El rascacielos hospitalario se alzaba imponente sobre la ciudad, con sus cristales reflectantes brillando bajo el sol. Dentro de la sala de espera, Alejandro caminaba de un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja. Su postura erguida y la manera en que gesticulaba con la mano libre reflejaban una mezcla de tensión e incomodidad. Vanesa lo observaba desde su asiento, con una mano apoyada en su vientre con un gesto protector y reflexivo.Vanesa alzó la vista hacia las puertas de cristal giratoria que daba vista al exterior, desde su lugar se percibía la agitación de los reporteros eso era inconfundible. Aunque el vidrio insonorizaba la mayor parte del ruido, la presencia mediática era ineludible.—Sí, papá, lo entiendo... Claro que sí. No, no estoy evitando el tema, pero este no es el mejor momento —decía Alejandro en un tono bajo. Hizo una pausa, escuchando al otro lado, y su rostro se suavizó un poco—. Sí, Vanesa está bien. El bebé también. De hecho, estamos en el hospital para
—Señora Adán, una pregunta por favor —la interceptó uno de los reporteros que la esperaban a la puerta. —¿Es cierto que tiene cáncer y por eso su visita al hospital? —se atrevió a decir uno de ellos. Vanesa no se detuvo ni un instante al salir de el rascacielos hospitalario. La lluvia hizo presencia empapando sus últimos pasos hacia el coche negro que la esperaba a ras del último escalón. —Señora Adán —cuestionó una de las reporteras—. ¿Por qué su esposo no la acompaña? —¿Es cierto que su matrimonio está en crisis? —le acercó el micrófono cerca de la cara. —¿Es verdad qué su esposo tiene otra? —¿Es estéril y por eso su matrimonio no va bien? Finalmente Vanesa llegó a la puerta negra donde entró sin pensarlo dos veces. El frío se hizo presente cuando notó el aire acondicionado. —A casa, Roger —le pidió al chófer de su marido quien acostumbraba a marcar todas sus rutas. Por un momento mientras se alejaban de las cámaras de los reporteros, Roger visualizó a través
—Alejandro no está —se apresuró a informarle a Andrea dada la cara confusa de su nuera. Su voz sonaba cansada y aburrida, agitó ligeramente el vino mientras lo contemplaba como si fuese lo más interesante del lugar. —Lo estoy esperando —añadió Andrea. —Sí, ya sé que su hijo no está en casa señora Andrea —confirmó dejando el abrigo colgado en el perchero de la entrada—. Tampoco creo que sea buena idea sentarse a esperarlo, no va a llegar en toda la noche. Andrea se puso de pie posando los ojos en el sobre húmedo que sostenía su nuera. —¿Tan mal están las cosas como para que mi hijo no duerma en casa? —quiso saber. Vanesa suavizó su gesto que hasta el momento había sido tenso y negó satisfecha. —Veo que no está enterada —interpuso distancia entre las dos caminando hacia el inmenso cristal que daba vista a la ciudad—. Está en un viaje de negocio, viajó fuera del país. El rostro de Andrea buscaba disimular la desinformación de la partida de su hijo hacia el extra
Emma se cubrió el rostro dejando caer su pelaje negro intenso sobre el lateral de sus mejillas, vestía una gorra negra a juego de una gafas de sol gris; un atuendo sport color marfil a juego con su bolso escocés. Emma miraba de derecha a izquierda y cada tanto levantaba sus gafas de sol para visualizar su entorno de camino a la cafetería King, una de las tantas instalaciones perteneciente a las propiedades del CEO Alejandro Adán el marido de su mejor amiga y al cual no soportaba ver. En varias ocasiones Emma le había aconsejado que terminara aquella relación con el “perfectísimo Alejandro” como le había apodado, pero Vanesa se negaba con la excusa de que no quería romper el trato tan importante que habían hecho ambas familias. Emma ubicó con la vista la mesa solitaria donde se encontraba su amiga y se dirigió hacía ella. —¿Qué estás haciendo, Emma? —interrogó Vanesa con asombro ante la fachada de su amiga. —Intento ser discreta como me pediste —Emma deslizó las gafas a
