco, desconcertada. Desde la cocina llegaba el sonido de cacerolas moviéndose y, con ellas, la figura de Alejandro apareció en la entrada del pasillo. Llevaba un delantal negro que, por alguna razón, le daba un aire más relajado del que Vanesa estaba acostumbrada.—Ah, llegaste justo a tiempo —dijo él con una sonrisa contenida, limpiándose las manos en un paño.Vanesa parpadeó, todavía tratando de entender la escena. Alejandro solía llegar siempre a media noche y casi nunca cenaba en casa.— ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, aunque la respuesta era evidente.—Cocinando. ¿Qué parece? —respondió Alejandro,