Después de estar más de tres horas en el hospital, Alejandro salió dándose cuenta de que la noche lo recibía con su manto de sombras dejando ir el atardecer. Respiró profundamente, sintiendo el aire fresco que apenas calmaba el tumulto en su interior. No tenía un plan claro, pero no podía seguir vagando en círculos. Revisó su reloj: ya no iría a la empresa, quiso volver al departamento.Mientras conducía el auto de su madre, su teléfono sonó. Era Roger, su chofer. Alejandro contestó rápidamente.—¿Qué pasa, Roger?—Señor, disculpe la molestia, pero creí que debía informarle. La señora Vanesa llegó al departamento hace unos minutos. Vino en un taxi, parece que está recogiendo más de sus cosas.Alejandro sintió cómo su corazón se aceleraba.—¿Está sola?—Sí, señor. Está empacando, lleva un par de maletas ya.—Voy en camino. No dejes que se vaya antes de que yo llegue, ¿entendido?—Haré lo posible, señor.Alejandro colgó, pisando el acelerador con urgencia.Cuando llegó al departamento,
El amanecer trajo consigo un aire de calma que no se había sentido en días. Alejandro había dormido por fin. Desde que Vanesa quedó en el departamento, algo dentro de él pareció encontrar equilibrio. Su ansiedad, antes desbordante, ahora estaba contenida, y su mente había tenido el descanso necesario para afrontar un nuevo día.Con pasos decididos, Alejandro caminó hacia la oficina de su madre. Aún estaba preocupado por su salud después del desmayo del día anterior. Ya que cuando la llamó para avisar que pasaría a verla ella ya se había marchado, así que no pudo verla personalmente.Al abrir la puerta, una escena inesperada lo recibió. Andrea estaba cuchicheando con Natalia, quien no tenía motivos aparentes para estar allí. La presencia de Natalia le sorprendió tanto que su expresión fue un reflejo de pura confusión, aunque se esforzó por ignorarla.—Mamá —dijo Alejandro con voz firme, enfocándose en su madre—. Vine a ver cómo te sientes. No tenías que venir a trabajar hoy; podrías ha
El camerino estaba lleno de luces brillantes y el ir y venir del equipo que preparaba a Emma para la sesión de fotos no dejaba espacio a la tranquilidad. La modelo estaba sentada en una silla alta, con un maquillaje impecable aplicado meticulosamente por un artista que se movía como un pintor ante su lienzo. Su cabello ya estaba perfectamente estilizado, cayendo en ondas brillantes que parecían hechas de seda.A su lado, Vanesa se sentaba en un sofá pequeño, con un frappé de mango en la mano. Se veía relajada, aunque había una ligera tensión en sus ojos, como si intentara ordenar sus pensamientos. Emma, en cambio, irradiaba energía, como siempre, y aprovechaba cualquier momento en que el maquillador no estuviera frente a ella para mirar a su amiga a través del espejo.—A ver, Vane —dijo Emma de repente, con ese tono juguetón que siempre usaba cuando iba a meterse en terreno delicado—. Entiendo que te hayas ido del departamento y que se te haya descargado el móvil y todo eso, pero... ¿
Vanesa giró la llave de su departamento con algo de pesadez. Eran cerca de las diez de la noche, y el día había sido largo. Entre su visita a su padre y el torrente de emociones que la había envuelto, sintió que lo único que necesitaba era una ducha caliente y su cama. Sin embargo, en cuanto abrió la puerta, un cálido aroma la envolvió, uno que reconoció al instante.Se detuvo en seco, desconcertada. Desde la cocina llegaba el sonido de cacerolas moviéndose y, con ellas, la figura de Alejandro apareció en la entrada del pasillo. Llevaba un delantal negro que, por alguna razón, le daba un aire más relajado del que Vanesa estaba acostumbrada.—Ah, llegaste justo a tiempo —dijo él con una sonrisa contenida, limpiándose las manos en un paño.Vanesa parpadeó, todavía tratando de entender la escena. Alejandro solía llegar siempre a media noche y casi nunca cenaba en casa.— ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, aunque la respuesta era evidente.—Cocinando. ¿Qué parece? —respondió Alejandro,