La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo la cafetería en una atmósfera densa y casi melancólica. Emma apenas era la misma desde el momento en que había recibido aquella noticia, una revelación tan impactante que parecía haberle robado las palabras. Permanecía en silencio largos ratos, perdida en sus pensamientos, mientras que Vanesa intentaba distraerla con temas ligeros y promesas de discreción sobre lo que acababa de enterarse. El café y las pastas que habían ordenado mas tarde, seguían intactas. Al final, Roger, había pasado por la cafetería, acompañado a Emma a su departamento de soltera y continuar su trayecto a casa con la señora Adán. Casi todo el camino Vanesa estuvo en silencio y eso lo había preocupado, aunque no abordó el tema, la señora Adán siempre tenía algo que decir: algún halago, alguna queja, algo…, y que no lo hiciera le hizo sentir que estaba ante un momento complejo. Así que con muchísima prudencia respetó su espacio personal. Cuando Vanesa abrió la
Vanesa despertó con una sensación de vacío, la cama a su lado estaba fría, y Alejandro, como ya era costumbre, no estaba en casa. La distancia entre ellos se había vuelto tan gélida como el vacío en aquella habitación. Se levantó, sin prisa, y después de prepararse, llamó a Roger, el chófer. Era el único en quien sentía que podía confiar con ciertos límites; aunque su relación se limitaba a intercambios formales, él parecía siempre dispuesto a ayudarla. Mientras tomaba su llave, que había echado en porta llave de cristal, echó una vista rápida al inmenso departamento: todo estaba impecablemente limpio, pero sin rastro de vida. Alejandro había insistido en no tener empleadas domésticas fijas; Decía que podía esparcir rumores sobre sus asuntos privados, aunque Vanesa sospechaba que más bien quería evitar que alguien presenciara las grietas en su matrimonio. Al salir, Roger ya la esperaba en el auto, abriendo la puerta para que ella subiera. Vanesa, tras ajustarse en el asiento de
Vanesa sintió un escalofrío. —Vaya, al fin llegaste —dijo la mujer con una voz baja y segura, sin molestarse en presentarse ni en pedir permiso para estar allí. Cruzó una pierna sobre la otra y le dedicó a Vanesa una sonrisa a medio camino entre la amabilidad y la amenaza. —¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó Vanesa, recobrando un poco de su propio aplomo y manteniendo la voz firme, aunque su mente corría para comprender lo que estaba pasando. La mujer se acomodó la falda sin dejar de evaluar a Vanesa, como si aquella reacción le pareciera entretenida se motivó hablar: —Soy Natalia —respondió con una voz relajada—. Una vieja amiga de Alejandro. Estuve viajando por Europa un tiempo, y no hace mucho regresé, su madre me insistió en que lo visitara… incluso me dio una copia de las llaves para que entrara si no estaba. Vanesa sintió cómo una punzada de sorpresa y rabia le recorría el pecho. Ella sabía que Alejandro tenía amigas, pero no estaba preparada para que una de ellas apa
Vanesa apenas había avanzado unos pasos en el salón cuando notó que otro hombre, de aspecto elegante y distinguido, se acercaba hacia ella. Era de complexión marcada, rasgos asiáticos, con el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás y un traje negro que denotaba un gusto impecable. Él le dedicó una amplia sonrisa y, sin titubear, inclinó ligeramente la cabeza en un gesto respetuoso. —Señora… —dijo en un tono cálido, con un ligero acento extranjero. Al presentarse, extendiendo una mano con una elegancia que no dejaba dudas sobre su experiencia en estos ambientes—. Soy Kim Ho, vicepresidente del Grupo Hanjo. Creo que no he tenido el placer de verla en eventos anteriores de la empresa. Vanesa levantó ambas cejas con un suave movimiento que intentaba disimular su asombro, algo sorprendida por la presentación, ella recordaba perfectamente el nombre mencionado de la cena con Alejandro. —Encantada, señor Kim Ho. Es la primera vez que acompaño a Alejandro en una gala como esta —resp