La mansión de Andrea era un reflejo de su dueña: elegante, imponente y llena de detalles que hablaban de un linaje de poder y prestigio. Andrea estaba sentada en un amplio sillón de terciopelo azul, con una taza de té perfectamente servida en la mesita frente a ella. En su regazo descansaba Fiocco , un pequeño bichón maltés de impecable pelaje blanco, al que acariciaba con una mezcla de afecto y desdén, como si incluso su mascota tuviera que cumplir con un estándar de perfección.Frente a ella, Natalia, mantenía una expresión entre solidaria e indignada mientras escuchaba.—No sabes lo que es, Natalia —dijo Andrea, dejando la taza con cuidado en su plato y suspirando con un aire teatral—. Alejandro está irreconocible. Esa mujer... Vanesa. Ha hecho de mi hijo un completo extraño.Natalia avanzaba lentamente, inclinándose un poco hacia adelante para mostrar interés, mientras sus labios formaban una mueca discreta.—Creo que subestimamos a Vanesa, desde que la vi en el departamento aqu
El rascacielos hospitalario se alzaba imponente sobre la ciudad, con sus cristales reflectantes brillando bajo el sol. Dentro de la sala de espera, Alejandro caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja. Su postura erguida y la manera en que gesticulaba con la mano libre reflejaban una mezcla de tensión e incomodidad. Vanesa lo observaba desde su asiento, con una mano apoyada en su vientre con un gesto protector y reflexivo.Vanesa alzó la vista hacia las puertas de cristal giratoria que daba vista al exterior, desde su lugar se percibía la agitación de los reporteros eso era inconfundible. Aunque el vidrio insonorizaba la mayor parte del ruido, la presencia mediática era ineludible.—Sí, papá, lo entiendo... Claro que sí. No, no estoy evitando el tema, pero este no es el mejor momento —decía Alejandro en un tono bajo. Hizo una pausa, escuchando al otro lado, y su rostro se suavizó un poco—. Sí, Vanesa está bien. El bebé también. De hecho, estamos en el hospital para
La habitación estaba un poco desordenada, después de una larga conversación telefónica con su mejor amiga, Vanesa, de pie junto a la cama, doblaba cuidadosamente una camisa y la colocaba en la maleta abierta. Su rostro mostraba concentración, pero sus pensamientos estaban lejos de la tarea. Podía sentir la presencia de Alejandro detrás de ella, en el sillón junto al ventanal. El silencio entre ellos era cómodo, pero cargado de una tensión que parecía llenar el aire. Mientras Vanesa reflexionaba sobre todo lo que le había comentado Alejandro en la charla que tuvo con su padre, caía en cuenta de que aquel encuentro le había servido tantísimo a su esposo, parecía como si en silencio esperaba escuchar aquellas palabras, como si necesitara tener una aprobación que aunque no necesitaba quería tener. Aunque las relación entre Alejandro y su padre no iba a cambiar tan de súbito aquel encuentro fue un buen comienzo.Vanesa se inclinó un poco para alcanzar unas medias.—¿Seguro que no neces
La casa de Kim Ho era una obra maestra que combinaba la elegancia moderna con el respeto por la tradición coreana. El exterior estaba adornado con detalles minimalistas, pero el interior revelaba una mezcla de tatamis, puertas corredizas de papel y muebles contemporáneos que gritaban lujo discreto. Alejandro y Vanesa cruzaron el umbral con la misma sincronía que habían mantenido desde que aterrizaron en Seúl. —Es un honor recibirlos en mi hogar —dijo Kim Ho, inclinándose levemente. Su sonrisa era amplia, pero había un brillo calculador en sus ojos, como si evaluara cada detalle de sus invitados. Vanesa, vestida con un sencillo pero elegante vestido azul, correspondió la reverencia de manera un poco torpe, mientras Alejandro inclinaba apenas la cabeza, manteniendo la compostura. —El honor es nuestro, señor Kim —respondió Alejandro con tono firme. Kim Ho les indicó que lo siguieran a una sala decorada con paneles de madera y una mesa baja preparada para la ocasión. Sobre ella de